19 ene 2009

La profesora Gordillo

Columna Plaza Pública/Miguel Ángel Granados Chapa
La Loteria de Gordillo
Publicado en Reforma, 19/01/2009;
Como si ella ejerciera la Presidencia de la República y no fuera sólo aliada de su titular, según su conveniencia la dirigente magisterial quita y pone al director de la Lotenal, donde se otorgan contratos a parientes de la profesora
Cuando se publiquen estas líneas probablemente se haya formalizado ya la designación del diputado Miguel Ángel Jiménez Godínez como director general de la Lotería Nacional. El miércoles pasado la Comisión Permanente acordó su licencia como legislador, miembro del grupo de Nueva Alianza, que coordinó desde septiembre de 2006 hasta abril pasado, en que fue removido por quien toma las decisiones en ese partido, Elba Esther Gordillo. Haber asumido sin chistar su destitución contó en su favor para recuperar la confianza que le dispensa desde hace casi 10 años la presidenta del sindicato magisterial.
Jiménez Godínez reemplaza en la Lotería a Francisco Yáñez Herrera, miembro también del círculo íntimo de Gordillo. Desde mediados del año pasado se supo que Yáñez renunciaría a su puesto porque causó el enojo de su jefa y protectora. Ahora que efectivamente presentó su dimisión, sin embargo, no quedó a la intemperie, como hubiera ocurrido de ser verdad su pleito con la lideresa del SNTE. La Secretaría de Hacienda le confiará una tarea de representación en Nueva York. Puesto que Yáñez Herrera no es un especialista en finanzas -es licenciado en derecho, y actuó como agente del Ministerio Público- y no es, entonces, por su saber que se le asigna ese cargo, debemos hallar la explicación del nombramiento en su liga con la profesora, que no se habría reventado.
Me equivoqué hace tres líneas al escribir que Yáñez no es un especialista en finanzas. Sí lo es. ¡Vaya que lo es! Precisamente de un antecedente de esa índole nace su especial vínculo profesional y político con la maestra. Fue el responsable de manejar el fidecomiso Vima (Vivienda magisterial), del que resultó un suculento negocio para el sindicato y algunos de sus dirigentes, sobre todo la dirigente real del sindicato que en ese entonces no había resuelto aún ser presidenta nacional del gremio. Aunque estuvieron en juego cuantiosos recursos públicos no se realizó nunca indagación alguna sobre el funcionamiento del Vima, ni se fincaron responsabilidades a quienes utilizaron para fines propios sus amplias disponibilidades financieras.
Por ese motivo me parece que no está en el interés de Yáñez ni de Gordillo romper su relación. Para evitarla, la profesora quizá tiene presente el caso de Noé Rivera, uno de sus principales auxiliares en materia electoral, al que ella buscó desbancar de la Asociación ciudadana del magisterio, una agrupación política nacional especializada en manipulación electoral. Tras la ruptura, Rivera se convirtió en pródiga fuente de información sobre los trastupijes de Gordillo en torno a las urnas. La profesora querrá evitar a toda costa que Yáñez quedara resentido por tener que irse de la Lotería y derivara de ese hecho resabios que se convirtieran en motivo para hacer revelaciones sobre los bienes de la profesora, cuyo manejo ha sido parte de su responsabilidad.
El revalidado Jiménez pasó la prueba de la discreción ante su caída en desgracia y por eso retorna al primer plano del grupo gordillista. Influyó también en que se le conduzca al gabinete ampliado su liga con Fernando González Sánchez, el yerno cómodo de la profesora, a través del cual surgió su relación con Jiménez, que fue su asesor y mensajero durante el breve lapso en que ella encabezó la bancada priista en la LIX Legislatura. En ese carácter fue enviado por la lideresa a ultimar con Luis Carlos Ugalde los detalles de su designación como consejero presidente del IFE. Luego, cuando fue creado el Partido Nueva Alianza, la profesora lo hizo presidente de la naciente y versátil organización. Más tarde le confió encabezar la fracción del Panal en San Lázaro hasta su breve eclipse del que hoy emerge radiante.
Quizá la demora de unos días en formalizar un nombramiento que estaba claro desde la semana pasada obedece a que sea preciso eliminar obstáculos formales para su nombramiento. Ocurre que el dominio de Gordillo sobre parcelas enteras del gobierno federal le confiere el derecho de manejar políticamente las oficinas de que se trate -el ISSSTE, la propia Lotería Nacional, por ejemplo- y también el de hacer negocios. Uno de ellos es el de la publicidad de la Lotería Nacional, una jugosa fuente de ingresos dada la naturaleza de esa organizadora de sorteos. La maneja la agencia Mala Idea, SA de CV, a cargo del publicista Juan Kuri. Según información de Arturo Cano y Alberto Aguirre, los accionistas de esa agencia son la hija de Gordillo, Maricruz Montelongo; su yerno, Fernando González, y el propio Jiménez (Doña Perpetua, Grijalbo, 2008).
Mala Idea recibió de Yáñez, al comienzo de su administración, en los primeros meses de 2007, un contrato por casi 16 millones de pesos, que fue ampliado en octubre siguiente por poco más de 3 millones adicionales. La agencia, que opera en la Ciudad de México y en Miami ha sido, según informes recogidos por Cano y Aguirre, beneficiaria de contratos similares provistos por las áreas de gobierno asignadas a Gordillo: el secretariado de seguridad pública (cuando lo encabezaba Roberto Campa), el ISSSTE, y la subsecretaría de Educación Básica de la SEP, responsabilidad de González. "A nombre de la empresa -añaden esos autores- también está, según una fuente, el helicóptero Bell 212, color naranja, que la Maestra tiene a su disposición en San Diego. A mediados de febrero de 2008 Mala Idea tenía proyectado abrir nuevas oficinas en Santa Fe. Una mala idea muy buena para los bolsillos de los allegados a la Maestra".
Cajón de Sastre
En un incidente tan confuso como peligroso, el periodista Miguel Badillo pasó muchas horas encerrado en el centro de sanciones administrativas del Distrito Federal, conocido como El Torito (a donde son llevados los conductores de vehículos a los que denuncia el alcoholímetro). Miembros de la policía bancaria e industrial -cuerpo privado que no cuenta con facultades para esa tarea- lo detuvieron para cumplir una orden de arresto derivada de uno de los procesos por daño moral que la empresa Zeta Gas y miembros de la familia Zaragoza han emprendido contra Badillo, director de la revista Contralínea, y Ana Lilia Pérez, reportera de esa misma publicación que teme ser sometida a ese mismo ilegal e inadmisible procedimiento, que acentúa el propósito censor de las demandas civiles de ese género.

La Familia en la opinión de Bertone

La familia, escuela de justicia y paz/Tarciso Bertone
Intervención en el Encuentro Mundial de las Familias, 16 de enero en el Congreso Teológico-Pastoral que precedió al VI Encuentro Mundial de las Familias en la Ciudad de México.
* * *
La familia es escuela de justicia y de paz
Señores cardenales; 
queridos hermanos en el episcopado; 
apreciados hermanos y hermanas en el Señor:
Me complace poder concluir este Congreso teológico-pastoral en el marco del VI Encuentro mundial de las familias, en el cual se ha profundizado el lema propuesto por el Santo Padre Benedicto XVI: "La familia, formadora de los valores humanos y cristianos".
Saludo al señor cardenal Ennio Antonelli, presidente del Consejo pontificio para la familia, al señor cardenal Norberto Rivera Carrera, arzobispo de ciudad de México, así como a los señores cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos y familias procedentes de distintas partes del mundo.
Como legado pontificio deseo hacerme portavoz del mensaje de esperanza y de la buena noticia que es la familia para la sociedad y para la Iglesia. A través de la familia discurre la historia del hombre, la historia de la salvación de la humanidad. Entre los numerosos caminos que la Iglesia sigue para salvar y servir al hombre, "la familia es el primero y el más importante"[1]. La familia no sólo constituye el eje de la vida personal de los hombres, sino también su ámbito social primario y el contexto adecuado de su caminar por la existencia.
El objetivo de mi intervención es señalar cómo la familia es la institución más adecuada para la transmisión de estos dos valores, justicia y paz, que son particulares, porque en ellos se dan cita tanto la dimensión individual como la social de la persona humana, desarrolladas ampliamente en las jornadas anteriores.
Procederé del siguiente modo: tras un breve análisis de la situación actual, intentaré mostrar cómo y por qué la familia es la realización primera de la sociabilidad de la persona. En un segundo momento analizaré las relaciones recíprocas entre sociedad y familia. Sucesivamente señalaré cómo sólo en este marco adecuado es posible el dinamismo del valor de la justicia y de la paz auténtica, para terminar afirmando que sólo la familia fundada en el matrimonio monógamo e indisoluble está en condiciones de transmitir fielmente estos valores.
1. Contexto histórico actual
¿Tiene algo que ofrecer la familia al comienzo del tercer milenio? ¿Se puede prescindir de la familia o se trata más bien de una realidad permanente y con un valor en sí misma? La historia asegura que es mucho y bueno lo que la familia ha aportado a la sociedad y a la Iglesia. Hace posible la misma existencia de la sociedad así como la encarnación del Cuerpo de Cristo a través de los siglos. Históricamente hablando, cuando se lesiona a la persona, al matrimonio o la familia, toda la realidad creada se resiente. La particularidad de la actual coyuntura viene dada por la globalización de los problemas que afectan de un modo u otro a todos los continentes. Asistimos a numerosos conflictos bélicos que amenazan con desestabilizar a regiones enteras. A ello se suma la reciente y profunda crisis económica que está teniendo una fuerte repercusión en todo el mundo.
Si preocupa lo anteriormente dicho, más grave aún es el diagnóstico individualista-nihilista, que se traduce en un pesimismo antropológico exacerbado. Esto se percibe en grandes áreas del planeta donde el malestar y la desconfianza difusos en la sociedad se concreta en numerosos datos. No se puede ignorar el grave invierno demográfico que hace peligrar seriamente sociedades enteras, la falta de sentido de la vida en tantos jóvenes víctimas del alcohol y las drogas, o la extrema violencia y explotación a la que hoy se ve sometida la mujer y los niños, el comercio de órganos y de sexo que destruye a la persona humana, o el abandono de tantos enfermos y ancianos que carecen de la más mínima ayuda asistencial para afrontar los últimos años de vida. También hay que hacer referencia a la crisis del sistema educativo en bastantes naciones incapaces de transmitir el saber integral, o a la inestabilidad político-económica que se cierne sobre muchos países en vías de desarrollo.
En toda esta descripción hay un denominador común que es la injusticia, una falta o ausencia de derechos. Son los derechos humanos, que derivan de la propia naturaleza del ser personal -tanto en el aspecto individual como social-, los que se han pisoteado, menoscabado o incluso eliminado. El individualismo exasperado genera un eco de egoísmo que, como en la historia de Vulcano, es capaz de devorar a sus propios hijos. Y es que el relativismo, el hedonismo y el utilitarismo, en sus diversas variantes y combinaciones, han generado entre otras cosas la comercialización de toda la creación y de lo que es su culminación, es decir, la persona humana (cf. Gaudium et spes, 12).
Con este panorama en el horizonte hay dos alternativas: o el agravamiento de la situación en todo el planeta hasta límites desconocidos hasta el momento, o su resolución aplicando el remedio oportuno. Este deberá construirse con una sana antropología, que restablezca adecuadamente en todos los ámbitos las relaciones deterioradas. Sólo la justicia impregnada por el amor será capaz de devolver la dignidad a la persona y a toda la creación. De este modo se podrá hacer realidad aquella civilización del amor que fue la gran pasión del siervo de Dios el Papa Pablo VI. Pues bien, sólo la familia, comunidad de vida y amor, está en condiciones de regenerar la sociedad a través de la justicia y la paz, porque en ella todo está presidido por el amor. La familia encuentra en el amor su origen y su fin. Y este amor en la familia es el que mejor puede educar en los valores. El amor es de suyo difusivo y, por tanto, la familia es como un vivero donde se cultivan las semillas de justicia y de paz que, aunque con dificultades, transformarán la masa de toda la creación. Por consiguiente, resulta claro que la mejor inversión de los gobiernos será ayudar, proteger y sostener a la familia, porque es la institución sin la cual la sociedad no puede sobrevivir. Es también un motivo de esperanza ver cómo, a pesar de las contrariedades existentes, son muchas las familias que responden con fidelidad a la tarea que tienen confiada. Cada vez son más las instancias que surgen en favor de la familia. Y, sobre todo, se debe recordar que la fidelidad a su misión tiene un efecto multiplicador: la verdad cristiana sobre la familia, anunciada y vivida, encuentra una resonancia continua en el corazón del hombre. Por eso decimos una vez más a las familias, a cada familia: "Familia, sé lo que eres"[2].
2. Familia y sociedad
La familia, como lugar y manifestación más acabada de la persona, no es creación de ninguna época, sino patrimonio de todas las edades y civilizaciones. La familia es mucho más que una unidad jurídica, social y económica, ya que hablar de familia es hablar de vida, de transmisión de valores, de educación, de solidaridad, de estabilidad, de futuro, en definitiva, de amor[3]. La familia es una sabia institución del Creador donde se actualiza la vocación originaria de la persona a la comunión interpersonal, mediante la entrega sincera de sí mismo.
La familia es la célula primaria y original de la sociedad. En ella, el hombre y la mujer viven con pleno sentido su diferenciación y complementariedad, de la que brota la primera relación interpersonal. En este sentido, el matrimonio es la sociedad natural primaria. Esta sociedad primera está llamada a ser plena al engendrar los hijos: la comunión de los cónyuges es el origen de la comunidad familiar.
La familia es la célula original de la sociedad, porque en ella la persona es afirmada por primera vez como persona, por sí misma y de manera gratuita. Está llamada a realizar en la sociedad una función parecida a la que la célula realiza en el organismo. A la familia está ligada la calidad ética de la sociedad. Esta se desarrolla éticamente en la medida en que se deja moldear por todo lo que constituye el bien de la familia.
No todas las formas de convivencia sirven y contribuyen a realizar la auténtica sociabilidad. Es imprescindible que la familia sea familia, es decir, que su historia se desarrolle como una comunidad de vida y amor en la que cada uno de los miembros sea valorado en su irrepetibilidad: como esposo-esposa, padre-madre, hijo-hija, hermano-hermana. De esta forma, la dignidad personal se verá respetada plenamente, ya que las relaciones interpersonales se viven a partir de la gratuidad, es decir, a partir del amor. Esto no se alcanza por el mero hecho de vivir juntos. Se requiere que haya un hogar que sea "acogida cordial, encuentro y diálogo, disponibilidad desinteresada, servicio generoso y solidaridad profunda"[4]. Así, la familia se convierte en el recinto donde se puede formar el verdadero sentido de la libertad, de la justicia y del amor. En libertad, porque sólo desde ella se pueden forjar hombres responsables. Desde la justicia, porque sólo así se respeta la dignidad de los demás. Desde el amor, porque el respeto a los otros se perfecciona en último término cuando se ama a cada uno por sí mismo.
Pero a la familia le corresponde una función social específica fuera del ámbito familiar, que consiste en actuar y tomar parte en la vida social, como familia y en cuanto familia. Pero para contribuir al bien del hombre -humanización- y al bien de la sociedad, es necesario que la familia sea respetuosa con el conjunto de valores que la hacen ser una comunidad de vida y amor. 
A su vez, la sociedad debería tener entre sus tareas fundamentales la consecución del bien común, que podría definirse así: "El bien común no consiste en la simple suma de los bienes particulares de cada sujeto del cuerpo social. Siendo de todos y de cada uno es y permanece común, porque es indivisible y porque sólo juntos es posible alcanzarlo, acrecentarlo y custodiarlo, también en vistas al futuro"[5].
Por su parte, el Catecismo de la Iglesia católica, reproduciendo la definición de Gaudium et Spes (n. 26), concreta el bien común en tres fines o propiedades:
a) el bien común exige el respeto a la persona en cuanto tal, a sus derechos fundamentales e inalienables para que pueda realizar su propia vocación, así como las condiciones para el ejercicio de las libertades naturales.
b) el bien común exige el bienestar social y el desarrollo del grupo mismo. El desarrollo es el resumen de todos los deberes sociales. La autoridad debe decidir, en nombre del bien común, entre los diversos intereses particulares; pero debe facilitar a cada uno lo que necesita para llevar una vida verdaderamente humana: alimento, vestido, salud, trabajo, educación y cultura.
c) el bien común implica finalmente la paz, la estabilidad y la seguridad de un orden justo. La autoridad debe asegurar, por medios honestos, la seguridad de la sociedad y la de cada uno de sus miembros[6].
3. El dinamismo de la justicia y de la paz
Hemos dicho anteriormente que la justicia y la paz son elementos fundamentales del bien común que la sociedad debe procurar y que la familia puede dar y construir. Porque en la familia es donde se da el don de la justicia y de la paz y donde al mismo tiempo se "construye" como tarea propia la justicia y la paz. Detengámonos un momento a considerar un poco más de cerca ambos valores y la relación entre ellos[7].
La paz es uno de los valores transmitidos en ambos Testamentos. Es mucho más que la ausencia de la guerra. La paz representa la plenitud de la vida (cf. Ml 2, 5); es el efecto de la bendición de Dios sobre su pueblo (cf. Nm 6, 26); produce fecundidad, bienestar (cf. Is 48, 18-19) y alegría profunda (cf. Pr 12, 20). Al mismo tiempo, la paz es la meta de la convivencia social, como aparece de forma extraordinaria en la visión mesiánica de la paz, descrita en el libro del profeta Isaías (cf. Is 2, 25). En el Nuevo Testamento, Jesús afirma explícitamente: "Bienaventurados los pacíficos porque serán llamados hijos de Dios" (Mt 5, 9). Él no sólo rechazó la violencia (cf. Mt 26, 52; Lc 9, 54-55), sino que fue más allá cuando dijo: "Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen, bendecid a los que os maldicen y orad por los que os calumnian" (Lc 6, 27-28).
Junto a la luz que proviene de la Escritura, la historia del pensamiento nos muestra que la cultura de la paz supone un orden. Precisamente, según la definición de san Agustín y de Boecio, recogida por santo Tomás de Aquino, la paz se define como la tranquilidad que brota del orden[8]. A su vez, el orden supone la equidad. Santo Tomás define el orden como la disposición de las cosas conforme a un punto de referencia. Pues bien, el "punto de referencia" del orden del que brota la paz es la justicia.
3.1. La justicia, condición para la paz 
La justicia es un valor fundamental de la vida del hombre. Se trata además de una realidad imprescindible para la convivencia humana. La justicia va ligada a la estructura de toda persona independientemente del tiempo, de su edad o cultura. La justicia constituye, junto al bien y a la verdad, la trilogía de los grandes valores y realidades humanas. Por el contrario, la injusticia está relacionada con el mal y la mentira. Por tanto, la plenitud del hombre y la mejora de la sociedad están en relación al bien, a la verdad y a la justicia. La convivencia social pierde su sentido si vence el mal, el error y la injusticia. La justicia nos remite directamente al ius (derecho), y es que sólo se puede hablar de justicia si existen derechos. Por ello, la justicia consiste en dar a cada uno su derecho, lo que le es debido.
La triple distinción entre justicia conmutativa, legal y distributiva, cubre todos los aspectos de la persona, pues aúnan por igual sus derechos y deberes como individuo, a la vez que exigen y protegen sus deberes y derechos que derivan de la sociabilidad radical, que es un constitutivo esencial de su persona. En este sentido, la justicia ha sido el anhelo y la tarea de todos los tiempos. Escribe Platón: "Engendrar justicia es establecer entre las partes del alma una jerarquía que las subordine unas a otras de acuerdo con su naturaleza; siendo, por el contrario, engendrar la injusticia el establecer una jerarquía que somete unos a otros de modo contrario al natural"[9].
Por su parte, la tradición cristiana sostiene la dimensión religiosa innegable de los conceptos de justicia y justo respecto a la conducta del hombre frente a Dios, y señala la relación de la justicia con el orden social.
En este contexto, podemos preguntarnos: ¿hay una doctrina bíblica que demande el valor de la justicia en la sociedad? La respuesta es sí. Abundan los testimonios en el Antiguo y en el Nuevo Testamento que inculcan el precepto de cumplir los deberes de justicia en la convivencia social. El mensaje de Jesús contempla diversos aspectos de la convivencia justa entre los hombres, especialmente en los sinópticos. Como dice la Congregación para la doctrina de la fe, en un documento suyo, "en el Antiguo Testamento, los profetas no dejan de recordar, con particular vigor, las exigencias de la justicia y la solidaridad y de hacer un juicio extremamente severo sobre los ricos que oprimen al pobre (...). La fidelidad a la alianza no se concibe sin la práctica de la justicia. La justicia con respecto a Dios y la justicia con respecto a los hombres son inseparables. Esta doctrina está aún más radicalizada en el Nuevo Testamento como lo demuestra el discurso sobre las Bienaventuranzas"[10].
En nuestros días, la palabra "justicia" es uno de los términos más usados en la vida socio-política. En muchos casos es la palabra "clave" o "comodín" de declaraciones políticas, económicas y sociales en múltiples foros nacionales e internacionales. Este uso continuo, y el abuso que se ha podido hacer de él por parte de algunas ideologías, ha llevado a que el término "justicia" reciba diversas acepciones.
A pesar de la claridad de la definición de justicia, "lo suyo" debe ser bien interpretado y defendido en cada caso como objeto primario. Si no se hace así, la realización de la justicia estará sometida a la arbitrariedad de los poderosos del momento y puede ocurrir que la justicia, que debería ser camino para alcanzar la paz, al perder su verdadero sentido, sea ocasión de violencia incluso extrema.
De la injusticia brota siempre la violencia. En la actualidad, las injusticias sociales, económicas y políticas generan numerosas guerras, tensiones y conflictos. Frente a la guerra, se presenta la paz que es fruto de la justicia y de la solidaridad. "Superando los imperialismos de todo tipo y los propósitos por mantener la propia hegemonía, las naciones más fuertes y más dotadas deben sentirse moralmente responsables de las otras, con el fin de instaurar un verdadero sistema internacional que se base en la igualdad de todos los pueblos y en el debido respeto de sus legítimas diferencias. Los países económicamente más débiles, o que están en el límite de la supervivencia, asistidos por los demás pueblos y por la comunidad internacional, deben ser capaces de aportar a su vez al bien común sus tesoros de humanidad y de cultura, que de otro modo se perderían para siempre"[11].
Pero la paz se realiza también a base de cosas pequeñas, en la vida ordinaria y en el pequeño entorno de cada uno. Los cristianos debemos lanzarnos por todos los caminos de la tierra, para ser sembradores de paz y de alegría con nuestra palabra y con nuestras obras. Ninguna otra realidad como la familia es capaz de construir día a día con su perseverancia la paz que es fruto de la manifestación del orden interior de las familias y también de los pueblos.
4. Familia: encarnación paradigmática entre justicia y caridad
La familia no es para la persona humana una estructura externa y accesoria. Por el contrario, es el ámbito privilegiado para el desarrollo y crecimiento de su personalidad, conforme a las exigencias de la dimensión social constitutiva de la persona. "La familia, fundada en el amor y vivificada por él, es el lugar en donde cada persona está llamada a experimentar, hacer propio y participar en el amor sin el cual el hombre no podría vivir y su vida carecería de sentido"[12]. De ahí que el valor del amor, junto con el de la libertad y de la justicia, ocupe el centro de la función de la familia en la sociedad. En la propuesta cristiana, el primado lo detenta la caridad. La caridad engloba y encarna todas las virtudes, pues consiste en participar de la vida de Cristo, hombre perfecto.
Si es cierto que existen unas diferencias en cuanto a su finalidad específica, caridad y justicia pueden y deben integrarse. Para alcanzar este fin, y si se quiere que ambas virtudes se complementen para solucionar los problemas sociales, hace falta que se cumplan las siguientes tesis:
a) No hay caridad sin justicia: la caridad tiene carácter "de fin", mientras que la justicia cumple el cometido "de medio". Por tanto, así como no se alcanza el fin sin el uso de medios, de modo análogo faltará la caridad en la convivencia si la justicia (medio) está ausente de la vida social. Observando tantas injusticias sociales, cabe concluir que se está aún lejos de alcanzar la caridad.
b) No hay justicia si falta amor: por la misma doctrina de relaciones "medios-fin" se confirma esta tesis, ya que no tiene sentido esforzarse en poner unos medios (justicia) que no están orientados a fin alguno (caridad).
c) El cumplimiento de la justicia es una condición permanente de la caridad: un estado de justicia facilita relaciones estables de caridad entre las personas y, al contrario, la injusticia es fuente constante de conflictos.
Por tanto, es muy conveniente conjuntar el ejercicio de la justicia y la caridad, que "son como las leyes supremas del orden social"[13]. A este respecto, Juan Pablo II escribe: "La justicia por sí sola no es suficiente (...). La experiencia histórica ha llevado a formular esta aserción: summum ius, summa iniuria (el derecho sumo -estricto-, comporta la suma injuria)"[14].
5. Familia: escuela de justicia, de amor y de paz
Diversos datos sociológicos indican que la familia, además de ser la institución más valorada (84% - 97%)[15] y referencial para las personas, es la que contribuye de manera decisiva a la cohesión social. En efecto, las relaciones que se establecen dentro de las familias (relaciones paterno-filiales, relaciones fraternales, relaciones intergeneracionales)[16] fomentan la responsabilidad social del grupo familiar.
¿Cómo procura la familia la cohesión social? Según distintos indicadores sociológicos[17], la familia aporta la cohesión social a través de la fecundidad, que es la que asegura la continuidad generacional y donde se aprende la "identidad" (soy hijo porque tengo un padre, soy padre porque tengo un hijo), que consolidan el "arraigo identitario" como elemento configurador de la personalidad.
Por otra parte, la familia, debido a la gratuidad que impera en su naturaleza y dinamismo, puede transmitir los valores morales y procurar una asistencia integral, ya que la familia es uterus spirituale. En estas condiciones, la familia está posibilitada para realizar lo que le es propio (principio de subsidiariedad) y que consiste en su papel educador de las nuevas generaciones. Otras instancias e instituciones no deben arrogarse funciones que no le son propias. La familia, en cambio, debido a su vocación de permanencia en el tiempo, es el recinto donde se desarrollan, forjan y transmiten los valores sustanciales de la persona, que no son sólo los técnicos, sino también y fundamentalmente los valores espirituales.
En efecto, la complementariedad de los padres y el compromiso estable de los esposos posibilitan el papel de la educación integral que reclama constancia, entrega y dedicación duradera. Nunca termina ese proceso educativo, de tal forma que la referencia familiar es imprescindible para la forja de una personalidad madura que aporte a la sociedad los valores que le han sido transmitidos en el núcleo familiar. Como bellamente ha expresado Margarita Dubois "los hijos no crecen bajo sus padres, sino a su lado. No bajo su sombra sino a su luz".
La familia es escuela de justicia y de paz porque educa en y para la verdad[18], en y para la libertad, en y para la vida social. La actividad genuinamente educativa de la familia es "sentar las raíces de la verdad en las alas de la libertad". En este círculo entre verdad y libertad es donde se pueden transmitir original y creativamente los valores del diálogo, el seguimiento, la responsabilidad, la exigencia, la disciplina, el respeto, el sacrificio y el equilibrio. ¿Está convencida la sociedad de que estos y otros valores hacen falta para construir entre todos una sociedad justa y pacífica? He aquí, pues, la linfa oxigenada que la familia puede aportar a la sociedad. El capital social que la familia aporta es de indudable valor, ya que permite desplegar en plenitud las dimensiones individuales y sociales que tiene todo ser humano. De aquí que el sentido común y la lógica apuesten por robustecer cada día más la familia como verdadero manantial de justicia y de paz.
Por encima de las amenazas y dificultades que hoy se presentan de tantas formas contra la convivencia y las relaciones entre las personas y entre los pueblos, la familia está llamada a ser protagonista de la paz. Es el lugar en el que cada persona es ayudada a alcanzar su plena madurez que le permita construir una sociedad de armonía, solidaridad y de paz[19]. En efecto, en una vida familiar sana se experimentan algunos elementos esenciales de la paz: la justicia y el amor entre hermanos y hermanas, la función de la autoridad manifestada por los padres, el servicio afectuoso a los más débiles, a los ancianos y a los enfermos, la ayuda mutua en las necesidades de la vida, la disponibilidad para acoger al otro y, si fuera necesario, para perdonarlo. Por eso, la familia es la primera e insustituible educadora de la paz[20]. La experiencia muestra suficientemente que los valores cultivados en la familia son un elemento muy significativo en el desarrollo moral de las relaciones sociales que configuran el tejido de la sociedad. De la unidad, fidelidad y fecundidad de la familia, como fundamento de la sociedad, dependen la estabilidad de los pueblos.
Cuantos integran la familia han de ser conscientes de su protagonismo en la causa de la paz mediante la educación en los valores humanos en su interior, y hacia fuera con la participación de cada uno de sus miembros en la vida de la sociedad. Y también ha de serlo el Estado que, reconociendo el derecho de la familia a ser apoyada en esa función, debe procurar que las leyes estén orientadas a promoverla, ayudándola en la realización de las tareas que le corresponden. "Frente a la tendencia cada vez más difundida a legitimar, como sucedáneos de la unión conyugal, formas de unión que por su naturaleza intrínseca o por su intención transitoria no pueden expresar de ningún modo el significado de la familia y garantizar su bien, es deber del Estado reforzar y proteger la genuina institución familiar, respetando su configuración natural y sus derechos innatos e inalienables. Entre éstos, es fundamental el derecho de los padres a decidir libre y responsablemente en base a sus convicciones morales y religiosas y a su conciencia adecuadamente formada cuándo tener un hijo, para después educarlo en conformidad con tales convicciones"[21]. Apoyar a la familia en los diversos ámbitos en los que desarrolla su existencia es contribuir de manera objetiva a la construcción de la paz. Y "quien obstaculiza la institución familiar, aunque sea inconscientemente, hace que la paz de toda la comunidad, nacional e internacional, sea frágil, porque debilita lo que, de hecho, es la principal 'agencia' de paz"[22].
Si la quiebra de la familia es una amenaza para la paz y signo del subdesarrollo moral y económico de la sociedad, su salud, en cambio, se mide en gran medida por la importancia que se da a las condiciones que favorecen la identidad y misión de las familias. No se puede ignorar que las ayudas a la familia contribuyen a la armonía de la sociedad y de la nación, y eso favorece la paz entre los hombres y en el mundo. Proteger y defender los derechos de las familias como un tesoro es tarea que corresponde a todos. En primer lugar, a las familias como protagonistas de su propia misión. Pero también a otras instituciones, de manera particular a la Iglesia y al Estado. El futuro de la sociedad, el futuro de la humanidad pasa por la familia.
Conclusión
Ahora podemos responder sintéticamente a la pregunta inicial, ¿qué aporta la familia a la sociedad?, de la siguiente forma:
1. La familia es garantía de futuro para la sociedad. En ella se transmite el bien fundamental de la vida humana y se dan las condiciones idóneas para la educación integral de los hijos. Ella es la que procura el tesoro de la generación y la que contribuye decisivamente a que los hijos sean buenos ciudadanos.
2. La familia es transmisora del patrimonio cultural. "Es en el seno de la familia donde se trasmite la cultura como un modo específico del existir y del ser del hombre"[23]. En la familia comienza a forjarse la integración de cada individuo en su comunidad nacional -lengua, costumbres, tradiciones-, asegurando la subsistencia del pueblo al que cada uno pertenece. En ella se va conociendo la historia a través del diálogo con los padres y los abuelos, un diálogo entre generaciones de singular importancia, que produce esa memoria viviente que forja la identidad personal.
3. La familia aporta a la sociedad mucho más de lo que haría la suma de cada uno de sus miembros porque en ella se cultiva el bien común. Por eso, sin la familia, la sociedad no recibiría ese plus propio de la familia. Como hemos señalado, el bien común familiar no consiste sólo en lo que es bueno para cada uno de sus componentes, sino en lo que es bueno para su conjunto, alimentando así el desarrollo y la cohesión social.
4. La familia, además de garantía de estabilidad, es ventajosa para las administraciones. En efecto, la familia, además de proporcionar sujetos de producción económica, es un factor de cohesión social que en muchas ocasiones actúa como "colchón solidario" ante diversas coyunturas adversas. En la actualidad, la familia se ha convertido en el núcleo de estabilidad para los miembros con problemas de desempleo, enfermedad, dependencia o marginación, aliviando los efectos dramáticos que dichos problemas ocasionan. La familia es hoy el primer núcleo de solidaridad dentro de la sociedad, que logra lo que las administraciones públicas difícilmente pueden cubrir.
5. La familia es el primer promotor de los derechos del hombre, pues tanto éstos como la misión de la familia tienen como destinatario último a la persona.
6. La familia y la sociedad son interdependientes, por lo que todo lo que afecte a la sociedad[24], tarde o temprano, afectará a la familia y viceversa. Por este motivo se puede afirmar:
a) La familia personaliza la sociedad. En la familia se valora a las personas por su propia dignidad, se establece el vínculo afectivo y se favorece el desarrollo y la maduración personal de los hijos a través de la presencia y la influencia de los modelos distintos y complementarios del padre y la madre.
b) La familia socializa la persona. En ella se aprenden los criterios, los valores y las normas de convivencia esenciales para el desarrollo y bienestar de sus propios miembros y para la construcción de la sociedad: libertad, respeto, sacrificio, generosidad, solidaridad.
En estos días pasados hemos contemplado a la Sagrada Familia en Belén y en Nazaret. La Sagrada Familia está llamada a ser memoria y profecía para todas las familias del mundo. En ella, el Verbo de Dios vivió y, a través de la familia, nos transmitió gran parte de su vida, que es para todo hombre luz para conocer la inmensidad a la que ha sido llamado: construir ya en esta tierra "el reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz"[25]. Desde el corazón de México, éste es el don y la tarea a la que se convoca a todas las familias del mundo. Que a ello nos ayude la materna intercesión de Nuestra Señora de Guadalupe.
Muchas gracias.
Notas
[1] Juan Pablo II, carta a las familias "Gratissimam sane", 2 de febrero de 1994, 2.
[2] Juan Pablo II, exh. ap. Familiaris consortio, 17.
[3] "La familia, en cuanto es y debe ser siempre comunión y comunidad de personas, encuentra en el amor la fuente y el estímulo incesante para acoger, respetar y promover a cada uno de sus miembros en la altísima dignidad de personas, esto es, de imágenes vivientes de Dios" (ib., 22).
[4] Ib., 43.
[5] Consejo pontificio "Justicia y paz", Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 164.
[6] Cf. Catecismo de la Iglesia católica, nn. 1907-1909.
[7] Cf. Consejo pontificio "Justicia y paz", Compendio de la doctrina social de la Iglesia, nn. 489-493.
[8] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 29, a. 1.
[9] Platón, República, IV, 18 44 d.
[10] Instrucción sobre algunos aspectos de la teología de la liberación, Libertatis nuntius, 6 de agosto de 1994, nn. 6-10.
[11] Juan Pablo II, carta enc. Sollicitudo rei socialis, 39.
[12] Juan Pablo II, Discurso al Congreso teológico-pastoral del II Encuentro mundial de las familias, Río de Janeiro, 3 de octubre de 1997, n. 3; cf. Familiaris consortio, 18.
[13] Juan XXIII, carta enc. Mater et Magistra, n. 39. Cf. santo Tomás de Aquino, Contra gentiles, 3, 130; Pío XI, carta enc. Quadragesimo anno, n. 137; Juan Pablo II, carta enc. Dives in misericordia, n. 12.
[14] "Por sí sola la justicia no basta. Más aún, puede llegar a negarse a sí misma, si no se abre a la fuerza más profunda que es el amor" (Juan Pablo II, Mensaje para la celebración de la Jornada mundial de la paz de 2004, n. 10).
[15] Cf. P. P. Donati (a cura di), Riconoscere la famiglia: quale valore aggiunto per la persona e la società?, edizioni San Paolo, Cinisello Balsamo 2007, pp. 63-173.
[16] Cf. Consejo pontificio para la familia, XVIII Asamblea plenaria: "I nonni: la loro testimonianza e presenza nella famiglia" Familia et Vita, Anno XIV, n. 4/2008.
[17] Cf. E. Herltfelter, I Congreso de educación católica para el siglo XXI, ed. Instituto de política familiar, Valencia 2008.
[18] "Donde y cuando el hombre se deja iluminar por el resplandor de la verdad, emprende de modo casi natural el camino de la paz" (Benedicto XVI, Mensaje para la celebración de la Jornada mundial de la paz de 2006, n. 3).
[19] "...Respetando a la persona se promueve la paz, y construyendo la paz se ponen las bases para un auténtico humanismo integral. Así es como se prepara el futuro sereno para las nuevas generaciones" (Benedicto XVI, Mensaje para la celebración de la Jornada mundial de la paz de 2007, n. 1).
[20] Cf. Benedicto XVI, Mensaje para la celebración de la Jornada mundial de la paz de 2008, n. 3.
[21] Juan Pablo II, Mensaje para la celebración de la Jornada mundial de la paz de 1993, n. 5.
[22] Benedicto XVI, Mensaje para la celebración de la Jornada mundial de la paz de 2008, n. 5.
[23] Cf. Juan Pablo II, Discurso a la Unesco, 2 de junio de 1980, n. 6.
[24] "¿Cuál será el grado de moralidad pública que asegure a la familia, y sobre todo a los padres, la autoridad moral necesaria para este fin? ¿Qué tipo de instrucción? ¿Qué formas de legislación sostienen esta autoridad o, al contrario, la debilitan o destruyen? Las causas del éxito o del fracaso en la formación del hombre por su familia se sitúan siempre a la vez en el interior mismo del núcleo fundamentalmente creador de la cultura, que es la familia, y también a un nivel superior, el de la competencia del Estado y de los órganos, de quienes las familias dependen" (ib., n. 12).
[25] Misal romano, Prefacio de la misa de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo.

Mensaje papal sobre Las Familias

Milán será la sede del próximo Encuentro Mundial de las Familias en la primavera de 2012, según anunció Benedicto XVI. Hablando en español, el pontífice dio las gracias al cardenal Dionigi Tettamanzi, arzobispo de Milán por "su amabilidad al aceptar este importante compromiso".
"Nos vemos en Milán si Dios quiere", dijo en español.
Los Encuentros Mundiales de las Familias fueron creados por Juan Pablo II, quien convocó el primero en Roma, en el año 1994, con motivo del Año Internacional de la Familia convocado por las Naciones Unidas. Los siguientes encuentros se han celebrado en Río de Janeiro (1997), Roma (2000, año del gran Jubileo), Manila (2003), Valencia (2006) y México (2009).
***
Mensaje que Benedicto XVI dirigió este domingo en directo por televisión a los peregrinos que participaban en la celebración eucarística, presidida por el legado pontificio, el cardenal Tarcisio Bertone, en la explanada del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe.
* * *
Queridos hermanos y hermanas:
1. Les saludo a todos us
tedes con afecto al término de esta solemne celebración Eucarística con la cual se está concluyendo el VI Encuentro Mundial de las Familias en la Ciudad de México. Doy gracias a Dios por tantas familias que, sin ahorrar esfuerzos, se han congregado en torno al altar del Señor.
Saludo de modo especial al Señor Cardenal Secretario de Estado, Tarcisio Bertone, que ha presidido esta celebración como mi Legado. Quiero expresar mi afecto y mi gratitud al Señor Cardenal Ennio Antonelli, así como a los miembros del Consejo Pontificio para la Familia, que él preside, al Señor Cardenal Arzobispo Primado de México, Norberto Rivera Carrera, y a la Comisión Central que se ha ocupado de la organización de este VI Encuentro Mundial. Mi reconocimiento se extiende a todos los que con su abnegada dedicación y entrega han hecho posible su realización. Saludo también a los Señores Cardenales y Obispos presentes en la celebración, en particular a los miembros de la Conferencia del Episcopado Mexicano, y a las Autoridades de esa querida Nación, que generosamente han acogido y hecho posible este importante acontecimiento.
Los mexicanos saben bien que están muy cerca del corazón del Papa. Pienso en ellos y presento a Dios Padre sus alegrías y sus esperanzas, sus proyectos y sus preocupaciones. En México el Evangelio ha arraigado profundamente, forjando sus tradiciones, su cultura y la identidad de sus nobles gentes. Se ha de cuidar ese rico patrimonio para que siga siendo manantial de energías morales y espirituales para afrontar con valentía y creatividad los desafíos de hoy y ofrecerlo como don precioso a las nuevas generaciones.
He participado con alegría e interés en este Encuentro Mundial, sobre todo con mi oración, dando orientaciones específicas y siguiendo atentamente su preparación y desarrollo. Hoy, a través de los medios de comunicación, he peregrinado espiritualmente hasta ese Santuario Mariano, corazón de México y de toda América, para confiar a Nuestra Señora de Guadalupe a todas las familias del mundo.
2. Este Encuentro Mundial de las Familias ha querido alentar a los hogares cristianos a que sus miembros sean personas libres y ricas en valores humanos y evangélicos, en camino hacia la santidad, que es el mejor servicio que los cristianos podemos brindar a la sociedad actual. La respuesta cristiana ante los desafíos que debe afrontar la familia y la vida humana en general consiste en reforzar la confianza en el Señor y el vigor que brota de la propia fe, la cual se nutre de la escucha atenta de la Palabra de Dios. Qué bello es reunirse en familia para dejar que Dios hable al corazón de sus miembros a través de su Palabra viva y eficaz. En la oración, especialmente con el rezo del Rosario, como se hizo ayer, la familia contempla los misterios de la vida de Jesús, interioriza los valores que medita y se siente llamada a encarnarlos en su vida.
3. La familia es un fundamento indispensable para la sociedad y los pueblos, así como un bien insustituible para los hijos, dignos de venir a la vida como fruto del amor, de la donación total y generosa de los padres. Como puso de manifiesto Jesús honrando a la Virgen María y a San José, la familia ocupa un lugar primario en la educación de la persona. Es una verdadera escuela de humanidad y de valores perennes. Nadie se ha dado el ser a sí mismo. Hemos recibido de otros la vida, que se desarrolla y madura con las verdades y valores que aprendemos en la relación y comunión con los demás. En este sentido, la familia fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer expresa esta dimensión relacional, filial y comunitaria, y es el ámbito donde el hombre puede nacer con dignidad, crecer y desarrollarse de un modo integral. (Cf. Homilía en la Santa Misa del V Encuentro Mundial de las Familias, Valencia, 9 de julio de 2006).
Sin embargo, esta labor educativa se ve dificultada por un engañoso concepto de libertad, en el que el capricho y los impulsos subjetivos del individuo se exaltan hasta el punto de dejar encerrado a cada uno en la prisión del propio yo. La verdadera libertad del ser humano proviene de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, y por ello debe ejercerse con responsabilidad, optando siempre por el bien verdadero para que se convierta en amor, en don de sí mismo. Para eso, más que teorías, se necesita la cercanía y el amor característicos de la comunidad familiar. En el hogar es donde se aprende a vivir verdaderamente, a valorar la vida y la salud, la libertad y la paz, la justicia y la verdad, el trabajo, la concordia y el respeto.
4. Hoy más que nunca se necesita el testimonio y el compromiso público de todos los bautizados para reafirmar la dignidad y el valor único e insustituible de la familia fundada en el matrimonio de un hombre con una mujer y abierto a la vida, así como el de la vida humana en todas sus etapas. Se han de promover también medidas legislativas y administrativas que sostengan a las familias en sus derechos inalienables, necesarios para llevar adelante su extraordinaria misión. Los testimonios presentados en la celebración de ayer muestran que también hoy la familia puede mantenerse firme en el amor de Dios y renovar la humanidad en el nuevo milenio.
5. Deseo expresar mi cercanía y asegurar mi oración por todas las familias que dan testimonio de fidelidad en circunstancias especialmente arduas. Aliento a las familias numerosas que, viviendo a veces en medio de contrariedades e incomprensiones, dan un ejemplo de generosidad y confianza en Dios, deseando que no les falten las ayudas necesarias. Pienso también en las familias que sufren por la pobreza, la enfermedad, la marginación o la emigración. Y muy especialmente en las familias cristianas que son perseguidas a causa de su fe. El Papa está muy cerca de todos ustedes y les acompaña en su esfuerzo de cada día.
6. Antes de concluir este encuentro, me complace anunciar que el VII Encuentro Mundial de las Familias tendrá lugar, Dios mediante, en Italia, en la ciudad de Milán, el año 2012, con el tema: "La familia, el trabajo y la fiesta". Agradezco sinceramente al Señor Cardenal Dionigi Tettamanzi, Arzobispo de Milán, su amabilidad al aceptar este importante compromiso.
7. Confío a todas las familias del mundo a la protección de la Virgen Santísima, tan venerada en la noble tierra mexicana bajo la advocación de Guadalupe. A Ella, que nos recuerda siempre que nuestra felicidad está en hacer la voluntad de Cristo (Cf. Jn 2,5), le digo ahora: Madre Santísima de Guadalupe,
que has mostrado tu amor y tu ternura
a los pueblos del continente americano,
colma de alegría y de esperanza a todos los pueblos
y a todas las familias del mundo.
A Ti, que precedes y guías nuestro camino de fe
hacia la patria eterna,
te encomendamos las alegrías, los proyectos,
las preocupaciones y los anhelos de todas las familias.Oh María,
a Ti recurrimos confiando en tu ternura de Madre.
No desoigas las plegarias que te dirigimos
por las familias de todo el mundo
en este crucial período de la historia,
antes bien, acógenos a todos
en tu corazón de Madre
y acompáñanos en nuestro camino hacia la patria celestial.
Amén.
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Videomensaje de Benedicto XVI al evento testimonial del Encuentro de las Familias
Nota de la agencia Zenit: "El videomensaje no pudo transmitirse en la explanada de la Basílica de Guadalupe, como estaba previsto al final del evento, a causa del frío y la lluvia. Fue presentado este domingo antes de que comenzara la misa de clausura del Encuentro Mundial."
* * *
Queridos hermanos y hermanas,
Queridas familias
1. A todos ustedes congregados para celebrar el VI Encuentro Mundial de las Familias bajo la maternal mirada de Nuestra Señora de Guadalupe, "les deseo la gracia y la paz de Dios Padre y del Señor Jesucristo" (2 Ts 1,2).
Acaban de rezar el Santo Rosario, contemplando los misterios gozosos del Hijo de Dios hecho hombre, que nació en la familia de María y José, y creció en Nazaret dentro de la intimidad doméstica, entre las ocupaciones diarias, la oración y las relaciones con los vecinos. Su familia lo acogió y lo protegió con amor, lo inició en la observancia de las tradiciones religiosas y de las leyes de su pueblo, lo acompañó hacia la madurez humana y hacia la misión a la cual estaba destinado. "Y Jesús -dice el Evangelio de San Lucas- crecía en sabiduría, edad y gracia delante de Dios y de los hombres" (Lc 2,52).
Los misterios gozosos se han ido alternando con el testimonio de algunas familias cristianas provenientes de los cinco continentes, que son como un eco y un reflejo en nuestro tiempo de la historia de Jesús y su familia. Estos testimonios nos han mostrado cómo la semilla del Evangelio continúa germinando y dando fruto en las diversas situaciones del mundo de hoy.
2. El tema de este VI Encuentro Mundial de las Familias -La familia formadora en los valores humanos y cristianos- viene a recordar que el ambiente doméstico es una escuela de humanidad y de vida cristiana para todos sus miembros, con consecuencias beneficiosas para las personas, la Iglesia y la sociedad. En efecto, el hogar está llamado a vivir y cultivar el amor recíproco y la verdad, el respeto y la justicia, la lealtad y la colaboración, el servicio y la disponibilidad para con los demás, especialmente para con los más débiles. El hogar cristiano, que debe "manifestar a todos la presencia viva del Salvador en el mundo y la naturaleza auténtica de la Iglesia" (Gaudium et spes, 48), ha de estar impregnado de la presencia de Dios, poniendo en sus manos el acontecer cotidiano y pidiendo su ayuda para cumplir adecuadamente su imprescindible misión.
3. Para ello es de suma importancia la oración en familia en los momentos más adecuados y significativos, pues, como el Señor mismo ha asegurado: "Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, yo estoy ahí en medio de ellos" (Mt 18,20). Y el Maestro está ciertamente con la familia que escucha y medita la Palabra de Dios, que aprende de Él lo más importante en la vida (cfr. Lc 10,41-42) y pone en práctica sus enseñanzas (cf. Lc 11, 28). De este modo, se transforma y se mejora gradualmente la vida personal y familiar, se enriquece el diálogo, se transmite la fe a los hijos, se acrecienta el gusto de estar juntos y el hogar se une y consolida más, como una casa construida sobre roca (cf. Mt 7,24-25). No dejen los Pastores de ayudar a las familias a que gusten fructuosamente la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura.
4. Con la fuerza que brota de la oración, la familia se transforma en una comunidad de discípulos y misioneros de Cristo. En ella se acoge, se transmite y se irradia el Evangelio. Como decía mi venerado predecesor el Papa Pablo VI: "Los padres no sólo comunican a los hijos el Evangelio, sino que pueden a su vez recibir de ellos este mismo Evangelio profundamente vivido" (Evangelii nuntiandi, 71).
La familia cristiana, viviendo la confianza y la obediencia filial a Dios, la fidelidad y la acogida generosa de los hijos, el cuidado de los más débiles y la prontitud para perdonar, se convierte en un Evangelio vivo, que todos pueden leer (Cf. 2 Co 3,2), en signo de credibilidad quizás más persuasivo y capaz de interpelar al mundo de hoy. Ha de llevar también su testimonio de vida y su explícita profesión de fe a los diversos ámbitos de su entorno, como la escuela y las diversas asociaciones, así como comprometerse en la formación catequética de sus hijos y las actividades pastorales de su comunidad parroquial, especialmente aquellas relacionadas con la preparación al matrimonio o dirigidas específicamente a la vida familiar.
5. La convivencia en el hogar, al mostrar que libertad y solidaridad se complementan, que el bien de cada uno ha de contar con el bien de los otros, que las exigencias de la estricta justicia han de estar abiertas a la comprensión y el perdón en aras de un bien común, es un don para las personas y una fuente de inspiración para la convivencia social. En efecto, las relaciones sociales pueden tomar como referencia los valores constitutivos de la auténtica vida familiar para humanizarse cada día más y encaminarse hacia la construcción de "la civilización del amor".
Además, la familia es también célula vital de la sociedad, el primer y decisivo recurso para su desarrollo, y tantas veces el último amparo de las personas a las que las estructuras establecidas no llegan a cubrir satisfactoriamente en sus necesidades.
Por su función social esencial, la familia tiene derecho a ser reconocida en su propia identidad y a no ser confundida con otras formas de convivencia, así como a poder contar con la debida protección cultural, jurídica, económica, social, sanitaria y, muy particularmente, con un apoyo que, teniendo en cuenta el número de los hijos y los recursos económicos disponibles, sea suficiente para permitir la libertad de educación y de elección de la escuela.
Es necesario, por tanto, desarrollar una cultura y una política de la familia, que sean impulsadas también de manera organizada por las familias mismas. Por ello las aliento a unirse a las asociaciones que promueven la identidad y los derechos de la familia, según una visión antropológica coherente con el Evangelio, así como invito a dichas asociaciones a coordinarse y a colaborar entre ellas para que su actividad sea más incisiva.
6. Al terminar, exhorto a todos ustedes a tener una gran confianza, pues la familia está en el corazón de Dios, Creador y Salvador. Trabajar por la familia es trabajar por el futuro digno y luminoso de la humanidad y por la edificación del Reino de Dios. Invoquemos unidos humildemente la gracia divina, para que nos ayude a colaborar con ahínco y alegría en la noble causa de la familia, llamada a ser evangelizada y evangelizadora, humana y humanizadora. En esta hermosa tarea, nos acompaña con su maternal intercesión y con su protección celestial la Santísima Virgen María, a quien hoy invoco con el glorioso título de Nuestra Señora de Guadalupe, y en cuyas manos de Madre pongo a las familias de todo el mundo.
Muchas gracias.
Texto original en español

La Cuba de Raúl


La Cuba de Raúl/Rafael Rojas, historiador cubano.
publicado en EL PAÍS (http://www.elpais.com/), 18/01/2009;
La Revolución, en cualquiera de sus acepciones, cumple 50 años, pero el último Gobierno cubano, el de Raúl Castro, llega apenas a su primer aniversario. Si hubiera que hacer balance del primer ejercicio de esta Administración, asumiéndola desde las normas analíticas de cualquier democracia del planeta, diríamos que el Gobierno del menor de los Castro se ha caracterizado por dos cosas: levantar una expectativa de reformas económicas -no realizadas- y diversificar las relaciones internacionales de la isla.
Entre el 24 de febrero de 2008, cuando asumió el poder, y el verano de ese año, Raúl Castro pronunció varios discursos en los que habló de la necesidad de “cambios estructurales y de concepto”, y de la derogación de restricciones innecesarias y obsoletas. La ciudadanía de la isla y del exilio y la comunidad internacional tradujeron aquellos discursos como el inminente anuncio de un paquete de reformas que incluiría una flexibilización del régimen de propiedad, un ajuste de precios y salarios, y la eliminación de algunas trabas a derechos civiles, como el permiso gubernamental de entrada y salida del país.
Tras una tímida liberalización del consumo y la entrega de tierras a los campesinos en usufructo, las principales reformas esperadas no llegaron. La explicación de la parálisis osciló entre un cambio de prioridades generado por los huracanes Gustav e Ike, que azotaron la isla en el verano, y una recuperación física de Fidel Castro, documentada por médicos y amigos, y por el incremento notable de “reflexiones” del Comandante en los meses previos a las elecciones en Estados Unidos. En su última comparecencia ante la Asamblea Nacional, Raúl atribuyó la postergación de las reformas a la “crisis económica internacional” desatada a fines del 2008.
El otro elemento distintivo del primer año de gobierno de Raúl -la diversificación de las relaciones internacionales- no está desconectado de las expectativas de reforma. La consolidación de las relaciones con China y Rusia, la derogación de sanciones de la Unión Europea y el restablecimiento del diálogo con España, además del importante relanzamiento de los vínculos con América Latina -prioridad de la relación con Brasil, ingreso al Grupo de Río, normalización diplomática con México, viajes de Martín Torrijos, Rafael Correa, Cristina Fernández, Michelle Bachelet y Felipe Calderón a La Habana-, están ligados a la esperanza de que el Gobierno de Raúl emprenda cambios.
El canciller Pérez Roque dijo en Moscú que si Estados Unidos levanta el embargo comercial, Cuba será “el país más libre del planeta”. El propio Raúl Castro afirmó recientemente que su Gobierno está dispuesto a “discutir” con la nueva Administración de Barack Obama si ésta lo desea. “Discutir” significa, naturalmente, algo más que dialogar: intercambiar desacuerdos, negociar diferendos. Ambas declaraciones implican un reconocimiento de los deseos de cambio que predominan en la comunidad internacional, que comparten la UE y América Latina, España y Brasil, pero que se ocultan bajo la corrección diplomática del “diálogo” y el “entendimiento”.
Cuando Raúl Castro afirma que es un “comunista” partidario del “pluralismo” internacional, está diciendo que Cuba ha pasado, finalmente, de una diplomacia intervencionista a otra aislacionista. La Cuba de Raúl estaría renunciando a promover su socialismo entre las izquierdas y las derechas latinoamericanas -algo que, desde la perspectiva del último Fidel, el de la “batalla de ideas” y la alianza frenética con Chávez y Morales, sería inconcebible- a cambio de que esas izquierdas y esas derechas no presionen a Cuba para que se democratice. El aislacionismo de la Cuba de Raúl viene acompañado de una estrategia regional hacia la isla, en la que el liderazgo de Chávez y Morales es compensado o desplazado por el de Lula y Bachelet.
La ausencia de presión, que esos países contraponen a la estrategia punitiva de Estados Unidos, no significa que, por otros medios, las nuevas izquierdas latinoamericanas traten de incentivar una apertura de la economía y la política cubanas. Cuando algunos presidentes y cancilleres de la región apelan a la “doctrina de la diversidad” y dicen que “Cuba ha elegido el socialismo”, es decir, el partido único y la economía de Estado, como modelo, sólo están llamando a que se abandone el embargo y el aislamiento como métodos de democratización. Aun así, tres países bien posicionados en la nueva política exterior de La Habana (Brasil, México y Chile) tuvieron buenas relaciones con los Estados Unidos de Bush y tendrán buenas relaciones con los Estados Unidos de Obama.
A excepción de Chávez y otros líderes de tendencia autoritaria y antiamericana, los gobernantes de esa izquierda democrática saben que el modelo elegido por las élites cubanas -no por la ciudadanía de la isla y del exilio- desde hace 50 años es inadecuado para fomentar el crecimiento económico, el pluralismo político y la justicia social. Ninguno de esos gobiernos, ni siquiera el venezolano, ha seguido el camino de Cuba, aunque todos coinciden en que la política de Estados Unidos hacia la isla ha sido un fracaso y que la plena incorporación de La Habana a los foros regionales puede ser el modo más eficaz de alentar reformas.
La Cuba de Raúl es más una promesa que una realidad, pero es tan equivocado concluir, como algunos líderes en el exilio, que la nueva estrategia latinoamericana está desprovista de toda voluntad reformista o democratizadora, como suponer, a la manera de los gobernantes cubanos, que esas izquierdas siguen adorando al totalitarismo habanero como hace, todavía, dos décadas. La “solidaridad con Cuba” no es hoy una muestra de admiración ideológica, sino una resuelta oposición a la política de Washington, una apuesta pragmática por la integración comercial y diplomática de la región y una sutil reacción contra el protagonismo de Chávez.
Buena parte del despliegue diplomático de los últimos meses entre América Latina y Cuba tiene que ver con el traspaso de poderes que sucede en Estados Unidos. Las izquierdas latinoamericanas sienten, algunas con placer, la ausencia de su vecino en la región, provocada por el desinterés de la vieja Administración y por la falta de estrategia hemisférica de la nueva. Cuando Washington regrese a la región, el tema de Cuba reaparecerá en buena parte de sus intercambios con las cancillerías latinoamericanas y, probablemente, veremos con mayor claridad el aspecto democratizador de la nueva diplomacia regional.
Ideológicamente hablando, la Cuba de Raúl es el comunismo vuelto nacionalismo o el “socialismo en un solo país”, como decía el Stalin anterior a la Segunda Guerra Mundial. El relato que lo sostiene es una brutal simplificación de la historia, según el cual, Estados Unidos ha querido apoderarse de la isla desde fines del siglo XVIII o principios del XIX, y Cuba ha tenido que blindarse políticamente, bajo la forma totalitaria, para salvar su independencia. La Cuba de Raúl pide, por tanto, que las democracias latinoamericanas y europeas se relacionen con un comunismo del Caribe como si se tratara de una especificidad cultural.
El socialismo cubano, como cualquier otro régimen político de América Latina, está rebasado de problemas domésticos y no puede darse el lujo de andar presionando a los capitalismos y las democracias vecinas, y pide lo mismo a cambio. Sin embargo, la aspiración a que los temas de derechos humanos y democracia sean dejados a un lado, en la negociación con América Latina o Europa, mientras una nueva élite del poder se consolida en La Habana, es quimérica. Estados Unidos, bajo una Administración mejor vista en el mundo, como la del demócrata Barack Obama, tal vez se encargue de que eso no suceda.
La nueva relación entre la comunidad internacional y el Gobierno de Raúl Castro podría estar basada en un equívoco. El mundo quiere que Cuba cambie, cree que su Gobierno tiene la voluntad de cambiar y ese Gobierno le hace creer al mundo que desea el cambio. Sin embargo, a partir de una observación elemental de su primer año, no hay evidencias suficientes para asegurar que la Cuba de Raúl cambia en lo esencial. Si La Habana no inicia pronto las reformas que Cuba necesita, América Latina y Europa tendrán que reevaluar sus políticas hacia la isla.

El profesor Reyes Mate

La herencia del olvido/Reyes Mate, es profesor de Investigación del CSIC y autor de Medianoche en la historia.
Publicado en EL PAÍS (www.elpaís.com), 18/01/09;
La admisión a trámite por la Audiencia Nacional de la querella contra el asesinato de los jesuitas de El Salvador, hace 20 años, es el último episodio de un pasado que se niega a desaparecer. Su presencia incomoda a los responsables políticos salvadoreños, que se han apresurado a denunciar lo desestabilizador del caso, igual que los desaparecidos cuestionan la democracia en Argentina o los muertos en las cunetas españolas, la transición política. Son todos casos diferentes, pero tienen en común la resistencia del pasado vencido a darse por satisfecho con lo que la historia ha hecho con ellos y con lo que ha sido de la política que les ha sobrevivido.
Esa resistencia en el caso español es desconcertante. ¿Cómo se puede decir que haya habido olvido o menoscabo del pasado, se preguntan historiadores y protagonistas políticos, si hubo dos amnistías que fueron queridas, pactadas y celebradas por representantes de las dos Españas seculares?
Para avanzar ordenadamente en el debate actual entre defensores y críticos del uso de la memoria, habría que explicar que la memoria que ahora aflora tiene un contenido distinto al de la memoria que quedó saldada en el momento de la transición con las susodichas amnistías.
Hay que distinguir entre la memoria de los supervivientes o herederos de la Guerra Civil y la de las víctimas de la misma. Los primeros decidieron libremente clausurar un pasado fratricida. Nadie imaginaba entonces que las víctimas tuvieran algo propio que decir. Eran invisibles o mejor in-significantes. La política es de los vivos y con los muertos sólo cabía el gesto piadoso de darles honrosa sepultura. Pues bien, lo que ha cambiado desde 1979 hasta hoy es que los muertos son políticamente significativos y esto no por obra de la creencia en la resurrección de los cuerpos, sino en nombre de una nueva concepción de la justicia. Esta es la novedad. Durante siglos las teorías de la justicia nada quisieron saber del pasado. Desde Aristóteles a Habermas o Rawls, pasando por santo Tomás o Rousseau, la justicia significaba castigar al culpable o reparar el daño del afectado, pero si moría el culpable, no había justicia posible, y si había que juzgar un asesinato, se daba por hecho que la reparación era imposible. Los muertos son el pasado y con lo que ha sido sólo cabe pasar página
Eso es lo que ha cambiado en las dos últimas décadas. La reflexión sobre las víctimas del Holocausto ha colocado en el epicentro de la justicia la significación de las víctimas. Gracias a la memoria se hace presente el pasado. No cualquier pasado, sino el pasado de los vencidos (el de los vencedores siempre está presente). De esta suerte se amplía el campo de la justicia que deja de ser la búsqueda de un equilibrio entre las partes que están presentes, es decir, entre los vivos. Si esa realidad presente, pongamos la democracia española actual, tiene en su prehistoria tantas víctimas, está obligada a reconocer una deuda con el pasado. Decir que nacemos con una deuda contraída es reconocer el sufrimiento que ha jalonado su historia y la ha hecho posible. Nace así el deber de memoria que no es cosa de alemanes, sino propio de las generaciones que han tomado conciencia del precio de la historia, de la lógica violenta con la que se ha construido la realidad que ha llegado hasta nosotros.
Ese nuevo imperativo categórico tiene pues un componente político. Si queremos que la historia no se repita no basta controlar a los neonazis. Lo que procede es cambiar la lógica política que lleva a la catástrofe: que la historia progresa inevitablemente sobre víctimas. Ese cambio no se substancia sólo cambiando los sistemas totalitarios del siglo XX con democracias respetuosas con la libertad, que fue lo que ocurrió, sino también incorporando ese pasado luctuoso a nuestro presente. Éste fue el meollo del Debate de los historiadores alemanes, que se preguntaban cómo ser alemán después de la barbarie nazi. Entendían que la identidad colectiva alemana estaba marcada por ese acontecimiento. Unidos, por tanto, no por grandes gestas, sino por una responsabilidad compartida.
Nada tiene que ver esto con menoscabar la importancia de la transición. Se trata más bien de hacernos cargo de esa parte del pasado, el de las víctimas, que no quedó recogido, ni reconciliado, en la figura de las dos amnistías.