2 abr 2010

Meditación tras el Vía Crucis

Benedicto XVI en el Coliseo: “Aprender en la cruz la lección del amor de Dios”
Meditación tras el Vía Crucis
En la noche del Viernes Santo, durante el Vía Crucis celebrado en el Coliseo de Roma.
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Queridos hermanos y hermanas, en oración, con ánimo recogido y conmovido, hemos recorrido esta noche el camino de la Cruz. Con Jesús hemos subido al Calvario y hemos meditado sobre su sufrimiento, redescubriendo cuán profundo es el amor que él ha tenido y tiene por nosotros.
Pero en este momento no queremos limitarnos a una compasión dictada sólo por nuestro débil sentimiento. Queremos más bien sentirnos partícipes del sufrimiento de Jesús, queremos acompañar a nuestro Maestro, compartiendo su Pasión en nuestra vida, en la vida de la Iglesia, para la vida del mundo; porque sabemos que precisamente en la cruz, en el amor sin límites que se entrega totalmente, está la fuente de la gracia, de la liberación, de la paz, de la salvación.
Los textos, las meditaciones, las oraciones del Vía Crucis nos han ayudado a mirar este misterio de la Pasión, para aprender la inmensa lección de amor que Dios nos dio en la cruz, para que nazca en nosotros un renovado deseo de convertir nuestro corazón, viviendo cada día el mismo amor, la única fuerza capaz de cambiar el mundo.
Esta noche hemos contemplado a Jesús en su rostro lleno de dolor, burlado, ultrajado, desfigurado por el pecado del hombre, mañana por la noche lo contemplaremos en su rostro lleno de alegría, radiante y luminoso. Desde que Jesús fue colocado en el sepulcro, la tumba y la muerte ya no son un lugar sin esperanza donde la historia se cierra con el fracaso más completo, donde el hombre toca el límite extremo de su impotencia. El Viernes Santo es el día de la esperanza más grande, la madurada en la cruz, mientras Jesús muere, mientras exhala su último suspiro gritando: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23, 46). Entregando su existencia, donada a las manos del Padre, sabe que su muerte se convierte en fuente de vida. Como la semilla en la tierra tiene que deshacerse para que la planta pueda crecer. Si el grano de trigo caído en tierra no muere permanece solo, en cambio si muere da mucho fruto. Jesús es el grano de trigo que cae en la tierra, se deshace, se rompe, muere y por esto puede dar fruto. Desde el día en que Cristo fue alzado en ella, la cruz, que parece ser el signo del abandono, de la soledad, del fracaso, se ha convertido en un nuevo inicio. De la profundidad de la muerte se alza la promesa de la vida eterna, sobre la cruz brilla ya el esplendor victorioso del alba del día de la Pascua.
En el silencio que envuelve esta noche, en el silencio que envuelve el Sábado Santo, tocados por el amor sin límites de Dios, vivimos en la espera del alba del tercer día, el alba de la victoria del amor de Dios, el alba de la luz que permite a los ojos del corazón ver de modo nuevo la vida, las dificultades, el sufrimiento. Nuestros fracasos, nuestras desilusiones, nuestras amarguras que parecen marcar el derrumbe de todo, quedan iluminados por la esperanza. El acto de amor de la cruz confirmado por el Padre y la luz fulgurante de la resurrección, lo envuelve y lo transforma todo. De la traición puede nacer la amistad, de la renegación el perdón, del odio el amor. Concédenos, Señor, llevar con amor nuestra cruz, nuestras cruces cotidianas, en la certeza de que éstas están iluminadas con el fulgor de tu Pascua. Amén.
[Transcripción realizada por Mirko Testa; traducción del italiano por Inma Álvarez]

Raniero Cantalamessa, ofmcap

Predicador del Papa: “Tenemos un gran Sumo Sacerdote”
La predicación del viernes santo por el padre Raniero Cantalamessa OFMCap, durante la Celebración de la Pasión del Señor, presidida por Benedicto XVI, en la Basílica Vaticana,
P. Raniero Cantalamessa, ofmcap
“Tenemos un gran Sumo Sacerdote”
Predicación del Viernes Santo 2010 en la Basílica de San Pedro
“Teniendo, pues, tal Sumo Sacerdote que penetró los cielos, Jesús, el Hijo de Dios”: así empieza el pasaje de la Carta a los Hebreos que hemos escuchado en la segunda lectura. En el Año Sacerdotal, la liturgia del Viernes Santo nos permite remontarnos a la fuente histórica del sacerdocio cristiano.
Esta es la fuente de las dos realizaciones del sacerdocio: la ministerial, de los obispos y de los presbíteros, y la universal de todos los fieles. También esta de hecho se funda en el sacrificio de Cristo que, dice el Apocalipsis, “Al que nos ama y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados, y ha hecho de nosotros un Reino de Sacerdotes para su Dios y Padre” (Ap 1, 5-6). Es de vital importancia por ello entender la naturaleza del sacrificio y del sacerdocio de Cristo porque es de ellos de donde sacerdotes y laicos, de forma distinta, debemos buscar la impronta e intentar vivir sus exigencias.
La Carta a los Hebreos explica en qué consiste la novedad y la unicidad del sacerdocio de Cristo, no sólo respecto al sacerdocio de la antigua alianza, sino, como nos enseña hoy la historia de las religiones, respecto a toda institución sacerdotal incluso fuera de la Biblia. “Cristo como Sumo Sacerdote de los bienes futuros [...] penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna. Pues si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de vaca santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo!” (Hb 9, 11-14).
Cualquier otro sacerdote ofrece algo fuera de sí, Cristo se ofreció a sí mismo; cualquier otro sacerdote ofrece víctimas, ¡Cristo se ofreció como víctima! San Agustín recogió en una fórmula célebre este nuevo tipo de sacerdocio en el que sacerdote y víctima son la misma cosa: Ideo sacerdos, quia sacrificium: sacerdote porque víctima [1].
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En 1972 un conocido pensador francés lanzaba la tesis según la cual “la violencia es el corazón y el alma secreta de lo sagrado” [2]. De hecho, en el origen y en el centro de toda religión está el sacrificio, y el sacrificio comporta destrucción y muerte. El periódico Le Monde aplaudía la afirmación, diciendo que ésta hacía de aquel año “un año que marcar con asterisco en los anales de la humanidad”. Pero ya antes de esta fecha, este experto se había vuelto a acercar al cristianismo, y en la Pascua de 1959 había hecho pública su “conversión”, declarándose creyente y volviendo a la Iglesia.
Esto le permitió no detenerse, en los estudios sucesivos, en el análisis del mecanismo de la violencia, sino señalar también cómo salir de él. Muchos, por desgracia, siguen citando a René Girard como aquel que denunció la alianza entre lo sagrado y la violencia, pero no dicen una palabra sobre el Girard que señaló en el misterio pascual de Cristo la ruptura total y definitiva de esta alianza. Según él, Jesús desenmascara y rompe el mecanismo del chivo expiatorio que sacraliza la violencia, haciéndose él, inocente, la víctima de toda la violencia[3].
El proceso que lleva al nacimiento de la religión se invierte respecto a la explicación que Freud había dado de él. En Cristo, es Dios quien se hace víctima, no la víctima (en Freud, el padre primordial), que una vez sacrificada, es elevada a continuación a la dignidad divina (el Padre de los cielos). Ya no es el hombre el que ofrece sacrificios a Dios, sino Dios quien se “sacrifica” por el hombre, entregando a la muerte por él a su Hijo unigénito (cf. Jn 3,16). El sacrificio ya no sirve para “aplacar” a la divinidad, sino más bien para aplacar al hombre y hacerle desistir de su hostilidad hacia Dios y el prójimo.
Cristo no vino con la sangre de otro, sino con la suya propia. No puso sus propios pecados en los hombros de los demás – hombres o animales – sino que puso los pecados de los demás sobre sus propios hombros: “sobre el madero, llevó nuestros pecados en su cuerpo” (1 Pe 2, 24).
¿Se puede, por tanto, seguir hablando de sacrificio, a propósito de la muerte de Cristo y por tanto de la Misa? Durante mucho tiempo el experto rechazó este concepto, considerándolo demasiado marcado por la idea de violencia, pero después acabó por admitir su posibilidad, con la condición de ver, en el de Cristo, un nuevo tipo de sacrificio, y de ver en este cambio de significado “el hecho central en la historia religiosa de la humanidad”.
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Visto a esta luz, el sacrificio de Cristo contiene un mensaje formidable para el mundo de hoy. Grita al mundo que la violencia es un residuo arcaico, una regresión a estadios primitivos y superados de la historia humana y – si se trata de creyentes – de un retraso culpable y escandaloso en la toma de conciencia del salto de calidad realizado por Cristo.
Recuerda también que la violencia es perdedora. En casi todos los mitos antiguos la víctima es el vencido y el verdugo el vencedor. Jesús cambió el signo de la victoria. Ha inaugurado un nuevo tipo de victoria que no consiste en hacer víctimas, sino en hacerse víctima. Victor quia victima, vencedor porque víctima, así define Agustín al Jesús de la cruz [4].
El valor moderno de la defensa de las víctimas, de los débiles y de la vida amenazada nació sobre el terreno del cristianismo, es un fruto tardío de la revolución llevada a cabo por Cristo. Tenemos la prueba contraria. Apenas se abandona (como hizo Nietzsche) la visión cristiana para devolver a la vida la pagana, se pierde esta conquista y se vuelve a exaltar “al fuerte, al poderoso, hasta su punto más excelso, el superhombre”, y se define a la cristiana “una moral de esclavos”, fruto del resentimiento impotente de los débiles contra los fuertes.
Por desgracia, sin embargo, la misma cultura actual que condena la violencia, por otro lado, la favorece y exalta. Se rasgan las vestiduras frente a ciertos actos de sangre, pero no se dan cuenta de que se les prepara el terreno con lo que se anuncia en la página de al lado del periódico o en el programa siguiente de la televisión. El gusto con el que se insiste en la descripción de la violencia y la competición en quién es el primero y el más crudo al describirla, no hacen sino favorecerla. El resultado no es una catarsis del mal, sino una incitación a él. Es inquietante que la violencia y la sangre se hayan convertido en uno de los ingredientes de mayor reclamo en las películas y en los videojuegos, que sean atraídos por ella y que se diviertan mirándola.
El mismo experto recordado antes puso de manifiesto la matriz de la que se inicia el mecanismo de la violencia: el mimetismo, esa connatural inclinación humana a considerar deseable las cosas que desean los demás, y por tanto, a repetir las cosas que ven hacer a los demás. La psicología del “rebaño” es la que lleva a la elección del “chivo expiatorio” para encontrar, en la lucha contra un enemigo común – en general, el elemento más débil, el distinto – una cohesión totalmente artificial y momentánea.
Tenemos un ejemplo en la actual violencia de los jóvenes en el estadio, en el acoso escolar y en ciertas manifestaciones callejeras que dejan tras de sí ruina y destrucción. Una generación de jóvenes que ha tenido el rarísimo privilegio de no conocer una verdadera guerra y de no haber sido nunca llamados a las armas, se divierte (porque se trata de un juego, aunque estúpido y a veces trágico) a inventar pequeñas guerras, empujados por el mismo instinto que movía a la horda primitiva.
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Pero hay una violencia aún más grave y difundida que la de los jóvenes en los estadios y en las plazas. No hablo aquí de la violencia sobre los niños, de la que se han manchado desgraciadamente también elementos del clero; de esa se habla ya bastante fuera de aquí. Hablo de la violencia sobre las mujeres. Esta es una ocasión para hacer comprender a las personas y a las instituciones que luchan contra ella que Cristo es su mejor aliado.
Se trata de una violencia tanto más grave en cuanto que tiene lugar al abrigo de los muros del hogar, sin que nadie lo sepa, cuando no incluso se justifica con prejuicios pseudo-religiosos y culturales. Las víctimas se encuentran desesperadamente solas e indefensas. Solo hoy, gracias al apoyo y al aliento de muchas asociaciones e instituciones, algunas encuentran la fuerza de salir al descubierto y de denunciar a los culpables.
Mucha de esta violencia tiene trasfondo sexual. Es el macho que cree demostrar su virilidad cebándose contra la mujer, sin darse cuenta de que está demostrando solo su inseguridad y cobardía. También hacia la mujer que se ha equivocado, ¡qué contraste entre la actuación de Cristo y la que aún tiene lugar en ciertos ambientes! El fanatismo invoca la lapidación; Cristo, a los hombres que le presentaron a una adúltera, responde: “quien de vosotros esté sin pecado, que le lance la primera piedra” (Jn 8, 7). El adulterio es un pecado que se comete siempre en dos, pero por el cual uno solo ha sido (y en algunas partes del mundo lo es todavía) castigado.
La violencia contra la mujer no es nunca tan odiosa como cuando se produce allí donde debería reinar el respeto y el amor recíprocos, en la relación entre marido y mujer. Es verdad que la violencia no es sólo de una parte, que se puede ser violentos también con la lengua y no solo con las manos, pero nadie puede negar que en la gran mayoría de los casos la víctima es la mujer.
Hay familias donde aún el hombre se considera autorizado a levantar la voz y las manos sobre las mujeres de la casa. Mujeres e hijos viven a veces bajo la constante amenaza de la “ira de papá”. A estos tales habría que decirles amablemente: “Queridos compañeros hombres, creándonos varones, Dios no ha pretendido darnos el derecho de enfadarnos y dar puñetazos en la mesa por cualquier pequeñez. La palabra dirigida a Eva después de la culpa, 'Él (el hombre) te dominará' (Gn 3,16), era una amarga previsión, no una autorización”.
Juan Pablo II inauguró la práctica de las peticiones de perdón por los errores colectivos. Una de ellas, entre las más justas y necesarias, es el perdón que una mitad de la humanidad debe pedir a la otra mitad, los hombres a las mujeres. Ésta no debe quedarse en genérica y abstracta. Debe llevar, especialmente a quien se profesa cristiano, a gestos concretos de conversión, a palabras de perdón y de reconciliación dentro de las familias y de la sociedad.
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El pasaje de la Carta a los Hebreos que hemos escuchado prosigue diciendo:”El cual ofreció en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte”. Jesús conoció en toda su crudeza la situación de las víctimas, los gritos sofocados y las lágrimas silenciosas. Verdaderamente, “no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas”. En cada víctima de la violencia, Cristo revive misteriosamente su experiencia terrenal. También a propósito de cada una de ellas dice: “A mi me lo hicisteis” (Mt 25, 40).
Por una rara coincidencia, este año nuestra Pascua cae en la misma semana que la Pascua judía, que es la antepasada y la matriz en la cual se formó. Esto nos empuja a dirigir un pensamiento a los hermanos judíos. Ellos saben por experiencia qué significa ser víctimas de la violencia colectiva, y también por esto están dispuestos a reconocer sus síntomas habituales. He recibido en estos días la carta de un amigo judío y, con su permiso, comparto aquí una parte. Decía:
“Estoy siguiendo con disgusto el ataque violento y concéntrico contra la Iglesia, el Papa y todos los fieles por parte del mundo entero. El uso del estereotipo, el paso de la responsabilidad y la culpa personal a la colectiva me recuerdan los aspectos más vergonzosos del antisemitismo. Deseo por tanto expresarle a usted personalmente, al Papa y a toda la Iglesia mi solidaridad de judío de diálogo, y de todos aquellos que en el mundo judío (y son muchos) comparten estos sentimientos de fraternidad. Nuestra Pascua y la vuestra tienen indudables elementos de alteridad, pero viven ambas en la esperanza mesiánica que seguramente nos reunirá en el amor del Padre común. Le auguro por ello a usted y a todos los católicos Buena Pascua”.
Y también nosotros católicos auguramos a los hermanos judíos Buena Pascua. Lo hacemos con las palabras de su antiguo maestro Gamaliel, incorporadas al Seder pascual judío y de ahí pasadas a la más antigua liturgia cristiana:
“Él nos hizo pasar
de la esclavitud a la libertad,
de la tristeza a la alegría,
del luto a la fiesta,
de las tinieblas a la luz,
de la servidumbre a la redención.
Por ello decimos ante Él: ¡Aleluya!" [5].
1 S. Agustín, Confesiones, 10,43.
2 Cfr. R. Girard, La violence et le sacré, Grasset, París 1972.

3 M. Kirwan, Discovering Girard, Londres 2004.
4 S. Agustín, Confesiones, 10,43.
5 Pesachim, X,5 y Melitón de Sardes, Homilía pascual,68 (SCh 123, p.98).
Traducción del italiano por Inma Alvarez

Posicionamiento del cardenal Levada

The New York Times and Pope Benedict XVI: how it looks to an American in the Vatican/By Cardinal William J. Levada, Prefect of the Congregation for the Doctrine of the Faith, publicado originalmente en http://www.catholic-sf.org/news
Traducción de Inma Alvarez
En nuestro crisol de pueblos, lenguas y orígenes, los estadounidenses no nos distinguimos como ejemplos de "alta" cultura. Pero podemos estar orgullosos por lo general en nuestra pasión por la justicia. En el Vaticano, donde actualmente trabajo, mis colegas - ya sea en las reuniones de cardenales o funcionarios de mi oficina - proceden de muy diversos países, continentes y culturas. En el momento de escribir esta respuesta de hoy (26 de marzo de 2010) he tenido que admitir ante ellos que no estoy orgulloso del periódico americano New York Times, como un modelo de justicia.
Digo esto porque el 30 de marzo el Times presenta por un lado un extenso artículo de Laurie Goodstein, una importante columnista, titulado Warned About Abuse, Vatican Failed to Defrock Priest (Advertido sobre los abusos, el Vaticano no suspendió a un sacerdote, n.d.t), y por otro un editorial adjunto titulado The Pope and the Pedophilia Scandal (El Papa y el escándalo de pedofilia, n.d.t.), en el que los editores consideran el artículo de Goodstein un informe preocupante (énfasis en el original) como base para sus propias acusaciones contra el Papa. Tanto el artículo como el editorial son deficientes en todos los estándares razonables de justicia, que los estadounidenses tienen todo el derecho -y la expectativa de encontrar– en la información de sus principales medios de comunicación.
En su párrafo inicial, Goodstein se basa en lo que ella describe como "archivos recién desenterrados" para señalar lo que el Vaticano (es decir, el entonces cardenal Ratzinger y su Congregación para la Doctrina de la Fe) no hizo – “expulsar del sacerdocio al padre Murphy”. Noticias impactantes, al parecer. Sólo después de ocho párrafos de prosa grandilocuente, Goodstein revela que el padre Murphy, que abusó criminalmente de casi 200 niños sordos, mientras trabajaba en una escuela en la archidiócesis de Milwaukee entre 1950 y 1974, "no sólo nunca fue procesado ni disciplinado por el sistema judicial eclesiástico, sino que también consiguió un 'pase' de la policía y los fiscales, que ignoraron los relatos de sus víctimas, según los documentos y entrevistas con éstas".
Pero en el párrafo 13, al comentar una declaración del padre Lombardi (el portavoz del Vaticano) de que la ley eclesiástica no prohíbe que cualquier persona denuncie los casos de abuso a las autoridades civiles, Goodstein escribe: "Él no explicó por qué nunca sucedió en este caso". ¿Acaso olvida, o que sus editores no leen , lo que ella misma escribió en el párrafo nueve sobre el hecho de que Murphy conseguió "un pase de la policía y los fiscales"? Según su proprio relato, parece claro que las autoridades penales habían sido informadas, muy probablemente por las víctimas y sus familias.
El relato de Goodstein salta adelanta y atrás, como si no hubiesen pasado más de 20 años entre los informes de los años 60 y 70 de la archidiócesis de Milwaukee y la policía local, y la petición de ayuda de monseñor Weakland al Vaticano en 1996. ¿Por qué? Porque el nudo del artículo no trata sobre los fracasos por parte de la Iglesia y las autoridades civiles para actuar en su momento. Yo, por ejemplo, mirando este informe, coincido en que el Padre. Murphy merecía ser expulsado del estado clerical por su atroz comportamiento criminal, lo que normalmente sería el resultado de un juicio canónico.
El nudo del artículo de Goodstein, en cambio, es atribuir el fracaso en llevar a cabo esta expulsión al Papa Benedicto XVI, en lugar de a las decisiones diocesanas del momento. Ella utiliza la técnica de repetir la ristra de cargos y acusaciones provenientes de diversas fuentes (y las de su propio periódico no son las menos importantes), y trata de utilizar estos "archivos recién descubiertos" como base para acusar al Papa de indulgencia e inacción en este caso y, presumiblemente, en otros.
Me parece, en cambio, que tenemos con el Papa Benedicto XVI una gran deuda de gratitud por la introducción de los procedimientos que han ayudado a la Iglesia a tomar medidas frente al escándalo por abuso sexual de menores por parte de sacerdotes . Estos esfuerzos se iniciaron cuando el Papa era cardenal prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y continuaron después de ser elegido Papa. Que el Times ha publicado una serie de artículos en los que se pasa por alto la importante contribución que ha hecho - especialmente en el desarrollo y aplicación de la Sacramentorum Sanctitatis Tutela, el Motu proprio expedido por el Papa Juan Pablo II en 2001 - me parece a mí suficiente para justificar la acusación de falta de la justicia que debería ser el sello distintivo de cualquier periódico de renombre.
Déjeme decirle lo que una lectura imparcial del caso Milwaukee parece indicar. Las razones por las que las autoridades eclesiásticas y civiles no actuaron en los años 60 y 70, aparentemente, no figuran en estos "archivos recién descubiertos." Tampoco el New York Times parece estar interesados en saber por qué. Pero lo que surge es lo siguiente: después de casi 20 años como arzobispo, Weakland escribió a la Congregación pidiendo ayuda para hacer frente a este terrible caso de abusos en serie. La Congregación aprobó su decisión de emprender un proceso canónico, ya que el caso se refiere a proposiciones durante la confesión - uno de los delicta graviora (delitos más graves) por los que la Congregación tenía la responsabilidad de investigar y tomar las medidas oportunas.
Sólo cuando se supo que Murphy se estaba muriendo, la Congregación sugirió a monseñor Weakland que se suspendiese el juicio canónico, ya que implicaría un largo proceso de toma de declaraciones a un buen número de víctimas sordas de décadas anteriores, así como del sacerdote acusado. No obstante, propuso medidas para garantizar que se impusiesen restricciones adecuadas sobre su ministerio. Goodstein infiere que esta acción implica "clemencia" hacia un sacerdote culpable de crímenes atroces. Mi interpretación sería que la Congregación se dio cuenta de que un proceso canónico complejo sería inútil si el sacerdote se estaba muriendo. De hecho, he recibido recientemente una carta no solicitada del vicario judicial que fue el presidente del tribunal en el juicio canónico, en la que me dice que nunca recibió ninguna comunicación sobre la suspensión del juicio, y que no habría estado de acuerdo a ella. Pero el Padre. Murphy había muerto en el ínterin. Como creyente, no tengo ninguna duda de que Murphy se enfrentará a Aquel que juzga a los vivos ya los muertos.
Goodstein también se refiere a lo que ella llama "otras acusaciones" sobre la reasignación de un sacerdote que había abusado de niños anteriormente a otra diócesis, por parte de la archidiócesis de Munich. Sin embargo, la Arquidiócesis ha explicado repetidas veces que el responsable, el Vicario General monseñor Gruber, admitió su error en la toma de esa decisión. Es anacrónico de Goodstein y el Times sostengan que el conocimiento sobre los abusos sexuales que tenemos en 2010 deberían de alguna manera haber sido intuidos por quienes detentaban la autoridad en 1980. No es difícil para mí pensar que el profesor Ratzinger, nombrado arzobispo de Munich en 1977, hiciera lo que la mayoría de los nuevos obispos suelen hacer: permitir quienes ya se encargaban de la administración de 400 o 500 personas sigan llevando a cabo la tarea que ya ejercían.
Cuando miro hacia atrás mi propia historia personal como sacerdote y obispo, puedo decir que en 1980 nunca había oído hablar de ninguna acusación de abuso sexual de este tipo por parte de un sacerdote. Fue sólo en 1985, cuando asistí como obispo auxiliar a una reunión de nuestra Conferencia Episcopal de EE UU donde se presentaron datos sobre este asunto se presentó, cuando supe de estos hechos. En 1986, cuando fui nombrado arzobispo de Portland, comencé a afrontar personalmente acusaciones por el delito de abuso sexual, y aunque mi "curva de aprendizaje" fue rápida, aún estaba limitada por los casos particulares que se me presentaban.
Aquí están algunas cosas que he aprendido desde entonces: muchos niños víctimas son reacias a denunciar incidentes de abuso sexual por el clero. Al presentarse de adultos, el motivo más frecuente que aducen no es pedir el castigo del sacerdote, sino advertir al obispo y a los responsables de personal para que se pueda evitar a otros niños el trauma que ellos han experimentado.
Al tratar con los sacerdotes, he aprendido que muchos sacerdotes, cuando se enfrentan a acusaciones del pasado, admiten de manera espontánea su culpabilidad. Por otra parte, me he dado cuenta de que la negación no es infrecuente. Hay casos en los que ni siquiera los programas de tratamiento residencial han logrado romper su negativa. Incluso terapeutas profesionales no llegan a un diagnóstico claro en algunos de estos casos; a menudo sus recomendaciones son demasiado vagas para ser útiles. Por otro lado, los terapeutas han sido de gran ayuda a las víctimas para que afornten los efectos a largo plazo de los abusos en la infancia. Tanto en Portland como en San Francisco, donde tuve que lidiar con problemas de abuso sexual, las diócesis siempre pone fondos disponibles (a menudo a través de la cobertura del seguro diocesano) para la terapia de las víctimas de abuso sexual.
Desde el punto de vista de los procedimientos eclesiásticos, la explosión de la cuestión de los abusos sexuales en Estados Unidos llevó a la adopción, en una reunión de la Conferencia Episcopal en Dallas en 2002, de una Carta para la Protección de Menores contra el Abuso Sexual. Esta Carta establece las directrices uniformes sobre cómo denunciar los abusos sexuales, las estructuras de rendición de cuentas (Juntas que incluyen a miembros del clero, religiosos y laicos, incluidos expertos), informes a un Consejo Directivo nacional, y programas de educación para las parroquias y escuelas en la sensibilización y la prevención de la violencia y el abuso sexual a los niños. En varios países han sido adoptados por autoridades de la Iglesia otros programas similares: uno de las primeros fue adoptado por la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales, en respuesta al Informe Nolan realizado por una comisión de alto nivel de expertos independientes en 2001.
Fue sólo en 2001, con la publicación del Motu proprio del papa Juan Pablo II Sacramentorum Sanctitatis Tutela (SST), cuando la responsabilidad de guiar la respuesta de la Iglesia Católica sobre el problema del abuso sexual de menores por parte de clérigos fue asignada a la Congregación para la Doctrina de la fe. Este documento papal fue preparado para el Papa Juan Pablo II, bajo la dirección del cardenal Ratzinger como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Contrariamente a algunas informaciones de prensa, la SST no quitaba la responsabilidad al obispo local para actuar en casos de denuncias de abuso sexual de menores por parte de clérigos. Tampoco se trataba, como algunos han teorizado, de parte de una conspiración desde lo alto para interferir en la jurisdicción civil en estos casos. En su lugar, SST exige a los obispos que informen sobre las acusaciones creíbles de abusos a la Congregación para la Doctrina de la Fe, la puede prestar un servicio a los obispos para asegurar que los casos se manejan adecuadamente, de acuerdo con la ley eclesiástica vigente.
Éstos son algunos de los avances de esta nueva legislación de la Iglesia (SST). Ha permitido un proceso de simplificación administrativa para llegar a una sentencia, conservando así el proceso más formal de un juicio canónico para los casos más complejos. Esto ha sido una ventaja sobre todo en las diócesis misioneras y pequeñas, que no cuentan con un equipo fuerte de canonistas bien preparado. Se prevé erigir tribunales interdiocesanos para ayudar a las diócesis pequeñas. La Congregación tiene la facultad de establecer excepciones a la prescripción de un delito (estatuto de limitaciones) a fin de permitir que se haga justicia, incluso en "casos históricos". Por otra parte, la SSM ha modificado la ley canónica en casos de abuso sexual, ajustando la edad de un menor a 18 para que corresponda con la ley civil actual en muchos países. Proporciona un punto de referencia para los obispos y superiores religiosos para obtener asesoramiento sobre el manejo uniforme de los casos de los sacerdotes. Tal vez lo más importante de todo, ha designado los casos de abuso sexual de menores por clérigos como delicta graviora: delitos más graves, como los crímenes contra los sacramentos de la Eucaristía y la Penitencia, perennemente asignados a la Congregación para la Doctrina de la Fe. Esto en sí mismo ha puesto de manifiesto la seriedad con que hoy la Iglesia lleva a cabo su responsabilidad de ayudar a los obispos y superiores religiosos para evitar que estos crímenes se repitan en el futuro, y para castigarlos cuando se producen. Este es un legado del Papa Benedicto XVI que facilita enormemente la labor de la Congregación, que ahora tengo el privilegio de dirigir, en beneficio de toda la Iglesia.
Después de la Carta de Dallas de 2002, fui nombrado (entonces era arzobispo de San Francisco) para formar parte de un equipo de cuatro obispos que debía obtener la aprobación de la Santa Sede para las Normas Esenciales que los obispos de América habíamos desarrollado para permitirnos hacer frente a las acusaciones de abusos. Debido a que estas normas interfieren con el Derecho Canónico vigente, que requiere la aprobación antes de ser aplicadas como ley particular para nuestro país. Bajo la presidencia del cardenal Francis George, arzobispo de Chicago y actualmente Presidente de la Conferencia Estadounidense de Obispos Católicos, nuestro equipo trabajó con expertos del Vaticano canónica en varias reuniones. Encontramos en el cardenal Ratzinger, y en los expertos que él asignó a reunirse con nosotros, una cordial comprensión de los problemas que afrontábamos como obispos americanos. En gran medida gracias a su orientación, pudimos llevar nuestro trabajo a una conclusión exitosa.
El editorial del Times se pregunta "cómo los funcionarios vaticanos no sacaron lecciones del enorme escándalo en los Estados Unidos, donde más de 700 sacerdotes fueron expulsados en un periodo de tres años". Puedo asegurar al Times que el Vaticano, en realidad, no ignoraba ni ahora ni entonces estas lecciones. Pero el editorial del Times continúa mostrando la tendencia de siempre: "Pero luego leemos informe preocupante de Laurie Goodstein. . . Acerca de cómo el Papa, cuando todavía era cardenal, fue personalmente advertido sobre un cura ... Pero los líderes de la Iglesia eligieron proteger a la iglesia en vez de a los niños. En el informe se ilumina el tipo de conducta de la Iglesia estaba dispuesto a mantener para evitar el escándalo”. Disculpenme, editores. Incluso el artículo de Goodstein, basado en los "archivos recién desenterrados”, pone las palabras sobre la protección de la Iglesia del escándalo en los labios del arzobispo Weakland, no en los del Papa. Es precisamente este tipo de fusión anacrónica que creo que merece mi acusación de que el Times, precipitándose en emitir un veredicto de culpabilidad, carece de imparcialidad en sus informaciones sobre el Papa Benedicto.
Como miembro a tiempo completo de la Curia romana, la estructura de gobierno que lleva a cabo las tareas de la Santa Sede, no tengo tiempo para lidiar con los artículos casi diarios de Rachel Donadio y otros, y mucho menos con las ridículas repeticiones de loro de Maureen Dowd sobre el "inquietante informe de Goodstein". Pero cuando se trata de un hombre con y para quien tengo el privilegio de trabajar, como su “sucesor” como prefecto, un Papa cuya encíclicas sobre el amor y la esperanza y la virtud económicas tanto nos sorprendieron y nos hicieron pensar, cuya semanales catequesis y homilías Semana Santa nos inspiran, y sí, cuya dinámica de trabajo para ayudar a la Iglesia hacer frente con eficacia con el abuso sexual de menores sigue ayudándonos hoy en día, pido al Times que reconsidere su forma de atacar al Papa Benedicto XVI y que de al mundo una visión más equilibrada de un líder con el que se puede y se debe contar.
El texto fue publicado en la edición on-line del Catholic San Francisco
Cardinal Levada to NY Times: Reconsider 'attack mode' against Pope Benedict
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March 30th, 2010
The New York Times and Pope Benedict XVI:
how it looks to an American in the Vatican
By Cardinal William J. Levada, Prefect of the Congregation for the Doctrine of the Faith
In our melting pot of peoples, languages and backgrounds, Americans are not noted as examples of “high” culture. But we can take pride as a rule in our passion for fairness. In the Vatican where I currently work, my colleagues – whether fellow cardinals at meetings or officials in my office – come from many different countries, continents and cultures. As I write this response today (March 26, 2010) I have had to admit to them that I am not proud of America’s newspaper of record, the New York Times, as a paragon of fairness.
I say this because today’s Times presents both a lengthy article by Laurie Goodstein, a senior columnist, headlined “Warned About Abuse, Vatican Failed to Defrock Priest,” and an accompanying editorial entitled “The Pope and the Pedophilia Scandal,” in which the editors call the Goodstein article a disturbing report (emphasis in original) as a basis for their own charges against the Pope. Both the article and the editorial are deficient by any reasonable standards of fairness that Americans have every right and expectation to find in their major media reporting.
In her lead paragraph, Goodstein relies on what she describes as “newly unearthed files” to point out what the Vatican (i.e. then Cardinal Ratzinger and his Congregation for the Doctrine of the Faith) did not do – “defrock Fr. Murphy.” Breaking news, apparently. Only after eight paragraphs of purple prose does Goodstein reveal that Fr. Murphy, who criminally abused as many as 200 deaf children while working at a school in the Milwaukee Archdiocese from 1950 to 1974, “not only was never tried or disciplined by the church’s own justice system, but also got a pass from the police and prosecutors who ignored reports from his victims, according to the documents and interviews with victims.”
But in paragraph 13, commenting on a statement of Fr. Lombardi (the Vatican spokesman) that Church law does not prohibit anyone from reporting cases of abuse to civil authorities, Goodstein writes, “He did not address why that had never happened in this case.” Did she forget, or did her editors not read, what she wrote in paragraph nine about Murphy getting “a pass from the police and prosecutors”? By her own account it seems clear that criminal authorities had been notified, most probably by the victims and their families.
Goodstein’s account bounces back and forth as if there were not some 20 plus years intervening between reports in the 1960 and 70’s to the Archdiocese of Milwaukee and local police, and Archbishop Weakland’s appeal for help to the Vatican in 1996. Why? Because the point of the article is not about failures on the part of church and civil authorities to act properly at the time. I, for one, looking back at this report agree that Fr. Murphy deserved to be dismissed from the clerical state for his egregious criminal behavior, which would normally have resulted from a canonical trial.
The point of Goodstein’s article, however, is to attribute the failure to accomplish this dismissal to Pope Benedict, instead of to diocesan decisions at the time. She uses the technique of repeating the many escalating charges and accusations from various sources (not least from her own newspaper), and tries to use these “newly unearthed files” as the basis for accusing the pope of leniency and inaction in this case and presumably in others.
It seems to me, on the other hand, that we owe Pope Benedict a great debt of gratitude for introducing the procedures that have helped the Church to take action in the face of the scandal of priestly sexual abuse of minors. These efforts began when the Pope served as Cardinal Prefect of the Congregation for the Doctrine of the Faith and continued after he was elected Pope. That the Times has published a series of articles in which the important contribution he has made – especially in the development and implementation of Sacramentorum Sanctitatis Tutela, the Motu proprio issued by Pope John Paul II in 2001 – is ignored, seems to me to warrant the charge of lack of fairness which should be the hallmark of any reputable newspaper.
Let me tell you what I think a fair reading of the Milwaukee case would seem to indicate. The reasons why church and civil authorities took no action in the 1960’s and 70’s is apparently not contained in these “newly emerged files.” Nor does the Times seem interested in finding out why. But what does emerge is this: after almost 20 years as Archbishop, Weakland wrote to the Congregation asking for help in dealing with this terrible case of serial abuse. The Congregation approved his decision to undertake a canonical trial, since the case involved solicitation in confession – one of the graviora delicta (most grave crimes) for which the Congregation had responsibility to investigate and take appropriate action.
Only when it learned that Murphy was dying did the Congregation suggest to Weakland that the canonical trial be suspended, since it would involve a lengthy process of taking testimony from a number of deaf victims from prior decades, as well as from the accused priest. Instead it proposed measures to ensure that appropriate restrictions on his ministry be taken. Goodstein infers that this action implies “leniency” toward a priest guilty of heinous crimes. My interpretation would be that the Congregation realized that the complex canonical process would be useless if the priest were dying. Indeed, I have recently received an unsolicited letter from the judicial vicar who was presiding judge in the canonical trial telling me that he never received any communication about suspending the trial, and would not have agreed to it. But Fr. Murphy had died in the meantime. As a believer, I have no doubt that Murphy will face the One who judges both the living and the dead.
Goodstein also refers to what she calls “other accusations” about the reassignment of a priest who had previously abused a child/children in another diocese by the Archdiocese of Munich. But the Archdiocese has repeatedly explained that the responsible Vicar General, Mons. Gruber, admitted his mistake in making that assignment. It is anachronistic for Goodstein and the Times to imply that the knowledge about sexual abuse that we have in 2010 should have somehow been intuited by those in authority in 1980. It is not difficult for me to think that Professor Ratzinger, appointed as Archbishop of Munich in 1977, would have done as most new bishops do: allow those already in place in an administration of 400 or 500 people to do the jobs assigned to them.
As I look back on my own personal history as a priest and bishop, I can say that in 1980 I had never heard of any accusation of such sexual abuse by a priest. It was only in 1985, as an Auxiliary Bishop attending a meeting of our U.S. Bishops’ Conference where data on this matter was presented, that I became aware of some of the issues. In 1986, when I was appointed Archbishop in Portland, I began to deal personally with accusations of the crime of sexual abuse, and although my “learning curve” was rapid, it was also limited by the particular cases called to my attention.
Here are a few things I have learned since that time: many child victims are reluctant to report incidents of sexual abuse by clergy. When they come forward as adults, the most frequent reason they give is not to ask for punishment of the priest, but to make the bishop and personnel director aware so that other children can be spared the trauma that they have experienced.
In dealing with priests, I learned that many priests, when confronted with accusations from the past, spontaneously admitted their guilt. On the other hand, I also learned that denial is not uncommon. I have found that even programs of residential therapy have not succeeded in breaking through such denial in some cases. Even professional therapists did not arrive at a clear diagnosis in some of these cases; often their recommendations were too vague to be helpful. On the other hand, therapists have been very helpful to victims in dealing with the long-range effects of their childhood abuse. In both Portland and San Francisco where I dealt with issues of sexual abuse, the dioceses always made funds available (often through diocesan insurance coverage) for therapy to victims of sexual abuse.
From the point of view of ecclesiastical procedures, the explosion of the sexual abuse question in the United States led to the adoption, at a meeting of the Bishops’ Conference in Dallas in 2002, of a “Charter for the Protection of Minors from Sexual Abuse.” This Charter provides for uniform guidelines on reporting sexual abuse, on structures of accountability (Boards involving clergy, religious and laity, including experts), reports to a national Board, and education programs for parishes and schools in raising awareness and prevention of sexual abuse of children. In a number of other countries similar programs have been adopted by Church authorities: one of the first was adopted by the Bishops’ Conference of England and Wales in response to the Nolan Report made by a high-level commission of independent experts in 2001.
It was only in 2001, with the publication of Pope John Paul II’s Motu proprio Sacramentorum Sanctitatis Tutela (SST), that responsibility for guiding the Catholic Church’s response to the problem of sexual abuse of minors by clerics was assigned to the Congregation for the Doctrine of the Faith. This papal document was prepared for Pope John Paul II under the guidance of Cardinal Ratzinger as Prefect of the Congregation for the Doctrine of the Faith.
Contrary to some media reports, SST did not remove the local bishop’s responsibility for acting in cases of reported sexual abuse of minors by clerics. Nor was it, as some have theorized, part of a plot from on high to interfere with civil jurisdiction in such cases. Instead, SST directs bishops to report credible allegations of abuse to the Congregation for the Doctrine of the Faith, which is able to provide a service to the bishops to ensure that cases are handled properly, in accord with applicable ecclesiastical law.
Here are some of the advances made by this new Church legislation (SST). It has allowed for a streamlined administrative process in arriving at a judgment, thus reserving the more formal process of a canonical trial to more complex cases. This has been of particular advantage in missionary and small dioceses that do not have a strong complement of well-trained canon lawyers. It provides for erecting inter-diocesan tribunals to assist small dioceses. The Congregation has faculties allowing it derogate from the prescription of a crime (statute of limitations) in order to permit justice to be done even for “historical” cases. Moreover, SST has amended canon law in cases of sexual abuse to adjust the age of a minor to 18 to correspond with the civil law in many countries today. It provides a point of reference for bishops and religious superiors to obtain uniform advice about handling priests’ cases. Perhaps most of all, it has designated cases of sexual abuse of minors by clerics as graviora delicta: most grave crimes, like the crimes against the sacraments of Eucharist and Penance perennially assigned to the Congregation for the Doctrine of the Faith. This in itself has shown the seriousness with which today’s Church undertakes its responsibility to assist bishops and religious superiors to prevent these crimes from happening in the future, and to punish them when they happen. Here is a legacy of Pope Benedict that greatly facilitates the work of the Congregation which I now have the privilege to lead, to the benefit of the entire Church.
Francisco) to a team of four bishops to seek approval of the Holy See for the “Essential Norms” that the American Bishops developed to allow us to deal with abuse questions. Because these norms intersected with existing canon law, they required approval before being implemented as particular law for our country. Under the chairmanship of Cardinal Francis George, Archbishop of Chicago and currently President of the United States Conference of Catholic Bishops, our team worked with Vatican canonical experts at several meetings. We found in Cardinal Ratzinger, and in the experts he assigned to meet with us, a sympathetic understanding of the problems we faced as American bishops. Largely through his guidance we were able to bring our work to a successful conclusion.
The Times editorial wonders “how Vatican officials did not draw the lessons of the grueling scandal in the United States, where more than 700 priests were dismissed over a three-year period.” I can assure the Times that the Vatican in reality did not then and does not now ignore those lessons. But the Times editorial goes on to show the usual bias: “But then we read Laurie Goodstein’s disturbing report . . .about how the pope, while he was still a cardinal, was personally warned about a priest … But church leaders chose to protect the church instead of children. The report illuminated the kind of behavior the church was willing to excuse to avoid scandal.” Excuse me, editors. Even the Goodstein article, based on “newly unearthed files,” places the words about protecting the Church from scandal on the lips of Archbishop Weakland, not the pope. It is just this kind of anachronistic conflation that I think warrants my accusation that the Times, in rushing to a guilty verdict, lacks fairness in its coverage of Pope Benedict.
As a full-time member of the Roman Curia, the governing structure that carries out the Holy See’s tasks, I do not have time to deal with the Times’s subsequent almost daily articles by Rachel Donadio and others, much less with Maureen Dowd’s silly parroting of Goodstein’s “disturbing report.” But about a man with and for whom I have the privilege of working, as his “successor” Prefect, a pope whose encyclicals on love and hope and economic virtue have both surprised us and made us think, whose weekly catecheses and Holy Week homilies inspire us, and yes, whose pro-active work to help the Church deal effectively with the sexual abuse of minors continues to enable us today, I ask the Times to reconsider its attack mode about Pope Benedict XVI and give the world a more balanced view of a leader it can and should count on.

La tumba de Juan Pablo II

La tumba de Juan Pablo II, cinco años después
Desde el año 2005, cuando murió Juan Pablo II, las grutas vaticanas, donde yace su tumba, es uno de los lugares más visitados.
Un promedio de 12,000 personas, visitan diariamente ese lugar donde se encuentran las tumbas de la mayoría de los pontífices, entre ellos San Pedro, según dice la tradición.
“Este es un lugar sagrado, pedimos por lo tanto silencio y recogimiento”, es el anuncio que se escucha en diferentes idiomas cuando se va a visitar las grutas vaticanas.
Los visitantes se encuentran en primer lugar con la tumba de Calixto III. Siguiendo su recorrido pueden ver la tumba de Bonifacio VIII, Nicolás III Inocencio VII, Nicolás V, Pablo II, Pablo VI. Marcelo II, Juan Pablo I, Inocencio IX.
Algunas de las tumbas muestran la imagen del respectivo Papa. Es la misma imagen que puede apreciarse en la basílica San Pablo Extramuros donde aparecen los 266 papas que ha tenido la Iglesia Católica.
La gran mayoría de visitantes llegan justamente a buscar donde yace el cuerpo de Juan Pablo II muerto hoy hace cinco años. Otros peregrinos, especialmente personas mayores, se detienen ante la tumba de Pablo VI y Juan Pablo I. Algunos más preguntan dónde yace el cuerpo de Juan XXIII el cual, desde el año 2002, está ubicado en la basílica de San Pedro, en una urna de cristal donde cientos de peregrinos también van a orar diariamente. Juan Pablo II se encuentra donde antes yacía el cuerpo del “Papa Bueno”.
Lugar de peregrinación
Siempre hay un guardia que custodia la tumba de Juan Pablo II. Pide a quienes se detienen a orar que se pongan detrás de una cuerda para que dejen circular el paso de los fieles que vienen detrás. Muchos llegan a depositar flores, rosarios, medallas y otros elementos sagrados. Otros simplemente miran la lápida con curiosidad y asombro.
“Desde que murió Juan Pablo II hemos tenido que organizar todo de manera diferente, debido a la cantidad de peregrinos que vienen diariamente de todo el mundo. No hay día en que no venga una multitud de gente”, comenta uno de los que custodian su tumba,
Anteriormente el acceso a las grutas vaticanas se hacía por dentro de la misma basílica. No tenía una señalización clara y eran muy pocas las personas que bajaban allí en los horarios habituales de la visita.
Hoy los peregrinos preguntan al llegar a la Plaza de San Pedro dónde yacen los restos del pontífice. Su tumba es prácticamente un paso obligado para quien visita la Ciudad Eterna.

Me voy pero no me ausento. Juan Pablo II


'Me voy pero no me ausento: Juan Pablo II

In memorian 1920-2005
Parece que fue ayer...pero hace ya cinco años.
Sábado 02/04/2005; El Papa ha muerto...
"El Santo Padre ha muerto esta tarde a las 21:37 horas (18:37 GMT) en su apartamento privado. Se han puesto en marcha todos los procedimientos previstos en la Constitución Apostólica Universi Dominicio Gregis, promulgada por él el 22 de febrero de 1996", dijo Joaquín Navarro Valls, vocero vaticano.
De inmediato las campanas de San Pedro comenzaron a sonar para anunciar al mundo la muerte. El toque fúnebre interrumpió durante unos minutos el rosario que se leía en la Plaza de San Pedro donde están reunidas más de 60,000 personas.
La noticia de la muerte del Papa fue comunicada a los fieles en la Plaza de San Pedro por el arzobispo argentino Leonardo Sandri, y posteriormente el secretario de Estado vaticano, cardenal Angelo Sodano, ha invitado a la multitud a rezar por Karol Wojtyla.
El líder religioso murió en forma tranquila, antes había dicho "dejad que me vaya a la casa del padre..."
¡La conmoción fue mundial!
Juan Pablo II falleció acompañado por su familia y amigos ceranos, estaban con él su secretario, arzobispo Stanislaw Dziwisz, y su ayudante, monseñor Mieczyslaw Mokrzicki; el cardenal Marian Jaworski; el arzobispo Stanislaw Rylko; el padre Tadeusz Styczen, y las tres religiosas polacas que le atendían, encabezadas por la superiora Tobiana Sobodka.
También se encontraban Renato Buzzonetti, dos médicos y dos enfermeros de guardia.
El doctor Renato Buzzonetti certificó el fallecimiento, firmando el siguiente texto:
"Certifico que su santidad Juan Pablo II, nacido en Wadowice el 18 de mayo de 1920, residente en la Ciudad del Vaticano, ciudadano vaticano, ha muerto a las 21.37 horas del día 2 de abril de 2005 en su apartamento del Palacio Apostólico Vaticano, a causa de un choque séptico y de un colapso cardiocirculatorio irreversible".
El certificado constata que el Papa padecía del mal de Parkinson, episodios de insuficiencia respiratoria aguda y consecuente traqueotomía, además de hipetrofia prostática benigna complicada por infección en las vías urinarias (urosepsis), además de cardiopatía hipertensiva e isquémica.
"Declaro que las causas de la muerte, de acuerdo a mi ciencia y a mi conciencia, son las indicadas", concluye el dictamen.
El camarlengo, cardenal Eduardo Martínez Somalo, cumplió el rito (esta vez sin golpes de martillo en la frente) y, tras llamar tres veces por su nombre de pila a Karol Wojtyla y no obtener respuesta, certificó la muerte en términos canónicos. Luego extendió un velo blanco de lino sobre el rostro del difunto. El canciller secretario de la Cámara Apostólica, el abogado Enrico Serafini, redactó a las 9.30 del domingo 3 de abril el acta de autentificación de la muerte. Stanislaw Dziwisz veló el cuerpo toda la noche.
El cuerpo sin vida del papa Juan Pablo II fue expuesto en la basílica de San Pedro del Vaticano la tarde del lunes 4 de abril; antes fue trasladado a la sala Clementina del Palacio Apostólico.
Según la tradición, en la basílica de San Pedro, fue colocado el cadáver en un catafalco delante del altar de la Confesión, permaneció tres días antes de las exequias.
Sede Vacante
El gobierno de la Santa Sede se confía de acuerdo a la legislación eclesíastica al Colegio de los Cardenales, pero "solamente para el despacho de los asuntos ordinarios o de los inaplazables". Juan Pablo II estableció "que el Colegio Cardenalicio no pueda disponer nada sobre los derechos de la Sede Apostólica y de la Iglesia Romana, y tanto menos permitir que algunos de ellos vengan menguados, directa o indirectamente, aunque fuera con el fin de solucionar divergencias o de perseguir acciones perpetradas contra los mismos derechos después de la muerte o la renuncia válida del Pontífice"
"Durante la vacante de la Sede Apostólica, las leyes emanadas por los Romanos Pontífices no pueden de ningún modo ser corregidas o modificadas, ni se puede añadir, quitar nada o dispensar de una parte de las mismas, especialmente en lo que se refiere al ordenamiento de la elección del Sumo Pontífice".
Asimismo, se establece que "durante la vacante de la Sede Apostólica, el sustituto de la Secretaría de Estado (entonces el arzobispo Leonardo Sandri) así como el secretario para las Relaciones con los Estados (el arzobispo Giovanni Lajolo) y los Secretarios de los Dicasterios de la Curia Romana conservan la dirección de la respectiva oficina y responden de ello ante el Colegio de los Cardenales".
En la constitución apostólica Universi Dominici Gregis, se señala
-"Disponer todo lo necesario para las exequias del difunto Pontífice" y "fijar el inicio de las mismas".
-Pedir a la Comisión -"compuesta por el Cardenal Camarlengo y por los Cardenales que desempeñan respectivamente el cargo de Secretario de Estado y de Presidente de la Pontificia Comisión para el Estado de la Ciudad del Vaticano"
- la preparación del alojamiento de los Cardenales electores y de las personas vinculadas a la elección del Papa en los locales de la Domus Sanctae Marthae y, al mismo tiempo, la preparación de la Capilla Sixtina –donde se celebrará la elección--, "a fin de que las operaciones relativas a la elección puedan desarrollarse de manera ágil, ordenada y con la máxima reserva, según lo previsto y establecido en esta Constitución".
-"Confiar a dos eclesiásticos de clara doctrina, sabiduría y autoridad moral, el encargo de predicar a los mismos Cardenales dos ponderadas meditaciones sobre los problemas de la Iglesia en aquel momento y la elección iluminada del nuevo Pontífice"; también debe fijar cuándo "debe serles dirigida la primera de dichas meditaciones".
-"Aprobar bajo propuesta de la Administración de la Sede Apostólica o, en la parte que le corresponde, del Gobierno del Estado de la Ciudad del Vaticano, los gastos necesarios desde la muerte del Pontífice hasta la elección del sucesor".
-"Leer, si los hubiere, los documentos dejados por el Pontífice difunto al Colegio de Cardenales"
-"Cuidar que sean anulados el Anillo del Pescador y el Sello de plomo, con los cuales son enviadas las Cartas Apostólicas".
El anillo del pescador se utiliza en los breves pontificios, así como en otros actos como cédulas y sentencias consistoriales. Actualmente las cartas apostólicas o bulas se expiden sub plumbo haciendo uso del sello de plomo por parte de la sección primera –Asuntos Generales de la Secretaría de Estado--, que custodia el sello plúmbeo y el anillo del pescador.
-"fijar el día y la hora del comienzo de las operaciones de voto"-
Nueve días de exequias en sufragio por el alma del Papa
La Iglesia católica celebra exequias del difunto Pontífice durante nueve días consecutivos", se trata de los así llamados novendial.
La Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis establece que, «después de la muerte del Romano Pontífice, los Cardenales celebrarán las exequias en sufragio de su alma durante estos días.
Atentado, cáncer, artritis, Parkinson, etcétera...
Cronología
-13 de mayo de 1981. Los disparos del turco Ali Agca lo hieren gravemente, necesita un mes entero para ser dado de alta.
-15 de julio de 1992. Es operado de un tumor intestinal del tamaño de una naranja y que empezaba, según los doctores, a ser maligno.
-28 de abril de 1994. Se en el baño y se rompe el fémur derecho. La lesión requiere cirugía. Pasa un mes en el hospital. Camina con bastón y tiene que dejar de esquiar.
- 22 de septiembre de 1994. Tiene que cancelar su viaje a EE UU porque la pierna no está bien.
- 25 de diciembre de 1995. La gripe le obliga a no celebrar la misa de Navidad por vez primera en su pontificado. Por la tarde, las náuseas interrumpen su mensaje en TV.
- 5 de septiembre de 1996. En Hungría se le nota temblar la mano izquierda: especulaciones sobre el Parkinson.
- 14 de septiembre de 1996. El Vaticano dice que una inflamación de apéndice causa la fiebre recurrente y los dolores de abdomen del Papa.
- 6 de octubre de 1996. Operación de apéndice.
- 9 de septiembre de 1997. Desvanecimiento en el funeral de la Madre Teresa de Calcuta.-
5-17 de junio de 1999. En viaje a Polonia, se hace evidente su debilidad, y acaba por sufrir una caída y por tener que cancelar una misa al aire libre.
- El 8 de octubre de 1996 le extirparon el apéndice.
- El 23 de diciembre de 2001, el periódico El Mundo reveló que el Papa se estaba quedando mudo: el autor del artículo, José Manuel Vidal.
- Marzo de 2002. En Semana Santa tiene que suspender por la artritis varias visitas a parroquias en Roma y disminuir la actividad litúrgica.
- Agosto de 2002. En su Polonia natal, el Papa habla de la muerte, y de su posible abdicación.- 14 de septiembre de 2003. La visita a Eslovaquia muestra a un Papa tembloroso que no puede caminar. Resurgen las especulaciones sobre la posibilidad de que no vuelva a viajar.
-31 de enero de 2005. El Vaticano informa que el Papa sufre de una gripe "leve" que lo obliga a cancelar audiencias.
-1ø de febrero: Es hospitalizado por dificultades respiratorias y una inflamación de garganta mientras sufre una gripe.
-10 de febrero: Es dado de alta del hospital.
-24 de febrero: Le hacen una traqueotomía para aliviar sus problemas respiratorios, horas después de ser hospitalizado con fiebre, congestión y otros síntomas de gripe.
-10 de marzo: pasará unos días más en el hospital por consejo de los médicos después de la operación de garganta;
-3 de marzo: El Papa recibe el alta del hospital, horas después de hablar a los fieles, en su primera aparición pública luego de una operación de garganta el 24 de febrero.
-30 de marzo: En medio de una ola de rumores que asegura que su salud empeora, le insertan sonda nasogástrica de alimentación para "mejorar la ingestión calórica" del Papa y ayudarlo a recuperar fuerzas, dice el Vaticano. No se dijo cuándo le colocaron la sonda, que no es visible cuando Juan Pablo aparece en su ventana. Desde entonces, en sus últimas apariciones no pudo hablar pese a intentarlo. Se espera su deceso..
2 de abril- 21:37 horas muere Karol Wojtyla a la edad de 84 años.

La soledad del Papa

La soledad del Papa
Cynthia Rodríguez, para la agencia APRO-Proceso,
CIUDAD DEL VATICANO, 1 de abril (apro).- La Via della Conciliazione, Via di Porta Angelica y la Via dei Corridori que desembocan en la Plaza San Pedro están llenas de gente a las 10 de la mañana. Como todos los días, decenas de turistas, seminaristas y religiosas de todo el mundo van y vienen del Vaticano. Es miércoles, el día de la semana que el Papa tiene designado para la audiencia general.
Pero este miércoles no es un miércoles como cualquier otro. Es la antesala de la Semana Santa y se espera una gran afluencia.
La seguridad en las inmediaciones no falta. Para poder entrar a la plaza hay que atravesar uno de los 20 arcos detectores de metales que rodean San Pedro, pero afortunadamente no es algo que lleve mucho tiempo, las filas no son muy largas y basta poner las bolsas y mochilas por las bandas de rayos X para pasar. El ingreso se hace en un promedio de 20 segundos por persona. Dicen que cuando estaba Juan Pablo II se podía tardar uno en entrar hasta cinco minutos.
Son casi las 11 de la mañana y la guardia suiza, los carabineros y los policías están religiosamente en sus lugares asignados. Unos cuidando al Papa, otros el lugar y otros a los visitantes que no terminan de llegar. A esa hora ni siquiera se ha llenado a la mitad y la audiencia está por comenzar.
--Disculpe, ¿siempre hay tanta gente?--, pregunta la reportera a uno de los policías que vigila en la Via Porta Angelica.
--¿Tanta?--, responde como si estuviera admirado de la pregunta. Da un vistazo a la calle, trata de ver la plaza y dice: “La verdad que hoy es un día tranquilísimo, es más, ¡hoy no hay gente!”.
Lo mismo dicen las vendedoras de los negocios que hay en la Plaza Pio XII, en frente de la Basílica y la Plaza de San Pedro. “Efectivamente hoy hay poca gente, pero tampoco es nuevo, la afluencia de gente ha estado bajando paulatinamente en los últimos años (…) Quizá sea la crisis”, dice.
La respuesta parece darla sin querer una mujer que entra a la tienda de souvenirs “Ferrante” y pide una medalla con la imagen del Papa. Cuando se la dan, dice: “No, perdón, quiero la del Papa Juan Pablo II”, rechazando la que le acaban de dar con la imagen de Benedicto XVI. La empleada levanta los hombros y sigue atendiendo a los clientes.
“Sembradores de desconfianza”
Pero este día también es especial. Los periódicos publicaron dos noticias que tiene que ver con la crisis que se vive en el Vaticano: La primera, una declaración de los obispos italianos en la que dicen que colaborarán con los magistrados de justicia para desenmascarar a los padres pedófilos; la segunda, que llevarán al Papa Benedicto XVI a los tribunales.
Quien afirma esto último es el abogado Jeff Anderson, de 62 años, desde Nueva York y quien desde 25 años combate los abusos de los sacerdotes en Estados Unidos.
El mismo que descubrió los documentos que demostrarían como Joseph Ratzinger defendió al hostigador de 200 niños sordos.
En entrevista con el corresponsal del diario italiano La Republica afirma: “Mi caso lleva directamente al Vaticano, y yo espero... no, estoy seguro de que lograré que el Papa se vaya; un tribunal en Oregon ya me ha dado razón. La Santa Sede ha apelado ya a la Corte Suprema”.
“¿Sabía que en Estados Unidos, uno de cada seis niños es molestado por sacertotes?” señala a este diario otro abogado que trabaja con Anderson. Se llama Patrick Noaker y es un hombre que sabe de lo que habla pues lo ha vivido en carne propia, o mejor dicho, sobre la de su hija.
Al corresponsal de La Republica se lo dice: “Ella encontró la fuerza para confesármelo 10 años después. El monstruo era el psicoterapeuta, un exsacerdote, que debió de haber asistido a la muchachita quien había entrado en crisis por el divorcio.
“Por eso debemos hacer todo lo que podamos para parar este horror, llegando hasta Roma porque el mecanismo que hemos descubierto nos lleva hasta allá”, señala Noaker.
Son poco más de las 11 y media del día y la Plaza de San Pedro sigue a la mitad. Hasta adelante están los grupos de pidieron audiencia con el Papa. Han llegado dirigentes de futbolistas, participantes en un torneo de futbol juvenil, jóvenes Scout, personas de un grupo de ancianos, exempleados de la ciudad de Boloña, estudiantes de España, Francia, Alemania, Austria, Brasil, Estados Unidos, Canadá y Japón, peregrinos de Argentina, Polonia, Lituania, Croacia y Bielorusia y participantes en el encuentro universitario internacional UNIV 2010.
Es el Presidente del Congreso UNIV 2010, Robert Weber, quien deja un comunicado en la sala de prensa del Vaticano donde expresa, a nombre de los participantes del 43° Congreso Universitario Internacional, su agradecimiento al Pontífice.
“Gracias Santo Padre por estos cinco años de Pontificado, por su ejemplo de servicio y por su ejemplo en la búsqueda de la verdad. Gracias por sus encuentros con los jóvenes; lo decimos en nombre de las millones de personas que han podido escuchar la palabra del Papa en Colonia, Cracovia, Sao Paolo, Loreto, Nueva York, Sydney, París, Yaoundé, Luanda, Praga... Gracias por su servicio infatigable y por el ejemplo de apertura al diálogo que nos ofrece constantemente para buscar la verdad de las cosas”, señala el comunicado de Robert Weber.
CABEZA
Este miércoles 30 día también es especial porque se recuerdan los cinco años que han pasado desde que Joseph Ratzinger fue electo como el 265° Papa de la Iglesia católica.
“Vemos como muchos toman ocasión de hechos dolorosos para la Iglesia y para el Papa y siembran dudas y sospechas. A estos sembradores de desconfianza queremos decir con claridad que no aceptamos su ideología. Les repetamos, pero exigimos de ellos también el respeto por nuestra fe y el reconocimiento del derecho que tenemos de vivir como cristianos en una sociedad plural.
“También en nombre de todos nuestros amigos y conocidos queremos decirle que estamos con usted, Santo Padre, mediante nuestra oración, nuestro afecto y nuestro trabajo cotidiano... Gracias y muchísimas felicidades por estos primeros cinco años como Vicario de Cristo”, subraya Weber al final de su carta.
Cinco años y una crisis que amenaza con llegar a los tribunales. “Ahora los obispos están dando la sorpresa e intentan no dejar solo al Papa y por eso han anunciado colaborar con las investigaciones”, explica el vaticanista Marco Ansaldo a Proceso.
“Ahora sí reafirman su apoyo a las víctimas de abuso e invitan a las comunidades eclesiásticas a aceptar la verdad de los hechos, asumiendo las consecuencias. Ahora hasta han dicho que se seleccionará de manera muy minuciosa a los candidatos a sacerdotes vigilando su madurez humana y afectiva, además de la espiritual. Es un cambio importante que empiecen a hablar sobre estas cosas”, dice Ansaldo.
Afuera, en las calles del Vaticano los sacerdotes y religiosas que caminan evitan hacer comentarios sobre la más reciente crisis. Escuchan la palabra “abuso” y apresuran el paso. Dicen no estar suficientemente enterados y aseguran que Dios ayudará al Papa a sobrellevar la crisis.
Por lo pronto, en el Vaticano alistan la defensa del Papa y no precisamente con Dios. Según la agencia de noticias AP ya se prepara la estrategia legal con la que la Iglesia católica defenderá al pontífice de la demanda en Kentucky que busca su destitución.
El caso de Kentucky se refiere a tres hombres que dicen haber sido abusados por sacerdotes. La demanda la interpusieron en 2004 contra la Santa Sede por el delito de negligencia por no haber alertado a la policía o al público sobre los sacerdotes que vejaron a menores en este poblado precisamente.
De acuerdo con AP quien tuvo acceso a la documentación, los abogados se proponen argumentar que el pontífice tiene inmunidad como jefe de Estado, que los obispos estadounidenses que supervisaban a los religiosos abusivos no eran empleados del Vaticano, y que un documento de 1962 no es la prueba decisiva de un encubrimiento.
Jeff Anderson asegura que luchará para que no haya excepciones en la ley y que no haya inmunidad por mucho que sea el Vaticano y por mucho que se trate del Papa.
“Quién sabe si nos toque ver un juicio a un Papa, lo que es cierto es que la Iglesia ha reaccionado muy tarde en los casos de pedofilia y ahora debe enfrentar las consecuencias”, opina Ansaldo.