17 sept 2006

Benedicto apenado


¡Vaya hasta que llegó la prudencia en Benedicto XVI!
Sin embargo no pide disculpas todavía.
Como todos los domingos, rezó a las 12:00 horas de hoy el Angelus, aún desde Castelgandolfo, su residencia de verano, pero esta vez lo hizo enmedio de un fuerte dispositivo de seguridad.
Benedicto XVI dijo que estaba "vivamente afligido" por las reacciones suscitadas por unos párrafos de uno de sus discurso en Alemania "considerado ofensivo para la sensibilidad de los creyentes musulmanes".
Explicó, antes de celebrar el rezo del Angelus en su residencia de Castelgandolfo, que las palabras que han causado las críticas del mundo musulmán eran una cita de un texto medieval "que no expresa en ningún caso mi pensamiento personal". Y añadió que la declaración (abajo) del secretario de Estado vaticano, Tarcisio Bertone, realizada ayer, en "la que ha explicado el sentido de mis palabras", sirva para "calmar los ánimos" y "aclarar el verdadero significado", así como invitó una vez más al diálogo entre religiones y culturas.
Reproduzco la parte de la intervención que pronunció este domingo en la residencia pontificia del Castelgandolfo al rezar el Angelus.
Queridos hermanos y hermanas:
El viaje apostólico a Baviera, que realicé en los días pasados, ha sido una intensa experiencia espiritual en la que se han entrecruzado recuerdos personales, ligados a lugares que para mí son sumamente familiares, y perspectivas pastorales para un eficaz anuncio del Evangelio en nuestro tiempo. Doy gracias a Dios por los consuelos interiores que me ha permitido vivir y expreso mi reconocimiento al mismo tiempo a todos los que han trabajado activamente por el éxito de mi visita pastoral. Como es costumbre, hablaré de ella más ampliamente durante la audiencia general del miércoles próximo.
En este momento sólo deseo añadir que me siento muy apenado por las reacciones suscitadas por un breve pasaje de mi discurso en la Universidad de Ratisbona, considerado ofensivo para la sensibilidad de los creyentes musulmanes, mientras que en realidad se trataba de una cita de un texto medieval, que no expresa de ninguna manera mi pensamiento personal.
Por este motivo, ayer el señor cardenal secretario de Estado hizo pública una declaración en la que explicaba el auténtico significado de mis palabras. Espero que esto sirva para calmar los ánimos y para aclarar el verdadero significado de mi discurso, que en su totalidad era una invitación al diálogo franco y sincero, con gran respeto recíproco.
Ahora, antes de la oración mariana, deseo reflexionar sobre dos recientes e importantes festividades litúrgicas: la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, celebrada el 14 de septiembre, y la memoria de la Virgen de los Dolores, celebrada el día después......
Declaración del cardenal Bertone, nuevo secretario de Estado, sobre las reacciones islámicas al discurso pronunciado por Benedicto XVI en Ratisbona

-La posición del Papa sobre el Islam está sin lugar a dudas expresada en el documento del Concilio Vaticano II Nostra Aetate: «La Iglesia mira con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia. Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su Madre virginal, y a veces también la invocan devotamente. Esperan, además, el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por ello, aprecian además el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por tanto, aprecian la vida moral, y honran a Dios sobre todo con la oración, las limosnas y el ayuno» (n. 3).
--La opción del Papa a favor del diálogo interreligioso e intercultural es asimismo inequívoca. En el encuentro con los representantes de algunas comunidades musulmanas en Colonia, el 20 de agosto de 2005, dijo que este diálogo entre cristianos y musulmanes «no puede reducirse a una opción temporal», añadiendo: «Las lecciones del pasado tienen que servirnos para evitar que se repitan los mismos errores. Queremos buscar los caminos de la reconciliación y aprender a vivir respetando la identidad del otro».
--Por lo que se refiere al juicio del emperador bizantino Manuel II Paleólogo, citado por él en el discurso de Ratisbona, el Santo Padre no pretendía ni pretende de ningún modo asumirlo, sólo lo ha utilizado como una oportunidad para desarrollar en un contexto académico y según resulta de una atenta lectura del texto, algunas reflexiones sobre el tema de la relación entre religión y violencia en general y concluir con un claro y radical rechazo de la motivación religiosa de la violencia, independientemente de donde proceda . Vale la pena recordar lo que el mismo Benedicto XVI afirmó recientemente en el mensaje conmemorativo del vigésimo aniversario del encuentro interreligioso de oración por la paz convocado por su predecesor Juan Pablo II en Asís, en octubre de 1986: «Las manifestaciones de violencia no pueden atribuirse a la religión en cuanto tal, sino a los límites culturales con las que se vive y desarrolla en el tiempo… De hecho, testimonios del íntimo lazo que se da entre la relación con Dios y la ética del amor se registran en todas las grandes tradiciones religiosas».
--Por tanto, el Santo Padre está profundamente apenado por el hecho de que algunos pasajes de su discurso hayan podido parecer ofensivos para la sensibilidad de creyentes musulmanes y hayan sido interpretados de una manera que no corresponde de ninguna manera a sus intenciones. Por otra parte, ante la ferviente religiosidad de los creyentes musulmanes ha advertido a la cultura occidental secularizada para que evite «el desprecio de Dios y el cinismo que considera la ridiculización de lo sagrado como un derecho de la libertad».
--Al confirmar su respeto y estima por quienes profesan el Islam, el Papa desea que se les ayude a comprender en su justo sentido sus palabras para que, una vez superado este momento difícil, se refuerce el testimonio en el «único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres» y la colaboración para promover y defender «unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los hombres» (Nostra Aetate, n. 3).
[Traducción del original italiano realizada por Zenit]

El oficio periodístico


"Y para ello contaron con la complicidad de algunos medios de comunicación, de intelectuales alcahuetes, de periodistas deshonestos...: AMLO.
Un buen texto sobre el oficio periodístico nos regala hoy don José Antonio Zarzalejos, director del periódico español ABC, claro cita al profesor Ryszard Kapuscinski que siempre es lectura obligada. De repente me acorde de un artículo de Jean Daniel: "nuestra bella profesión", escrito hace siete años.
Los comparto en esta bitácora
El buen periodismo/José Antonio Zarzalejos, director de ABC
Tomado de ABC, 17/09/2006
Dice el maestro de periodistas -éste, sí-Ryszard Kapuscinski que «en la segunda mitad del siglo XX, especialmente en los últimos años con la revolución de la electrónica y de la comunicación, el mundo de los negocios descubre de repente que la verdad no es importante, y que ni siquiera la lucha política es importante: que lo que cuenta en la información es el espectáculo. Y, una vez hemos creado la información-espectáculo, podemos vender esa información en cualquier parte. Cuanto más espectacular es la información, más dinero podemos ganar con ella».
Siguiendo la estela de esta observación evidente, parece fácil deducir que vende más una conspiración urdida por ignotas autorías que un vulgar auto de procesamiento en un proceso judicial más o menos importante. Y si alguien frustra la rentabilidad de la información-espectáculo reivindicando la noticia sobre la fabulación, se desatan contra el impertinente todas las furias de los negociantes que ven en riesgo el beneficio de su montaje. Por eso, el periodista polaco asegura que la profesión periodística «no puede ser ejercida correctamente por nadie que sea un cínico. Es necesario diferenciar: una cosa es ser escépticos, realistas, prudentes. Esto es absolutamente necesario, de otro modo no se podría hacer periodismo. Algo muy distinto es ser cínicos, una actitud incompatible con la profesión de periodista. El cinismo es una actitud inhumana, que nos aleja automáticamente de nuestro oficio, al menos si uno lo concibe de una forma seria».
Kapuscinski continúa indagando en la morfología del periodista al sostener que «en nuestro oficio hay elementos específicos muy importantes» que son según el reportero más consagrado «una cierta disposición a aceptar el sacrificio de una parte de nosotros mismos. Todas las profesiones son exigentes, pero ésta lo es de una manera particular».
Como segundo elemento característico de la profesión periodística, el autor se refiere a la necesidad de «una constante profundización en nuestros conocimientos», siendo el tercero el de no considerar este oficio «como un medio para hacerse rico». Pero creo que el requisito más esencial de todos los que sugiere Kapuscinski como convenientes para trabajar en esta profesión es sin duda el que formula de la siguiente manera: «Para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser un buen hombre o una buena mujer: buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias».
Robert Schmuhl, en su libro «Las responsabilidades del periodismo», recoge un escalofriante pasaje de la disertación del que fuera redactor jefe del «Detroit Free Press» y autor de «Absence of Malice», Kurt Luedtke, quien dirigiéndose a un grupo de profesionales les espetó lo siguiente: «De sus juicios discrecionales penden reputaciones y carreras, sentencias de cárcel y precios de mercaderías, espectáculos de Broadway y suministros de agua. Ustedes son el mecanismo de la recompensa y el castigo, los árbitros de lo justo y de lo injusto, el ojo incansable del juicio cotidiano. Ya no moldean, simplemente, la opinión pública, sino que la han suplantado». Todavía más impresionante es este otro pasaje del periodista americano, también recogido en la obra de Schmuhl: «Hay hombres y mujeres buenos que no se presentan para cargos públicos, temerosos de que ustedes descubrieran sus puntos flacos, o se los inventaran. Muchas personas que han tenido tratos con ustedes desearían no haberlos tenido. Ustedes son caprichosos e imprevisibles, son temibles y temidos, porque no hay manera de saber si esta vez serán honrados y exactos o no lo serán».
Schmuhl, que indaga sobre las responsabilidades del periodismo, formula la cuestión última que se plantea en unos términos muy sencillos: «Nosotros, los del negocio de las noticias, ayudamos a proporcionar a la gente información que necesita para conformar sus actitudes o, en todo caso, para autorizar o ratificar las decisiones sobre las cuales descansa el bienestar de la nación. No nos da tal condición ninguna categoría oficial o semioficial, pero en la medida en que la nación esté bien o mal informada, nosotros colaboramos en esta tarea».Me he acogido a las citas anteriores para tratar de argumentar que el ejercicio de la profesión periodística, sin ser ésta mejor o peor que otra, está cualificado por una obligación de dimensión social que concierne a la veracidad en el relato de las noticias y la lealtad al «bienestar de la nación» que se consigue cuando sus ciudadanos pueden confiar en la honradez intelectual de los periodistas, en la corrección de sus pautas de comportamiento y en su calidad humana. Cuando Kapuscinski aduce que «los cínicos no sirven para este oficio» -título de la obra que recoge sus conversaciones con un restringido auditorio moderado por María Nadotti, editado por Anagrama-, añade un subtítulo, que es éste: «Sobre el buen periodismo». El buen periodismo sería, así, aquel que es elaborado por periodistas que no son «cínicos», es decir, que no practican el cinismo que consiste en la «desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones vituperables».
¿Cómo evitar a los cínicos en la profesión periodística? ¿Cómo sortear en este oficio a las «malas personas»? Desde luego, no con normas o con tribunales, no con exámenes ni con indagaciones. Para Schmuhl, «no se puede pensar en una regulación desde el exterior» de la profesión, y propugna como «únicos caminos» los de «fomentar y alentar la responsabilidad ética desde dentro de los medios informativos».Cuando determinadas polémicas -muy abruptas, como ahora se producen en nuestro país- son calificadas como «guerras mediáticas» se está reduciendo a simple y rasa pelea de competencia lo que representa un debate de carácter ético y deontológico de gran calado que no afecta sólo a los periodistas, ni sólo a los editores, sino a toda la sociedad y, especialmente, a la sociedad que, en último término, con su dictamen debe establecer qué valores desea preservar y qué contravalores quiere desterrar de su convivencia.
Ahora en España delincuentes ocupan portadas; de forma impune se lanzan acusaciones contra policías, jueces y fiscales; se hace escarnio de políticos, empresarios y periodistas; se descalifican instituciones de manera irresponsable y se comercia con la propia democracia, y todo eso ocurre en un silencio ensordecedor, temeroso y egoísta. Por eso y porque amo esta profesión hasta la asunción del insulto diario como un peaje barato para continuar en ella, me pregunto y pregunto hasta dónde han de llegar las difamaciones, disfrazadas de superchería ideológica y de travestismo moral, para que se produzca entre los profesionales y en la sociedad una reacción que nos libre de los indignos por el sencillo procedimientode señalarlos como tales. Porque los cínicos tienen derecho a ser periodistas; también las malas personas. Pero es bueno que cada uno quede retratado tal como es: el agnóstico no puede pasar por creyente; ni el censor por liberal; ni el histrión por intelectual; ni el corrupto por honesto; ni el desleal por fiel. Ni el mal periodismo -el de los cínicos- puede pasar por el de calidad ética. Porque, si cada cual no queda en su lugar, padecerá «el bienestar de la nación».

Nuestra bella profesión / JEAN DANIEL, director del semanario Le Nouvel Observateur.
Publicado en El País, 5/11/1999

Cuanto peor prensa tiene el periodismo, más atrae a los jóvenes. ¿Se debe a razones equivocadas? Por otro lado, parece que no todos los periodistas ejercen la misma profesión. No hay semana en que algún libro no acuse al periodismo (al no poder citarlos todos, no destacaré ninguno). Nada más natural y más sano. El informador debe merecer el exorbitante poder que tiene. Es el mensajero, el mediador, el enlace y el vínculo. Puede elegir entre hinchar un rumor o revelar una verdad. Gracias a él, nada de lo que en este planeta hay de humano nos es extraño. Ni lo mejor ni lo peor. La mayor parte del tiempo, lo peor. Si incumple sus deberes, debe aceptar el que le llamen al orden. Y si, como es el caso hoy, la evolución de la sociedad modifica la naturaleza de su misión, entonces es necesario que los principios estén claros para todo el mundo.

Sé bien que ni todas las acusaciones son desinteresadas ni todos los fiscales irrefutables. Hay quien, al no haber aprendido ni olvidado nada, sólo ve en la denuncia de sus colegas una forma de acelerar la descomposición de la democracia formal, con la idea implícita de que una sociedad poscapitalista podría permitir acceder al reino de una prensa virtuosa. En ese caso, tendríamos que vérnoslas, empleando un viejo lenguaje que parece seducir de nuevo, con sermones ladrados por los nuevos perros guardianes del pensamiento políticamente correcto en su lucha contra el llamado pensamiento llamado único.

Personalmente, esto no me molesta, y admito estudiar la legitimidad de todos los argumentos, seguro como estoy de que la sociedad competitiva y de mercado es preferible a las demás sólo gracias a implacables regulaciones. Como sabemos, el último reproche de moda concierne a la connivencia. En la sociedad de los periodistas, de los redactores de periódicos y analistas, hay supuestamente una tendencia a vivir en un estado de simbiosis y de parasitismo con los hombres de poder. El informador traicionaría su misión, que, por supuesto, es ser independiente en relación con unos y otros. Una intimidad tan sospechosa le conduciría a silenciar los crímenes y delitos de sus cómplices de convivencia mundana.

Después de todo, es muy posible. Tuvo lugar en el pasado y ocurre hoy. Pero la acusación es aquí tan grave que los fiscales están obligados a proporcionar ejemplos y pruebas. La gran sorpresa, que subraya una virtud nueva en nuestra profesión, es que los fiscales, lejos de esgrimir los asuntos de "interés nacional", se ven reducidos a reprochar sobre todo a sus colegas el hecho de respetar la vida privada de sus supuestos protectores. Porque hoy no vemos qué escándalo ha sido silenciado. ¿Quién ha sido protegido, qué político? ¿Qué jefe no ha tenido las manos esposadas? Y si Roland Dumas no dimitió, no fue debido a que periodistas como Alain Duhamel y como nosotros no se lo suplicásemos.

Así, pues, nos encontramos ante una verdadera estrategia de la sospecha, apuntalada por una acusación de practicar la autocensura. Aquí es donde la mezcla de hipocresía y de cinismo se vuelve explosiva. Porque, sí, es cierto, nos pasamos la vida practicando la autocensura. Sí, dedicamos una parte de nuestra existencia a escoger las verdades que nos parece conveniente decir. Sí, ocurre que callamos los defectos menores de nuestros amigos y las debilidades desdeñables de nuestros ídolos cuando se trata de su vida privada. Uno de los orgullos de mi vida ha sido ser amigo de Pierre Mendès-France, y por nada del mundo hubiese creído que fuera mi deber revelar los sentimientos que él podía tener por algún ser querido. Entre él y yo existía una connivencia. De igual modo, me acuso de haber concedido un poco de tiempo a las antiguas colonias antes de subrayar su posible incompetencia. ¡Tenían derecho a ello!

Ninguno de nosotros, digo bien, ninguno de nosotros, ha pensado nunca que todas las verdades, sin excepción, debían ser dichas de todas todas, ni, sobre todo, que fuera moral decirlas. Porque, con toda seguridad, en cada momento seleccionamos, diferenciamos, elegimos y dejamos de lado muchas cosas. Ésa es nuestra profesión. Queda saber qué dejamos de lado y por qué. Cuanto más exigentes somos, más tiempo pasamos diciéndonos que la decencia dicta no hurgar en la basura para ensuciar la vida privada de nadie, por muy ajeno que nos sea. Nuestra ética profesional consiste en decidir a cada momento cuál es el punto a partir del cual tenemos el deber de informar a la sociedad sobre las faltas de algunos de sus miembros. En especial, tenemos el deber de decidir si tenemos suficientes pruebas en que basarnos cuando ponemos en tela de juicio una reputación.

Antes de que conociese la triste historia de las relaciones de Mitterrand con Bousquet, lo que me importó en un determinado momento no fue -¡por Dios!- saber si Mitterrand tenía o no una hija adulterina, sino descubrir por qué consideraba útil incluir en su Gobierno a ministros comunistas cuando consiguió hacerse elegir sin su apoyo y cuando fue precisamente por eso por lo que le respaldé. No pensaba, y con razón, en Mazarine. Pero si hubiese conocido el secreto, hubiese respetado mil veces el destino de esa joven. Mil veces.

Este universo de sospecha siempre me ha provocado náuseas, y, a decir verdad, cuando hoy leo a algunos colegas me pregunto si ejerzo la misma profesión que ellos. Si lo he hecho en algún momento de mi vida. Mi profesión tal vez no tenga una inspiración más elevada que la suya, pero, sin duda alguna, es diferente, y veo tres razones para ello.

En primer lugar, descubrí el poder de la prensa cuando, en mi infancia, me enteré del suicidio de un ministro, Roger Salengro, víctima de una infame campaña de prensa que le acusaba a diario de traición ante el enemigo durante la guerra. En definitiva, sólo descubrí la prensa con motivo de una de sus fechorías.

En segundo lugar, porque conocí el periódico Combat cuando Albert Camus decía a sus jóvenes colaboradores: "Os haré hacer cosas que son plomíferas, pero nunca cosas asquerosas". Y entre las cosas asquerosas estaba la delación en todas sus formas y, por tanto, el papel del confidente que cuenta al poli la vida privada de los demás.

Por último, porque conocí el periodismo desde el interior y desde el exterior. Durante cierto tiempo fui víctima de algunos periódicos colonialistas y estalinistas; sé, por lo tanto, desde dentro cuál puede ser nuestra capacidad para perjudicar, qué insomnios podemos provocar. Por todas estas razones, cuando alguien detiene los debates sobre la ética de los periodistas en nombre de la libertad, descubro en ello la más chocante de las hipocresías. Pero del mismo modo, cuando denuncian a los periodistas franceses como culpables de no imitar, en su agresiva vulgaridad, a los colegas extranjeros que nos ofrecen todas las barbaridades de la transparencia, entonces me alarmo, me indigno y me sublevo.

Presidente Legítimo


Palabras de Andrés Manuel Lópe Obrador durante los trabajos de la Convención Nacional Democrática México, DF, 16/09/2006
Amigas, amigos, delegadas, delegados de todos los pueblos, colonias, municipios, regiones, estados del nuestro país.
Hoy es un día histórico. Esta Convención Nacional Democrática ha proclamado la abolición del actual régimen de corrupción y privilegios y ha sentado las bases para la construcción y el establecimiento de una nueva República.
Antes que nada, conviene tener en claro por qué hemos tomado este camino. Es obvio que no actuamos por capricho o interés personal.
Nuestra decisión y la de millones de mexicanos aquí representados es la respuesta firme y digna a quienes volvieron la voluntad electoral en apariencia y han convertido a las instituciones políticas en una farsa grotesca.
¿Cómo se originó está crisis política y quiénes son los verdaderos responsables? Desde nuestro punto de vista, la descomposición del régimen viene de lejos, se acentuó en los últimos tiempos y se precipitó y quedó al descubierto con el fraude electoral. Esta crisis política tiene como antecedente inmediato el proyecto salinista, que convirtió al gobierno en un comité al servicio de una minoría de banqueros, hombres de negocios vinculados al poder, especuladores, traficantes de influencias y políticos corruptos.
A partir de la creación de esta red de intereses y complicidades, las políticas nacionales se subordinaron al propósito de mantener y acrecentar los privilegios de unos cuantos, sin importar el destino del país y la suerte de la mayoría de los mexicanos.
Desde entonces, el principal lineamiento del régimen ha sido privilegiar los intereses financieros sobre las demandas sociales y aún, sobre el interés público. En este marco de complicidades y componendas entre el poder económico y el poder político, se llevaron a cabo las privatizaciones durante el gobierno de Salinas.
También, en este contexto, debe verse el asunto del FOBAPROA, el saqueo más grande que se haya registrado en la historia de México desde la época colonial. Recordemos que Zedillo, con el apoyo del PRI y del PAN, del PRIAN, decidió convertir las deudas privadas de unos cuantos en deuda pública.
A la llegada de Vicente Fox se fortaleció y se hizo más vulgar esta red de complicidades, al grado que un empleado del banquero Roberto Hernández pasó a ser el encargado de la hacienda pública. Pero lo más grave es que Fox se convirtió en un traidor a la democracia y se dedicó tenaz y obcecadamente, con todos los recursos a su disposición, a tratar de destruirnos políticamente.
En esta cruzada, Fox se confabuló con Roberto Hernández, Claudio X. González, Carlos Salinas, Mariano Azuela, Diego Fernández de Cevallos, Gastón Azcárraga y para ello contaron con la complicidad de algunos medios de comunicación, de intelectuales alcahuetes, de periodistas deshonestos y de quienes se hacen pasar por jueces.
En fin, se formó en contra nuestra una pandilla de delincuentes de cuello blanco y de políticos corruptos.
Ahora bien, conviene preguntarnos por qué este grupo fue capaz de desatar tanto odio, por qué llegaron incluso al descaro de promover la intolerancia, el clasismo y de utilizar el racismo para distinguirse y descalificar lo que nosotros dignamente representamos.
La respuesta es sencilla: tienen miedo de perder sus privilegios y los domina la codicia.
Por eso no aceptan el Proyecto Alternativo de Nación que nosotros postulamos y defendemos. Por eso, para seguir detentando la Presidencia de la República, no les importó atropellar la voluntad popular y romper el orden constitucional. Pero vayamos al fondo.
¿Qué fue lo que ganaron realmente? ¿Creen acaso que el pelele que impusieron les va a significar tranquilidad y normalidad política? ¿Creen acaso que ahora sí nada les impedirá quedarse con el gas, la industria eléctrica y el petróleo? ¿Creen acaso que seguirán impunemente haciendo jugosos negocios al amparo del poder público y disfrutando de sus privilegios fiscales? ¿Creen acaso que van a seguir sobajando al pueblo de México?
Se equivocan, no pasarán. Se equivocan porque afortunadamente hoy existe en nuestro país una voluntad colectiva dispuesta a impedirlo y porque millones de mexicanos no queremos que el poder del dinero suplante al poder público, que debe ser el verdadero poder político.
Por todas estas razones, esta Convención, de conformidad con el Artículo 39 de la Constitución vigente, ha decidido romper con ellos, recuperar nuestra soberanía y emprender el camino para la construcción de una nueva República.
Pueden quedarse con sus instituciones piratas y con su Presidente espurio, pero no podrán quedarse con el patrimonio de la Nación, ni con nuestras convicciones, ni con nuestra dignidad.
Amigas y amigos:
Estamos aquí para decirles a los hombres del viejo régimen que no claudicaremos. Jamás nos rendiremos. Estamos aquí para decir a los cuatro vientos que defenderemos el derecho a la esperanza de nuestro pueblo, que no aceptamos el oprobio como destino para nuestro pueblo.
Que se oiga bien y que se oiga lejos:
No aceptamos que haya millones de niños desnutridos y enfermos, y sin porvenir.
No aceptamos que a los jóvenes, que nacieron bajo el signo del neoliberalismo, se les quite el derecho al estudio y se les condene a la marginación social.
No aceptamos la falta de presupuesto ni las campañas de desprestigio contra la educación pública.
No aceptamos la violación de los derechos de las mujeres.
No aceptamos que las mujeres, para conseguir trabajo, tengan que ser vejadas, porque así lo imponen las reglas inhumanas del mercado.
No aceptamos la discriminación por motivos religiosos, étnicos o sexuales.
No aceptamos que la mayoría de los ancianos del país vivan en el abandono y que quienes se hayan jubilado después de toda una vida de trabajo, reciban una bicoca de pensión.
No aceptamos que a los trabajadores, después de los 40 años de edad, se les nieguen las oportunidades de empleo y se les trate como parias sociales.
No aceptamos que el salario mínimo no alcance para que el trabajador viva y mantenga a su familia con dignidad y decoro.
No aceptamos que, ante la escasez de puestos de trabajo, mujeres y hombres tengan jornadas laborales de más de 8 horas al día.
No aceptamos el trabajo infantil.
No aceptamos que millones de mexicanos se vean obligados a abandonar a sus familias y a sus pueblos, para ir a buscar trabajo del otro lado de la frontera.
No aceptamos que el campesino y el productor tengan que vender barato todo lo que producen y comprar caro todo lo que necesitan.
No aceptamos la privatización de la industria eléctrica ni del petróleo en ninguna de sus modalidades.
No aceptamos que haya borrón y cuenta nueva.
El Fobaproa no es un caso cerrado, es un expediente abierto.
No aceptamos el saqueo del erario. Le daremos seguimiento puntual al manejo del presupuesto, a los contratos de obras y servicios y denunciaremos permanentemente todo acto de corrupción. N
No aceptamos el nepotismo, el influyentismo, el amiguismo, ninguna de esas lacras de la política.
No aceptamos el abandono al campo.
No aceptamos la cláusula del Tratado de Libre Comercio, según la cuál para el 2008 quedarán libres las importaciones, la introducción de maíz y de fríjol del extranjero.
No aceptamos la competencia desleal que padecen los productores nacionales en beneficio de los productores extranjeros.
No aceptamos que se siga degradando nuestro territorio, los recursos naturales, por la voracidad de unos cuantos nacionales y extranjeros.
No aceptamos que continúe el monopolio de empresas vinculadas al poder que rehuyen a la competencia y obligan a los consumidores mexicanos a pagar más que en el extranjero por las comunicaciones, los materiales de construcción, las tarjetas de crédito y otros productos y servicios.
No aceptamos la manipulación que practican algunos medios de comunicación, ni su desprecio altanero por la cultura y por el buen gusto.
No aceptamos el autoritarismo, la represión ni la violación de los derechos humanos. Y menos aceptamos que todas estas grandes injusticias sean producto de la fatalidad y del destino de nuestro pueblo.
No, compañeras y compañeros, amigas y amigos, este es el saldo lamentable del régimen antipopular y entreguista que ha venido imperando y que hoy hemos decidido abolir. Por eso es un día histórico.
¿Cómo imaginamos a la nueva República?
La nueva República tendrá, como objetivo superior, promover el bienestar, la felicidad y la cultura de todos los mexicanos.
Aspiramos a una sociedad verdaderamente justa, elevada sobre la base de la democracia y de la defensa de la soberanía nacional.
Nos interesa entendernos con todos los sectores de buena voluntad, pero vamos a persuadir y convencer que por el bien de todos, primero los pobres. Promoveremos que se eleve a rango constitucional el Estado de Bienestar para garantizar efectivamente el derecho a la alimentación, el trabajo, la salud, la seguridad social, la educación y la vivienda. Exigiremos que se pague la deuda histórica con los pueblos y comunidades indígenas, y pugnaremos por el cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés Larráinzar.
Construiremos una nueva legalidad donde las instituciones se apeguen al mandato constitucional, sirvan a todos por igual y protejan al débil ante los abusos del fuerte.
Vamos a emprender una renovación tajante de la vida pública desterrando la corrupción, la impunidad y el influyentismo. Ya nadie podrá sentirse dueño y señor en nuestro país.
Amigas y amigos:
En el proceso de construcción de la nueva República tenemos que atender y cuidar tres aspectos fundamentales:
Primero. No caer en la violencia, evadir el acoso y mantener nuestro movimiento siempre en el marco de la resistencia civil pacífica.
Segundo. No transar, no vendernos, no caer en el juego de siempre, de la compra de lealtades y conciencias disfrazada de negociación.
Tercero. Tenemos que luchar con imaginación y talento para el romper el cerco informativo y crear mecanismos alternativos de comunicación. Tenemos que hacer posible que la verdad se abra paso y llegue hasta el último rincón de nuestra patria.
Amigas y amigos:
El día de hoy, esta Convención Nacional Democrática ha tomado decisiones trascendentes. Son muchos los frutos de esta asamblea fundacional. No sólo hemos rechazado al gobierno usurpador sino que hemos decidido emprender la construcción de una nueva República.
Se aprobó también el plan de resistencia civil pacífica y la preparación de los trabajos para la reforma constitucional y lograr que las instituciones sean verdaderamente del pueblo y para el pueblo.
Fruto de este proceso que ha desembocado en la Convención Nacional Democrática ha sido, sin duda, la creación del Frente Amplio Progresista. Esta nueva agrupación política será el espacio para articular a todos los ciudadanos y organizaciones políticas y sociales que se expresaron durante la campaña, así como para recibir nuevas adhesiones.
El Frente Amplio Progresista surge en el momento preciso en que, a la vista de todos, se ha conformado un bloque de fuerzas derechistas, a partir de la alianza abierta y descarada entre el PAN y las cúpulas del PRI. De modo que el Frente Amplio Progresista tendrá como objetivo principal enfrentar al bloque conservador, al brazo político de la minoría rapaz que tanto daño ha causado a nuestro país.
A final de cuentas, volvemos a lo que ha sido la historia de México. Antes eran liberales y conservadores.
Ahora, en la lucha política de nuestro país habrá dos agrupamientos distintos y contrapuestos: derechistas y progresistas. Esta Convención ha decidido crear también un nuevo gobierno, que se instituye para ejercer y defender los derechos del pueblo.
El gobierno que emerge será obligadamente nacional. Tendrá una sede en la capital de la República y, al mismo tiempo, será itinerante para observar, escuchar y recoger el sentir de todos los sectores y de todas las regiones del país.
Habrá un gabinete, es decir, un equipo de trabajo que integre los diagnósticos, proponga las soluciones y examine las posibilidades en cada caso. Los recursos, como es obvio, son escasos, pero el trabajo de equipo, la honradez, la interacción con la sociedad, podrán convertir la escasez en eficacia.
¿Por qué acepto el cargo de Presidente de México?
Ofrezco a ustedes y al pueblo de México mi explicación. Frente a la operación fraudulenta que lesionó la democracia electoral e intenta detener la democratización económica, social y cultural; frente al uso faccioso del Poder Ejecutivo y de los recursos públicos de un candidato y de un partido; frente a la intromisión ilegal y pandilleril de un buen número de empresarios y caciques sindicales, esos que ya santifican el clientelismo; frente al secuestro de las instituciones, que en este caso, son típicamente sus instituciones, como el IFE, el Tribunal Electoral y la Suprema Corte de Justicia; frente a todo esto, y ante el cúmulo de pruebas que hemos presentado y que fueron tramposamente desechadas, mantenemos una certidumbre: ganamos la elección presidencial.
Acepto el cargo de Presidente de México porque rechazamos la imposición y la ruptura del orden constitucional. Aceptar el fraude electoral, como algunos están proponiendo, y reconocer a un gobierno usurpador, implicaría posponer indefinidamente el cambio democrático en el país. Sería hacerles el juego, que yo acepte la imposición, me convierta en dirigente de la oposición nacional y les hiciéramos ese juego.
No, por eso acepto el cargo de Presidente de México, porque rechazamos la imposición y la ruptura del orden constitucional.
El triunfo en las urnas nos compromete ante nuestros electores y ante los votantes honrados del 2 de julio que, opciones políticas aparte creyeron en la validez de la elección. Ese compromiso con la democracia, es el que nos impulsa.
Nuestros adversarios se imponen con el dinero, el prejuicio conservador, la injusticia, la ilegalidad, la propiedad de muchísimos medios informativos. Nosotros contamos con la voluntad de cambio de millones de personas.
El régimen político de ellos se agotó; en cambio, desde nuestro punto de vista, la Presidencia, esta Presidencia, simboliza las esperanzas, los esfuerzos y el anhelo de justicia social del pueblo de México. Además, el encargo de Presidente de México se me confiere en el marco de un movimiento empeñado en transformar las instituciones y refrendar la República, es decir, aclarar el sentido de la vida política, hoy tan enturbiado.
La Presidencia, en una democracia genuina, es la interpretación justa y cotidiana de los sentimientos, de los deseos del pueblo, de los sentimientos, de los deseos de la gente y de la comunidad.
Es obvio que acepto este honroso cargo no por ostentación o por ambición al poder. Lo asumo, incluso a sabiendas de que también por esto voy a ser atacado. Pero lo hago convencido de que así voy a seguir contribuyendo, junto con muchos otros mexicanos, mujeres y hombres, como ustedes, en las transformaciones del país, por nosotros y por las nuevas generaciones, por los que vienen detrás, por nuestros hijos, que podamos verlos de frente y no nos reclamen porque en estos momentos de definición supimos estar a la altura de las circunstancias.
Además, en las actuales circunstancias, aceptar este encargo es un acto de resistencia civil pacífica, y es lo que más conviene a nuestro movimiento. Es un tengan para que aprendan, un tengan para que aprenda a respetar la voluntad popular.
Amigas y amigos, compañeros, compañeras.
Les hablo con sentimiento y con el corazón. Es un timbre de orgullo, es un honor representarlos. Tengan la seguridad de que lo haré con humildad y convicción. No voy a traicionarlos, no voy a traicionar al pueblo de México. Es un honor están con ustedes y voy a ser siempre su servidor.
Reitero mi compromiso con ustedes, con los que nos dieron su confianza el 2 de julio, con muchos más, y sobre todo con los pobres y humillados de nuestra patria.
¡Que viva la Convención Nacional Democrática!
¡Que viva la nueva República!
¡Viva México!
¡Viva México!
¡Viva México!

AMLO: Presidente legitimo


Dos puntos de vista desde afuera
"Su imagen en los días previos al 2 de julio, sin embargo, fue la de un estadista calmo, mientras que López Obrador se mostraba al borde de la histeria. Muchos de quienes lo apoyaban con entusiasmo sintieron disgusto ante sus actitudes mesiánicas.":Tomás Eloy Martínez, escritor argentino

"Entiéndase: Obrador no parece un aspirante a dictadorzuelo o a caudillo, pero sus métodos distan mucho de los que aquí identificamos con la izquierda y el respeto a reglas de juego democráticas. Los sucesos de los dos últimos meses han confirmado aquellos diagnósticos...." Manuel Montero, catedrático de Historia Contemporánea.
Elecciones interminables/Tomás Eloy Martínez, es escritor argentino, autor de La novela de Perón, Santa Evita y El vuelo de la reina
Tomado de EL País, , 17/09/2006; www.elpais.es


Desde mucho antes del 2 de julio pasado, fecha en que México debía elegir al segundo presidente de este siglo, se sabía que el vencedor necesitaba una ventaja de al menos 5% para que nadie cuestionara su legitimidad. El escrutinio oficial reveló que Felipe Calderón, el candidato conservador del Partido Acción Nacional (PAN), había obtenido sólo 0,5% más que su adversario de centro-izquierda, Andrés Manuel López Obrador, ex alcalde de la capital mexicana y candidato del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Según la Constitución, la mayoría simple basta para ganar, pero no hay precedentes de triunfos tan ajustados.

La sospecha de fraude impulsó a López Obrador a exigir un recuento completo de los votos y a organizar manifestaciones y piquetes en el Zócalo, la plaza mayor, en las salidas de la capital y en el Paseo de la Reforma, símbolo del México moderno. Algunas de sus arengas indignadas convocaron a grandes multitudes de partidarios fervorosos. Muchos de esos manifestantes se quedaron a vivir en el Zócalo y en Reforma, convertidos en un mar de tiendas de campaña, olores humanos y desperdicios inaccesibles. Según López Obrador, su movimiento propone una resistencia civil pacífica que podría convertirse en desobediencia generalizada.
El Gobierno de Vicente Fox no ha cedido a ninguno de los llamados a reprimir, porque confía en que las manifestaciones no pueden ser eternas e irán diezmándose por el cansancio, la necesidad de trabajar y de volver a la vida normal. López Obrador, mientras tanto, sigue anunciando, con un lenguaje cada vez más encendido y más pintoresco, que nadie se moverá de allí.
Mientras el distrito federal está en llamas, el resto del país no se inmuta. Salvo un movimiento popular en Oaxaca que reclama mejores salarios para los maestros, los mexicanos esperan tranquilos la transición. Diarios como La Jornada y semanarios como Proceso han justificado las sospechas de fraude. No es algo nuevo: casi todas las elecciones de la imperfecta democracia mexicana han estado ensombrecidas por alguna artimaña que beneficia a políticos y empresarios empeñados en conservar sus privilegios. Nadie olvida todavía la vergonzosa elección de Carlos Salinas de Gortari, a quien se le concedió la presidencia en 1988 después de comicios cuyos resultados nunca se dieron a conocer. “Así nunca va a obtener la presidencia un candidato que represente los intereses del pueblo”, ha dicho López Obrador en una de sus arengas del Zócalo. “El que llegue va a tener que arrodillarse y actuar de manera lambiscona con los dueños del país”.
Al principio de la campaña electoral se creía que López Obrador ganaría con facilidad. Llevaba amplia ventaja en las encuestas y hasta se conocían algunos nombres de su eventual gabinete: todos ellos figuras de primer orden tanto en el campo intelectual como en el político. El propio López Obrador fue desgastando su candidatura con actitudes y frases destempladas hasta que, en las semanas previas a las elecciones, sólo uno o dos puntos lo separaban de Calderón.

El candidato conservador no gustaba a las mayorías, que lo encontraban demasiado distante de sus intereses y más preocupado por el orden económico que por la modernización política del país. No tenían confianza en algunos de sus asesores, vinculados al pensamiento más reaccionario. Sus propuestas para resolver la pobreza y la atroz desigualdad del país resultaban apagadas y endebles. Y ciertas preocupaciones mexicanas insoslayables, como la migración creciente hacia los Estados Unidos, que en los últimos años ha asumido las dimensiones de un éxodo masivo, aparecían perdidas en su discurso. Su imagen en los días previos al 2 de julio, sin embargo, fue la de un estadista calmo, mientras que López Obrador se mostraba al borde de la histeria. Muchos de quienes lo apoyaban con entusiasmo sintieron disgusto ante sus actitudes mesiánicas.

Si López Obrador aceptara la derrota, podría construir una formidable y bien estructurada fuerza de oposición que le permita fiscalizar al nuevo Gobierno. Pero no parece tener tiempo para esperar: quiere que las cartas se den vuelta ahora mismo. Lo que ha conseguido en estas semanas es el enojo de los comerciantes, los hoteleros, los chóferes de taxi y los maestros de escuela para los cuales el Zócalo o el Paseo de la Reforma son lugares de tránsito forzoso. El turismo, tercera fuente de ingresos legales de México con un total de casi 12.000 millones de dólares anuales, sufre una crisis de espanto, con una pérdida diaria de 23 millones de dólares sólo en la capital.

Muchos de sus defensores han desertado. Uno de los intelectuales más respetados de México, el escritor Carlos Monsiváis, publicó una carta abierta en La Jornada exponiendo su hartazgo. “No le encuentro sentido”, dijo, “a esta deliberada agresión contra los derechos de los trabajadores, los pasajeros y conductores de ómnibus y de taxis”.
En vez de retroceder, López Obrador ha duplicado su apuesta. La resistencia, que hasta ahora ha sido apacible pero incómoda como un moscardón, podría convertirse en lava pura si los ánimos no se aquietan. México vive sobre ascuas. Todo induce a suponer que Calderón asumirá la jefatura del Estado el 2 de diciembre, amenazado por brotes de cólera y descontento que nadie sabe cómo se podrían apagar.
Insurrección en México/Manuel Montero, catedrático de Historia Contemporánea de la UPV/EHU
Tomado de El Correo Digital, 16/09/2006; www.elcorreodigital.com
Los analistas mexicanos lo avisaban ya hace un par de años: si en las elecciones presidenciales López Obrador no perdía por más de tres puntos la desestabilización estaba asegurada. Lo decían por el conocimiento de los mecanismos políticos nacionales y por la trayectoria del candidato del PRD, que entonces aún no lo era. En su biografía no faltan episodios tensos, en los que se situó en los límites de la legalidad estricta, y le resultó decisivo (y favorable) el uso del victimismo, el apoyo ferviente de sus fieles y el mantenimiento de la presión, a veces forzando decisiones de dudosa lógica. «Cree en el Estado de Derecho sólo en la medida que le conviene», suele ser un dictamen universitario frecuente. Entiéndase: Obrador no parece un aspirante a dictadorzuelo o a caudillo, pero sus métodos distan mucho de los que aquí identificamos con la izquierda y el respeto a reglas de juego democráticas.

Los sucesos de los dos últimos meses han confirmado aquellos diagnósticos. La victoria del candidato del PAN, Calderón, sobre AMLO, el acrónimo que usa Andrés Manuel López Obrador, ha sido muy ajustada, poco más de medio punto. No resulta improbable que, dada la precariedad política del país -recién salido del régimen de partido único del PRI-, haya habido irregularidades, bien que en sentidos diversos. Aún así, el Tribunal Electoral ha confirmado a Calderón como presidente, entendiendo que las posibles anomalías no eran de tal calibre que alterasen el resultado. Es tribunal de prestigio y, además, los resultados de las elecciones presidenciales resultan coherentes con los de las legislativas, que fueron simultáneas y no han sido refutadas.
Sorprende también que buena parte de la retórica ‘perredista’ impugne, más allá de lo sucedido durante la jornada electoral (en la que debería objetivarse el fraude), el tono agresivo de la campaña previa, la que PRI y PAN realizaron a AMLO (que tampoco se anduvo con chiquitas), que fue bronca y áspera, y de un contenido más que discutible. Pero, en general, la opinión mexicana no partidista parece descartar, como los observadores internacionales y el Tribunal Electoral, que estemos ante una estafa como la de 1988, cuando se cayó el sistema y el PRI se adjudicó su penúltima victoria presidencial.
Pero estas apreciaciones ya apenas cuentan. Los vaticinios se han cumplido y se ha desencadenado en México una crisis política sin precedentes. Inicialmente, AMLO llamó a movilizaciones (y a formar campamentos estables) para presionar al Tribunal Electoral. Éste confirmó al candidato del PAN, y desde entonces la movilización se mantiene, en una opción de tipo insurreccional. A Calderón se le tacha de usurpador y la pretensión es proclamar hoy a Obrador presidente legítimo en una ‘convención nacional democrática’ de tipo asambleario -calculan que asistirá en torno a un millón de ‘delegados’ al Zócalo de Ciudad de México - . Los campamentos - ‘plantones’- se han mantenido semanas y abundan los enfrentamientos simbólicos (por ejemplo, quién protagonizaría la celebración de la independencia la noche del 15 de septiembre, si Fox como requiere la tradición presidencial desde tiempos de Porfirio Díaz o los afines a AMLO, que ocupan el Zócalo) y de calado, como el bloqueo de las Cámaras legislativas, donde Fox no pudo pronunciar su discurso presidencial del 1 de septiembre, otro de los ritos del calendario político mexicano.
Este caótico estado de cosas ha sido posible por concurrir circunstancias de muy diverso tipo. Primero, está la propia fragmentación social y política mexicana, de un grado altísimo, en la que los distintos ámbitos suelen desenvolverse en compartimentos estancos, con sus propios lenguajes y muy escasos valores compartidos. Segundo, cuenta la fragilidad de las reglas de juego. Por otra parte, el PRD es una izquierda muy desestructurada, una alianza débil de grupos de entidad, ideología y procedencia diversa, entre los que vienen del PRI -como el propio Obrador-, los de posiciones radicales y las posturas revolucionarias. La alianza de grupos y grupúsculos se sostiene en función del carisma de Obrador y de las oportunidades políticas.
¿El programa? El de AMLO no es revolucionario, sino compuesto de voluntarismos socialdemocratizantes y un buen despliegue de populismo, circunstancia ésta que comparte con los otros dos partidos nacionales. Si Obrador se asemeja a un revolucionario es por la forma en que confía llegar al poder (a toda costa), no por lo que pretenda hacer con él. Pero eso es lo de menos: la clave son sus bases sociales, su increíble capacidad de arrastre en los inmensos barrios del Distrito Federal (ciudad de unos ¿25? millones de personas) y en los Estados del centro de la República. Impresionan su capacidad de movilización, la creencia popular en sus virtudes sociales, la confianza en que AMLO encabezará la gran revolución de los desheredados. Con estos condicionamientos no ha de extrañar que López Obrador sea la bicha para las (exiguas y agobiadas) clases medias y de ahí para arriba, pasando por quienes añoran el proteccionismo corporativo del PRI, que también los hay y son legión.

Ayuda a Obrador una convicción muy extendida en la cultura mexicana (también en la nuestra, pero allí es piedra cenital): la noción conspirativa, la idea de que todo lo que ocurre en la vida pública está manejado de forma espúrea por fuerzas ocultas e incógnitas, particularmente dispuestas a impedir el triunfo del Bien. En este esquema AMLO es el Bien y por eso quisieron impedirle presentarse a las elecciones -intentaron desaforarlo, y el asunto llevó más de año y medio-, por eso le agredieron (políticamente) en la campaña, por eso le roban las elecciones. Lo del robo no es una conclusión de lo sucedido, es un axioma, pues para estos amplios sectores existía el convencimiento previo de que sólo con la manipulación podría vencerse a Obrador.

Y así llegamos a las jornadas del 15 y 16 de septiembre, que son cruciales en México todos los años, por la apasionada celebración de la independencia y el despliegue de los símbolos patrios. Son, efectivamente, los días sagrados. Este año se produce la confrontación, en primer lugar la simbólica. Se ha saldado con victoria de Obrador, pues, rompiendo la tradición, Fox no ha celebrado el Grito (el rito central de estos días) en el zócalo de Ciudad de México, ocupado por los seguidores de AMLO. Y, el 16, hoy, está la convocatoria de la Convención Nacional Democrática. Contra lo que sugiere parte de la izquierda mexicana, el propósito no es un Gobierno en la sombra. La idea es formar un Gobierno alternativo, implícitamente insurreccional, formar una estructura de poder con un funcionamiento real, enfrentada a la que encabeza Fox. Eventualmente, la inestabilidad y el colapso de las instituciones impedirían la toma de posesión de Calderón. De otro lado, el interregno, el periodo que media entre las elecciones y el relevo presidencial es larguísimo, no concluye hasta comienzos de diciembre.
Descontando que no haya intervenciones policiales o militares -pese a todos los déficit del Gobierno de Fox, el suyo es el primer mandato presidencial que nunca ha recurrido a las fuerzas del orden público por cuestiones políticas-, el pulso queda echado. El inmediato futuro mexicano depende: a) de que AMLO consiga mantener la amplia movilización, indispensable para sostener la apariencia de un poder alternativo; resulta empeño difícil, pues es un horizonte de meses, además de que la afluencia a los plantones parece menguar; b) de que las estructuras del PRD, incluyendo los gobernadores pertenecientes a este partido, compartan la vía de la ruptura; parece improbable que suceda así, pues las filas ‘perredistas’ distan de la unanimidad, y algunas de sus autoridades ya han manifestado su propósito de reconocer a Calderón y a las instituciones; c) del grado de legitimación que consiga mantener AMLO; este factor comienza a hacer aguas, al parecer, tras su rechazo a las instituciones; aseguran que según las encuestas el apoyo, hasta entonces del 20%, ha caído por debajo del 10%.

Pero las aguas no están volviendo a su cauce. El aparente debilitamiento de los apoyos de Obrador no atenúa de momento la tensión, por el creciente protagonismo de sus fieles más radicales. Así, no resulta improbable una disputa simbólica y real por la legitimidad democrática los próximos meses, con los temores, extendidos, de que se produzca la crisis económica que suele acompañar a los cambios de sexenio presidencial, y que en esta ocasión parecía evitarse. Como no resulta verosímil ningún acuerdo -en México no suele haber acuerdos postlectorales, como si el consenso repeliese-, la insurrección va en serio. Resultaría extraña su victoria, pero insólito que el poder alternativo se desinflase en unos días. Así que este fin de semana adquiere una nueva dimensión la lucha entre el México institucional y una alternativa de poder insurreccional, con las estructuras de la República en juego. Y muchas cosas más.

Sobre Oriana fallaci

La impertinencia y el descaro (Oriana Fallaci)/Irene Lozano*

*Priodista, lingüista y Premio Espasa de Ensayo 2005

Tomada del periódico español ABC, 16/09/2006

Quería morir en su casa de Nueva York, «en la cocina, como Emily Brönte», según confesó hace unos meses, pero ha sido en un hospital de Florencia donde Oriana Fallaci se ha convertido en un cuerpo. De su alma le quedaba ya bien poco, después de haberse pasado la vida entera poniéndola allí donde sus ojos miraban, sus oídos escuchaban y una de sus manos tomaba notas mientras la otra sostenía un cigarrillo. «Sobre toda experiencia profesional dejo jirones del alma, participo con aquel a quien escucho y veo como si la cosa me afectase personalmente o hubiese de tomar partido y, en efecto, lo tomo, siempre, a base de una precisa selección moral», escribía Oriana Fallaci en el prólogo a Entrevista con la historia.

Celebremos hoy la figura de Oriana Fallaci porque dentro de aproximadamente una semana habrá caído en el olvido, ese hondo saco negro al que van a parar todos los que no pertenecen a un credo, una escuela o una militancia. Ella quiso vivir en tierra de nadie, a la intemperie, fiel a sí misma, sin el cobijo que proporciona una pertenencia. Oriana Fallaci se identificaba fundamentalmente consigo misma y ya se sabe que nadie reivindica a quienes optan por la soledad intelectual. Ella la eligió a base de no rendir pleitesía ni a su propia reputación, y decir exactamente lo que le venía en gana.
No fueron pocos los que se sintieron contrariados cuando Oriana Fallaci volvió a la palestra pública. Había permanecido en silencio muchos años, apartada de la actualidad que en otro tiempo se inyectaba en vena, retirada de guerras y conflictos como los que durante años persiguió por el mundo. Pero el 11 de septiembre de 2001 el terrorismo se presentó a limpiarse los pies en su felpudo y el dolor de Oriana Fallaci cobró cuerpo en forma de rabia y orgullo. Si había dejado jirones de su alma en cada línea, si el periodismo pulcro y pretendidamente aséptico no había figurado entre sus aspiraciones, a los 72 años era demasiado vieja para cambiar. Sería de necios esperar otra cosa.

El escándalo suscitado por su libro creció con la publicación de La fuerza de la razón, y El Apocalipsis, los otros dos volúmenes de la trilogía. No se puede obviar la visceralidad de esos textos, panfletos en el sentido más noble del género, destinados a persuadir a los lectores de verdades de las que ella estaba honestamente convencida. Pero no seré yo quien critique sus generalizaciones o entre en disquisiciones sobre el fondo y la forma, después de que la autora fuera procesada por sus palabras contra el islam e incluso condenada en un país tan civilizado como Suiza.
Por suerte el Gobierno rechazó la extradición de Oriana Fallaci arguyendo que en Italia se protege la libertad de expresión. Pese a todo, los procesos judiciales contra ella quedarán como pilares de lo que empieza a ser una contradicción insoportable, descrita por ella misma: «Si dices lo que piensas sobre el Vaticano, la Iglesia Católica, el Papa o la Virgen María…, nadie toca tu derecho a la libertad de pensamiento y opinión. Pero si haces lo mismo con el Islam, el Corán, Mahoma o algunos hijos de Alá, te acusan de blasfema xenófoba que ha cometido un acto de discriminación racial. Si le das una patada en el culo a un chino o a un esquimal que te ha molestado con una obscenidad, oyes «bien hecho, bien por ti». Pero si en las mismas circunstancias le das una patada en el culo a un argelino, a un marroquí o a un nigeriano, te linchan».

La trilogía era provocadora, desde luego, como lo fue ella siempre, con su razonamiento apasionado y su capacidad de servirse de sus vivencias y sentimientos íntimos como atizadores del pensamiento. Provocó regocijo entre la derecha italiana, pero desagradó a la izquierda. Justo lo contrario de lo sucedido treinta años antes con otro libro suyo tejido con idénticos mimbres: Un hombre, la estremecedora biografía de Alexandros Panagoulis, el héroe de la lucha contra la dictadura de los coroneles griegos, amado con locura por la periodista y muerto repentinamente en circunstancias no aclaradas; asesinado, según ella. Él le mostró un día lo que ella consideraba «el más bello monumento a la dignidad humana» grabado en una colina del Peloponeso. «No era una estatua ni tampoco una bandera», relata, «sino tres letras: «oxi», que en griego significa no. Hombres sedientos de libertad la habían escrito entre los árboles durante la ocupación nazifascista y durante 30 años aquel «no» había estado allí. Después, los coroneles lo hicieron borrar con una capa de cal. Pero enseguida la lluvia y el sol disolvieron la cal. Así que, día tras día, el no reaparecía, terco, desesperado, indeleble».Oriana Fallaci detestó el poder y la opresión política de joven tanto como se rebeló contra la opresión religiosa de vieja. Se puede discrepar de muchas de su opiniones; es más, resultaría difícil encontrar a alguien que coincidiera con ella en todo: en contra de la guerra de Vietnam, de la investigación con embriones humanos, o de «Eurabia»; a favor del divorcio y del aborto, «atea, gracias a Dios», en una época, y «cristiana atea» años después (confieso que mi ignorancia en asuntos teológicos me impidió entender esto último). Pero aun discrepando de ella, su impertinencia resultaba un alivio y su descaro un bálsamo, especialmente para quienes creemos, como le dijo la periodista israelí Amira Hass a Robert Fisk, que «nuestro trabajo es controlar los centros de poder».

Oriana Fallaci arremetía contra el cinismo del poder cuando lo tenía frente a sí. Por eso sus entrevistas a los grandes líderes parecen combates de lucha libre, y se ve volar un puñal muy cortés en cada pregunta: «Pero ¿no tiene la impresión, doctor Kissinger, de que ésta ha sido una guerra inútil?», le preguntó en referencia a Vietnam. A lo que él contestó, en la más sonada autoinculpación de la historia: «En eso puedo estar de acuerdo». Con mayor atrevimiento acogotó a Jomeini interpelándole sobre la vestimenta femenina islámica, hasta preguntarle cómo se nada con chador. Iracundo, contestó: «Nuestras costumbres no son asunto suyo. Si no le gusta la ropa islámica no está obligada a llevarla, porque estos vestidos son para las jóvenes buenas y correctas». Con toda tranquilidad ella le dijo: «Es usted muy amable, imán, y puesto que usted lo dice, me voy a quitar ahora mismo esta estúpida túnica medieval». Lo hizo y a continuación Jomeini abandonó la habitación, según ha contado Margaret Talbot en el New Yorker. Cuando Fallaci pudo reanudar la entrevista dos días después, con la condición de que no mencionara la palabra chador, lo primero que hizo fue volver a preguntar sobre ello. El imán se rió a carcajadas, hasta tal punto que su hijo le confesaría después a la periodista: «Creo que eres la única personaque ha hecho reír a mi padre». Oriana Fallaci fue rabia y orgullo, pero también osadía y candor, rebeldía y firmeza, impertinencia y descaro. Hasta la muerte y quizá más allá: sabiendo de su disgusto con Dios por permitir un mundo tan injusto, no quiero ni imaginarme cómo estará resultando su primera entrevista con él, si es que San Pedro le ha franqueado el paso