MARTÍNEZ OCARANZA Y EL SAGRADO AVERNO/Roberto López Moreno, poeta chiapaneco
¿Y
si volviendo a nombrar las cosas fundamos de nuevo el mundo? ¿En qué punto de
la novedosa relación habremos de colocar a Dios si es que va a existir otra vez
entre nosotros?, ¿en el aire del ave?, ¿en las válvulas y pistones del
movimiento?, ¿en el sexo de la flor?, ¿en la erecta furia de la llama?, ¿en la
impaciente espera del polvo? ¿En dónde –oh duda- para hacerlo cumplirnos su
servicio? Hay una pupila forjada en el zumo de la luz y de la sombra, en la
cópula que se funde oxímoron para interpretar la luz con el profundo resplandor
de la tiniebla, para decir que lo sombrío rebulle fulgurante en su diamantino
centro. Esa pupila se hace voz y perdura entre nosotros, con nombre y
apellidos, Ramón Martínez Ocaranza se llama la llama que se enllamó poeta. ¿Por
qué nos hemos alejado de la quemadura de su obra? ¿Hasta dónde llega el
descontrol de nuestro miedo? Martínez Ocaranza es realmente uno de los grandes
poetas de nuestro tiempo y sin embargo pareciera que nos estuviéramos
escondiendo para que no nos alcanzara su palabra.