El País | 18 de septiembre de 2013;
Se dice que la ONU es débil, y es verdad. Lejos de
constituir un gobierno mundial, su carencia de facultades ejecutivas le impide
convertir sus resoluciones en órdenes de obligado cumplimiento, acompañadas de
la suficiente capacidad coercitiva que asegure su ejecución. El no disponer de
un poderoso aparato militar propio y permanente, sometido a sus órdenes
directas, que pudiera permitirle imponer por la fuerza, en caso necesario, el
cumplimiento de sus resoluciones, lleva consigo inevitablemente un cierto tipo
de debilidad. Pero no es una debilidad cualquiera: se trata de la digna
debilidad inherente a todo aquel cuya fuerza no es física sino jurídica y
moral. Y la fuerza jurídica y moral —según comprobamos una y otra vez— puede
verse atropellada por la ley del más fuerte, capaz de imponer su propia ley al
margen de la moral.