El Presidente Calderón en la Ceremonia del Centenario del Inicio de la Revolución Mexicana y Homenaje a Don Francisco I. Madero
2010-11-20 | Discurso
Ministro don Guillermo Ortiz Mayagoitia, Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Diputado Jorge Carlos Ramírez Marín, Presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados.
Senador Manlio Fabio Beltrones Rivera, Presidente del Senado de la República.
Doctor Leonardo Valdés Zurita, Consejero Presidente del Instituto Federal Electoral.
Doctor Raúl Plascencia Villanueva, Presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos.
Doctor Eduardo Sojo Garza-Aldape, Presidente del Instituto Nacional de Estadística y Geografía.
Doctora Jacqueline Peschard Mariscal, Comisionada Presidenta del Instituto Federal de Acceso a la Información y de Protección de Datos.
Señoras y señores Presidentes de partidos políticos.
Señoras y señores legisladores.
Honorables integrantes del presídium.
Doctora Yoloxóchitl Bustamante, Directora del Instituto Politécnico Nacional.
Distinguidos familiares de Francisco I. Madero, y de los Generales Emiliano Zapata y Francisco Villa.
Señoras y señores:
Hoy los mexicanos celebramos con alegría y con emoción el Centenario del Inicio de la Revolución Mexicana, la gran gesta de la era moderna de nuestro país.
Conmemoramos así el primer siglo de uno de los movimientos más trascendentales de nuestra historia; un movimiento que transformó todos los ámbitos de la Nación.
En primer término quiero felicitar sinceramente a todos los galardonados con el Premio a la Trayectoria en Investigación Histórica 2010, que otorga el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México.
La vocación histórica que se ha ejercido en nuestro país por décadas; la investigación científica de los hechos, su interpretación, apegada a la disciplina académica, desde la libertad son, sin duda alguna, de los grandes valores y activos de una sociedad plural como la mexicana, con una identidad clara, que basada, precisamente en su historia, se proyecta en plena era del mundo global.
La vocación histórica se ha ejercido por décadas. Su investigación directa en las fuentes, su paciencia, su esmero por reconstruir los hilos de nuestro pasado y de nuestro presente, todo ello, sin duda alguna, los hace hoy merecedores de este reconocimiento.
Un día como hoy, hace cien años, comenzó la gesta libertaria a la que convocó Francisco I. Madero para recobrar los derechos ciudadanos de los mexicanos.
El 5 de octubre de 1910, Madero escribió en el Plan de San Luis: El día 20 de noviembre, desde las seis de la tarde en adelante, todos los ciudadanos de la República tomarán las armas para arrojar del poder a las autoridades que actualmente gobiernan. Así iniciaría la Revolución Mexicana, hace exactamente un siglo.
En su honor, hoy develamos un Monumento, que contribuirá a preservar la memora del Inicio de la Revolución y, desde luego, del Apóstol de la Democracia. Expreso mi reconocimiento y gratitud al artista Javier Marín, y a su equipo, que han hecho posible esta obra para disfrute de los mexicanos.
Madero tuvo el gran mérito de iniciar la Revolución. Es, precisamente, el hecho histórico que hoy conmemoramos en su Centenario. Pero también mostró la fuerza de sus convicciones y principios, y demostró que los autoritarismo son, a fin de cuentas, débiles cuando gobiernan contra la voluntad y porque gobiernan contra la voluntad y libertad de los ciudadanos.
Desde diciembre de 1908 en el libro La sucesión presidencial, en 1910, propuso al Presidente Porfirio Díaz que abriera la competencia electoral a la Vicepresidencia. Lo que en el fondo le proponía era tal vez un mecanismo de transición gradual en las instituciones hacia la democracia.
Díaz se negó a aceptar la fórmula de Madero. Fue ciego ante la conciencia de una Nación que reclamaba, por derecho, vida democrática; y fue ciego también ante el reclamo de Madero, que con su liderazgo, su claridad y su sencillez, despertaría al pueblo de México de un letargo político.
Bajo el lema de Sufragio Efectivo No Reelección, Madero decidió contender en los comicios de 1910 para oponerse a una nueva reelección del General Porfirio Díaz, quien llevaba más de 30 años en el poder.
Fue un demócrata cabal, y por eso Madero buscó la democracia por las vías legales que le son propias a la democracia.
El régimen de entonces, sin embargo, reaccionó con cerrazón, con miopía y con dureza. Aunque se había asegurado que se respetaría el voto democrático, Madero fue encarcelado y sólo en ese momento, cuando las instituciones probaron ser incapaces de procesar la pluralidad existente en las fuerzas políticas, cuando la dictadura mostró su incapacidad para entender el orden político sin autoritarismo, fue que Madero optó por el llamado a las armas.
Para el Apóstol de la Democracia, como se le llama acertadamente, ese era el último recurso. Había, quizá, en él, una última esperanza de que el régimen anunciara un cambio. Y por eso anunció con anticipación la fecha del levantamiento.
Era un plazo razonable para pensar en una salida al conflicto, una salida que nunca llegó. Madero insistió una y otra vez en la transición pacífica. Hasta el último momento evitó el uso de la fuerza, porque era un hombre de paz, no un hombre de guerra, y cuando ésta llegó inevitablemente, procuró pronto la paz.
Sabía que prolongar el conflicto llevaría a más sufrimiento y muerte, y por eso buscó la paz. En condiciones por demás adversas, Madero tuvo la estatura moral y la altura de miras para luchar, no sólo por lo posible, sino por lo deseable para nuestro México.
Y pese a no tener poder, la gente creía en él. Y su hazaña dejó una impronta profunda en la conciencia pública de los mexicanos. Todos los que en el Siglo XX lucharon en nuestro país desde diversas trincheras por la democracia, han sido de una alguna manera u otra, legatarios de Madero.
Como sabemos, una vez derribada la dictadura, Madero venció en las elecciones y asumió la Presidencia en noviembre de 1911. Y desde la Primera Magistratura del país permitió una libertad de partidos políticos que México no había conocido hasta ese momento.
Respetó al Poder Judicial, respetó al Congreso, respetó a los legisladores que, incluso, anticipaban a voz en cuello, desde la tribuna, su propia caída. Y el Apóstol de la Democracia respetó al movimiento obrero, y vio nacer la Casa del Obrero Mundial; respetó a la prensa como nadie en la historia hasta entonces en México, y fue víctima de la más insidiosa campaña hasta entonces conocida.
Con su característica sencillez decía: No me preocupo por la consolidación del Gobierno que tengo la honra de presidir. Yo me preocupo del prestigio de las instituciones democráticas, me preocupo de afirmar para siempre, de un modo sólido en nuestra República, los gobiernos democráticos, a fin de que, terminado este período, el pueblo se convenza de los beneficios que le trae un Gobierno libre.
Como gobernante mantuvo una congruencia en sus ideas democráticas, y a pesar de ser atacado por los poderes formales y fácticos de su tiempo, que habían sido serviles a la dictadura, mediante el insulto y la calumnia, se negó en todo momento a ejercer cualquier forma de represión o restricción de la libertad.
Por desgracia, el movimiento, el gobierno libre, no duraría mucho tiempo. La noche del 22 de febrero de 1913, tuvo lugar un cruel episodio, el asesinato de Madero en esta Ciudad de México, yendo a la prisión que el traidor le había impuesto.
El General Victoriano Huerta, a quien Madero le acaba de delegar poder militar, traicionó al hombre absolutamente incapaz de traicionar. Su muerte conmocionó a México y a otros grandes líderes revolucionarios, que decidieron tomar la causa del Apóstol de la Democracia.
Venustiano Carranza, en Coahuila; Francisco Villa, en Chihuahua, el Centauro del Norte; Emiliano Zapata, en el Sur, el Caudillo del Sur; Álvaro Obregón, en Sonora; y muchos otros más, quienes no estaban dispuestos a aceptar el ultraje cometido en contra del Presidente y en contra de las instituciones democráticas apenas conquistadas.
Por eso, en esta fecha emblemática, amigas y amigos, también rendimos homenaje a ellos. A Emiliano Zapata, que luchó por Tierra y Libertad, porque la tierra fuese para el que la trabaja, por la reivindicación de los derechos de los campesinos y de los que menos tienen, porque la Revolución fue, a final de cuentas, fundamentalmente un movimiento rural y un movimiento campesino, como lo era entonces el país.
Y precisamente, en torno a la búsqueda de la justicia en el campo, de la justicia agraria, entre otros el reparto, se alzaron, precisamente, las banderas revolucionarias de entonces.
Y conmemoramos a Venustiano Carranza y a su espíritu constitucionalista, porque sabemos que la Revolución no hubiera sido ello y no hubiera triunfado si no hubiera legado un nuevo orden Constitucional que permitiera la construcción del México moderno que hoy somos.
Y a Villa, y a su anhelo justiciero, porque la Revolución fue fundamentalmente reivindicación y desagravio de la opresión vivida, precisamente, en la injusticia durante décadas.
Y a los Constituyentes del 17, que nos legaron un Código Supremo, democrático e innovador, en el que se defienden las libertades y capacidades de las personas y se establecen, además, sus derechos sociales.
La Constitución sentó las bases de un Estado redistributivo eficaz que era parte de la agenda revolucionaria.
La Constitución del 17, es la Constitución más avanzada y la primera de los tiempos modernos en el mundo. Permitió reformas tan importantes, como hacer prevalecer la soberanía nacional sobre nuestros recursos naturales, la legislación laboral, la reforma agraria; permitió la construcción de instituciones de enorme relevancia, instituciones que hoy sirven a los mexicanos, como el Instituto Mexicano del Seguro Social, como el Banco de México, como la propia educación nacional, como los servicios de salud.
La Constitución de 17, además, permitió la organización institucional de las Fuerzas Armadas, cuya lealtad y disciplina han sido clave y garante de la construcción pacífica del México que hoy tenemos.
Hoy, la agenda social de México sigue marcada, precisamente, por el ideal constitucional, que fue, precisamente, el paso sublime y el encumbramiento del ideal revolucionario.
Hoy, en el Centenario de la Revolución, reconocemos también, y de manera especial, a las miles de mexicanas y a los miles de mexicanos que creyeron en los ideales de aquellos revolucionarios, y que lucharon y dieron su vida por alcanzar un México más justo y equitativo para ellos, para sus hijos, para quienes les habríamos de suceder en el tiempo.
El 20 de noviembre de 1910, incluso horas y días antes, con los hermanos Serdán en Puebla, inició la primera fase, la primera parte de la Revolución, la fase destructiva. Sin embargo, siendo la más dolorosa, no fue la más difícil, la parte verdaderamente compleja, la verdaderamente trascendente de la Revolución Mexicana y de otras es, precisamente, su etapa constructiva, una etapa que se prolongaría con enorme dificultad muchísimos años más.
Porque lo que en principio fue la confluencia del liderazgo reivindicatorio revolucionario, trocó pronto en yuxtaposición de caudillismos y en enfrentamiento civil.
Lograr la paz en el nuevo marco constitucional e institucional, fue el principio de un largo período de concreción, una concreción inacabada de los ideales y las reivindicaciones revolucionarias.
Pero hoy queda claro que con la Revolución, y particularmente con la Constitución del 17, comenzó la construcción del México moderno, que más allá de nuestros desafíos, por supuesto que lo somos.
Tenemos problemas, sí, a cien años de aquella Revolución, y también es comprensible que los mexicanos pensemos más y casi exclusivamente en nuestros problemas.
Pero no olvidemos que hoy, México es la 12ª economía más importante del mundo; que hoy todos los niños en edad de educación básica tienen oportunidad en México de ir a la escuela.
Que las condiciones de pobreza extrema en el país que prevalecían abrumadoramente en aquél 1910, se han abatido significativamente y de manera perseverante a través de las décadas y los años.
Que hoy más de 90 millones de mexicanos tienen acceso a la seguridad social y a un servicio de salud, y que pronto alcanzaremos la cobertura universal de salud.
Que nuestra economía crece y genera empleo.
Que hay plena separación de Poderes y absoluto respeto entre los Poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial.
Que hay pluralidad política que aún no prevalece en muchas naciones del mundo.
Que hay un México con absoluta libertad de expresión, de prensa. Que hay competencia electoral y que hay democracia.
Precisamente, uno de los aspectos más relevantes de la Revolución fue, sin duda, la hazaña de una ciudadanía que exigió su derecho a elegir libremente a sus gobernantes.
Esa ciudadanía, además, exigió libertad de expresión y de manifestación, y exigió respeto a los derechos de los campesinos y de los trabajadores. Los derechos políticos y sociales siempre debieron ser compatibles.
A lo largo de nuestra historia han sido, precisamente, los ciudadanos los que han creído siempre en un mejor futuro para la Patria, y por eso hoy debemos honrar y celebrar al más importante de nuestros héroes, al héroe colectivo, que son las mujeres y los hombres del pueblo de México.
Señoras y señores:
Después de esta travesía histórica, de este recorrido centenario, las mexicanas y los mexicanos hemos conquistado la democracia, que fue el ideal inicial y primigenio del 20 de noviembre.
En el pluralismo, en nuestra historia, hemos comenzado a vivir, por primera vez y después de mucho tiempo, en estas últimas décadas, la democracia con la que inició a Revolución. Nuestra misión, por ello, es ahora garantizar que todos los mexicanos tengan asegurados sus derechos, como lo anhelaron los revolucionarios.
Vale la pena reflexionar el enorme valor que la democracia, un intangible que paradójicamente se aprecia más cuando se carece de él, ha aportado enorme contribución al anhelo de un México mejor.
Es, precisamente, la consolidación democrática lo que ha permitido avanzar en la conquista de anhelos sociales. Es, precisamente, la paulatina construcción de instituciones democráticas, la forja paciente a través de la paz, del respeto a los otros y de la construcción de formas de acceso, ejercicio y vigilancia del poder democráticas, lo que también ha contribuido al acceso a la educación o a la salud, o a los servicios, o a la vivienda.
No sólo eso. Ha permitido la democracia que la pluralidad es exprese sin cortapisas y que los cambios se impulsen desde distintas vertientes ideológicas y se impulsen en paz. Que arribemos, precisamente, a condiciones democráticas, es lo que hoy permite, a pesar de nuestros problemas, estar en la plaza pública evocando historia común desde distintas versiones políticas.
Es la democracia lo que también ha permitido que la paz prevalezca entre los mexicanos, más allá de los tintes de profecías de quienes, precisamente, auguraban para ahora, entre nosotros, sólo rencor, violencia y lucha de hermanos contra hermanos.
Es precisamente la democracia lo que ha permitido que en cada rincón de México se expresen distintas maneras de ver y distintas maneras de pensar, y que sin democracia quizá se cerrarían las puertas a la paz.
Por eso es tan importante, como evocación, como conmemoración, como homenaje a la Revolución, a la del 20 de noviembre de 1910, que nuestra democracia sea preservada y sea prevalente sobre los intereses particulares o de grupo, por legítimos que éstos sean.
Quizá, si en aquél 1910 hubiese habido democracia, probablemente no hubiese estallado entonces la Revolución. Y si antes de ese día la democracia hubiera permitido a la gente exigir sus derechos, a los campesinos reivindicar la justicia; a los ciudadanos marcar, precisamente, sus preferencias e intereses a través de la regla común del voto, quizá México no hubiera generado las condiciones de opresión y de injusticia que fueron la raíz social del gran movimiento revolucionario.
Por eso, defendamos, por encima de todo, nuestra democracia, nuestra libertad y la justicia que libertad y democracia permiten. Que nadie ni nada pueda nunca limitarla, amenazarla, chantajearla, manipularla.
Hay generaciones que pelearon, precisamente, por esa libertad y por esta democracia, como las de 1810, o la de 1910. Y a nosotros, ahora, herederos, precisamente de esas conquistas, nos toca defenderlas y ampliarlas frente a quienes las amenazan con su violencia.
No permitamos, bajo ninguna circunstancia, que unos cuantos pretendan arrebatarnos la libertad de todos. Enfrentemos con estatura de miras, con convicción, con vocación histórica, a los enemigos de nuestra democracia y de nuestra libertad.
Y desde la libertad y desde la democracia, construyamos el México que anhelamos. Que la riqueza nacional que es pluralismo, nos permita construir, precisamente, como se ha construido en estas diez décadas un México que, insisto, más allá de sus desafíos, es un México cada vez mejor.
Decía bien Francisco I. Madero: La libertad es un bien precioso, sólo concedido a los pueblos dignos de disputarla, a los que la han sabido conquistar, luchando valerosamente.
Y eso es, amigas y amigos, en este Centenario, lo que debemos hacer. Luchar con firmeza y decisión por la libertad, implica preservar la seguridad que la hace posible, luchar por la libertad y los derechos de mexicanos de hoy y de los de mañana.
Que el esfuerzo de hombres y mujeres valientes, como los de la Revolución, y de los cientos de miles que los siguieron, nos permita a la vez compartir el reto de seguir construyendo una Nación democrática, una Nación libre, una Nación justa.
Nos permita, precisamente, tener democracia para la justicia en la libertad, porque así podremos elevar la calidad de vida de los ciudadanos y respetar la dignidad de cada mexicana y cada mexicano.
Y ahora toca a nosotros, los mexicanos que construimos en el Centenario de la Revolución, enarbolar lo mejor de aquellos ideales e impulsar los cambios profundos que requiere nuestra Patria, que tomemos las decisiones que están pendientes y que están ahí y que pueden ser nuestras y que pueden abrir nuevamente caminos de ventura para que México avance decidido y asuma los riesgos de ser más próspero, más justo, más libre, más seguro, más limpio.
Como lo enseñara Madero, esforzarnos no sólo por el México posible, sino por el México deseable. Y por eso esta fecha histórica del Centenario es, a la vez, hora convocante para el cambio para México. Hora de transformación profunda que necesitamos. Hora de tomar los riesgos de cambiar y los costos que implica cambiar, para asegurarse el futuro que merecemos.
En El Laberinto de la Soledad, Octavio Paz escribía: La Revolución Mexicana es un hecho que irrumpió en nuestra historia como una verdadera revelación de nuestro ser.
Que ahora en el Centenario de su Inicio, la Revolución nos revele la importancia de unirnos entre nosotros en la pluralidad, las mexicanas y los mexicanos, para conquistar con valentía un mejor futuro para todos.
Éste es un momento para refrescar con orgullo nuestro pasado, pero, sobre todo, para pensar con audacia y con ambición, y también con orgullo y alegría, en nuestro porvenir.
Ésta es la tarea de la generación del Bicentenario y del Centenario: seguir forjando nuestra gran Nación, en los ideales y valores que nos unen en la pluralidad, que es la mayor riqueza de la vida democrática conquistada y que debemos defender y perfeccionar.
Que muchas generaciones de mexicanos sigan evocando a los revolucionarios, pero, sobre todo, sigan disfrutando los derechos, las libertades y la democracia por todos ellos conquistados.
Muchas gracias.
Diversas intervenciones en la Ceremonia del Centenario del Inicio de la Revolución Mexicana y Homenaje a Don Francisco I. Madero
-MODERADOR: Toma la palabra el ciudadano maestro Alonso Lujambio Irazábal, Secretario de Educación Pública.
-SECRETARIO ALONSO LUJAMBIO IRAZÁBAL: Maestro Felipe Calderón Hinojosa, Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos; licenciado Guillermo Ortiz Mayagoitia, Ministro Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; licenciado Jorge Carlos Ramírez Marín, Diputado Presidente de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión; licenciado Manlio Fabio Beltrones Rivera, Senador Presidente de la Cámara de Senadores del Congreso de la Unión; distinguidos miembros del presídium; amigas, amigos, todos.
Hoy, hace exactamente 100 años, los mexicanos fuimos actores y testigos del inicio de uno de los movimientos políticos y sociales más significativos, de mayor densidad histórica, de nuestra vida como Nación: la Revolución Mexicana.
Vamos a celebrar. Ya lo estamos haciendo de muchas formas.
Para nuestra mejor comprensión, para nuestro proceso educativo, vamos a discutir en los medios masivos de comunicación y del modo más plural e incluyente, las visiones y revisiones, las interpretaciones y reinterpretaciones de este complejo proceso clave en nuestra historia, dos veces secular.
Vamos a transmitir a través de la televisión pública cuidadosos documentales sobre distintos momentos y facetas de la Revolución Mexicana. Vamos a promover el conocimiento de la música de la Revolución. Vamos a analizar colectivamente el impacto de la Revolución en la literatura mexicana. Vamos a analizar el papel central que jugaron las mujeres en el movimiento armado y en el movimiento cultural que le acompañó. Vamos a organizar a lo largo y ancho del país, exposiciones sobre la obra de los fotógrafos de la Revolución y un largo, etcétera.
Y hoy rendimos aquí homenaje a quien iniciara, el 20 de noviembre de 1910, el movimiento revolucionario, con su estatura moral, con su juventud y su liderazgo, con su profunda convicción democrática, con su denodado esfuerzo, promover la conciencia cívica de los mexicanos. Francisco I. Madero.
El Presidente de la República ordenó la erección de esta extraordinaria pieza escultórica para que los mexicanos tengamos siempre, en nuestra memoria, siempre en nuestro recuerdo, siempre en nuestro presente, la figura del más grande demócrata de nuestra historia, que se sacrificó en defensa de nuestros derechos y de nuestras libertades.
Quiero agradecer a Javier Marín, uno de los más destacados escultores de México, bien conocido en nuestro país y en muchos rincones del planeta, y también a su equipo de colaboradores, por haber aceptado participar en la realización de esta hermosa escultura ecuestre de Francisco I. Madero.
Párate, mi querido Javier, para que todos te aplaudamos. Gracias.
Son, amigas, amigos, son nada menos que Benito Juárez y Francisco I. Madero las figuras de nuestra historia política que comparten desde hoy el espacio de nuestra entrañable Alameda Central.
Marín y su equipo de trabajo buscaron que la figura de Madero se colocara de tal forma, que permitiera que el espectador pudiese establecer una cercanía con el personaje, derribando la barrera del alto pedestal, que tradicionalmente aleja al representado del observador.
Aquí nos podemos acercar, sentarnos junto a él. Madero mantiene una postura firme mirando el horizonte y saluda con la mano derecha, en un gesto amable; la mano izquierda mantiene sensiblemente la rienda, con la cual conduce hacia la búsqueda de un mejor destino; el caballo expresa, con su dinamismo y su fuerza, el espíritu y la fortaleza de la Nación.
La pieza se coloca en la ruta que siguió el Presidente Madero en la Marcha de la Lealtad y en dirección a las calles, que entonces se llamaban San Francisco y Plateros, y que hoy llevan su nombre.
Quiero expresar también mi agradecimiento al Gobierno de la Ciudad de México, por las facilidades que ofreció en la construcción de este hermoso conjunto escultórico.
En el basamento de la escultura se coloca una cápsula del tiempo que se abrirá dentro de 100 años, en la que se depositan diversos materiales conmemorativos de las celebraciones del Bicentenario y del Centenario, así como mensajes de los titulares de los Poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial de la Federación.
Gracias, señor Presidente, Ministro Presidente, Diputado Presidente, Senador Presidente, por el envío de sus cartas dirigidas a las mexicanas y los mexicanos de 2110.
Finalmente, hoy tenemos el gran honor de ser testigos aquí de la entrega por parte del Presidente de la República, de los Premios que otorga el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, a quienes se han distinguido por sus aportaciones al conocimiento histórico, por sus investigaciones, por el rescate que han realizado en memorias y testimonios, y por el rescate, también, de fuentes y documentos.
Es éste un momento histórico para la Nación. Estamos reunidos para rendir homenaje a un gran personaje de nuestra historia, y estamos también reunidos para agradecer a quienes nos ayudan a conocer nuestra historia.
Nadie ama lo que no conoce. Amamos más lo que mejor conocemos.
El Presidente de la República nos ha llamado en este momento histórico a divulgar el conocimiento de nuestra historia.
Gracias, historiadoras e historiadores, por ayudarnos a amar más y más lo que tanto amamos, nuestro México, nuestro querido México, nuestro amado México.
Muchas gracias por su atención.
-MODERADOR: A continuación el ciudadano Presidente de los Estados Unidos Mexicanos realizará la entrega de los premios del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México.
(ENTREGA DE PREMIOS)
-MODERADOR: En estos momentos la Banda Sinfónica y Coro de la Secretaría Marina interpretará la pieza musical Popurrí Revolucionario.
(PIEZA MUSICAL)
-MODERADOR: Hace uso de la palabra el ciudadano Diputado Jorge Carlos Ramírez Marín, Presidente de la Mesa Directiva de la Honorable Cámara de Diputados.
-DIPUTADO JORGE CARLOS RAMÍREZ MARÍN: Señor licenciado Felipe Calderón Hinojosa, Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos; señor Senador don Manlio Fabio Beltrones, Presidente del Senado de la República; señor Ministro don Guillermo Ortiz Mayagoitia, Presidente de la Suprema Corte de Justicia; estimados integrantes del Gabinete del Poder Ejecutivo; distinguidos invitados.
Quiero, en este inicio, recordar a un mexicano revestido de austriaco, indispensable en el recuerdo de la Revolución, a Friedrich Katz, no como político, ni como historiador aficionado, sino como decía su personaje favorito: desde el fondo del corazón. Así decía Pancho Villa.
Conmemorar es traer a la memoria en común con el propósito de asimilarlo. Sólo recordar, sólo repasar el pasado, es simple y llana nostalgia. No puede ocurrir con la Revolución. La historia de la humanidad es la historia de las revoluciones.
Los libros de historia están llenos de hechos, fechas, nombres, porque es más fácil analizar en forma retrospectiva lo que las revoluciones han causado en las naciones que intentar, como deberíamos, predecir los vaivenes de la libertad y proyectar sus futuras explosiones.
Hoy, hace cien años, se convocó al Plan de San Luis, suscitando a la rebelión. El 20 de noviembre de 1910, con la ingenuidad del mismo tamaño que su valentía y generosidad, Madero señalaba hasta la hora, impulsaba el plan, el anhelo de libertad y democracia que desde entonces se constituyen como los valores que han dado continuidad a la historia de nuestro país.
Es cierto, rememoramos al hombre, al héroe desprendido, al héroe generoso, al héroe inspirador de la democracia mexicana. De igual forma, es imprescindible que en este recuerdo, hagamos memoria puntual de otros, que con él, empezaron desprendidamente esta lucha.
Y a pesar de haber un consenso absoluto sobre lo deseable del ideario revolucionario, es imprescindible, a cien años de distancia, afirmar que subsiste el debate sobre los métodos para alcanzarlo y el alcance de lo obtenido.
Una cosa no puede negarse. El 20 de noviembre de 1910 nuestro país ingresó al Siglo XX; los mexicanos empezamos a concebirnos contemporáneos del mundo; se abrió la puerta a un proceso de logros, todavía inconclusos, pero sobre todo, a la aparición de nuevos rezagos, a la luz de retos ya superados.
Estamos convencidos de que la democracia representativa es la mejor forma de Gobierno para México, tal y como lo planteó Madero, pero hay debates trascendentes, inaplazables, sobre qué instituciones aseguran su realización.
Nadie puede negar hoy el principio zapatista de que: La tierra es de quien la trabaja, pero una vez concluida la repartición agraria, los cuestionamientos sobre el mejor modelo de producción agrícola; su actualización, son vigentes y necesarios.
La nueva revolución que los mexicanos han hecho inminente tiene que ver, precisamente, con esos desafíos. Hay un avance tecnológico inédito, no controlado y fútil, a la vez que hay regiones de México prácticamente inexploradas por las vacunas y las medicinas más esenciales.
Tiene que ver con el aumento anual del gasto social y el aumento anual del índice de pobreza; tiene que ver con millones de jóvenes reclamando espacio en las escuelas o en el mercado laboral.
La Revolución Mexicana a partir de aquel 20 de noviembre, dio un sentido espacial, político, indispensable, a la incorporación más activa de la mujer a la vida pública, a su participación absoluta, completa, en todos los espacios de la vida del país.
En contraste, la nueva revolución que ocurre ante nuestros ojos, proviene de una serie de reclamos y también de una toma de consciencias. Reclamo por una economía que nos brinde resultados concretos y reflejados en la vida de todos.
Consciencia de mantener el equilibrio ecológico y proteger nuestros recursos para siempre. Reclamo por más y mejores resultados del trabajo político. Consciencia de que el combate a la delincuencia es la única vía del Estado para seguir dueños del destino de este país.
Por eso, rechazamos tajantemente cualquier denominación de insurgencia al fenómeno de la delincuencia organizada. Los mexicanos no podemos confundirnos, es simple y llanamente delincuencia organizada, y es deber inaplazable del Estado combatirla a fondo.
Miles de mexicanos se unen a tareas individuales donde por sí mismos tratan de resolver retos, desafíos que las élites políticas hoy, ni siquiera estamos alcanzando a comprender.
En 1910, poner freno político a la dictadura era tarea de élites. Se abriría, entonces, el cauce para la extensión de las raíces sociales y culturales más profundas de la Nación mexicana, y el pueblo no lo dudó y tomó su oportunidad.
Los agravios afloraron y se tradujeron en demandas: reparto agrario, derechos laborales, cambios en los patrones de desarrollo, incorporación activa de la mujer en la vida pública, sucesión adecuada, representación nacional, un federalismo que pusiese alto al centralismo y a la arbitrariedad. Para el pueblo, ese era el orden: justicia social con democracia.
Miremos sin distracción a nuestro alrededor. La cuarta revolución social en México en inminente. Como hace 100 años, de nosotros depende que encabecemos los cambios que redefinan la realidad del Siglo XXI o que los observemos pasar una vez que nos hayan superado.
Conmemoremos estos 100 años de Revolución, con el objetivo de retomar y, sobre todo, actualizar los retos pendientes desde aquella época.
No depende de nosotros si habrá una revolución o no. Depende de nosotros si será pacífica; depende de nosotros si se hace en las instituciones o sobre sus ruinas. Con nosotros, sin nosotros o contra nosotros, la cuarta revolución social ha comenzado.
Muchas gracias.
-MODERADOR: Toma la palabra el ciudadano Senador Manlio Fabio Beltrones Rivera, Presidente de la Mesa Directiva de la Honorable Cámara de Senadores.
-SENADOR MANLIO FABIO BENTRONES RIVERA: Señor Presidente de la República, licenciado Felipe Calderón Hinojosa; señor Diputado Jorge Carlos Ramírez Marín, Presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados; señor Ministro Guillermo Ortiz Mayagoitia, Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; distinguidos miembros del presídium; señoras, señores:
País que no vive en evolución sufre una revolución. Hoy conmemoramos el Centenario de una Revolución que trascendió el estallido violento y construyó instituciones que nos han permitido evolucionar en forma pacífica y soberana.
Una revolución social y política, que a diferencia de otras, incorporó a la sociedad y transformó el país a través del orden, del orden que sólo imponen las leyes. Recordamos las libertades, los derechos y la identidad nacional que nos legó este movimiento social y popular, así como los acuerdos que el constitucionalismo liberal forjó para integrar un proyecto nacional que permitió la construcción del Estado, transitar del caudillismo al país de instituciones y consolidar la Nación que hoy somos.
Hoy recordamos a todos los héroes revolucionarios, a través de Francisco I. Madero, gran soñador, con afanes democráticos, forjador también de una democracia ideal; de Venustiano Carranza, varón de la legalidad constitucionalista; de Emiliano Zapata y Francisco Villa, gestores de las causas del pueblo; de Álvaro Obregón, General, estratega y estadista; de Plutarco Elías Calles, modernizador y creador de instituciones, y de Lázaro Cárdenas, el Presidente Nacionalista y nacionalizador.
Ellos, todos, nos recuerdan que así como la generación de la Revolución Mexicana asumió la responsabilidad de construir un nuevo Estado y régimen político que respondiera a su tiempo por medio de acuerdos y coaliciones nacionales, hoy debemos entender la responsabilidad histórica de nuestra generación.
Esta conmemoración no debe ser un mero ejercicio de nostalgia histórica. Recordemos que la edificación de un mejor futuro fue el centro de la lucha revolucionaria, fue una lucha por la libertad y la dignidad, sin dogmatismos; por ello, desde sus orígenes, la Revolución combatió la miseria, la ignorancia, la inseguridad, la insalubridad y, sobre todo, la desigualdad.
Es ahora nuestra generación entonces la responsable de darle nuevo rumbo a la Nación y no permitir el extravío de las políticas públicas. Es que son ya varios meses de compartir en múltiples foros ideas y reflexiones alrededor de la conmemoración del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución.
Ahora estamos obligados a concluir sobre lo que México requiere para garantizar su rumbo en este nuevo milenio. Más allá de las alegorías históricas, estoy seguro que la construcción de un mejor futuro se encuentra en la respuesta que demos a las siguientes preguntas:
Para qué queremos la democracia.
Para qué queremos las reformas y cuáles son las reformas necesarias.
Es que más allá de los procesos electorales y del relevo institucional de los Poderes del Estado; la democracia debe servirnos, sin duda, para que tengamos gobiernos con resultados concretos y visibles para la gente de carne y hueso.
La democracia debe ser, como todos sabemos, el medio y no el fin; el medio para que los gobiernos aseguren el acceso a la alimentación, la salud, la vivienda, la educación de toda la población.
Para qué queremos las reformas.
Queremos reformas para tener gobiernos de calidad apoyados más en las instituciones, que en las porfiadas habilidades de sus integrantes.
Reformas para tener certidumbre jurídica y órganos reguladores del Estado, y no sólo de los gobiernos en turno, que tengan, como propósito, fomentar condiciones a largo plazo de competencia transparente en los mercados y, sobre todo, cero monopolios.
Queremos reformas para atraer inversión y generar crecimiento económico y empleo; queremos reformas para terminar con la inseguridad y la violencia. Queremos seguir el camino de las reformas que bien lleva este Gobierno. Cuáles son las reformas necesarias.
Para transformar a México es prioritario que logremos definir con absoluta responsabilidad:
Primero. El tipo de Gobierno que queremos; modernizar nuestro sistema político, sobre todo, sobre la base de una gobernabilidad que facilite los acuerdos dentro de la pluralidad.
Las reformas deben de garantizar un Gobierno honesto que use responsablemente el presupuesto y sea transparente. Lograremos transformar a México si tenemos un Estado hacendario sólido.
Las reformas deben asegurarnos un modelo de crecimiento económico que defina con claridad, y de acuerdo a nuestras condiciones y aspiraciones, cuál es la relación óptima del Gobierno con el mercado y la sociedad.
Debemos de ir más allá del falso dilema superado entre un Estado interventor obeso y un Estado liberal y ausente. Transformaremos a México si fortalecemos nuestro Pacto Federal, regresando a los estados atribuciones en materia fiscal y de gasto público, pero fijando responsabilidades y criterios de transparencia. Sólo así estaremos promoviendo la cohesión social.
Debemos trabajar por un auténtico Estado de Derecho para no ser un país de leyes, pero sin justicia. Habrá una auténtica reforma cuando hagamos del desarrollo de la educación pública una prioridad, y cuando más allá de la cobertura indispensable, instrumentemos la calidad de la educación y la profesionalización magisterial.
Señoras, señores:
Así como en otras épocas hemos sido capaces de superar la adversidad, hoy es tiempo de que los gobiernos y todas las fuerzas políticas y sociales del país, miremos responsablemente al futuro, y caminemos juntos hacia adelante.
Sin rencores, con imaginación, con coraje y con valor, debemos de construir el México del Siglo XXI. Acompañándonos unos a otros, siempre seremos mejores.
En el Centenario de la Revolución, cumplamos con determinación lo que nos toca hacer a cada quien. No vacilemos, no omitamos, no retrocedamos, no simulemos. Asumamos nuestro tiempo. Esta es la hora.
Muchas gracias.
-MODERADOR: Toca el turno en el uso de la palabra al ciudadano Ministro Guillermo Iberio Ortiz Mayagoitia, Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
-MINISTRO GUILLERMO IBERIO ORTIZ MAYAGOITIA: Señor licenciado Felipe Calderón Hinojosa, Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos; señor licenciado Jorge Carlos Ramírez Marín, Presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados; señor licenciado Manlio Fabio Beltrones Rivera, Presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Senadores; distinguidos miembros de presídium; señoras y señores:
La Patria mexicana conmemora en este día su historia y recuerda las luchas que le dieron origen a nuestras instituciones.
La Justicia Federal se suma con respeto a esta conmemoración cívica para enaltecer la vocación nacional por la paz, por el orden y por la justicia, que emana de la ley y sólo de la ley, porque únicamente la fuerza que emana de la Constitución se instituye por el pueblo y para su beneficio, como lo dice nuestro propio texto fundamental.
Después de la Revolución, México comenzó un camino de intensa evolución. Los derechos, garantías e instituciones que surgieron después del movimiento de 1910, fueron la solución a los problemas de aquellos tiempos, pero también, han sido las herramientas, los medios y los vehículos para hallar soluciones pacíficas y constructivas a nuevos episodios del Siglo XX, a nuestros problemas actuales y a los que seguramente, confrontaremos en el futuro.
La historia de los países relata los momentos en que sus habitantes optaron por la fraternidad en vez del enfrentamiento. Ese punto histórico no es el final, sino el comienzo de una interminable historia de libertades y de derechos que obligan al Gobierno y a la sociedad, a seguir evolucionando y solucionando todo conflicto a partir de un arreglo constitucional.
El gran legado cultural de la Revolución Mexicana es, sin duda, la Constitución de 1917 y los Derechos Sociales.
Debemos tener presente que la respuesta cultural y civilizadora de los mexicanos frente a los conflictos, fue una ley. Los mexicanos respondimos con ley a la violencia; hicimos de nuestro enfrentamiento un motivo para crear leyes que terminaran con la lucha armada y evitaran otras, ofreciendo guías institucionales para dirimir nuestras diferencias.
El Poder Judicial de la Federación y la Justicia Mexicana son parte del Estado mexicano desde su Independencia. A partir de la Revolución, la Justicia Federal se ha venido robusteciendo con la misión de velar por la supremacía de la Constitución, como baluarte de los derechos, las libertades y las obligaciones que dan sentido a la nacionalidad y a la ciudadanía mexicana, y a la vez, dan legitimidad al Estado y al Gobierno.
Son esos principios los que conforman la esencia constitucional de México, son los mismos que hoy nos recuerdan que tenemos pasado, pero también, nos avisan en nuestro presente que podemos diseñar nuestro futuro con la ley y la democracia como un sustento de la convivencia armónica que todos queremos.
La gran obligación que engendra toda libertad, es la responsabilidad de preservarla para todos los habitantes del país, para los de hoy y para los de mañana.
El anhelo de justicia, de libertad y de igualdad de hace cien años, también ha evolucionado en la conciencia del pueblo de México, en nuestras leyes y en nuestras instituciones.
Hoy entendemos y visualizamos las cosas de manera distinta, pero seguimos creyendo que vale la pena organizarnos y trabajar juntos por los mismos ideales, por aquellos anhelos que han dado sentido a nuestra historia y a nuestras vidas.
La libertad individual, es decir, que todos los mexicanos deben nacer y vivir libres e iguales; la libertad colectiva, en nuestra convicción todo grupo tiene derecho a existir, a expresarse y a participar pacíficamente en la vida pública dentro de los cauces de la legalidad, con las mismas garantías que cualquier otro, independientemente del número de sus integrantes o de sus condiciones individuales o colectivas; la tolerancia, toda discriminación ofende nuestra vocación por la inclusión y la pluralidad democrática.
La democracia es nuestra forma de Gobierno y una forma de vida que es el cimiento de la legitimidad en el poder público; la legalidad, el Estado únicamente puede hacer lo que la ley democrática le permite y la justicia, que es la garantía de que todo aquel que se queje con razón sea escuchado y protegido por un Tribunal que lo ampare en contra de la ilegalidad.
El movimiento de 1910 cimbró a México para reconocer que los ciudadanos son individuos, pero actúan en grupos, se identifican en colectividades y comparten intereses y preocupaciones comunes.
A partir del Constituyente de Querétaro, de 1917, la expresión colectiva tiene el mismo reconocimiento Constitucional que la expresión individual. Partidos políticos, sindicatos, asociaciones profesionales, cámaras y organizaciones gremiales, comunidades indígenas, asociaciones religiosas, todas tienen reconocimiento en nuestra Constitución, así como en diversos instrumentos internacionales que México ha suscrito y que son acordes con su esencia constitucional.
Cómo ha evolucionado la impartición de justicia desde la Revolución.
La impartición de justicia no preserva únicamente la herencia de la historia, sino que participa junto con la sociedad en la creación de nuevas soluciones para los tiempos contemporáneos. Caminamos ya hacia las acciones colectivas.
El Honorable Congreso de la Unión discute las iniciativas para reformar, modernizar y actualizar el juicio de amparo, particularmente, para enfatizar la posibilidad de amparos colectivos y de resoluciones que puedan tener efectos más allá de las partes que los promuevan. La justicia penal se encuentra también en un profundo proceso de cambio y adaptación. Todos los jueces de México, los Federales y los estatales, nos hemos comprometido para alcanzar una justicia de mejor calidad, con más altos estándares e igual para todos.
El propósito esencial de la Asociación Mexicana de Impartidores de Justicia, es conformar un auténtico Sistema Nacional de Impartición de Justicia.
Señoras y señores:
Al recordar a quienes estuvieron en estos mismos suelos luchando, trabajando y construyendo el país que hoy habitamos, debemos mirar nuestra propia temporalidad con la óptica de la historia.
Sólo la suma de esfuerzos, las convicciones compartidas y la vida a través de las instituciones, puede heredarse culturalmente para beneficio de quienes nos sigan. Para eso, cada generación tiene su tiempo.
Sea esta fecha un momento propicio para que todas las generaciones vivas, hombres, mujeres, niños, jóvenes y mayores, recordemos que la justicia se imparte en tribunales y juzgados, pero se construye y se vive en cada hogar, en cada vecindario y en cada una de nuestras relaciones personales y colectivas.
Sea esta fecha de conmemoración, el día propicio para refrendar nuestro pacto cívico de convivencia entre grupos diferentes, pero unidos, que reconocemos en México a nuestra historia, y también, a nuestra casa y a nuestro medio ambiente que reclama cuidado conjunto como patrimonio de todos aquellos que están aún por nacer.
El recuerdo de la Revolución Mexicana nos obliga a comprometernos más con la paz, y a recordar que los caminos por los que debemos avanzar, son los que se construyen con leyes e instituciones.
La ley, la justicia y la libertad siguen siendo nuestra más profunda inspiración y nuestro más apreciado tesoro. Hacer realidad cotidiana esos valores es honrar a Francisco I. Madero, a Francisco Villa, a Zapata, a Carranza y a todos los valientes hombres y mujeres que murieron por ellos durante la Gesta Revolucionaria, y es convertir en realidad a nuestra Ley Suprema, cuyo Artículo Tercero nos convoca a convivir en armonía, con democracia, con solidaridad y con amor a México.
Muchas gracias.