Juan Carlos Iragorri* entrevista para Semana.com a Joaquín Villalobos, ex jefe de la guerrilla salvadoreña y actual académico en Oxford.
Pocas personas en el mundo saben tanto de las guerrillas como Joaquín Villalobos. Este salvadoreño, que en los años 80 fue el líder de una de las facciones más fuertes del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), no sólo tuvo en jaque al ejército de su país sino que tomó la decisión de desmovilizarse y hacer la paz. Luego empacó maletas y viajó a la Universidad de Oxford, donde se dedica a la investigación desde hace más de diez años. Aquí están sus opiniones sobre sobre la situación actual de las FARC.
-Después de la muerte varios de sus líderes y el golpe de la operación “Jaque” que logró el rescate de 15 secuestrados, incluida Ingrid Betancourt, ¿qué tan debilitadas pueden estar las FARC?
-No importa cuántos combatientes y armas tengan todavía, las guerras se ganan en el terreno moral cuando se quiebra la voluntad de combate del contrario. Sobran ejemplos de ejércitos que se han derrumbado cuando aún tenían mucha fuerza: Estados Unidos en Vietnam, la Guardia de Somoza en Nicaragua, y otros. Las FARC están moralmente en bancarrota, ya no combaten ofensivamente, sus hombres se rinden en masa, y sus jefes se están muriendo de viejos o son dados de baja por las fuerzas militares y hasta por sus propios combatientes.
-Después de la muerte varios de sus líderes y el golpe de la operación “Jaque” que logró el rescate de 15 secuestrados, incluida Ingrid Betancourt, ¿qué tan debilitadas pueden estar las FARC?
-No importa cuántos combatientes y armas tengan todavía, las guerras se ganan en el terreno moral cuando se quiebra la voluntad de combate del contrario. Sobran ejemplos de ejércitos que se han derrumbado cuando aún tenían mucha fuerza: Estados Unidos en Vietnam, la Guardia de Somoza en Nicaragua, y otros. Las FARC están moralmente en bancarrota, ya no combaten ofensivamente, sus hombres se rinden en masa, y sus jefes se están muriendo de viejos o son dados de baja por las fuerzas militares y hasta por sus propios combatientes.
Sus líderes han perdido terreno, son políticamente odiados por los colombianos, ya no tienen comando y control, y el rescate les quitó lo único que les daba vigencia nacional e internacional.
-El secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, dijo el lunes de la semana pasada en Madrid que llegó el fin de la guerrilla. ¿Está de acuerdo?
-En realidad el conflicto está técnicamente en fase de posguerra. Hay mucho más desmovilizados que alzados en armas, la acción militar es cada vez más quirúrgica, la política de reconstrucción social requiere ser cada vez más masiva y la política partidista está volviendo a la normalidad. Lo que pasa es que, en un conflicto como el colombiano, no habrá un final formal sino un final diluido.
-El diario madrileño El País no descarta que las FARC, para demostrar que aún tienen fuerza, puedan recurrir a un atentado terrorista, y el ex presidente Andrés Pastrana teme que inicien una serie de secuestros selectivos. ¿Qué piensa de esos puntos de vista?
-Seguro que las FARC lo han pensado, lo han intentado y lo seguirán intentando. No lo han hecho porque no pueden, no porque no quieren. Para hacerlo necesitan organización urbana y en ese terreno se han debilitado mucho, además hay que recordar que las FARC han sido un movimiento más rural que urbano. Es difícil que haya secuestros o atentados terroristas, pero, si llegaran a ocurrir, no importa el ruido o daño que causen, serían estratégicamente irrelevantes. El deterioro moral en los militantes de las FARC no se detendrá con atentados que, por otro lado, los haría más impopulares.
-La revista The Economist dijo en un editorial que si el presidente Álvaro Uribe quiere una victoria política total frente a las FARC, debe ofrecerles una amnistía a los líderes de esa guerrilla si liberan a todos los secuestrados, dejan las armas y abandonan el narcotráfico. ¿Tiene razón The Economist?
-En Colombia se ha ganado terreno militarmente, se mantiene el acoso y se está golpeando sistemáticamente a la cabeza. Eso es verdad. Pero la forma más efectiva de acelerar el deterioro moral de las FARC es con ofertas políticas generosas. Para reducir la pérdida de sangre de colombianos hay que aumentar la dosis de perdón.
-¿Debe el gobierno tomar la iniciativa y proponerles una negociación a las FARC, o es mejor que esperen a que la guerrilla dé el primer paso?
-Las FARC ya no coordinan ni comandan. Eso se ve desde diciembre pasado cuando embarcaron al presidente venezolano Hugo Chávez con lo del niño y se confirmó con el reciente rescate. Una negociación como la que intentó el presidente Pastrana ya no sería ni posible ni eficaz. Las posibilidades de una negociación formal y nacional se han vuelto muy difíciles porque las FARC se han debilitado en extremo y ya no pueden controlar a su gente. De nada serviría reunirse con delegados de las FARC en París si no tienen capacidad de mando sobre los que están en el país. Coordinar las decenas de frentes que dicen tener es imposible bajo el acoso que están sufriendo y darles tregua para que se puedan coordinar sería una terrible ingenuidad. Lo más seguro es que se produzcan negociaciones fraccionadas con frentes o grupos, incluidos los dirigentes y campamentos que están en el exterior. La iniciativa debe tomarla el gobierno, que posee el control y tiene la ventaja. Del lado de las FARC sería mejor darles la oportunidad a quienes se quieran salir de la guerra. Posiblemente una parte importante de los dirigentes de las FARC e incluso de sus combatientes se encuentren en los países vecinos, donde podrían convertirse en delincuentes o narcotraficantes. A ellos también debería el gobierno colombiano, conjuntamente con Venezuela y Ecuador, hacerles una oferta política para que se desmovilicen. En Centroamérica, los contras nicaragüenses que operaban desde Honduras fueron desmovilizados por un acuerdo entre los dos países.
-¿Serviría una mediación internacional con la guerrilla en las actuales circunstancias?
-Siempre puede ser útil para desmovilizar, por ejemplo, el frente externo o los campamentos que están en países vecinos, lo mismo que para dar garantías a grupos grandes que se quieran reintegrar en el interior del país. Lo que no se puede pretender es un escenario como el de la zona de distensión. Esa oportunidad la desperdiciaron ellos. Para las FARC, negociar ahora no puede significar mucho reconocimiento, ni mucho tiempo, ni muchas exigencias.
- ¿Se imaginó hace diez años la situación actual de las FARC?
-Hace diez años no pero, luego de que desaprovecharon la generosa oferta y reconocimiento que les hizo el presidente Pastrana, me quedó claro que terminarían derrotadas. Las FARC nunca tuvieron posibilidad de ganar la guerra: simplemente sobrevivían, el dinero de la droga los sacó de su letargo, retaron al Estado, y perdieron. En el año 2003 escribí un artículo que publicó SEMANA titulado ‘¿Por qué las FARC están perdiendo la guerra?’. Sostuve que no tenían posibilidades de ganar y que terminarían mal, tal como está ocurriendo ahora. Las FARC están acabadas, pero es obvio que el mito seguirá vivo mucho tiempo más. Colombia ha vivido demasiada violencia y seguirá teniendo pesadillas.
-El secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, dijo el lunes de la semana pasada en Madrid que llegó el fin de la guerrilla. ¿Está de acuerdo?
-En realidad el conflicto está técnicamente en fase de posguerra. Hay mucho más desmovilizados que alzados en armas, la acción militar es cada vez más quirúrgica, la política de reconstrucción social requiere ser cada vez más masiva y la política partidista está volviendo a la normalidad. Lo que pasa es que, en un conflicto como el colombiano, no habrá un final formal sino un final diluido.
-El diario madrileño El País no descarta que las FARC, para demostrar que aún tienen fuerza, puedan recurrir a un atentado terrorista, y el ex presidente Andrés Pastrana teme que inicien una serie de secuestros selectivos. ¿Qué piensa de esos puntos de vista?
-Seguro que las FARC lo han pensado, lo han intentado y lo seguirán intentando. No lo han hecho porque no pueden, no porque no quieren. Para hacerlo necesitan organización urbana y en ese terreno se han debilitado mucho, además hay que recordar que las FARC han sido un movimiento más rural que urbano. Es difícil que haya secuestros o atentados terroristas, pero, si llegaran a ocurrir, no importa el ruido o daño que causen, serían estratégicamente irrelevantes. El deterioro moral en los militantes de las FARC no se detendrá con atentados que, por otro lado, los haría más impopulares.
-La revista The Economist dijo en un editorial que si el presidente Álvaro Uribe quiere una victoria política total frente a las FARC, debe ofrecerles una amnistía a los líderes de esa guerrilla si liberan a todos los secuestrados, dejan las armas y abandonan el narcotráfico. ¿Tiene razón The Economist?
-En Colombia se ha ganado terreno militarmente, se mantiene el acoso y se está golpeando sistemáticamente a la cabeza. Eso es verdad. Pero la forma más efectiva de acelerar el deterioro moral de las FARC es con ofertas políticas generosas. Para reducir la pérdida de sangre de colombianos hay que aumentar la dosis de perdón.
-¿Debe el gobierno tomar la iniciativa y proponerles una negociación a las FARC, o es mejor que esperen a que la guerrilla dé el primer paso?
-Las FARC ya no coordinan ni comandan. Eso se ve desde diciembre pasado cuando embarcaron al presidente venezolano Hugo Chávez con lo del niño y se confirmó con el reciente rescate. Una negociación como la que intentó el presidente Pastrana ya no sería ni posible ni eficaz. Las posibilidades de una negociación formal y nacional se han vuelto muy difíciles porque las FARC se han debilitado en extremo y ya no pueden controlar a su gente. De nada serviría reunirse con delegados de las FARC en París si no tienen capacidad de mando sobre los que están en el país. Coordinar las decenas de frentes que dicen tener es imposible bajo el acoso que están sufriendo y darles tregua para que se puedan coordinar sería una terrible ingenuidad. Lo más seguro es que se produzcan negociaciones fraccionadas con frentes o grupos, incluidos los dirigentes y campamentos que están en el exterior. La iniciativa debe tomarla el gobierno, que posee el control y tiene la ventaja. Del lado de las FARC sería mejor darles la oportunidad a quienes se quieran salir de la guerra. Posiblemente una parte importante de los dirigentes de las FARC e incluso de sus combatientes se encuentren en los países vecinos, donde podrían convertirse en delincuentes o narcotraficantes. A ellos también debería el gobierno colombiano, conjuntamente con Venezuela y Ecuador, hacerles una oferta política para que se desmovilicen. En Centroamérica, los contras nicaragüenses que operaban desde Honduras fueron desmovilizados por un acuerdo entre los dos países.
-¿Serviría una mediación internacional con la guerrilla en las actuales circunstancias?
-Siempre puede ser útil para desmovilizar, por ejemplo, el frente externo o los campamentos que están en países vecinos, lo mismo que para dar garantías a grupos grandes que se quieran reintegrar en el interior del país. Lo que no se puede pretender es un escenario como el de la zona de distensión. Esa oportunidad la desperdiciaron ellos. Para las FARC, negociar ahora no puede significar mucho reconocimiento, ni mucho tiempo, ni muchas exigencias.
- ¿Se imaginó hace diez años la situación actual de las FARC?
-Hace diez años no pero, luego de que desaprovecharon la generosa oferta y reconocimiento que les hizo el presidente Pastrana, me quedó claro que terminarían derrotadas. Las FARC nunca tuvieron posibilidad de ganar la guerra: simplemente sobrevivían, el dinero de la droga los sacó de su letargo, retaron al Estado, y perdieron. En el año 2003 escribí un artículo que publicó SEMANA titulado ‘¿Por qué las FARC están perdiendo la guerra?’. Sostuve que no tenían posibilidades de ganar y que terminarían mal, tal como está ocurriendo ahora. Las FARC están acabadas, pero es obvio que el mito seguirá vivo mucho tiempo más. Colombia ha vivido demasiada violencia y seguirá teniendo pesadillas.
* Periodista. Ha sido redactor de El Siglo y El Tiempo; director de la oficina en Bogotá de El País de Cali, y jefe de redacción de Cromos y Semana. Ha colaborado con la revista Diners y con el diario madrileño El País. En 1994 viajó a Washington y un año más tarde a Madrid, donde fue corresponsal de El Tiempo hasta 2001. Fue fellow de la Fundación Reuters en la Universidad de Oxford.