México en Carlos Fuentes/RAMÓN DE LA FUENTE, palabras del ex rector de la UNAM, durante la clausura del coloquio en honor a Carlos Fuentes, el viernes en la Sala Nezahualcóyotl, en CU
El Universal Domingo 16 de noviembre de 2008
En la clausura del coloquio ‘La región más transparente’, 50 años después, el ex rector de la UNAM analiza la formación y preocupaciones del escritor, quien cumplió 80 años
México ha sido la gran pasión de Carlos Fuentes. Precisamente por eso ha sido también su gran obsesión. Su historia analizada; su territorio recorrido; su dinámica social rigurosamente descrita; su voluntad interpretada; su alma explorada; sus contradicciones, sus aciertos, su ambivalencia, sus habitantes, sus dioses; su vitalidad encarnada en él mismo a sus 80 años. Fuentes es México desde Los días enmascarados hasta La voluntad y la fortuna. Pero Fuentes es también universal, y a través de él, de sus cuentos, novelas y ensayos, sus lectores hemos sido, somos también, más universales.
Lo que más me impresiona de Carlos Fuentes es su libertad, el rigor con el que la ejerce, la autenticidad con la que la vive. En efecto, creo que ha ejercido su oficio con total libertad y nos ha sorprendido una y otra vez, con esa forma tan singular con la que intenta explicarse y explicarnos, a través del lenguaje, mucho de lo que somos, de lo que quisiéramos ser y de lo que no queremos ser. No en vano, Octavio Paz lo consideró “un combatiente en las fronteras del lenguaje y un explorador de sus límites”. Es decir, “su exaltación corporal de la palabra” va más allá de los límites habituales de la creación y la crítica.
La formación de un clásico
Si el proceso formativo es resultado del cúmulo de experiencias iniciadas habitualmente desde temprana edad, hay que remitirnos a don Rafael Fuentes Boettiger, diplomático de carrera, que se hizo acompañar por su hijo durante sus misiones en Estados Unidos, Chile y Argentina, lo que permitió a su vez que el joven Carlos Fuentes recibiera una educación diversa y estimulante en instituciones de Washington, Santiago y Buenos Aires. Más adelante, el mundo diplomático propició que entrara en contacto con otro mexicano excepcional y universal: don Alfonso Reyes, quien le contagió su insaciable curiosidad intelectual e inculcó para siempre en él la convicción universal de la cultura hispanoamericana. No se puede entender a Fuentes sin Reyes.
Fuentes recuerda, por ejemplo, que siendo aún muy joven Reyes lo invitaba a su casa en Cuernavaca: “don Alfonso me reclamaba mis ausencias, mis lagunas literarias: ¿Cómo es posible que no hayas leído a Laurence Sterne?”, le recriminaba. “No has entendido bien a Stendhal”, le reprochaba. “El mundo no empezó hace diez minutos”, le advertía aquel sabio.
Y Carlos Fuentes evocaría años después: “Todo esto me irritaba; yo leía a contrapelo de sus enseñanzas, lo moderno, lo más estridente, sin entender que estaba aprendiendo su lección: no hay creación sin tradición, lo nuevo es una inflexión de la forma precedente, la novedad es siempre un trabajo sobre la tradición. Borges ha dicho de Alfonso Reyes que escribió la mejor prosa castellana de nuestro tiempo”.
Gracias a esas influencias, el mundo familiar de la diplomacia y la cultura universal de Alfonso Reyes, Fuentes enfocó simultáneamente sus preocupaciones sociales, intelectuales, estéticas y culturales a la realidad mexicana, pero también a la del mundo entero. Esto le permitió una vasta comprensión no sólo de la cultura, la literatura y el arte, sino también de la política, de los conflictos internacionales, de las religiones, de las ideologías, de las tecnologías, y claro, cuando llegó la globalización Fuentes ya se había asomado a ella.
La Universidad
Al igual que ha ocurrido con cientos de miles de mexicanos, la Universidad Nacional Autónoma de México fue también factor determinante en la formación de Carlos Fuentes. Como miembro de la Generación de Medio Siglo en la Facultad de Derecho, fundó junto con Víctor Flores Olea, Enrique González Pedrero, Miguel Alemán Velasco, Porfirio Muñoz Ledo, Javier Wimmer y Mario Moya Palencia, entre otros, una revista con ese nombre. Para entonces su vocación literaria ya era contundente. Con Emmanuel Carballo creó y dirigió la Revista Mexicana de Literatura; colaboró en el suplemento México en la Cultura que dirigía Fernando Benítez, y lo ligó una gran amistad con la agrupación teatral universitaria “Poesía en voz alta”.
Por esos mismos años Fuentes inició sus colaboraciones en la Revista de la Universidad de México en la cual volvió a escribir recientemente, y publicó su primer libro de cuentos en la colección Los Presentes, que dirigía Juan José Arreola, singular impulsor de iniciativas culturales, dentro y fuera de la Universidad.
Con esa gran actividad intelectual y literaria que ya desplegaba y que no ha cesado, imbuido de la efervescencia cultural y el ambiente universitario que inundaban las calles y los edificios del Centro Histórico, bajo la influencia de algunos de sus maestros que él más recuerda, como Pedroso y Campillo Sáinz, se consolidaron su espíritu humanista y su vocación universal.
Fuentes ha estado siempre cerca de la Universidad, de la nuestra y de muchas otras, las más prestigiadas del mundo, donde ha impartido cátedra, siempre con auditorios atestados de jóvenes a quienes sacude con la fuerza de sus convicciones y seduce con la armonía de su lenguaje.
La generación de Fuentes también estuvo influida por la labor educativa impulsada por José Vasconcelos. El autor de Ulises Criollo lo invitó a visitarlo en la Biblioteca México, de la que era entonces director. Fuentes quería aprender la lección vasconcelista, conocer de viva voz cómo había sido aquella campaña alfabetizadora en un país que, en 1920 tenía 90% de analfabetos. Vasconcelos, primero como rector pero sobre todo como secretario de Educación del gobierno de Álvaro Obregón, estaba decidido a cambiar todo eso. Pero ¿qué dice Fuentes al respecto?:
“La publicación de los clásicos de la Universidad era un acto de esperanza, era una manera de decirle a la mayoría de los mexicanos: un día, ustedes serán parte del centro, no del margen; un día, ustedes tendrán recursos para comprar un libro. El libro es educación de los sentidos a través del lenguaje, el libro es la amistad tangible, olfativa, táctil, visual que nos abre las puertas de la casa, al amor que nos hermana con el mundo porque compartimos el verbo del mundo”.
Fuentes capta claramente el valor de la educación y lo que ésta significó para ese México posrevolucionario en sus afanes por encontrar el mejor camino para su desarrollo. La educación, sentencia Fuentes, no puede estar ausente del proceso nacional que conjugue pacíficamente las exigencias del cambio y la tradición:
“México no puede estar ausente del proceso mundial de la educación, que la ha convertido en base de un nuevo tipo de progreso veloz, global e inmisericorde con los que se quedan atrás; pero no debemos apostar sólo al México adelantado, integrado al comercio y a la tecnología mundiales, si al mismo tiempo se relega al olvido el México de la pobreza, la enfermedad y la ignorancia”.
En el debate del siglo XXI, Fuentes ha puesto el dedo en la llaga de la globalización y ha reivindicado una vez más la importancia de la educación en la era de la información; pero al mismo tiempo nos advierte sobre los peligros que corre la educación cuando se pretende reducirla a otra mercancía, como si fuera un bien especulativo, dirigida solamente al mercado, soslayando el arte, las humanidades y las ciencias sociales.
La sentencia de Fuentes sobre estos temas es contundente: “La educación debe ser el motor mismo del cambio mundial; y no puede haber sociedad de la información sin educación; sin esta última no puede haber cambio, progreso ni bienestar. El capital productivo no crecerá sin el capital social, y éste no aumentará sin el capital educativo, sin un proyecto generador de profesionales, técnicos, científicos, artísticos y humanísticos que sepan promover la riqueza con justicia y el bienestar con libertades”.
Fuentes y nosotros
No tengo duda, Fuentes ha intentado de mil maneras descubrirnos y explicarnos qué somos, qué hacemos aquí, desde el reino de la imaginación libre y portentosa en el que se desarrollan sus historias: un mundo que a veces parece éste, el de todos los días, pero que en realidad es otro, el de su creatividad, el de la libertad del intelectual; el del crítico implacable, el que condena y elogia a placer con la fuerza de su convicción, con la agudeza de su inteligencia y con su capacidad para expresar a través del lenguaje, lo más sutil y lo más burdo; lo inaudito y lo predecible; lo que de alguna manera intuíamos y lo que nunca hubiéramos anticipado; transmitiendo además la subjetividad de sus personajes que es en muchos aspectos la misma subjetividad de sus lectores, nuestra subjetividad.
Tal es el México real e imaginario que Fuentes ha construido para nosotros, en el que todos podemos ser sus personajes, porque todos tenemos un poco de esos personajes, hombres comunes, héroes o villanos. Todos sus lectores somos un poco de Carlos Fuentes.
Hace unos días le confesé a Gabriel García Márquez que estaba preocupado, porque gracias a la generosa amistad de Carlos habría de participar en su homenaje; y que mientras más leía y releía confirmaba mi sospecha: ya se había dicho todo sobre Carlos Fuentes, lo imaginable y lo inimaginable; ya se había dicho incluso lo que se iba a decir y hasta lo que no se había dicho. Gabo sonrió y me dijo: pues entonces di un disparate, a Fuentes le encantan. Con esto termino.
En la clausura del coloquio ‘La región más transparente’, 50 años después, el ex rector de la UNAM analiza la formación y preocupaciones del escritor, quien cumplió 80 años
México ha sido la gran pasión de Carlos Fuentes. Precisamente por eso ha sido también su gran obsesión. Su historia analizada; su territorio recorrido; su dinámica social rigurosamente descrita; su voluntad interpretada; su alma explorada; sus contradicciones, sus aciertos, su ambivalencia, sus habitantes, sus dioses; su vitalidad encarnada en él mismo a sus 80 años. Fuentes es México desde Los días enmascarados hasta La voluntad y la fortuna. Pero Fuentes es también universal, y a través de él, de sus cuentos, novelas y ensayos, sus lectores hemos sido, somos también, más universales.
Lo que más me impresiona de Carlos Fuentes es su libertad, el rigor con el que la ejerce, la autenticidad con la que la vive. En efecto, creo que ha ejercido su oficio con total libertad y nos ha sorprendido una y otra vez, con esa forma tan singular con la que intenta explicarse y explicarnos, a través del lenguaje, mucho de lo que somos, de lo que quisiéramos ser y de lo que no queremos ser. No en vano, Octavio Paz lo consideró “un combatiente en las fronteras del lenguaje y un explorador de sus límites”. Es decir, “su exaltación corporal de la palabra” va más allá de los límites habituales de la creación y la crítica.
La formación de un clásico
Si el proceso formativo es resultado del cúmulo de experiencias iniciadas habitualmente desde temprana edad, hay que remitirnos a don Rafael Fuentes Boettiger, diplomático de carrera, que se hizo acompañar por su hijo durante sus misiones en Estados Unidos, Chile y Argentina, lo que permitió a su vez que el joven Carlos Fuentes recibiera una educación diversa y estimulante en instituciones de Washington, Santiago y Buenos Aires. Más adelante, el mundo diplomático propició que entrara en contacto con otro mexicano excepcional y universal: don Alfonso Reyes, quien le contagió su insaciable curiosidad intelectual e inculcó para siempre en él la convicción universal de la cultura hispanoamericana. No se puede entender a Fuentes sin Reyes.
Fuentes recuerda, por ejemplo, que siendo aún muy joven Reyes lo invitaba a su casa en Cuernavaca: “don Alfonso me reclamaba mis ausencias, mis lagunas literarias: ¿Cómo es posible que no hayas leído a Laurence Sterne?”, le recriminaba. “No has entendido bien a Stendhal”, le reprochaba. “El mundo no empezó hace diez minutos”, le advertía aquel sabio.
Y Carlos Fuentes evocaría años después: “Todo esto me irritaba; yo leía a contrapelo de sus enseñanzas, lo moderno, lo más estridente, sin entender que estaba aprendiendo su lección: no hay creación sin tradición, lo nuevo es una inflexión de la forma precedente, la novedad es siempre un trabajo sobre la tradición. Borges ha dicho de Alfonso Reyes que escribió la mejor prosa castellana de nuestro tiempo”.
Gracias a esas influencias, el mundo familiar de la diplomacia y la cultura universal de Alfonso Reyes, Fuentes enfocó simultáneamente sus preocupaciones sociales, intelectuales, estéticas y culturales a la realidad mexicana, pero también a la del mundo entero. Esto le permitió una vasta comprensión no sólo de la cultura, la literatura y el arte, sino también de la política, de los conflictos internacionales, de las religiones, de las ideologías, de las tecnologías, y claro, cuando llegó la globalización Fuentes ya se había asomado a ella.
La Universidad
Al igual que ha ocurrido con cientos de miles de mexicanos, la Universidad Nacional Autónoma de México fue también factor determinante en la formación de Carlos Fuentes. Como miembro de la Generación de Medio Siglo en la Facultad de Derecho, fundó junto con Víctor Flores Olea, Enrique González Pedrero, Miguel Alemán Velasco, Porfirio Muñoz Ledo, Javier Wimmer y Mario Moya Palencia, entre otros, una revista con ese nombre. Para entonces su vocación literaria ya era contundente. Con Emmanuel Carballo creó y dirigió la Revista Mexicana de Literatura; colaboró en el suplemento México en la Cultura que dirigía Fernando Benítez, y lo ligó una gran amistad con la agrupación teatral universitaria “Poesía en voz alta”.
Por esos mismos años Fuentes inició sus colaboraciones en la Revista de la Universidad de México en la cual volvió a escribir recientemente, y publicó su primer libro de cuentos en la colección Los Presentes, que dirigía Juan José Arreola, singular impulsor de iniciativas culturales, dentro y fuera de la Universidad.
Con esa gran actividad intelectual y literaria que ya desplegaba y que no ha cesado, imbuido de la efervescencia cultural y el ambiente universitario que inundaban las calles y los edificios del Centro Histórico, bajo la influencia de algunos de sus maestros que él más recuerda, como Pedroso y Campillo Sáinz, se consolidaron su espíritu humanista y su vocación universal.
Fuentes ha estado siempre cerca de la Universidad, de la nuestra y de muchas otras, las más prestigiadas del mundo, donde ha impartido cátedra, siempre con auditorios atestados de jóvenes a quienes sacude con la fuerza de sus convicciones y seduce con la armonía de su lenguaje.
La generación de Fuentes también estuvo influida por la labor educativa impulsada por José Vasconcelos. El autor de Ulises Criollo lo invitó a visitarlo en la Biblioteca México, de la que era entonces director. Fuentes quería aprender la lección vasconcelista, conocer de viva voz cómo había sido aquella campaña alfabetizadora en un país que, en 1920 tenía 90% de analfabetos. Vasconcelos, primero como rector pero sobre todo como secretario de Educación del gobierno de Álvaro Obregón, estaba decidido a cambiar todo eso. Pero ¿qué dice Fuentes al respecto?:
“La publicación de los clásicos de la Universidad era un acto de esperanza, era una manera de decirle a la mayoría de los mexicanos: un día, ustedes serán parte del centro, no del margen; un día, ustedes tendrán recursos para comprar un libro. El libro es educación de los sentidos a través del lenguaje, el libro es la amistad tangible, olfativa, táctil, visual que nos abre las puertas de la casa, al amor que nos hermana con el mundo porque compartimos el verbo del mundo”.
Fuentes capta claramente el valor de la educación y lo que ésta significó para ese México posrevolucionario en sus afanes por encontrar el mejor camino para su desarrollo. La educación, sentencia Fuentes, no puede estar ausente del proceso nacional que conjugue pacíficamente las exigencias del cambio y la tradición:
“México no puede estar ausente del proceso mundial de la educación, que la ha convertido en base de un nuevo tipo de progreso veloz, global e inmisericorde con los que se quedan atrás; pero no debemos apostar sólo al México adelantado, integrado al comercio y a la tecnología mundiales, si al mismo tiempo se relega al olvido el México de la pobreza, la enfermedad y la ignorancia”.
En el debate del siglo XXI, Fuentes ha puesto el dedo en la llaga de la globalización y ha reivindicado una vez más la importancia de la educación en la era de la información; pero al mismo tiempo nos advierte sobre los peligros que corre la educación cuando se pretende reducirla a otra mercancía, como si fuera un bien especulativo, dirigida solamente al mercado, soslayando el arte, las humanidades y las ciencias sociales.
La sentencia de Fuentes sobre estos temas es contundente: “La educación debe ser el motor mismo del cambio mundial; y no puede haber sociedad de la información sin educación; sin esta última no puede haber cambio, progreso ni bienestar. El capital productivo no crecerá sin el capital social, y éste no aumentará sin el capital educativo, sin un proyecto generador de profesionales, técnicos, científicos, artísticos y humanísticos que sepan promover la riqueza con justicia y el bienestar con libertades”.
Fuentes y nosotros
No tengo duda, Fuentes ha intentado de mil maneras descubrirnos y explicarnos qué somos, qué hacemos aquí, desde el reino de la imaginación libre y portentosa en el que se desarrollan sus historias: un mundo que a veces parece éste, el de todos los días, pero que en realidad es otro, el de su creatividad, el de la libertad del intelectual; el del crítico implacable, el que condena y elogia a placer con la fuerza de su convicción, con la agudeza de su inteligencia y con su capacidad para expresar a través del lenguaje, lo más sutil y lo más burdo; lo inaudito y lo predecible; lo que de alguna manera intuíamos y lo que nunca hubiéramos anticipado; transmitiendo además la subjetividad de sus personajes que es en muchos aspectos la misma subjetividad de sus lectores, nuestra subjetividad.
Tal es el México real e imaginario que Fuentes ha construido para nosotros, en el que todos podemos ser sus personajes, porque todos tenemos un poco de esos personajes, hombres comunes, héroes o villanos. Todos sus lectores somos un poco de Carlos Fuentes.
Hace unos días le confesé a Gabriel García Márquez que estaba preocupado, porque gracias a la generosa amistad de Carlos habría de participar en su homenaje; y que mientras más leía y releía confirmaba mi sospecha: ya se había dicho todo sobre Carlos Fuentes, lo imaginable y lo inimaginable; ya se había dicho incluso lo que se iba a decir y hasta lo que no se había dicho. Gabo sonrió y me dijo: pues entonces di un disparate, a Fuentes le encantan. Con esto termino.