Apareció irreverente y provocadora, como siempre, y, a pesar del terrible vacío en el corazón de su redacción, dejó claro que no piensa ceder ni un ápice de libertad.
De
Delacroix a Charlie/ José Antich
La
Vanguardia |15 de enero de 2015
En
París reina el silencio. La ciudad parece haber perdido su característico y
alegre bullicio. En las calles se percibe tensión. Tensión social, religiosa,
racial, política, ideológica, generacional… Tensión ciudadana, por suerte, no.
Es más bien inquietud. Tristeza. Miedo. El espectacular despliegue del ejército
no hace más que acentuar una sensación de alarma. Grupos de cuatro o seis
soldados, pertrechados, arma en mano, patrullan por todos los rincones de la
ciudad. En la calle existe un vago, aunque sincero, temor a nuevas actuaciones
yihadistas. Al Qaeda y el Estado Islámico (EI) han puesto la capital patas
arriba. Y París se siente herida y, sobre todo, vulnerable. Los parisinos están
convencidos de que el terrible golpe de la semana pasada no será tan sólo, un
episodio pasajero y no están preparados. Nunca nadie está preparado.