El
grito de Dios/Ignacio Sánchez Cámara, catedrático de Filosofía del Derecho.
Publicado en ABC
| 6 de julio de 201
El
dolor es una de las más profundas y misteriosas experiencias humanas. Ante el
dolor, físico o espiritual, levantamos la vista hacia Dios. Y solo esto ya
otorga un gran valor al sufrimiento humano. Sin embargo, es frecuente referirse
al silencio de Dios ante el dolor de los inocentes, ante los campos de
exterminio, ante la muerte de los niños, ante la enfermedad, la tortura y el
hambre. ¿Por qué calló? ¿Por qué permitió? ¿Por qué calla? ¿Por qué permite?
¿Puede ser ese un Dios omnipotente y, alavez, absolutamente bueno? Dolor
humano y silencio de Dios.
Tal
vez la primera observación que quepa hacer consista en negar que todo sea malo
en el sufrimiento. Miguel de Unamuno decía que en el dolor nos hacemos y en el
placer nos gastamos. Y Beethoven, creo que en la partitura de la Novena,
escribió: «A la alegría por el dolor». Al final de la «Barcarola» de los
cuentos de Hoffmann, de Offenbach, se canta: «El amor nos hace grandes, y el
llanto aún más». La verdad nos hace libres, y el dolor grandes. Nadie ha sido
más grande que Jesús abandonado en Getsemaní y luego clavado en lo alto del
Gólgota.
El
dolor ajeno nos mueve a la compasión, nos conmueve. El propio nos modela. El
dolor es la forja del alma. No se puede esculpir sin dar golpes con el cincel.
Cabría decir, parafraseando a Nietzsche, que un hombre vale en la medida de la
cantidad de dolor que es capaz de soportar. Nada de esto significa que debamos
buscar el dolor. No. Debemos evitarlo. Es un mal, pero repleto de cosas buenas.
El dolor es un mal, pero sus consecuencias son casi siempre beneficiosas.