In nomine Domini/Marcelino Perelló
Publicado en Excélsior, 20-Ene-2009;
A Enric Oliver, compañero y adversario.
Tan querido el uno como el otro.
Hoy que da un paso más hacia la soledad irremisible,
recuerde que otros amores y otras compañías
siguen, más que nunca, a su lado.
Esta semana aparecieron unos anuncios insólitos en los autobuses de Barcelona. Rezan algo así: “Posiblemente Dios no existe. Tú no te preocupes y goza de la vida”. Seco. Excélsior publicó el reportaje hace un par de días. La sorprendente sentencia no hace parte de ninguna campaña publicitaria enigmática, de esas tan en boga. Es simplemente la proclama de la Asociación de Ateos y Librepensadores de Cataluña, que es la que la sufragó. Dicen que ya recolectaron más de diez mil euros en donativos, cinco veces más de lo que costó.
Parece ser que los mochos respondieron con otra equivalente y, obviamente, en sentido inverso. Pero su consigna no la he visto. De todos modos, por lo visto, la capital catalana asiste a un curioso debate teológico sobre los costados de los camiones urbanos.
Mi entrañable Ció, la mujer que más quiero de las que no he tocado nunca, y con la que comparto cotidianamente intensas alegrías y tristezas bridgeras y cibernéticas, me dice desde Barcelona, que allá el catolicismo está demodé. Eso de ir a misa y de llevar los niños a escuelas confesionales suena un poco rancio. Uno puede criticar agria, burlona y abiertamente a la Iglesia católica, sin ninguna precaución, y con el beneplácito de una buena parte de la población.
En cambio, me dice, meterse con los cultos no cristianos, como el islamismo o el budismo, es mal visto, e incluso riesgoso. Racista y soberbio. La political correctness así lo impone. Nosotros no discriminamos. Todo parece indicar que los catalanes quedaron vacunados en contra de la deprimente mojigatería eclesial durante los cuarenta años de franquismo, en los que se vieron abrumados por la omnipresencia y omnipotencia del clero más retrógrado e intolerante.
En México, curiosamente, las cosas suceden exactamente al revés. Desde finales del siglo pasado, de manera más relevante a inicios de éste, y en medida aún mayor en los dos últimos años, la Iglesia —católica, por supuesto— vuelve por sus fueros de manera decidida y a menudo atropellada. Aprovechando el inquilinato en Los Pinos de los neocristeros, ha ido cobrando valor e impulso, y se ha desbocado tantito. No parece que nadie les pueda poner el alto.
Digo “curiosamente” en el párrafo anterior, y es un adverbio erróneo. No es curioso. Aquí también, como en Cataluña, hubo una vacuna, pero al revés. Los gobiernos del PRI, al menos hasta Echeverría, fueron jacobinos. La intensidad de su actitud antieclesiástica, que alcanzó el auge en el callismo y con los camisas rojas de Garrido Canabal, no cesó del todo hasta el final del siglo, a pesar de las importantes cesiones que se fueron sucediendo desde los años setenta. Y ahora reaccionan de manera virulenta.
La semana pasada se celebró en nuestra ciudad y nuestro país, el VI Encuentro Mundial de las Familias. Nunca he acabado de entender esta chifladura de los santurrones por la institución familiar. ¿Qué tendrán que ver papá, mamá y los chilpayates con el altísimo? Recordemos que la familia de Jesús, el hijo de Dios, no era precisamente ejemplar. El hijo de María no lo era de su esposo, José. Y no tuvieron otros retoños. Así que digas tú, qué modelo, pos no.
De hecho muchas de las más devotas ovejas de la grey no pertenecen a familias “bien constituidas” . Viejas quedadas, solterones, amargados y descarriados de toda índole. Recuerdo que, en los sesenta, el terrible escritor español Fernando Arrabal puso en alguno de sus libros, tal vez La virgen roja, la siguiente dedicatoria: “Me cago en Dios, en la patria y en la familia”. Fue arrestado, juzgado y encarcelado. Arrabal es patafísico y uno de los fundadores, junto con Alejandro Jodorowsky y Roland Topor, del inquietante Movimiento Pánico.
El caso es que su abogado lo asesoró: “Mire, eso de cagarse en Dios y en la patria no tiene demasiada importancia. Pero lo de la familia es más grave. Le pueden caer varios años”. Así que la línea de defensa seguida por el defensor fue argüir que, en la dedicatoria, en el original manuscrito, no decía “familia” sino “Famelia”, el nombre de su supuesta gata. Él no dejaba nunca de poner los puntos sobre las íes. Y en la segunda sílaba no había el tal punto. ¿Quiere usted creer que así la libró?
Nuestro (¿?) encuentro de las familias fue esféricamente ridículo. En él todo el mundo se pronunció, sin duda, en contra del aborto y de las prácticas anticonceptivas. Es de decir, en favor de una férrea defensa de la vida. De la vida posible, potencial, debieron añadir. Pero no. Ya lo sabemos.
El señor arzobispo de Santiago de Chile, Francisco Javier Errázuriz Ossa, se permitió proclamar, solemne y enfático: “Los homosexuales no tienen lugar en la Iglesia católica”. Perfecto. Ganas de perder un buen de feligreses. Me cae. Y el mismísimo papa de Roma mandó un mensaje en el que ya no sé si ordena o simplemente ensalza la fidelidad como el valor máximo del matrimonio. Yo ignoro de dónde les ha de venir a estos ratones de sacristía su obsesión por las causas perdidas. Supongo que para ellos, cuantos más pecadores haya, mejor.
Total, que el famoso encuentro parecía organizado más que por el Vaticano, por Jorge Serrano Limón y su Provida. Deberemos resignarnos a aceptar que, hoy por hoy, no hay gran diferencia entre una cosa y otra. Qué lejos quedaron los tiempos del papa Roncalli, Juan XXIII, cuando la gran curia pareció querer convertirse en otra cosa. Actualmente vuelve a ser medieval.
Permítame decirle, indulgente lector, que a mí todo ese numerito penoso, me da mucho gusto. Cuantos más osos cometan los ñoños, cuanto más risibles y despreciables se vuelvan, más contento me pondré yo. Húndanse.
Pero hay un episodio del mentado encuentrito que no me alegra en absoluto. Y es la presencia del titular del Poder Ejecutivo de nuestro país en él. El Presidente de México es uno de los emblemas de la patria, sea quien sea, y no puede, no debería poder, andarse prestando para shows de esa índole. Es la República, nada menos, la que está en juego. Y con ese juego no se juega.
El presidente Calderón, al que desde este momento llamaré por su nombre de pila completo, Felipe de Jesús, debería saber que el nuestro es un Estado laico desde hace por lo menos siglo y medio. Y que somos muchos los mexicanos que no estamos dispuestos a abdicar de esa conquista. Y que si él, en su condición personal e íntima, puede profesar las creencias que crea pertinentes o que le fueron inculcadas, no puede, como Presidente, y por lo tanto en nombre del país y del Estado al que representa, adherirse a una de esas creencias. Cualquiera que ella sea.
Don Felipe de Jesús llegó a afirmar en su larguísima alocución frente a los miles de devotos presentes en el Centro Bancomer (¿dónde si no?) que la institución del divorcio era “preocupante”. Transcribo literalmente el texto de lo dicho, tomado de la página oficial de internet de la Presidencia de la República. Para que no nos hagamos majes. Dijo:
“...También presenciamos cada vez más que, de acuerdo con la legislación civil, la práctica de divorcio propicia que muchas familias vivan un proceso de desintegración (...) Este fenómeno es real y, aunque preocupante, es fundamental afrontarlo...”
Don Felipe de Jesús, ¿existe acaso, en nuestro país, tan suyo como mío, alguna legislación que no sea la civil? ¿Desearía usted que existiera otra? ¿Sus expresiones revelan sólo una inquietud o también un proyecto? Recuerde que, cuando usted habla, habla el Presidente de la República. Procure no olvidarlo.
Y que es del todo inadmisible que cuando el primer mandatario dice cosas en público, las diga in nomine Domini. Usted, don Felipe de Jesús, podrá ignorarlo. Pero, créame, somos muchos, muchos, los ciudadanos de este país que no estamos dispuestos a pasarlo por alto.
bruixa@prodigy.net.mx
Tan querido el uno como el otro.
Hoy que da un paso más hacia la soledad irremisible,
recuerde que otros amores y otras compañías
siguen, más que nunca, a su lado.
Esta semana aparecieron unos anuncios insólitos en los autobuses de Barcelona. Rezan algo así: “Posiblemente Dios no existe. Tú no te preocupes y goza de la vida”. Seco. Excélsior publicó el reportaje hace un par de días. La sorprendente sentencia no hace parte de ninguna campaña publicitaria enigmática, de esas tan en boga. Es simplemente la proclama de la Asociación de Ateos y Librepensadores de Cataluña, que es la que la sufragó. Dicen que ya recolectaron más de diez mil euros en donativos, cinco veces más de lo que costó.
Parece ser que los mochos respondieron con otra equivalente y, obviamente, en sentido inverso. Pero su consigna no la he visto. De todos modos, por lo visto, la capital catalana asiste a un curioso debate teológico sobre los costados de los camiones urbanos.
Mi entrañable Ció, la mujer que más quiero de las que no he tocado nunca, y con la que comparto cotidianamente intensas alegrías y tristezas bridgeras y cibernéticas, me dice desde Barcelona, que allá el catolicismo está demodé. Eso de ir a misa y de llevar los niños a escuelas confesionales suena un poco rancio. Uno puede criticar agria, burlona y abiertamente a la Iglesia católica, sin ninguna precaución, y con el beneplácito de una buena parte de la población.
En cambio, me dice, meterse con los cultos no cristianos, como el islamismo o el budismo, es mal visto, e incluso riesgoso. Racista y soberbio. La political correctness así lo impone. Nosotros no discriminamos. Todo parece indicar que los catalanes quedaron vacunados en contra de la deprimente mojigatería eclesial durante los cuarenta años de franquismo, en los que se vieron abrumados por la omnipresencia y omnipotencia del clero más retrógrado e intolerante.
En México, curiosamente, las cosas suceden exactamente al revés. Desde finales del siglo pasado, de manera más relevante a inicios de éste, y en medida aún mayor en los dos últimos años, la Iglesia —católica, por supuesto— vuelve por sus fueros de manera decidida y a menudo atropellada. Aprovechando el inquilinato en Los Pinos de los neocristeros, ha ido cobrando valor e impulso, y se ha desbocado tantito. No parece que nadie les pueda poner el alto.
Digo “curiosamente” en el párrafo anterior, y es un adverbio erróneo. No es curioso. Aquí también, como en Cataluña, hubo una vacuna, pero al revés. Los gobiernos del PRI, al menos hasta Echeverría, fueron jacobinos. La intensidad de su actitud antieclesiástica, que alcanzó el auge en el callismo y con los camisas rojas de Garrido Canabal, no cesó del todo hasta el final del siglo, a pesar de las importantes cesiones que se fueron sucediendo desde los años setenta. Y ahora reaccionan de manera virulenta.
La semana pasada se celebró en nuestra ciudad y nuestro país, el VI Encuentro Mundial de las Familias. Nunca he acabado de entender esta chifladura de los santurrones por la institución familiar. ¿Qué tendrán que ver papá, mamá y los chilpayates con el altísimo? Recordemos que la familia de Jesús, el hijo de Dios, no era precisamente ejemplar. El hijo de María no lo era de su esposo, José. Y no tuvieron otros retoños. Así que digas tú, qué modelo, pos no.
De hecho muchas de las más devotas ovejas de la grey no pertenecen a familias “bien constituidas” . Viejas quedadas, solterones, amargados y descarriados de toda índole. Recuerdo que, en los sesenta, el terrible escritor español Fernando Arrabal puso en alguno de sus libros, tal vez La virgen roja, la siguiente dedicatoria: “Me cago en Dios, en la patria y en la familia”. Fue arrestado, juzgado y encarcelado. Arrabal es patafísico y uno de los fundadores, junto con Alejandro Jodorowsky y Roland Topor, del inquietante Movimiento Pánico.
El caso es que su abogado lo asesoró: “Mire, eso de cagarse en Dios y en la patria no tiene demasiada importancia. Pero lo de la familia es más grave. Le pueden caer varios años”. Así que la línea de defensa seguida por el defensor fue argüir que, en la dedicatoria, en el original manuscrito, no decía “familia” sino “Famelia”, el nombre de su supuesta gata. Él no dejaba nunca de poner los puntos sobre las íes. Y en la segunda sílaba no había el tal punto. ¿Quiere usted creer que así la libró?
Nuestro (¿?) encuentro de las familias fue esféricamente ridículo. En él todo el mundo se pronunció, sin duda, en contra del aborto y de las prácticas anticonceptivas. Es de decir, en favor de una férrea defensa de la vida. De la vida posible, potencial, debieron añadir. Pero no. Ya lo sabemos.
El señor arzobispo de Santiago de Chile, Francisco Javier Errázuriz Ossa, se permitió proclamar, solemne y enfático: “Los homosexuales no tienen lugar en la Iglesia católica”. Perfecto. Ganas de perder un buen de feligreses. Me cae. Y el mismísimo papa de Roma mandó un mensaje en el que ya no sé si ordena o simplemente ensalza la fidelidad como el valor máximo del matrimonio. Yo ignoro de dónde les ha de venir a estos ratones de sacristía su obsesión por las causas perdidas. Supongo que para ellos, cuantos más pecadores haya, mejor.
Total, que el famoso encuentro parecía organizado más que por el Vaticano, por Jorge Serrano Limón y su Provida. Deberemos resignarnos a aceptar que, hoy por hoy, no hay gran diferencia entre una cosa y otra. Qué lejos quedaron los tiempos del papa Roncalli, Juan XXIII, cuando la gran curia pareció querer convertirse en otra cosa. Actualmente vuelve a ser medieval.
Permítame decirle, indulgente lector, que a mí todo ese numerito penoso, me da mucho gusto. Cuantos más osos cometan los ñoños, cuanto más risibles y despreciables se vuelvan, más contento me pondré yo. Húndanse.
Pero hay un episodio del mentado encuentrito que no me alegra en absoluto. Y es la presencia del titular del Poder Ejecutivo de nuestro país en él. El Presidente de México es uno de los emblemas de la patria, sea quien sea, y no puede, no debería poder, andarse prestando para shows de esa índole. Es la República, nada menos, la que está en juego. Y con ese juego no se juega.
El presidente Calderón, al que desde este momento llamaré por su nombre de pila completo, Felipe de Jesús, debería saber que el nuestro es un Estado laico desde hace por lo menos siglo y medio. Y que somos muchos los mexicanos que no estamos dispuestos a abdicar de esa conquista. Y que si él, en su condición personal e íntima, puede profesar las creencias que crea pertinentes o que le fueron inculcadas, no puede, como Presidente, y por lo tanto en nombre del país y del Estado al que representa, adherirse a una de esas creencias. Cualquiera que ella sea.
Don Felipe de Jesús llegó a afirmar en su larguísima alocución frente a los miles de devotos presentes en el Centro Bancomer (¿dónde si no?) que la institución del divorcio era “preocupante”. Transcribo literalmente el texto de lo dicho, tomado de la página oficial de internet de la Presidencia de la República. Para que no nos hagamos majes. Dijo:
“...También presenciamos cada vez más que, de acuerdo con la legislación civil, la práctica de divorcio propicia que muchas familias vivan un proceso de desintegración (...) Este fenómeno es real y, aunque preocupante, es fundamental afrontarlo...”
Don Felipe de Jesús, ¿existe acaso, en nuestro país, tan suyo como mío, alguna legislación que no sea la civil? ¿Desearía usted que existiera otra? ¿Sus expresiones revelan sólo una inquietud o también un proyecto? Recuerde que, cuando usted habla, habla el Presidente de la República. Procure no olvidarlo.
Y que es del todo inadmisible que cuando el primer mandatario dice cosas en público, las diga in nomine Domini. Usted, don Felipe de Jesús, podrá ignorarlo. Pero, créame, somos muchos, muchos, los ciudadanos de este país que no estamos dispuestos a pasarlo por alto.
bruixa@prodigy.net.mx