- El Imposible retorno de Kundera/Monika Zgustova, escritora; su última novela es La mujer silenciosa
Publicado en EL PAÍS, 28/12/2006);
Fue a finales de los ochenta, poco antes de la caída del comunismo. En la Feria del Libro de Frankfurt, con unos editores españoles nos presentamos en el stand de Dilia, la agencia literaria checa, con el objetivo de adquirir derechos de publicación en España de varios autores checos. No tuvimos suerte: resultó que los escritores que nos interesaban estaban políticamente mal vistos por el Estado que la agencia representaba. Antes de despedirnos, uno de los españoles dejó caer el nombre de Kundera, autor que gozaba de gran prestigio mundial. Fue como un detonante; los de Dilia escupieron: “¡Ese exiliado!”. Y es que en la Praga comunista la palabra exiliado era sinónimo de malvado, traidor, cobarde. Y curiosamente, en la Praga democrática -a diferencia de las demás ciudades poscomunistas como Varsovia, Budapest o Moscú- esa tradición sigue conservándose.
Al establecerse la democracia en la entonces Checoslovaquia, durante mis visitas a Praga pude comprobar que muchos de los disidentes que se opusieron al régimen comunista tampoco se referían a Kundera con superlativos. Algunos no lo habían leído puesto que ninguno de sus libros se había publicado en Checoslovaquia, otros lo conocían a través de traducciones o del original checo publicado en una editorial de exiliados, en Canadá; pero lo cierto es que mientras el mundo alababa las calidades del escritor checo, entre la intelectualidad de su país de origen lo más corriente era referirse a él con sarcasmo y desprecio.
Hace un par de meses, por primera vez en la República Checa se publicó La insoportable levedad del ser, la novela emblemática de Kundera. Veinte años separan su aparición en Occidente de esta publicación checa. La razón de ese lapso de tiempo es que, tras el mal trato que en los noventa le dispensaron los intelectuales checos, Kundera, gran promotor de la literatura checa en el Occidente, tenía sus motivos para negarse a publicar su gran novela en su país de origen.
¿Cuál es la recepción de La insoportable levedad del ser en los medios checos en la actualidad? Muchos prefieren rehuir el tema de la novela extendiéndose sobre la película homónima, ajena a Kundera e incapaz de transmitir el pensamiento de su novela, mientras que los críticos se ocultan detrás de palabras y frases neutrales, blandas, que no expresan opinión alguna, como por ejemplo: “Depende de cada cual si pasará por ese sendero del pensamiento [de Kundera] con entusiasmo o considerará esa diligentemente planeada expedición como tediosa” (Lidove noviny). “Esa primera edición publicada aquí en casa, ¿no estará destinada sobre todo a quienes quieren mejorar sus conocimientos, además de los coleccionistas y los testigos de los días pasados? Y es que La insoportable levedad del ser llega en un momento inadecuado y no tiene nada que ver con la época en que vivimos” (Hospodarske noviny).
Además, desde las páginas web oficiales del ministerio de Cultura checo, destinadas a la promoción de la literatura en el extranjero, se ha desplegado toda una campaña envenenada contra Kundera. Esos son unos fragmentos de dichas páginas: “Durante 17 años [desde el final de la era comunista] Kundera se emperraba en no publicar su novela, mientras envejecían tanto él como la novela”. “Desde el año 2004, Atlantis ha publicado cuatro pequeños libros de ensayo de Kundera, cuyo lenguaje es sorprendentemente pobre y cuyas ideas no descubren nada nuevo”. “Los gestos de Kundera: la ignorancia, la lentitud, la inmortalidad. Obstinado, el novelista se oculta en ’su’ francés para que no le descubran aquellos sin los cuales difícilmente hubiera llegado a ser un autor mundialmente conocido”. “¿Estaría hoy Kundera donde está si a finales de los sesenta no hubiera conseguido un crédito que le arrojó en brazos de los franceses y del mundo? De ese brazo Kundera está dispuesto a ir a cualquier parte, hasta a la China comunista, excepto a su patria. Es un caso de arrogancia: abandonar a los viejos amigos por otros nuevos. Porque los nuevos ofrecen más: lectores, dinero, fama”.
Uno de los contadísimos críticos que defiende a Kundera y el único que se atreve a polemizar con las páginas del ministerio, Ales Knapp, confiesa que en esta situación venenosa se siente como el único soldado en un campo de batalla, y añade irónicamente: “Me alegro que tras años de vanos esfuerzos de mi parte por provocar en Chequia una discusión sobre Milan Kundera, los adversarios salgan a la luz”.
La historia del retorno del Kundera-novelista a su país me hace pensar en lo que le sucedió a otro célebre checo, el compositor del Moldava, Bedrich Smetana, a su regreso a Praga. Tras una larga y exitosa estancia en Suecia, los nacionalistas checos acusaron a Smetana de wagneriano y pro alemán cerrándole a cal y canto las puertas de las salas de conciertos y teatros de ópera.
El retorno de un exiliado a su patria suele ser arduo. Durante su estancia en el país de adopción, el exiliado ha adquirido nuevos puntos de referencia y un nuevo sistema de valores. Después de haber desplegado un enorme esfuerzo por comprender y adoptar una nueva cultura, un nuevo contexto y una nueva orientación, la escala de valores de su país de origen le resulta rara y obsoleta. Por otro lado, cambiado como está, a los ojos de los habitantes del país de origen el exiliado ya no es alguien como ellos, familiar, con el mismo código de comportamiento, sino alguien distinto a ellos, alguien distante y extranjero. En el país de origen el exiliado resulta ser el otro: el desconocido, el extraño, el forastero. Al igual que en su país de acogida. El exiliado nunca más pertenecerá a un lugar concreto. Su destino es flotar en el aire, su identidad está en el desarraigo. Kundera conoce bien ese estado. Es por eso que ha titulado dos de sus novelas La identidad y La insoportable levedad del ser.
El país en el que Kundera nació y vivió cuarenta y siete años es pequeño. Las pequeñas naciones suelen buscar su dulce consuelo de ser menos importantes que otras en la autocompasión. Y tienen su dosis de razón: al igual que una persona que ha sufrido frecuentes humillaciones se muestra desconfiada y susceptible, los países que a lo largo de su historia no siempre han podido elegir su propio destino porque sus vecinos más poderosos no se lo han permitido -como es el caso de varios países centroeuropeos-, airean su desasosiego a través del menosprecio y la animosidad hacia lo más fuerte o lo que ha triunfado. Kundera, como ya hemos visto, en su país fue odiado por los comunistas, malquerido por los disidentes y al final desacreditado por los periodistas. Los pequeños países no perdonan el éxito universal, como si aquel que ha triunfado en el mundo los abandonara, como si dejara de ser suyo, familiar, casero.
“Sumar, sumar y nunca restar”, recordó hace poco Juan Goytisolo las palabras de Gaudí. Las grandes naciones están más acostumbradas a sumar que las pequeñas que suelen restar. Efectivamente, quien suma en vez de restar sale beneficiado. Los franceses consideran suyos a todos esos autores de procedencia extranjera como el mismo Kundera, además de Todorov, Cioran, Ionesco, Handke, Nancy Huston, Andrei Makine, Assia Djebar o Jonathan Littell; los americanos, con una disposición semejante, han hecho suyos a los pintores de orígenes más diversos como Archille Gorky, Mark Rothko o Willem de Kooning.
Los lectores no suelen hacer caso a los críticos. Y es que la primera edición checa de La insoportable levedad del ser se agotó en dos semanas y en estos momentos en Praga uno no puede coger el metro sin descubrir en él a varios lectores adentrados en sus páginas.