24 abr 2007

¿Reconquistar Al Andalus? ¡No!

¿Reconquistar Al Andalus?/Juanjo Sánchez Arreseigor, historiador y especialista en el Mundo Árabe
Tomado de EL CORREO DIGITAL, 24/04/2007;
Empeora para España la amenaza del terrorismo islámico, no sólo por los recientes atentados en Argelia y Marruecos, sino por las proclamas reiteradas sobre el propósito de recuperar Al Andalus para el Islam. Según la teoría islámica tradicional, toda tierra que ha sido islámica en el pasado ha de seguir siéndolo para siempre. Si los infieles se apoderan de ella, es una usurpación y hay que intentar recuperarla, igual que España persigue recobrar Gibraltar. Por lo tanto, da igual lo que haga o deje de hacer nuestro Gobierno. Para los radicales, atacarnos es un deber religioso.
Hay que resaltar que, para un integrista, Al Andalus es la totalidad de la Península Ibérica, incluidos el País Vasco y Navarra. Desde este punto de vista, Bilbao es tierra islámica usurpada por los infieles. Íñigo Arista, fundador del Reino de Navarra, no es más que un bandido que robó unos territorios que pertenecían al Islam.
Por supuesto, todo esto es un monumental disparate. Es como si el Gobierno español se volviera loco y pretendiera reconstruir el imperio gobernado por Felipe II, desde la Patagonia hasta California, Texas y Florida, sin olvidarnos de Portugal, Brasil, las Filipinas, Bélgica, Holanda, casi toda Italia, etcétera. El Corán prohíbe de forma explícita las guerras ofensivas. Si Dios lo hubiera deseado, afirma el libro santo, todos los seres humanos serían ya creyentes. Religión aparte, con la crisis interna que sufre el Islam, buscar además conflictos exteriores constituye una verdadera insensatez. Pero ¿una insensatez por qué? ¿Y para quién?
Existe un terrorismo islámico en Occidente porque existe una crisis terrible dentro del Islam, debida al fracaso de la modernización intentada bajo regímenes autoritarios. En las décadas de 1950 y 1960 esa crisis todavía no se había manifestado abiertamente, de manera que no existía terrorismo islámico. Otras culturas y otros países han sufrido crisis económicas muy duras y a la vez han experimentado el desgarro cultural entre tradición y modernidad, entre lo autóctono y lo foráneo, pero eso no les ha llevado a una ofensiva terrorista contra el resto de la Humanidad. Esta estrategia de confrontación violenta no es el resultado de una conspiración novelesca pero tampoco es algo espontáneo.
La carne de cañón del terrorismo islámico la componen los parias, los desheredados, los desesperados, pero la dirección suprema del movimiento la forman gentes de clase alta que poseen un nivel cultural elevado, que nunca han pasado hambre ni necesidades de ningún tipo y que, por supuesto, jamás se suicidan en los atentados. Algunos son multimillonarios como Bin Laden, pero muchos pertenecen a sectores de las clases medias amenazadas por los cambios. Estos líderes no forman parte de un único complot. A menudo ni siquiera se conocen entre sí. Tan sólo en fechas muy recientes ha surgido una verdadera red integrista mundial: Al-Qaida. Por el momento, Al-Qaida es una organización-paraguas que intenta coordinar a grupos muy diversos.
Obviamente, su objetivo a medio plazo es absorber a todas estas facciones y grupúsculos en una única organización panislámica poderosamente estructurada. Pero estructurada… ¿para qué?
El objetivo de los líderes integristas es imponer por la fuerza una versión extrema de la sociedad tradicional que ellos creen que existió en algún pasado ideal, un pasado donde gentes como ellos eran la indiscutida clase dirigente. En cambio, si la modernización triunfa, la mentalidad, la ideología, las estructuras económicas y sociales cambiarán de tal manera que esa vieja elite será barrida por completo. Pedirles a los integristas islámicos del siglo XXI que acepten la modernización es como pedirles a los integritas carlistas del siglo XIX que admitiesen de buen grado un régimen republicano, laico y democrático de sufragio universal. Lo mismo con respecto a los derechos de la mujer.
El problema de los integristas es que sus objetivos son inmensamente ambiciosos pero sus medios son muy escasos. De ahí la necesidad de atentados espectaculares porque en realidad apenas disponen de otros recursos. Pueden seducir a ciertos individuos ofreciéndoles algo puramente negativo: chivos expiatorios, la venganza, morir matando para desahogar su rabia, etcétera. ¿Pero después?
Después, cuanto peor, mejor. De ahí los ataques a Occidente. Los integristas no pueden ganar. En los países occidentales nos imaginamos historias de miedo en las cuales los integristas se apoderan de un país, luego de los países vecinos y entonces es cuando vienen a por Al Andalus, es decir, a por nosotros. En realidad, los integristas no van a apoderarse de nada. Sólo saben matar y destruir. Terminarán igual que sus víctimas. Para tener esperanzas de victoria necesitan un cataclismo. Los ataques a Occidente buscan desencadenar ese cataclismo mediante una espiral de represalias mutuas. El Che Guevara pretendía crear muchos Vietnam. Los integristas sueñan con crear muchos Irak.
Al Andalus comienza en Ceuta y Melilla. En sus proclamas, sin miedo al ridículo, los integristas las ponen al mismo nivel que Palestina o Chechenia. En España se habla de la comunidad musulmana en ambas ciudades, de reforzar la seguridad policial. También de ayudar al desarrollo económico de los países islámicos, para de esta forma impedir que los integristas puedan reclutar partidarios. ¿Han pensado nuestros gobernantes en las medidas a tomar para eliminar las grandes bolsas de pobreza que existen en Ceuta y Melilla, antes de intentar arreglar países enteros?