Historia del miedo/
Por Michael O’Connor entrevista a Joanna Bourke (Nueva Zelanda, 1963), profesora de Historia en el Birbeck College de la Universidad de Londres.
Traducido por: Abigail Schteinman
Según dijera el archidiácono R.H. Charles en 1931: puede que la ciencia haya desenmascarado muchas supersticiones de la Alta Edad Media y descubierto la falsedad de la magia secular y religiosa del pasado y del presente, pero en su lugar ha introducido gran cantidad de inquietudes nuevas que nos acosan desde la cuna hasta la tumba” – Fear: A Cultural History, por la Profesora Joanna Bourke [Pág.5]
En 1862 Duchenne de Boulogne, un neurofisiólogo pionero francés, publicó un libro titulado The Mechanism of Human Facial Expression. Constituye una investigación notable, donde toma la cara de un hombre de edad anestesiado y a través de descargas eléctricas intenta reproducir diversas emociones. Con varios músculos contraídos, el retrato emocional del miedo que produjo y fotografió llamó tanto la atención a la vez que hizo reflexionar. Según Duchenne, la cara reflejaba las emociones en forma directa (por lo que una cara malvada indicaba asimismo mal carácter). Esto ocurría en paralelo a Darwin proponiendo argumentos a favor de la evolución y de los “principios de la expresión”, quien además sostenía que la cara del miedo tenía atributos que favorecían la supervivencia (los ojos abiertos de par en par con las cejas en alto permitían al individuo mirar a su alrededor con mayor rapidez).
La catedrática Joanna Bourke, en su último libro, Fear: A Cultural History, toma este debate a modo de introducción a un tema profundo, señalando que mientras los expertos podrían estar de acuerdo sobre el aspecto de la cara del miedo, no nos han enseñado mucho en lo que respecta a la definición del miedo y las consecuencias del mismo.
Uno puede imaginarse que la idea para esta fascinante investigación ha surgido de alguna manera a raíz de la observación de nuestro mundo en pos de los eventos del 09/11, sin embargo la inspiración ha sido más histórica. Bourke, profesora conferenciante en Birbeck Collage, Universidad de Londres, explica que “(el libro) iba en principio a tratarse sobre la historia de las emociones de forma general: miedo, ira, odio, celos, amor, etc. Cierta intranquilidad con respecto a mis libros anteriores, que miraban a algunos de los momentos más traumáticos de la historia moderna a través de una óptica marcadamente fría, me hizo interesarme por la historia de las emociones. Me pasé una década leyendo las cartas y diarios de hombres y mujeres en o en las proximidades del frente de guerra, y aún así no había logrado tratar el tema de las emociones. Me convencí que era una falta común de la mayoría de los demás libros de historia que estaba leyendo: a los historiadores les encanta hablar sobre las respuestas lógicas, las “economías morales” y la causalidad, y se sienten menos cómodos con la irracionalidad, una característica a menudo atribuida a las emociones”.
El libro examina los temores preponderantes vividos y documentados en Gran Bretaña y Estados Unidos (incluye además a Irlanda y a Australia), durante el transcurso de los últimos 150 años. Comenzando en 1860 con los experimentos de Duchenne de Boulogne y concluyendo a la fecha con reflexiones sobre la “guerra contra el terror”, el libro es una mina de oro en episodios que hacen reflexionar. El enfoque cronológico le ha permitido a Bourke tomar una perspectiva que brinda comparaciones fascinantes entre los miedos que dominaban a la sociedad del siglo XIX y la contemporánea. Bourke comenta, como ejemplo, que “durante el siglo XIX, los temores relacionados a la muerte inminente estaban estrechamente vinculados con los miedos acerca de cualquier tipo de vida después de la muerte eventual así como relacionados con la inquietud sobre el diagnóstico correcto del deceso (o dicho de otra manera: que conduciera a un entierro prematuro).
En nuestro tiempo, por lo contrario, tendemos a preocuparnos mucho más sobre el hecho que nos obliguen a permanecer vivos más de lo debido (denegándonos la oportunidad de ´morir con dignidad´). Es el personal médico, en vez de los clérigos, el que preside cada vez más sobre el terror a la muerte. Los debates actuales sobre la eutanasia y la muerte asistida están relacionados con estos cambios”.
-¿Hasta qué punto puede Fear: A Cultural History [Historia Cultural del Miedo] considerarse complemento de sus libros anteriores?
-“Hasta cierta medida, el libro sobre el Miedo complementa a An Intimate History of Killing [“Historia Profunda del Asesinato”]. Una de las críticas a las que tuve que hacer frente con el libro anterior fue que hice demasiado hincapié en los placeres de asesinar durante tiempos de guerra (el regocijo, la excitación, y la alegría pura que muchos de los combatientes demostraban justo después de una carnicería brutal. Hasta cierto punto, acepté la crítica). Mi defensa fue que un libro anterior a An Intimate History of Killing había abordado los horrores de la guerra en forma explícita [el título de este libro anterior lo describe todo: Dismembering the Male: Men´s Bodies, Britain and the Great War: “Desmembrando al hombre: los cuerpos de los hombres, Gran Bretaña y la Primera Guerra Mundial”]. De todas formas, el libro del Miedo es mucho más que un “complemento”: sólo tres de sus once capítulos se tratan de las sociedades en tiempo de guerra. El libro del Miedo toca temas variados como las fobias, el miedo a Dios y a la muerte, las pesadillas, las preocupaciones infantiles, la enfermedad, el crimen y el terrorismo”.
Cuando estaba haciendo sus investigaciones para An Intimate History of Killing, Bourke se topó con cualquier cantidad de material honesto en la forma de diarios y cartas de hombres y mujeres que habían estado involucrados en la Primera Guerra Mundial. Cabe preguntar qué tan confiable como fuente es este material de primera mano cuando se está tratando con una emoción tan compleja, una emoción que culturalmente tanta gente niega tener. ¿Cómo se encuentran relatos honestos cuando, por ejemplo, ha habido generación tras generación de británicos a quienes se les ha enseñado a poner buena cara al mal tiempo?
Bourke rechaza esta afirmación: “La idea de que los británicos ocultan los sentimientos es ridícula. Son un pueblo emocional, aunque quizás lo demuestren de una manera diferente. El problema con las fuentes es que eran muchas, no pocas. Las emociones se encuentran por doquier. El miedo se menciona constantemente: en cartas, diarios, informes oficiales, periódicos, obras de teatro, novelas, películas, documentos parlamentarios, memorias e incluso recopilaciones estadísticas (como por ejemplo el Archivo de Observación de Masas del condado inglés de Sussex).
La cantidad enorme de material me obligó a identificar algunos de los “grandes miedos” de cada periodo, en lugar de intentar ver todos los miedos (una misión imposible). Esto quiere decir obviamente que tuve que dejar de lado algunos de estos “miedos” (miedo al dentista, por ejemplo) pero, al final, realmente significa que los lectores pueden examinar los cambios con respecto a lo que vamos temiendo con el transcurso del tiempo, y establecer las razones de ello”.
Definición del Miedo
La investigación de la historia cultural de una emoción, tal como el miedo, es en gran medida una tarea más compleja que la de analizar eventos históricos específicos. Para comenzar, ¿podemos estar seguros de que la denominación de “miedo” de una persona en un período histórico es la misma que la de su predecesor? ¿Cuál es la diferencia entre miedo y furia, ya que muy a menudo comparten las mismas características (piénsese por ejemplo en las manos temblorosas de alguien infundido por el temor y las de alguien consumido por la furia)?
Bourke está bien consciente de estas preguntas, las que aborda en forma directa: “Lo que la gente asegura “temer” en un periodo o en otro resulta significativo, y esto es lo que hace el libro. Definir categóricamente el “miedo” desde el principio no sirve (desde mi punto de vista). A los psicólogos evolucionistas les encanta hacer esto, claro, porque tratan de señalar ese “algo” biológico, esencial, subyacente, que es el miedo. Nunca estuve de acuerdo con este parecer, y he publicado un artículo que presenta mi respuesta a esta dicotomía esencialista/constructivista [ver la revista History Workshop, 2003]”.
Bourke continúa: “Distinguir entre el miedo y las demás emociones es algo incierto, una cuestión difícil. ¿En qué se diferencia el miedo del temor, la consternación o la sorpresa? El enojo, el disgusto, el odio y el horror contienen todos elementos del miedo. Se pueden entender los celos como miedo a perder a la pareja de uno, los sentimientos de culpa como miedo al castigo de Dios; la vergüenza como miedo a la humillación. Una historia de miedo no resultaría nunca indomable si todos los estados emocionales negativos fueran clasificados como “verdaderos” estados de miedo.
Mi solución ha sido por lo tanto afirmar que cada vez que alguien en el pasado empleaba una “palabra relacionada con el miedo” (es decir: asustado, temeroso, aterrorizado, etc.), se refería al miedo. Las preguntas esenciales son: ¿cómo se utilizaba la palabra “miedo” en ese contexto cultural? Y ¿cuáles eran las normas sociales en cuanto a la expresión del miedo?”.
Temer es humano
El miedo es una emoción humana, pero culturalmente, tal como podría esperarse si se fija uno en la historia, su definición y aceptación por parte de la sociedad ha sido diferente dependiendo del sexo de la persona que lo viviera. Bourke señala que “los estereotipos del sexo relacionados al miedo (así como a todas las emociones) están aún firmemente afianzados. Uno de los descubrimientos que hice mientras escribía el libro fue que los hombres y las mujeres tenían la tendencia a reaccionar de maneras muy diferentes a la pregunta “¿cuáles son las cosas que te infunden miedo?” o “¿qué cosas te asustan?”. Lo más predecible era que los hombres respondieran con frases similares a “Le tengo miedo a…” (es decir, “Me da miedo volar, le tengo miedo a las arañas, temo a la muerte”). Por lo contrario, las mujeres eran más propensas a responder con frases como “Temo por…” (por ejemplo: “Temo por mis hijos, mi marido, los pobres en África”)”.
La manera por la cual los sexos tradicionalmente tratan con el miedo ha sido diferente, y a la vez reveladora. Mientras investigaba los efectos físicos del miedo, Bourke encontró un fascinante estudio de la Segunda Guerra Mundial, Psychiatric Casualties in a Women´s Service [“Víctimas psiquiátricas en un batallón femenino”], el que contrarrestaba los estereotipos tradicionales que sugerían que los hombres dominaban mejor el miedo: “Las mujeres en las Fuerzas Aéreas durante la Segunda Guerra Mundial estaban menos propensas a sufrir desórdenes histéricos porque eran precisamente emocionalmente mucho más expresivas. Debido a que mostraban sus miedos más abiertamente y hablaban sobre ellos, sentían menos necesidad de “ocultar” el miedo detrás de síntomas físicos. Tal como un investigador redactara en 1945: “las emociones femeninas, reconocidas y permitidas socialmente, dan lugar a la expresión más directa de las dificultades emocionales y adaptativas, y esto vuelve superfluos los síntomas físicos inoportunos y prolongados. Los hombres, por otra parte, se someten a un código social y emocional más severo. Tienen, por lo tanto, mayor necesidad de mantener la autoestima por medio de la formación de una careta o un mecanismo de escape”.
En particular un tipo de miedo, experimentado predominantemente por las mujeres, será el tema principal del próximo libro de Bourke: la historia de las violaciones. “Una de las partes del libro del Miedo analiza el miedo al crimen y, en particular, el miedo que la mayoría de las mujeres tiene de ser violadas. La resistencia mostrada por tantas víctimas de violaciones me animó enormemente, así como las maneras creativas que utilizaban para asegurarse de que el perpetrador no fuera a “salirse con la suya”. Me llamó la atención la relativa ausencia de investigación académica seria sobre las violaciones y los violadores. Aún sabemos muy poco sobre estos “Otros” peligrosos. Nuestra ignorancia está basada en el miedo.
Todo el tema de agresión sexual está caracterizado por una profunda inquietud sobre hablar honestamente sobre las complejidades de nuestra propia sexualidad y la de los demás. Esto no es tan sólo “políticamente correcto”, pero un horror muy válido de justificar a los perpetradores por sus actos traumatizantes y aborrecibles”.
“Como resultado de esto” continúa “de todas formas, se tiende a realizar serios debates en periódicos profesionales muy especializados, frecuentemente asociados con la política penal o la gerencia psiquiátrica. El público general inteligente se ve expuesto a los debates en tres foros principales: el primero son los relatos sensacionalistas de las primeras páginas de nuestros periódicos; la segunda fuente de conocimiento con respecto a los violadores está radicada en la ciencia popular: durante los últimos años, la misma ha estado dominada por los argumentos injustos por parte de los psicólogos evolucionistas, tales como R. Thornhill y C.T. Palmer. De acuerdo a su libro, A Natural History of Rape: Biological Bases of Sexual Coercion (2000) [“Una historia natural de la violación sexual: las bases biológicas del abuso sexual”, 2000], la violación es un mecanismo heredado que aumentaba el éxito reproductor de nuestros ancestros. Es una discusión que amenaza con absolver a los violadores de sus actos a la vez que trivializa la acción en sí. La fuente final desencadena directamente de la polémica feminista de las décadas de los 70 y 80. Mientras que la investigación feminista es generalmente una de las ramas de análisis más vivaces y sofisticadas, y de la cual obtengo toda la información para mi obra, a la hora de examinar lo que debe estar clasificado como uno de los miedos más significantes experimentados por las mujeres de hoy en día (el abuso sexual), se encuentra muy influenciado por las acusaciones infundadas en contra de los “hombres”, ya sea porque violan, fantasean con violar, o se benefician con la cultura del abuso sexual. Incluso los que escriben y desean guardar distancia de los discursos esencialistas hostiles a los hombres y que insisten que el cuerpo masculino se encuentra intrínsicamente preparado para violar, sienten que es todavía necesario dedicar espacio considerable a los argumentos de Sheila Brownmiller o Andrea Dworkin”.
La publicación del libro está programada para 2006, y pondrá, así espera, “a estos violadores en su contexto histórico. Es importante destacar que esto constituye una historia de los violadores en Gran Bretaña, Estados Unidos y Australia en el siglo XIX. El énfasis en sus historias desnaturaliza los actos de violencia sexual y nos permite ver maneras de comprender y tratar con actos violentos que compiten entre ellas. A pesar de que las historias relatadas por perpetradores de violencia sexual masculinos y femeninos pueden resultar dolorosas de leer, y muchas veces incluso vergonzosas y espantosas de contemplar, es todavía importante escuchar la voz de los violadores, buscar su historia, si queremos imaginarnos un mundo libre de violencia sexual no deseada”.
El Alarmismo: los Medios de Comunicación y el Uso del Miedo
Mientras que Bourke no dedica ningún capítulo específico al análisis del papel que los medios de comunicación desempeñaron en la creación de ya sea el miedo o la inquietud, sigue siendo protagonista en gran parte del libro. Bourke está de acuerdo con que “una parte del libro trata sobre el papel que los medios de comunicación han desempeñado en incitar miedos, aunque a menudo no preciso que el elemento causal son los mismos medios de comunicación (por ejemplo, en mi sección sobre el pánico por el SIDA, fueron los periódicos los que echaron leña al carbón).
Debemos recordar, sin embargo, que los medios de comunicación no han sido siempre la fuente principal de pánico. En realidad comenzó a hacerlo a diestra y a siniestra después de 1885, con el artículo periodístico de Stead titulado Maiden Tribute of Modern Babilon[(Primer Tributo a Babilonia Moderna], que es el primer ejemplo de pánico moral sobre abuso sexual infantil que crearon las historias periodísticas
En los tiempos modernos, el alarmismo sensacionalista es obviamente ubicuo, pero los consumidores no somos sólo recipientes vacíos que aceptamos estas historias de espanto: nos creemos unas y otras no. Lo que resulta interesante es precisamente cuáles historias de miedo “encienden el botón” del miedo. Los pánicos morales sobre el abuso sexual infantil son un ejemplo. Existieron pánicos evidentes sobre el abuso sexual infantil en la década de los ochenta, entre 1947-54, y en 1980. Aún así, los periodistas publicaron historias de espanto de niños abusados sexualmente fuera de estos periodos, pero el miedo no encontró mucho eco dentro de las sociedades, lo que no llevó a un “pánico” generalizado. Dicho de otra forma, lo que resulta interesante no son tanto las noticias sensacionalistas, sino cómo y por qué este tipo de noticias son efectivas en un periodo y no en otro”.
Uno de los más famosos estallidos modernos de pánico estuvo conectado al alarmismo infundido por los medios de comunicación, originado por la parodia radiofónica La Guerra de los Mundos de Orson Welles (1938). Curiosamente, un brote de pánico similar ya había tenido lugar en 1926, cuando la cadena británica BBC emitió una obra de radio creada por un tal F. Knox. Muchos de los elementos eran los mismos: el uso falso del conocido formato de las noticias sumado a un tono de pánico creciente en la voz del presentador. Los efectos fueron similares y el pánico cundió a través de todo el Reino Unido. De todas formas, lo que llama la atención es que, al contrario de La Guerra de los Mundos, esta hubiera desaparecido de la memoria popular. Bourke comenta: “Creo que la ola de pánico que Welles causó a través de la radio ha eclipsado la que ocasionó Knox. Después de todo, más de un millón de estadounidenses se vieron afectados durante la última ola de pánico (muchos más que en 1926). De todas formas, existía además otra razón: en 1926, había un palpable sentimiento de vergüenza: todos querían olvidarse del hecho tan pronto como fuera posible. En Estados Unidos, por lo contrario, aunque se pudiera hablar sobre la vergüenza, otros grupos dentro de la sociedad se sirvieron en muchos sentidos del pánico para reafirmar su propio estatus (superior). Los sociólogos se vieron involucrados, preparando elaboradas teorías sobre la psicología de multitudes. Se dio una profesionalización del pánico en 1938 que no existía en 1926”.
La Segunda Guerra Fría
“[Los terroristas] se atreven a más, se sirven de las más terribles armas que pueda ofrecer la ciencia moderna, y el mundo se ve hoy en día amenazado por nuevas fuerzas, las cuales, si se desencadenaran imprudentemente, podrían llegar a causar la destrucción mundial” [El Miedo: Una Historia Cultural, Pág.364 de la versión inglesa].
La cita precedente no es de Donald Rumsfeld instruyéndonos sobre la naturaleza de la nueva “guerra mundial contra el terror”, sino más bien las observaciones de un agente de policía británico en 1889, en respuesta a varias “organizaciones criminales” involucradas en intentos de asesinatos políticos. El terrorismo será el foco de una nueva guerra fría, tal como argumenta Bourke en su libro, pero no resulta para nada una novedad. El miedo al terrorismo ha estado generalizado desde al menos la década de los setenta. Entre 1977 y 1978, como menciona el libro de Bourke, entre el 85 y el 90% de la población de Estados Unidos y Gran Bretaña consideraba al terrorismo como un problema muy serio.
Entre los historiadores que Bourke cita como influencias se encuentran Eric Hobsbawm (al igual que ella, de Birbeck, Universidad de Londres), y el difunto E. P. Thompson, ambos historiadores de renombre internacional quienes, según Bourke, “amalgaman el rigor intelectual con el compromiso político y el brío”. El Miedo: Una Historia Cultural contiene una parte considerable de compromiso político y brío, sin rehuir de los miedos contemporáneos. Destaca asimismo que “a pesar de que sólo diecisiete personas perdieran la vida a causa de actos terroristas en Estados Unidos entre 1980 y 1985, el periódico New York Times publicó un promedio de cuatro artículos sobre el terrorismo en cada edición. Entre 1989 y 1992, sólo treinta y cuatro estadounidenses murieron como consecuencia de actos terroristas en el mundo, pero más de 1300 libros fueron catalogados bajo el rubro de “Terroristas” o “Terrorismo” en las bibliotecas estadounidenses” [Pág.365 de la edición inglesa].
Uno de los efectos primordiales del 11 de septiembre es que le ha concedido una cara paradójicamente tranquilizadora a este miedo. Como dice Bourke: “Con el ataque del 9/11 se sintió alivio con el hecho de que, finalmente, el enemigo pudiera ser definido como“de afuera”. Ya no se trataba de la CIA (como en el caso de la conspiración contra Kennedy) o estadounidenses locos (como en el caso del bombardeo del Edificio Federal Murrah en Oklahoma City), sino de “fundamentalistas” islámicos extranjeros. Si bien había gran inquietud con respecto a la habilidad con la cual estos terroristas eran capaces de asimilarse en la región central de Estados Unidos, el alivio que se sintió a causa de que fueran tan diferentes quedó en claro. Ya se podía identificar al enemigo: era “el Musulmán”.
A pesar de los atentados tan horrendos y reales del 9/11, ¿piensa que nuestra cultura, la de occidente industrializado, necesita un enemigo? Bourke responde: “Una de las respuestas más interesantes al miedo es la de buscar el chivo expiatorio. En el libro, distingo entre dos tipos de miedo: el miedo propiamente dicho, y la inquietud. En el primer caso, el enemigo está claramente identificado y el individuo puede reaccionar luchando o huyendo; en el segundo, la inquietud fluye libremente y es difícil definir el enemigo. Lo importante de esta definición es que en los estadios del miedo, la gente tiende a acurrucarse: forman organizaciones para luchar contra el enemigo o bien crean comunidades a manera de protección. Durante los estadios de la inquietud, por lo contrario, los individuos tienden a buscar amparo en lugares privados: no se sienten capaces de comunicarse o de conversar con los demás, tienden a refugiarse en sus propias casas, por ejemplo, donde miran películas violentas y dramas que los asustan aún más del mundo exterior”.
Bourke continúa: “Estas reacciones denotan una clara dimensión política. Dicho de otra forma, lo que el “miedo” significa para un individuo o grupo puede traducirse en “inquietud” para otro. La diferencia entre los dos estadios está definida por los estímulos, aunque una amenaza “inmediata y objetiva” para un grupo puede ser una amenaza “prevista y subjetiva” para otro grupo. De hecho, visto que una reacción normal a la amenaza es buscar el chivo expiatorio, se podría sostener que la única diferencia entre un “miedo” y una “inquietud” es la capacidad de los individuos o grupos de creerse capaces de evaluar un riesgo o identificar un (supuesto) enemigo. Expresado de otra manera, la diferencia está en la capacidad de exteriorizar una amenaza, lográndose de esta manera un sentido de invulnerabilidad personal. La diferencia entre el miedo y la inquietud oscila además alocadamente. La inquietud se convierte fácilmente en miedo, y viceversa. Los procesos de identificar al enemigo por el nombre (sin importar si éste es convincente o no) pueden disipar la incertidumbre causada por la inquietud en un santiamén, convirtiéndola en miedo. Buscar un chivo expiatorio, por ejemplo, permite a un grupo convertir una inquietud en miedo, y de esta manera ejercer influencias sobre las inclinaciones electorales de un grupo “externo”.
Las implicaciones de esta división entre el miedo y la inquietud no son para menospreciar. Bourke explica que “Si la inquietud puede convertirse en miedo y así proporcionar un enemigo contra el cual luchar, el miedo puede, de forma similar, convertirse en inquietud. Existen razones históricas de gran peso que justifican las razones que ciertos grupos tuvieron para transformar sus miedos en inquietudes. El poder de las instituciones en particular, y de sus diversos tratados, dependía de ello. No es casualidad que la palabra “inquietud” [anxiety, en inglés] se pusiera más de moda con el transcurso del siglo XX, en parte debido a la disminución de las amenazas externas sobre la existencia individual por parte de los británicos y los estadounidenses de ese periodo, sino también debido a la conversión del miedo en inquietud logrado por medio de la revolución terapéutica. Mientras que en el pasado el individuo asustado podía buscar consejo y consuelo en su comunidad o institución religiosa (un proceso que a menudo significaba la definición del “otro” maléfico) con el pasar del siglo esta emoción se fue individualizando cada vez más, se convirtió en propiedad del terapeuta o, de una forma más solitaria, se transformó en el movimiento contemporáneo de “autoayuda”. La interpretación moderna del “yo” individual “dentro” del cuerpo y accesible a las confesiones psicoterapéuticas establece un orden de prioridades con respecto al lenguaje de la inquietud. A consecuencia de esto, los niveles de inquietud deben haber sido más elevados en Estados Unidos a finales del siglo XX, debido a una mayor resonancia cultural proporcionada por la terapia psicológica en ese país, pero también porque una estructura de clase mucho más afianzada sirvió para diluir algunas de las formas de la inquietud causada por el estatus”.
Hemos presenciado, en particular durante los últimos cuatro años, cómo los gobiernos estadounidense y británico han puesto un arnés al miedo. Le preguntamos a Bourke si está de acuerdo con la contenciosa sugerencia de que ambos países poseen una cultura política que promueve y pone freno al miedo, más allá de lo que han llegado las otras naciones. ¿Existe algún vínculo entre la cultura política del miedo y del poder? “No estoy tan segura si las culturas políticas del Reino Unido y de EE.UU. promueven el miedo más que las otras naciones: considérense la Alemana nazi o bien la misma Corea del Norte de hoy en día. De todas formas, no cabe duda que la política del miedo se ha convertido en un rasgo dominante de nuestros gobiernos durante los últimos años: parece incluso haberse convertido en el punto central del arte de gobernar. De todas formas los gobiernos deben mostrar cautela con respecto al uso de la política del miedo en este sentido: a menos que estén dispuestos a utilizar considerable fuerza contra su propio pueblo (lo que no es el caso), más que a largo plazo, la política del miedo resulta más efectiva a corto o mediano plazo. Dentro del marco de las sociedades democráticas, los individuos simplemente no pueden vivir bajo la opresión constante causada por el miedo”.