El fracaso, el futuro…
Rosalía Vergara, reportera.
Ninguna medicina ha funcionado y la izquierda mexicana, en particular el PRD, sigue empeñada en exponer su vida política y su salud ideológica y, en suma, lo que pueda quedar de credibilidad ante sus fracasos y conductas facciosas, expone la edición 1656 de Proceso. Frente a este escenario crítico, que se complica a raíz de la anulación de la elección interna en ese partido, las posibilidades de la izquierda institucional para incidir como oposición se reducen hoy al mínimo, con la consecuente probabilidad de un descalabro mayúsculo en las elecciones de 2009.
¿Qué clase de enfermedad mantiene a la izquierda y al PRD en las condiciones de postración en que se encuentran ahora? ¿Qué futuro, en el supuesto menos pesimista, les aguarda?
Dos ex integrantes del PRD, un connotado historiador y un escritor y ensayista –Ifigenia Martínez, José Woldenberg, Lorenzo Meyer y Carlos Montemayor, respectivamente– ofrecen sus respuestas al respecto a los lectores de Proceso en su número 1656.
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El enemigo, la derecha/ (Ifigenia)
Integrante en los años ochenta de la Corriente Democratizadora del PRI y del Frente Democrático Nacional, así como fundadora del Partido de la Revolución Democrática, la economista Ifigenia Martínez considera que el reto más importante para esta organización en la coyuntura actual es tomar conciencia de que el debate no es interno, sino contra los adversarios externos.
“Lo que está en la contienda –puntualiza– no son los puestos al interior, sino disputarle el poder a una corriente que está en el poder desde la crisis de 1982 y que ha hecho mucho daño a la economía del país, a los jóvenes, pues ha concentrado el ingreso y les ha negado a éstos las garantías sociales a que tiene derecho una parte de la población. Es decir (los adversarios son) el PAN y la derecha, concretamente.”
Entrevistada en la sede nacional perredista, la maestra Martínez, quien actualmente es consejera nacional del PRD y directora del Instituto de Estudios de la Revolución Democrática, afirma que se pretende hacer creer que su partido no tiene fondo ni forma, aunque acepta que la disputa interna ha sido mal conducida.
“Esa es la apariencia que se pretende dar, que no nos ponemos de acuerdo y, claro está, hay una disputa, a mi modo de ver, mal encaminada. Aquellos compañeros que anteponen el pleito interno ante el compromiso que tenemos con la nación, a mi modo de ver están muy equivocados y, claro, muchos de ellos lo hacen azuzados, por así decirlo, o caen en las redes de la propaganda.”
Martínez insta a la militancia de su partido a superar los problemas referidos y a tener “las miras más altas”. Pero aclara: “Las miras no es procurar tener un puesto dentro del partido. No venimos a la lucha por eso, no nos salimos del PRI por eso; se trata de objetivos nacionales”.
Para la cofundadora del PRD, esta organización no está viviendo una crisis, sino una división interna que debe ser superada aglutinando y concentrando las fuerzas perredistas para participar “en la batalla externa del partido”, es decir, contra la derecha.
Autora de La distribución del ingreso y el desarrollo económico de México, señala que en las múltiples visiones de la izquierda plural del PRD se tienen bases comunes; por ejemplo: mantener la unidad para defender a los mexicanos que no tienen acceso a la alimentación básica, a la salud, a la educación y al transporte seguro.
“La lucha contra la desigualdad es la que nos debe guiar. Y las luchas internas tienen que ver con el carácter humano, el cual no podemos quitar, pero sí debe ser superado… Nosotros tenemos que atenernos a la institucionalidad. Pelearse entre hermanos no tiene sentido”, indica.
Para la ex diputada y ex senadora, es preciso “revisar las disposiciones reglamentarias del PRD en el congreso refundacional, para tratar de diluir todo lo que pueda dar lugar a disputa por posiciones, o para ubicar ésta dentro del posicionamiento de actitudes, de corrientes y de políticas nacionales”.
Concluye: “El PRD nació para ser contestatario de la política nacional, tanto de las medidas económicas como de las medidas de control y disciplina política, y también de las medidas de distribución del poder a nivel nacional. Ese fue el objetivo y por eso se sacrificaron muchas vidas de compañeros, cuando teníamos encima toda la hostilidad del gobierno. Eso es lo que debe preocuparnos”.
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La nueva izquierda, apenas en formación / (Carlos Montemayor)
Ante los efectos del neoliberalismo y la globalización, que constituyen otra forma de colonialismo, se halla en formación una nueva izquierda que ya no dependerá de las élites y los partidos políticos, sino de los movimientos sociales, declara a Proceso el escritor Carlos Montemayor.
Entrevistado en su casa de Coyoacán, el autor de Guerra en el paraíso, rodeado de cientos de libros y pinturas obsequiadas por sus amigos, agrega que en México, donde el neoliberalismo impuesto desde hace 20 años ha causado un enorme empobrecimiento, se advierten signos de la gestación de esa nueva izquierda, que es una “búsqueda social de emancipación”.
Anticipa que cuando estos movimientos sociales se desarrollen y extiendan por diversos países, “estaremos ante una nueva realidad de la izquierda en México y en el mundo”.
Lo que ocurre, puntualiza, es que en la globalización “ninguna ganancia tiene freno, salvo el salario de los trabajadores. La globalización económica es un nuevo colonialismo que está creando un futuro ominoso para la humanidad, provocando un grave retroceso hacia la barbarie política y jurídica.
“Estamos ante el desmantelamiento de los Estados, ante el abandono de los objetivos de bienestar de las sociedades. Y en este neocolonialismo ominoso el poder se concentra cada vez más en los intereses de los grandes consorcios.”
Plantea que así como este poder trasnacional ha sido útil para el surgimiento de grandes radicalismos conservadores, lo será también para las luchas de izquierda “cuando los pueblos busquen liberarse de esta economía asfixiante”.
En su opinión, actualmente no hay ninguna articulación visible de un nuevo gran movimiento social, y manifiesta que los discursos de la izquierda y la derecha en este momento no siempre son claramente distinguibles, e inclusive las élites políticas de ambos signos tienen un acercamiento cada vez mayor, ya que cuentan con espacios más restringidos de acción.
Es por eso que, según Montemayor, “el futuro de una nueva o vieja izquierda no dependerá de élites políticas o de partidos políticos, sino de la sociedad. Deberá esperarse un despertar de la sociedad, un resurgimiento de la fuerza ciudadana, obrera, campesina, estudiantil, magisterial, que obligue a modificar las condiciones por una mayor equidad.
“El empobrecimiento –apunta– es un fenómeno mundial. Las sociedades latinoamericanas pasan por procesos similares, con pérdida de pensiones, empleos, seguridad, salud, agua, energéticos. Así ocurre en Argentina, Perú, Ecuador o México… La élite mundial está imponiendo sus reglas en todos los niveles: en educación, trabajo, atención, economía, en el freno al ingreso de los trabajadores… Todo este proceso deja un margen restringido a los partidos políticos y a los gobiernos, pues no se puede transformar, modificar o reestructurar sin la participación vigorosa de la sociedad entera. Cuando este despertar social aparezca, entonces estaremos ante una nueva izquierda en México y en el mundo.”
A juicio del autor, el movimiento social de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) del año 2006 fue una clara señal de lo que puede ocurrir, pues no sólo rebasó a las fuerzas policiacas y militares, sino también los límites estrechos de los partidos políticos, al extremo de que el PRD oaxaqueño “no tuvo congruencia” ante esa movilización popular y “se sometió de manera poco ética” a los dictados del gobierno.
El movimiento de la APPO en Oaxaca, enfatiza, “es una señal muy importante de lo que puede ocurrir en el mundo cuando una sociedad despierta”.
A propósito del movimiento en defensa del petróleo encabezado por Andrés Manuel López Obrador y apoyado por el Frente Amplio Progresista, Montemayor afirma: “Hay algo extraordinario: El trabajador de Pemex no ha abierto la boca en ningún momento. Es sorprendente el grado de sometimiento y docilidad del gremio petrolero, aunque Pemex no fue resultado de un decreto presidencial, de una orden administrativa…”.
Recuerda que, después de la expropiación petrolera de 1938, México fue sometido a un boicot internacional y no se le vendían repuestos para maquinaria de refinerías, extracción, procesos de elaboración o transporte de hidrocarburos. Tampoco había libertad para que técnicos especializados pudieran colaborar con Pemex. Se impedía la compra de crudo mexicano. “Todo esto se pudo vencer con la participación de obreros, técnicos, estudiantes, el Ejército, periodistas. Fue un proceso social. Ahora el proceso privatizador de Pemex, que empezó hace 20 años, es una decisión de élite”.
Con eso, añade, “la presión política, mediática y tecnológica para la privatización de Pemex –llámesele como se le llame a este proceso de apertura a los capitales privados– deja descubrir que detrás de ese diseño están las propias empresas que fueron expropiadas en 1938. De manera que en menos de un siglo están recuperando lo que perdieron. El movimiento de Andrés Manuel López Obrador y el movimiento ciudadano son otra faz de la oposición popular a este proceso”.
En este contexto, refiere que en el más reciente libro de su autoría, 1938: el petróleo que fue de México, narra los acontecimientos del 3 de enero al 31 de diciembre de 1938, cuando todos los sectores obreros de México, Estados Unidos, Holanda e Inglaterra apoyaron la expropiación.
Hoy en día, ante los propósitos privatizadores oficiales, “falta la participación estudiantil, magisterial, sindical… En algún momento, cuando todo esto aparezca, podremos hablar de una presencia social en la vida pública”, antes de que México se ahogue “en el vaso de agua de los procesos electorales”.
Y es que, para Montemayor, toda refundación social de la izquierda partirá de la realidad social, no sólo de la democracia electoral, “porque si el bienestar es solamente para las élites, la democracia electoral será insuficiente para México. Necesitamos pasar de la democracia electoral a la democracia del bienestar social, y después pasar a una democracia participativa, donde las fuerzas sociales, ciudadanas, pueden intervenir en la toma de decisiones de las cúpulas políticas. Dicho de otra manera, no basta con la democracia que reduce la participación ciudadana al instante en que depositamos el voto en un ánfora; es necesario avanzar también hacia la democracia de bienestar social y de participación ciudadana”.
Manifiesta que la izquierda debe prepararse, reconocer plenamente los mecanismos suprarregionales de regulación económica a los cuales se sometió México desde finales del gobierno de Miguel de la Madrid Hurtado y, “de manera franca y abierta, durante las últimas cuatro administraciones”.
Advierte que “no serán las empresas trasnacionales las que produzcan mayor bienestar al mundo”, y observa que mientras México puede situarse entre las primeras 20 economías del mundo por el volumen de su riqueza, el Índice de Desarrollo Humano elaborado por el PNUD –que analiza el beneficio y desarrollo reflejado en la salud, el promedio de vida, la educación, la vivienda, la alimentación y el ingreso de los habitantes– coloca a México “en el lugar 54 de los países con mediano desarrollo, y a Cuba en el 55: México sometido a la modernización globalizada, y Cuba sometida a un bloqueo”.
Por el mejoramiento “de esa realidad humana –concluye–, por ese desarrollo real, los movimientos y pensadores de izquierda pueden servir al mundo, a cualquier país”.
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Aún hay posibilidades… ((Woldemberg)
Desde la creación del PRD, sus militantes han vivido una serie de cambios que, paradójicamente, ahora mantienen paralizada a esa organización política debido a que sus corrientes internas no han sabido superar sus diferencias en la toma de decisiones internas.
El comentario es de José Woldenberg, cofundador del Partido Socialista Unificado de México a mediados de los ochenta, y en 1989 del PRD, al que renunció en abril de 1991 como consecuencia precisamente de esas desavenencias.
Entrevistado en sus oficinas de la revista Nexos, que dirige desde marzo de 2004, explica:
“Al PRD llegaron quienes se escindieron del PRI, los que venían del Partido Mexicano Socialista, que a su vez eran partidos que habían unificado a varios partidos de izquierda y a su vez habían aglutinado a varias organizaciones de izquierda. Ahí estaba su riqueza y su fuerza, pero paradójicamente estaba parte de su debilidad, porque al existir esa diversidad era difícil ponerlos de acuerdo.”
Woldenberg, quien de 1994 a 1996 fue consejero del Instituto Federal Electoral, cuyo Consejo General presidió de 1996 a 2003, evoca los tiempos en que se dio el proceso de unificación de la izquierda a finales de los ochenta para dar origen al PRD.
Lo anterior, dice, representó un problema para el PRD junto con los liderazgos de Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador, sin los cuales, sostiene, ese partido no hubiera crecido hasta convertirse en la segunda fuerza electoral del país.
Así, reconoce que “el PRD ha sido motor y usufructuario del cambio democratizador en México”. Es más: considera que “sin este partido es imposible explicarse el cambio democrático en los últimos años”.
Explica: “Hoy el PRD gobierna seis estados de la República, es la segunda fuerza en la Cámara de Diputados, la tercera en el Senado, y sin embargo, se sigue comportando como si fuera un partido de oposición y no de gobierno y oposición”, debido a que no ha ganado el gobierno federal.
Esa actitud de sus militantes, dice, lleva al organismo a contradecir su propio discurso, así como las conquistas políticas y electorales logradas.
“El PRD fue capaz de trascender la atomización de la izquierda, hacerla una fuerza competitiva, tener visibilidad pública, ser un actor central y, claro, legítimamente gobernar al país”, afirma. Y tras un corto silencio matiza: “Bueno, sólo esto último no lo ha logrado, aunque ha estado muy cerca… aún tiene posibilidades”.
Woldenberg asegura que en el PRD conviven dos almas distintas, debido a la pluralidad de fuerzas políticas que lo constituyen. Una de éstas, afirma, no se ha podido despojar de la pulsión revolucionaria y cree que aún debe tener los pies en el desplome para la construcción de un nuevo Estado que ellos encabecen.
“La otra, claramente gradualista, reformista y democrática, sabe que el PRD es una fuerza obligada a coexistir con las otras. Está consciente de que ningún exorcista va a lograr que desaparezcan las demás fuerzas, y menos las internas. Sabe también que quien no comparte de manera inmediata la ideología del partido se convierte automáticamente en enemigo.”
Y sintetiza: “Al final, cuando uno cree que encarna la verdad, la virtud, el progresismo, las buenas causas y los otros no son más que el mal encarnado, pues uno cree que es legítimo hacer lo que sea con tal de ganar, y creo que es el núcleo más duro que en alguna manera explica lo que vive el PRD”.
– ¿El problema tiene que ver con cuestiones ideológicas?
–También. Como decía, no creo que haya una causa, sino todas estas causas. Si uno lee con cuidado los planteamientos de una y otra planilla encuentra diferencias ideológicas: unos militantes tienen una pulsión más reformista; otros tienen una pulsión más bien revolucionarista.
“No obstante las diferencias, considero que tienen razones para seguir juntos. Es decir: si siguen unidos tendrán la posibilidad de ganar las elecciones presidenciales de 2012. Otra buena razón es, creo, que el PRD reconoce que es la desembocadura más importante de la izquierda y puede mantenerse y dar la lucha interna. Pero hay una que no es tan buena y es el registro.”
Se le pregunta a Woldenberg qué debe hacer ese partido para solucionar su crisis. “Tiene que buscar formas de coexistencia y reglas claras”, responde. Y precisa: Si dos corrientes políticas no pueden coexistir en un partido, debería haber una fórmula para que se separaran y pudieran seguir gozando del financiamiento público.
También habla de la tensión que hay entre el PRD, el Frente Amplio Progresista (FAP) encabezado por Porfirio Muñoz Ledo, y la Convención Nacional Democrática (CND) liderada por López Obrador. En esa tensión, dice, se expresa la relación directa entre un líder y una masa, y en la cual el dirigente no puede ser cuestionado.
Explica: “La única manera legítima de llegar al gobierno es a través de elecciones, y si esto se mantiene, los partidos son insustituibles. Esto lo debe entender la izquierda.”
Para Woldenberg, otro punto fallido de la izquierda es su falta de habilidad para tender puentes con el gobierno, los empresarios, el mundo intelectual, los medios de comunicación masiva y las instituciones autónomas.
“No puedes descalificar a todo el entramado nacional de un brochazo. Entre otras cosas porque la izquierda vive en ese entramado nacional. Tampoco puedes desconocer a la Cámara de Diputados ni al Senado ni al jefe de Gobierno del Distrito Federal. Además, el PRD tiene cinco gobernadores y gobierna en 14 de las 16 delegaciones políticas en la Ciudad de México. ¡Hombre! ¿Cómo se puede hablar de esa manera (en el PRD)?”
Y añade: “Los perredistas tienen que actuar como oposición en muchos de los temas en los que no están de acuerdo con el gobierno federal, por supuesto, pero tienen que asumir que son gobierno también.”
Así, considera que el discurso del fraude electoral fue una “camisa de fuerza” que se construyó el PRD y que ahora le resulta contraproducente y le impide maniobrar en el ámbito nacional.
Pero esta crisis interna, advierte, no sólo perjudica al PRD, sino al país, que requiere una izquierda fuerte, implantada, propositiva, democrática. “Hasta ahora los ganones han sido sus adversarios políticos”.
Woldenberg confía en que a pesar de estos problemas habrá unidad en la izquierda, siempre que se reconozcan las diferencias sin descalificar en automático al otro. El PRD, insiste, tiene futuro. Hoy, “México vive una democracia contrahecha, y dada la desigualdad, la pobreza y los problemas sociales, la izquierda todavía es atractiva”.
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Izquierda mediocre, país mediocre (Lorenzo Meyer)
En un análisis que hace para Proceso en torno de la situación de la izquierda y el perredismo, el historiador Lorenzo Meyer afirma:
“El PRD está enfrascado en una lucha contra sí mismo quizás igual o más intensa que la sostenida contra el PAN, el PRI y la derecha en general.”
Más aún, considera que el liderazgo del PRD no es brillante, además de hallarse dividido entre quienes militan por convicción y quienes lo hacen por conveniencia.
Investigador y profesor de El Colegio de México, y autor de Liberalismo autoritario. Las contradicciones del sistema político mexicano y Fin de régimen y democracia incipiente. México hacia el siglo XXI, entre otros libros, Meyer explica:
“Si somos demócratas podemos aceptar que luego la derecha llegue por las mismas vías y que las urnas pongan y quiten. En verdad nunca habrá un triunfo completo o una derrota completa. Entonces, el arte de negociar y transigir es el que no manejan los perredistas. En cambio, la derecha en general no es tan ideológica. Es más pragmática; tiene intereses, no ideología.”
Es por eso, plantea, que los panistas pueden negociar con los priistas. Y pone como ejemplo los casos del panista Diego Fernández de Cevallos y el expresidente Carlos Salinas, quienes llegaron a un acuerdo político “que no han roto del todo con tal de mantener sus posiciones”.
Pero eso –puntualiza– no lo tiene el PRD. “Por el contrario, sus militantes tienen un defecto: la pureza por la pureza. Cada corriente interna es como un coto de poder, y esto se vuelve un poco demencial.”
–Esto quiere decir que el proyecto de partido del PRD, en el que chocan corrientes y grupos de poder, es un problema…
–Sí, es un problema que no sé cómo se resolverá porque el PRD nació así: como una corriente que se unió al ingeniero Cárdenas, algunos por convicción y otros por conveniencia. Muchos venían del PRI y ese partido es una amalgama en donde las ideas sólo son instrumentos. No hay que tomárselas en serio. Entonces, en la escuela del PRI se aprende a usar un discurso y comportarse de otra manera, y eso se trasladó en parte al PRD.
– ¿Hay futuro para la izquierda, para el PRD?
–Para el PRD no sé. Para la izquierda en México debe haber futuro por una razón simple: el país es un muestrario de injusticias, de impunidades, de corrupción. ¡Vaya que hay futuro para la izquierda! O más bien: hay una tarea enorme para la izquierda, porque la derecha no la va a hacer. Cómo va a enderezar la justicia social en México, si vive de la desigualdad. Entre más injusticia, mejor para ellos.
Meyer asegura que la demasiada injusticia que alimenta a los grupos de derecha terminará por afectarlos. Y por eso, dice, él suponía que iban a ser más inteligentes y dejarían a la izquierda asumir la presidencia en 2006, con Andrés Manuel López Obrador a la cabeza.
Para ilustrar su argumento, Meyer recuerda lo que ocurrió en España a la muerte de Francisco Franco:
“Ahí no hubo ni un gran capitalista que perdiera nada con la muerte del dictador. Llegó la democracia y posteriormente los socialistas no fusilaron a nadie ni expropiaron nada, pero sí introdujeron un cierto límite a la crispación y choque entre izquierda y derecha, que está fuerte en España. Allá todos aceptan las reglas del juego; en México no. Una derecha inteligente hubiera aceptado eso. No les hubiera pasado nada, hubieran dado lecciones de democracia y legitimidad de derecha.”
– ¿Podríamos decir entonces que los problemas de la izquierda benefician a la derecha? ¿Que las malas decisiones de la derecha pueden crear un caldo de cultivo para el movimiento social?
–Muy bien dicho. Es la diferencia entre el aquí, el ahora y el largo plazo.
– ¿En qué derivaría toda esta suma de culpabilidades?
–En que el país sea un país mediocre, que se perpetúen la mediocridad, el cinismo colectivo, la falta de confianza (…) El fracaso del PRD es en realidad el fracaso del proyecto de país. Parece que ahorita lo pagan nada más el PRD y la izquierda, pero vamos a pagarlo todos, incluyendo la derecha, que está muy contenta con su triunfo. Pero si alguien de ellos tuviera la perspectiva de un país a futuro, estaría muy preocupado y la derrota del PRD sería su propia derrota.
¿Qué significarán para el PRD sus errores y su fracaso? ¿Cuál será el costo más alto que podrá pagar ese partido en las elecciones legislativas de 2009?
“La credibilidad, más que los votos”, sentencia Meyer.