Otras reacciones y opiniones en torno a la salida de Carmen Aristegui de la W
Columna Plaza Pública / Por la libertad de expresión/Miguel Angel Granados Chapa
Publicado en Reforma, 06-Ene-2008;
El 1o. de noviembre de 2002, un badulaque impidió a Carmen Aristegui transmitir el noticiario del mediodía, del que ella era responsable en el Grupo Imagen. Culminó así, con la salida de los dos primeros, un litigio en que Carmen y Javier Solórzano, por un lado, y Pedro Ferríz de Con, por el otro, sostuvieron visiones encontradas sobre el trabajo informativo que desarrollaban juntos desde años atrás.
Un motivo semejante, incompatibilidad entre concepciones editoriales, ha sido invocado para explicar por qué la periodista más completa de los medios electrónicos dejó de conducir, a partir de anteayer viernes, la emisión matutina del noticiario Hoy por hoy, que transmite XEW. La empresa que maneja esa emisora pionera en el cuadrante explicó que "no hubo posibilidad de un acuerdo... para incorporar a Carmen Aristegui" a un "nuevo modelo de organización y trabajo que se viene implantando en W radio", "basado en el trabajo en equipo y el derecho a la información plural".
Nadie creerá, sin embargo, que la autora de Uno de dos (un libro que recoge sus entrevistas con Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador) es renuente al "trabajo en equipo" y no ejerce "el derecho a la información plural". Por lo contrario, a lo largo de su carrera ha mostrado su apego a principios profesionales como ésos, que en el último lustro, y especialmente desde que le fue confiado el noticiario matutino se hicieron más perceptibles que nunca y la colocaron en un lugar de privilegio en la información radial mañanera. Y es que, como nadie en los medios electrónicos, Carmen Aristegui encaró con dignidad y acusado profesionalismo los dilemas que ha planteado la crispación social presente en México desde 2005. Para los intereses dominantes en la comunicación y el poder político, la gallarda posición y la radical independencia de la periodista resultaban, ésas sí, incompatibles con su propósito de alinear la información de gran alcance a una visión conformista de lo que ocurre en nuestro país.
Disfrazado de un diferendo meramente contractual, al silenciar a Carmen Aristegui los consorcios que manejan la W asestaron un golpe a la libertad de expresión en México. No resulta extraña esa conducta en Televisa, la parte local del acuerdo sobre el que opera la emisora fundada en 1930. Pero contradice abiertamente los principios que permitieron el desarrollo de El País, primera piedra del sólido edificio que es hoy Prisa -la parte española de tal acuerdo-, un diario que desde el temprano posfranquismo ha probado que las libertades de prensa y de empresa no sólo no se excluyen sino que se complementan.
A primera vista, el alineamiento de Prisa con su socio mexicano parece una mala decisión de negocios, pues ninguna empresa se deshace de uno de sus activos principales (lo que es admitido por la X, que reconoce "la dedicación y profesionalismo" de la conductora a la que despide, lo mismo que agradece su "trabajo y calidad profesional"). Sin embargo, tal vez se trata de una decisión estratégica, encaminada a fortalecer la posición del consorcio de la familia Polanco ante el gobierno mexicano, en la misma dirección que lo llevó a contratar los servicios de José Ignacio Zavala, cuñado del presidente Calderón. En la oficina presidencial generaba irritación creciente la conducta de la comunicadora, de la que torpemente se esperaba una actitud solidaria como si el antiguo partido de oposición, que necesitó y obtuvo de ella espacios para su desarrollo, fuera el mismo partido que hoy está en el poder.
El mismo día en que concluyó su trabajo en XEW, Carmen Aristegui instaba en su artículo del diario Reforma a un grupo de intelectuales a identificar con mayor acierto las fuentes y la naturaleza de los riesgos que acechan a la libertad de expresión. Es de esperarse que, al menos respecto del que al actualizarse ha acallado a la periodista en su ejercicio radiofónico, esos intelectuales tengan una palabra que decir, como la que han expresado en su enfoque, en mi opinión errado, sobre una de las consecuencias de la reforma electoral aprobada el año pasado con asentimiento casi general.
En la misma línea que las principales agrupaciones empresariales, 18 personas relevantes en la esfera pública, con presencia en los medios de información, solicitaron el 20 de diciembre el amparo de la justicia federal específicamente contra el tercer párrafo de la fracción III del nuevo artículo 41 de la Constitución. Al cabo de un bien imaginado y mejor construido alegato que se encargó formular a Fabián Aguinaco (ex presidente de la Barra Mexicana, Colegio de Abogados y heredero de la sapiencia jurídica de su padre, ministro jubilado de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que presidió en los cuatro primeros años de su nueva y actual época), los quejosos concluyen que el texto legal impugnado muta "los valores superiores que vertebran el régimen democrático deliberativo que consagra la Constitución de 1917" y que por añadidura (merced a no pocas deficiencias e incongruencias que señalan) el órgano revisor del texto constitucional (al que antaño uno se refería como el Constituyente Permanente) carece de facultades para hacerlo.
Una semana después, un juez federal desechó por notoriamente improcedente la demanda de los 18 quejosos, que al solicitar la revisión en el juicio de garantías esperan que la realice no un tribunal colegiado como es normal, sino la propia Suprema Corte de Justicia. Lo mismo -demanda, desechamiento y esperanza de que el tribunal constitucional se ocupe del caso y elimine el texto cuestionado- ha ocurrido con las promociones de 80 organismos empresariales (la mayor parte de ellos delegaciones de Coparmex, que tienen personalidad propia como centros patronales). La primera de esas solicitudes desestimadas por la justicia federal fue presentada por el Consejo Coordinador Empresarial, que al hacerlo se mostró como directamente causante de la adición legislativa que ha generado esas inconformidades.
El texto impugnado es complemento de la prohibición de comprar espacios de propaganda electoral, impuesta a los partidos políticos. Era indispensable, para evitar simulaciones y campañas paralelas, como la que el CCE protagonizó en 2006, que esa disposición fuera ampliada y adquiriera carácter general: "Ninguna otra persona física o moral, sea a título propio o por cuenta de terceros, podrá contratar propaganda en radio y televisión dirigida a influir en las preferencias electorales de los ciudadanos, ni a favor o en contra de de partidos políticos o de candidatos a cargos de elección popular".
Que sepamos, ninguno de los 18 quejosos a que nos referimos se ha dedicado (y suponemos que tampoco piensa dedicarse) a comprar espacios en radio y televisión para realizar propaganda política. No son brokers cuya actividad esté siendo vedada. Esa eventual conducta les queda prohibida, pero no el ejercicio que la mayor parte de los demandantes realiza en sus espacios públicos. Se proscribe una cierta clase de mensajes, como se eliminaron de las pantallas de televisión los que favorecen el consumo de tabaco y debieran suprimirse los de otros tóxicos, como las bebidas alcohólicas. No hay en ello agravio a la expresión libre, como no la hay a la libertad de comercio al perseguirse el tráfico de estupefacientes.
Aun si no hubieran otros motivos, el amparo promovido por Héctor Aguilar Camín, Paco Calderón, Jorge Castañeda, Luis de la Barreda, Gerardo Estrada, Jorge Fernández Menéndez, Luis González de Alba, Teodoro González de León, Miguel Limón Rojas, Federico Reyes Heroles (designado representante común de los quejosos), Ángeles Mastretta, José Roldán Xopa, Luis Rubio, Jaime Sánchez Susarrey, Sergio Sarmiento, Leo Zuckerman, Isabel Turrent y Ramón Xirau sería improcedente porque no es verdad que la reforma afecte su derecho "para acceder a los medios masivos de comunicación con igualdad y equidad" ni el de "crear espacios para la deliberación pública bajo (sic, en vez de sobre) una base razonable de igualdad y sin ninguna coerción". Tampoco se les ha "restringido su garantía de expresión y deliberación frente a los partidos políticos" ni el derecho "a crear una opinión pública crítica y democrática". A ellos no. A Carmen Aristegui sí, por una decisión empresarial empujada por intereses políticos.
Aristegui y la ambigüedad/ Ciro Gómez Leyva
Un motivo semejante, incompatibilidad entre concepciones editoriales, ha sido invocado para explicar por qué la periodista más completa de los medios electrónicos dejó de conducir, a partir de anteayer viernes, la emisión matutina del noticiario Hoy por hoy, que transmite XEW. La empresa que maneja esa emisora pionera en el cuadrante explicó que "no hubo posibilidad de un acuerdo... para incorporar a Carmen Aristegui" a un "nuevo modelo de organización y trabajo que se viene implantando en W radio", "basado en el trabajo en equipo y el derecho a la información plural".
Nadie creerá, sin embargo, que la autora de Uno de dos (un libro que recoge sus entrevistas con Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador) es renuente al "trabajo en equipo" y no ejerce "el derecho a la información plural". Por lo contrario, a lo largo de su carrera ha mostrado su apego a principios profesionales como ésos, que en el último lustro, y especialmente desde que le fue confiado el noticiario matutino se hicieron más perceptibles que nunca y la colocaron en un lugar de privilegio en la información radial mañanera. Y es que, como nadie en los medios electrónicos, Carmen Aristegui encaró con dignidad y acusado profesionalismo los dilemas que ha planteado la crispación social presente en México desde 2005. Para los intereses dominantes en la comunicación y el poder político, la gallarda posición y la radical independencia de la periodista resultaban, ésas sí, incompatibles con su propósito de alinear la información de gran alcance a una visión conformista de lo que ocurre en nuestro país.
Disfrazado de un diferendo meramente contractual, al silenciar a Carmen Aristegui los consorcios que manejan la W asestaron un golpe a la libertad de expresión en México. No resulta extraña esa conducta en Televisa, la parte local del acuerdo sobre el que opera la emisora fundada en 1930. Pero contradice abiertamente los principios que permitieron el desarrollo de El País, primera piedra del sólido edificio que es hoy Prisa -la parte española de tal acuerdo-, un diario que desde el temprano posfranquismo ha probado que las libertades de prensa y de empresa no sólo no se excluyen sino que se complementan.
A primera vista, el alineamiento de Prisa con su socio mexicano parece una mala decisión de negocios, pues ninguna empresa se deshace de uno de sus activos principales (lo que es admitido por la X, que reconoce "la dedicación y profesionalismo" de la conductora a la que despide, lo mismo que agradece su "trabajo y calidad profesional"). Sin embargo, tal vez se trata de una decisión estratégica, encaminada a fortalecer la posición del consorcio de la familia Polanco ante el gobierno mexicano, en la misma dirección que lo llevó a contratar los servicios de José Ignacio Zavala, cuñado del presidente Calderón. En la oficina presidencial generaba irritación creciente la conducta de la comunicadora, de la que torpemente se esperaba una actitud solidaria como si el antiguo partido de oposición, que necesitó y obtuvo de ella espacios para su desarrollo, fuera el mismo partido que hoy está en el poder.
El mismo día en que concluyó su trabajo en XEW, Carmen Aristegui instaba en su artículo del diario Reforma a un grupo de intelectuales a identificar con mayor acierto las fuentes y la naturaleza de los riesgos que acechan a la libertad de expresión. Es de esperarse que, al menos respecto del que al actualizarse ha acallado a la periodista en su ejercicio radiofónico, esos intelectuales tengan una palabra que decir, como la que han expresado en su enfoque, en mi opinión errado, sobre una de las consecuencias de la reforma electoral aprobada el año pasado con asentimiento casi general.
En la misma línea que las principales agrupaciones empresariales, 18 personas relevantes en la esfera pública, con presencia en los medios de información, solicitaron el 20 de diciembre el amparo de la justicia federal específicamente contra el tercer párrafo de la fracción III del nuevo artículo 41 de la Constitución. Al cabo de un bien imaginado y mejor construido alegato que se encargó formular a Fabián Aguinaco (ex presidente de la Barra Mexicana, Colegio de Abogados y heredero de la sapiencia jurídica de su padre, ministro jubilado de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que presidió en los cuatro primeros años de su nueva y actual época), los quejosos concluyen que el texto legal impugnado muta "los valores superiores que vertebran el régimen democrático deliberativo que consagra la Constitución de 1917" y que por añadidura (merced a no pocas deficiencias e incongruencias que señalan) el órgano revisor del texto constitucional (al que antaño uno se refería como el Constituyente Permanente) carece de facultades para hacerlo.
Una semana después, un juez federal desechó por notoriamente improcedente la demanda de los 18 quejosos, que al solicitar la revisión en el juicio de garantías esperan que la realice no un tribunal colegiado como es normal, sino la propia Suprema Corte de Justicia. Lo mismo -demanda, desechamiento y esperanza de que el tribunal constitucional se ocupe del caso y elimine el texto cuestionado- ha ocurrido con las promociones de 80 organismos empresariales (la mayor parte de ellos delegaciones de Coparmex, que tienen personalidad propia como centros patronales). La primera de esas solicitudes desestimadas por la justicia federal fue presentada por el Consejo Coordinador Empresarial, que al hacerlo se mostró como directamente causante de la adición legislativa que ha generado esas inconformidades.
El texto impugnado es complemento de la prohibición de comprar espacios de propaganda electoral, impuesta a los partidos políticos. Era indispensable, para evitar simulaciones y campañas paralelas, como la que el CCE protagonizó en 2006, que esa disposición fuera ampliada y adquiriera carácter general: "Ninguna otra persona física o moral, sea a título propio o por cuenta de terceros, podrá contratar propaganda en radio y televisión dirigida a influir en las preferencias electorales de los ciudadanos, ni a favor o en contra de de partidos políticos o de candidatos a cargos de elección popular".
Que sepamos, ninguno de los 18 quejosos a que nos referimos se ha dedicado (y suponemos que tampoco piensa dedicarse) a comprar espacios en radio y televisión para realizar propaganda política. No son brokers cuya actividad esté siendo vedada. Esa eventual conducta les queda prohibida, pero no el ejercicio que la mayor parte de los demandantes realiza en sus espacios públicos. Se proscribe una cierta clase de mensajes, como se eliminaron de las pantallas de televisión los que favorecen el consumo de tabaco y debieran suprimirse los de otros tóxicos, como las bebidas alcohólicas. No hay en ello agravio a la expresión libre, como no la hay a la libertad de comercio al perseguirse el tráfico de estupefacientes.
Aun si no hubieran otros motivos, el amparo promovido por Héctor Aguilar Camín, Paco Calderón, Jorge Castañeda, Luis de la Barreda, Gerardo Estrada, Jorge Fernández Menéndez, Luis González de Alba, Teodoro González de León, Miguel Limón Rojas, Federico Reyes Heroles (designado representante común de los quejosos), Ángeles Mastretta, José Roldán Xopa, Luis Rubio, Jaime Sánchez Susarrey, Sergio Sarmiento, Leo Zuckerman, Isabel Turrent y Ramón Xirau sería improcedente porque no es verdad que la reforma afecte su derecho "para acceder a los medios masivos de comunicación con igualdad y equidad" ni el de "crear espacios para la deliberación pública bajo (sic, en vez de sobre) una base razonable de igualdad y sin ninguna coerción". Tampoco se les ha "restringido su garantía de expresión y deliberación frente a los partidos políticos" ni el derecho "a crear una opinión pública crítica y democrática". A ellos no. A Carmen Aristegui sí, por una decisión empresarial empujada por intereses políticos.
Aristegui y la ambigüedad/ Ciro Gómez Leyva
Publicado en Milenio Diario, 7/01/2008;
En 2003 y 2005, Carmen Aristegui me preguntó en su programa si la salida del aire de CNI/Canal 40 se debía a la censura. Le respondí que no, que no había nada heroico, que era consecuencia del pleito de empresas, donde Tv Azteca imponía condiciones aprovechando su peso y mejores alianzas con el poder.
Carlos Loret de Mola dejó hace poco su programa en W Radio porque consideró que su estilo de hacer periodismo era incompatible con los criterios de organización editorial que querían imponer los nuevos directivos, Javier Mérida y Daniel Moreno. No oí a nadie hablar de censura.
Carmen se marchó el viernes de la W con argumentos muy parecidos a los de Loret. Quien trabaje en esto la debe entender bien. Ellos dos levantaron de la lona a la estación y tiempo después llegaron unos administradores a exigirles que checaran tarjeta. Pero ahora sí se habla de censura.
Los más burdos dicen que se trata de un ajuste de cuentas de Televisa. Quien trabaje en esto sabrá también que Televisa no mete las manos en los noticieros de la W. Ni le importan. Asimismo, y sin una prueba, se acusa a Prisa de reprimir a Aristegui con métodos franquistas para ganar una mejor posición de negocios en México.
Me sorprendió que en esa previsible intemperie de mala leche y mentiras, alguien que sale del aire en el momento más exitoso de su carrera optara por despedirse con un mensaje tan ambiguo. Carmen fue incierta el viernes.
Daría una gran nota si contara que Prisa le pidió ya no tocar el tema de la ley Televisa, o elogiar o destruir a tal o cual personaje. Pero si sólo se trató de un choque con la burocracia de la W, cuesta entender por qué Carmen ha preferido tomar el camino de la confusión informativa y no el de la claridad periodística.
Carlos Loret de Mola dejó hace poco su programa en W Radio porque consideró que su estilo de hacer periodismo era incompatible con los criterios de organización editorial que querían imponer los nuevos directivos, Javier Mérida y Daniel Moreno. No oí a nadie hablar de censura.
Carmen se marchó el viernes de la W con argumentos muy parecidos a los de Loret. Quien trabaje en esto la debe entender bien. Ellos dos levantaron de la lona a la estación y tiempo después llegaron unos administradores a exigirles que checaran tarjeta. Pero ahora sí se habla de censura.
Los más burdos dicen que se trata de un ajuste de cuentas de Televisa. Quien trabaje en esto sabrá también que Televisa no mete las manos en los noticieros de la W. Ni le importan. Asimismo, y sin una prueba, se acusa a Prisa de reprimir a Aristegui con métodos franquistas para ganar una mejor posición de negocios en México.
Me sorprendió que en esa previsible intemperie de mala leche y mentiras, alguien que sale del aire en el momento más exitoso de su carrera optara por despedirse con un mensaje tan ambiguo. Carmen fue incierta el viernes.
Daría una gran nota si contara que Prisa le pidió ya no tocar el tema de la ley Televisa, o elogiar o destruir a tal o cual personaje. Pero si sólo se trató de un choque con la burocracia de la W, cuesta entender por qué Carmen ha preferido tomar el camino de la confusión informativa y no el de la claridad periodística.
Columna Expedientes abiertos/Roberto Rock
El Universal, 7 de enero de 2008
LA SALIDA de Carmen Aristegui de La W merece más de una lectura, pues se trata de la conductora de mayor prestigio en los medios electrónicos, cuya postura progresista y crítica genera críticas en grupos específicos dentro y fuera del gobierno, que, sin embargo, nunca han parecido incomodarse ante tanto conductor oficialista y venal. La W es administrada por el grupo español Prisa, que durante meses no sólo aguantó vara frente a presiones diversas, sino que promovió y presumió con plena justicia a Aristegui, al grado de postularla en noviembre de 2006 para el premio Ondas en España, auspiciado por Cadena Ser, el emporio radiofónico del propio Prisa. El hilo se rompió por ese extremo, pero la tensión central parece provenir de las desavenencias de Prisa con su socio mexicano, Televisa, y también de una aparente redefinición de la propia Prisa sobre su forma de operar negocios tras la muerte de don Jesús de Polanco.
Columna El Asalto a la Razon/Carlos Marin: Lo negro de un enero blanco
Para la grilla, sin embargo, sobran pretextos, el más fresco la salida de Carmen Aristégui de W Radio, pese a que ni la periodista se ha atrevido a pronunciar palabras tales como “censura” o “represión”.
Columna Campos Elíseos/Katia D´ Artigues
El Universal, 7 de enero de 2008;
Para la grilla, sin embargo, sobran pretextos, el más fresco la salida de Carmen Aristégui de W Radio, pese a que ni la periodista se ha atrevido a pronunciar palabras tales como “censura” o “represión”.
Columna Campos Elíseos/Katia D´ Artigues
El Universal, 7 de enero de 2008;
¿Qué pasa en la W?
El caso Carmen Aristegui: los medios hoy por hoy
Malas noticias primero. Como much@s, ando huérfana de noticiario matutino.
Era un noticiario con muy buenos resultados de audiencia y también comerciales (algo que le faltó a José Gutiérrez Vivó, por ejemplo), dirigido por una periodista llamada Carmen Aristegui con agenda plural y mucha credibilidad. Entonces, ¿por qué sale del aire y una estación de radio —la XEW— decide no renovarle el contrato?
¿No suena ilógico, como balazo al pie?
Sí, en principio.
Ahora, también hay que hacer otra dolorosa pregunta, por lo que retrata de los medios electrónicos ahora sí que “hoy por hoy”: ¿Es suficiente, para determinar su permanencia que un espacio sea escuchado o visto por millones de personas, que tenga convocatoria y credibilidad?
En un mundo ideal, claro. Y quizá sí se aplica para un programa pensado como “neutral”: de espectáculos, de la “barra femenina”… pero para un noticiario, ash, contesto con pesar que no. Aún no llegamos a ese punto y por lo visto la tendencia es ir hacia atrás. Al menos en medios electrónicos, porque la prensa escrita sigue siendo otro rollo.
Hay otros muchos factores que intervienen además del rating, falso dios omnipresente de los medios: intereses de grupo, lo mismo políticos que empresariales y una tendencia hacia, digámosle, el corporativismo. Algo así como la producción masiva —y dirigida, por supuesto— de noticias, noticiarios y periodistas vs. la manera, digamos, “artesanal”, personal y comprometida de un profesional de la comunicación que no acepta líneas o bien, tiene esta “mala costumbre” de buscar notas, encontrarlas y —ojo— darles seguimiento pésele al precioso o santo varón que le pese. Y que, bueno, con todo derecho, quiere darlos a conocer.
Algo huele mal en la W. Porque por estos días no sólo fue Aristegui. Poco antes se fueron de la estación Carlos Loret de Mola, Ezra Shabot, Salvador García Soto y “El Duende” de El Weso.
Porque también —ni modo de obviarlo— la W es manejada por PRISA (irónicamente el consorcio de comunicación que dirige El País), quien contrató los servicios, al inicio del sexenio, de nada menos que Juan Ignacio Zavala, hombre cercanísimo —y no sólo por ser su cuñado— a Felipe Calderón.
En fin. Elegante, Carmen decidió no dar entrevistas, anunciar con voz entrecortada que su plan para hoy, lunes en la mañana, era llevar a su querido Emilio a la escuela y escribir un artículo sobre la libertad de expresión. Por si se lo perdió, el último párrafo, más claro, imposible:
—Los intereses económicos, de negocios, políticos o de cualquier otra índole no deben, bajo ninguna circunstancia, interferir en el libre flujo de la comunicación entre emisores y receptores. Cuando esto ocurre la víctima principal es, por supuesto, la propia sociedad. La libertad de expresión es reconocida en el mundo entero como un derecho humano fundamental. De su sano ejercicio depende la viabilidad y funcionamiento de una vida democrática. La pelea por ella debe ser irrenunciable. Los intelectuales están obligados a darla.
La Aristegui/ Braulio Peralta
El caso Carmen Aristegui: los medios hoy por hoy
Malas noticias primero. Como much@s, ando huérfana de noticiario matutino.
Era un noticiario con muy buenos resultados de audiencia y también comerciales (algo que le faltó a José Gutiérrez Vivó, por ejemplo), dirigido por una periodista llamada Carmen Aristegui con agenda plural y mucha credibilidad. Entonces, ¿por qué sale del aire y una estación de radio —la XEW— decide no renovarle el contrato?
¿No suena ilógico, como balazo al pie?
Sí, en principio.
Ahora, también hay que hacer otra dolorosa pregunta, por lo que retrata de los medios electrónicos ahora sí que “hoy por hoy”: ¿Es suficiente, para determinar su permanencia que un espacio sea escuchado o visto por millones de personas, que tenga convocatoria y credibilidad?
En un mundo ideal, claro. Y quizá sí se aplica para un programa pensado como “neutral”: de espectáculos, de la “barra femenina”… pero para un noticiario, ash, contesto con pesar que no. Aún no llegamos a ese punto y por lo visto la tendencia es ir hacia atrás. Al menos en medios electrónicos, porque la prensa escrita sigue siendo otro rollo.
Hay otros muchos factores que intervienen además del rating, falso dios omnipresente de los medios: intereses de grupo, lo mismo políticos que empresariales y una tendencia hacia, digámosle, el corporativismo. Algo así como la producción masiva —y dirigida, por supuesto— de noticias, noticiarios y periodistas vs. la manera, digamos, “artesanal”, personal y comprometida de un profesional de la comunicación que no acepta líneas o bien, tiene esta “mala costumbre” de buscar notas, encontrarlas y —ojo— darles seguimiento pésele al precioso o santo varón que le pese. Y que, bueno, con todo derecho, quiere darlos a conocer.
Algo huele mal en la W. Porque por estos días no sólo fue Aristegui. Poco antes se fueron de la estación Carlos Loret de Mola, Ezra Shabot, Salvador García Soto y “El Duende” de El Weso.
Porque también —ni modo de obviarlo— la W es manejada por PRISA (irónicamente el consorcio de comunicación que dirige El País), quien contrató los servicios, al inicio del sexenio, de nada menos que Juan Ignacio Zavala, hombre cercanísimo —y no sólo por ser su cuñado— a Felipe Calderón.
En fin. Elegante, Carmen decidió no dar entrevistas, anunciar con voz entrecortada que su plan para hoy, lunes en la mañana, era llevar a su querido Emilio a la escuela y escribir un artículo sobre la libertad de expresión. Por si se lo perdió, el último párrafo, más claro, imposible:
—Los intereses económicos, de negocios, políticos o de cualquier otra índole no deben, bajo ninguna circunstancia, interferir en el libre flujo de la comunicación entre emisores y receptores. Cuando esto ocurre la víctima principal es, por supuesto, la propia sociedad. La libertad de expresión es reconocida en el mundo entero como un derecho humano fundamental. De su sano ejercicio depende la viabilidad y funcionamiento de una vida democrática. La pelea por ella debe ser irrenunciable. Los intelectuales están obligados a darla.
La Aristegui/ Braulio Peralta
En Milenio Diario, 7/01/2008;
Más allá de W Radio Carmen Aristegui seguirá su ruta de periodista: es de ésas a las que no las representa el lugar en donde están sino lo que hacen con su trabajo. Por donde quiera que pasa no queda más que su apellido como sinónimo de prestigio. Y su nombre —del latín: verso o composición poética—, tiene además la particularidad de desenredarnos las ideas para tratar de entender el realismo sucio que nos tocó vivir.
Soy, como muchos, su admirador. Juro que son legiones y eso hará que pronto la veamos de nuevo en el camino ascendente. Carmen Aristegui fue, es y seguirá siendo un peso en la frágil balanza de la democracia en México en momentos cruciales; los últimos: las elecciones del 2 de julio de 2006 que algunos ya quisieran olvidar sin saber que la historia nunca para de buscar la verdad de los hechos. Ella no fue comparsa en aquellos momentos.
Carmen nació plural, atendiendo siempre a todas las voces, aunque se le acusa de lopezobradorista, eso, cuando a los demás, sus críticos, nadie les dice calderonistas —y hoy lo son más que nunca, como sucede con los que invariablemente están con el Presidente en turno sin objeciones ni críticas de por medio. Esos son los que a la larga terminan sin nombre en su historia profesional: son sólo instrumento del medio de comunicación en el que laboran (y claro que también en la izquierda se dan casos, pero en la derecha hay harta abundancia de lo que digo).
Pierden ellos, no Carmen. Y de momento perdemos los radioescuchas, pero no Aristegui.
No tengo la fe ciega de los pejelagartos. No le hace bien a Carmen esa gente que protesta por su salida en W Radio. No son sus mejores críticos. Y no le benefician. Pero más allá de eso, la pasión periodística de la Aristegui está al margen de admiraciones acríticas. Bastaría con revisar en su información los aciertos y errores y, sin duda, gana el acertijo de su inteligencia.
Carmen —y su equipo— tiene el arrojo suficiente para construir su propio emporio periodístico, ese que han venido perdiendo los periodistas de cepa frente al mundo globalizado. ¿Se acabaron los proyectos periodísticos basados en la ética y dirección de una persona —estilo Manuel Becerra Acosta, Scherer García o Carlos Payán—? Creo que no. Creo que Aristegui es la única que puede levantar cabeza en este mundo donde el mercado es el patrón, ahora, para medir el valor de la información.
Soy, como muchos, su admirador. Juro que son legiones y eso hará que pronto la veamos de nuevo en el camino ascendente. Carmen Aristegui fue, es y seguirá siendo un peso en la frágil balanza de la democracia en México en momentos cruciales; los últimos: las elecciones del 2 de julio de 2006 que algunos ya quisieran olvidar sin saber que la historia nunca para de buscar la verdad de los hechos. Ella no fue comparsa en aquellos momentos.
Carmen nació plural, atendiendo siempre a todas las voces, aunque se le acusa de lopezobradorista, eso, cuando a los demás, sus críticos, nadie les dice calderonistas —y hoy lo son más que nunca, como sucede con los que invariablemente están con el Presidente en turno sin objeciones ni críticas de por medio. Esos son los que a la larga terminan sin nombre en su historia profesional: son sólo instrumento del medio de comunicación en el que laboran (y claro que también en la izquierda se dan casos, pero en la derecha hay harta abundancia de lo que digo).
Pierden ellos, no Carmen. Y de momento perdemos los radioescuchas, pero no Aristegui.
No tengo la fe ciega de los pejelagartos. No le hace bien a Carmen esa gente que protesta por su salida en W Radio. No son sus mejores críticos. Y no le benefician. Pero más allá de eso, la pasión periodística de la Aristegui está al margen de admiraciones acríticas. Bastaría con revisar en su información los aciertos y errores y, sin duda, gana el acertijo de su inteligencia.
Carmen —y su equipo— tiene el arrojo suficiente para construir su propio emporio periodístico, ese que han venido perdiendo los periodistas de cepa frente al mundo globalizado. ¿Se acabaron los proyectos periodísticos basados en la ética y dirección de una persona —estilo Manuel Becerra Acosta, Scherer García o Carlos Payán—? Creo que no. Creo que Aristegui es la única que puede levantar cabeza en este mundo donde el mercado es el patrón, ahora, para medir el valor de la información.