Una imagen con dos caras/Khalid Al-Maaly, *es escritor iraquí residente en Alemania. Traducción de Martí Sampons. Publicado en EL PAÍS, 10/12/2006;
En los años ochenta quedé sorprendido con un viejo amigo escritor sirio de izquierdas, de la oposición laica y afincado en París, que estaba fascinado por Hezbolá, en aquel entonces recién creado. Mi amigo fue víctima en su país de las ideas fanáticas religiosas, las mismas que predicaba Hezbolá. Curiosamente, esto le llevó a comprometerse con los derechos de la mujer. El grupo chií, que tenía contactos con Irán y Siria, se hizo tristemente célebre por el bloqueo de los campos de refugiados palestinos. Hezbolá también se dio a conocer con numerosos atentados contra personalidades del mundo intelectual laico de origen chií. Al principio, pensé que la fascinación de mi amigo no era más que un capricho pasajero. Porque Hezbolá ha bombardeado periódicamente con cohetes los territorios del Líbano ocupados por Israel y, a veces, estos cohetes han alcanzado el norte de ese país. Las masas árabes lo consideran un acto heroico, pero hace tiempo que a los ojos de los intelectuales este juego político debía de haberse desenmascarado.
No fue hasta la invasión de Kuwait en 1990 que mi amigo y yo nos peleamos. Él no podía ocultar su alegría por la “anexión” de Kuwait por parte de las tropas de Sadam Husein. Sus opiniones laicas y de izquierdas me parecieron una broma. Tras hacer públicas sus simpatías por el islamismo, ahora mostraba su faceta nacionalista árabe. Su carrera discurría en el terreno de los derechos humanos. Publicaba regularmente con ayuda financiera europea una revista dedicada a los derechos humanos en la que, durante años, no dijo ni una sola palabra de los crímenes de Sadam Husein. Su alegría por los atentados del 11 de septiembre y su admiración por Bin Laden, que “golpeó” el corazón de Estados Unidos, se ajustaban demasiado bien a su evolución política anterior. Siempre buscaba justificar los crímenes de los islamistas.
Este amigo, con el que ya he perdido todo contacto, sale ahora con frecuencia como invitado en el canal por satélite Al Yazira. Ha vuelto a Damasco, donde le ha acogido un colaborador de los servicios secretos. Justifica este paso diciendo que no quisiera volver a su país sobre el lomo de un tanque americano.
Este breve resumen biográfico, o partes de él, encajan desgraciadamente con el de la mayoría de intelectuales árabes. Este amigo intentó ocultar sus sentimientos nacionalistas y religiosos detrás de una cortina de ideas de izquierdas y laicas. Otros destacan por una doble moral hábilmente disimulada. Las propias convicciones son expresadas abiertamente en el país de origen y ante los conciudadanos, la persona lucha por ellas y juega incluso el papel de perro guardián de los valores patrios. Pero, en cambio, cuando el intelectual se expresa en una lengua extranjera y está ante un público extranjero, representa valores totalmente distintos.
El intelectual árabe se comporta como un padre despótico. Ningún asunto interno de la familia puede salir al exterior. La familia tiene que mostrar de cara al exterior una imagen de unidad que se corresponda con el ideal del padre respecto a su propia imagen y a la de su familia. Es la negación absoluta de la realidad. Este comportamiento engañoso se expresa cuando se tratan problemas controvertidos que son objeto de debate, como por ejemplo la cuestión de la normalización de las relaciones con Israel, el escándalo alrededor de la fatua a los “versos satánicos” de Salman Rushdie, los atentados del 11 de septiembre, la caída de Sadam Husein, el asunto de las caricaturas danesas de Mahoma o la última guerra del Líbano.
Me gustaría dar algunos ejemplos. Llama la atención que el novelista egipcio y director de la revista semanal de literatura Akhbar Al-Adab, Gamal Al-Ghitanib, se abstenga de opinar sobre los crímenes contra la humanidad como, por ejemplo, los cometidos en Ruanda o los que se cometen en Darfur o en Irak y que, en cambio, llamara al boicot contra los productos daneses como si fuera el predicador de una mezquita, cuando el asunto de las caricaturas alcanzó su punto culminante.
El famoso poeta Adonis es otro ejemplo. En Occidente es considerado como un exiliado sirio que ha criticado duramente el islamismo y el estado del mundo árabe. Sus opiniones o su silencio en las últimas décadas ofrecen una imagen totalmente distinta de él. En 1970 las masas árabes lloraron la muerte del líder egipcio Gamal Abdel Nasser. Adonis le lloró en un poema. El gran exiliado no ofrece su solidaridad a las víctimas del régimen sirio de los últimos cuarenta años.
Con la caída de Bagdad a manos del ejército americano, a finales de marzo del 2003, Adonis escribió un lamento rimado sobre la capital iraquí. En este contexto, una entrevista que le hizo recientemente la revista egipcia Ahram Al-Arabi no es más que un complemento a sus ideas anteriores. En ella, el poeta se declara musulmán y subraya que reza su profesión de fe varias veces al día.
El último ejemplo es el del poeta y periodista libanés Abbas Beydun, que trabaja en el suplemento cultural del diario libanés As-Safir. Es un comentarista muy solicitado en algunos periódicos alemanes. Es interesante señalar que los contenidos de los artículos publicados en alemán son totalmente distintos de los contenidos de los artículos en árabe. En Tagesspiegel (26-7-06) y en Die Zeit (27-7-2006) critica que Hezbolá haya actuado en solitario contra Israel. Además, subraya el deseo de la mayoría de libaneses de que su país se desarrolle pacíficamente. En cambio, en As-Safir (28-7-2006) habla con un lenguaje lleno de palabras hueras sobre las grandes acciones de Hezbolá, que habrían inspirado el respeto de todos, también de los escépticos y de los críticos con este partido.
Muchos escritores árabes se declararan a sí mismos laicos y críticos y dicen que están a favor de la libertad de expresión y, por supuesto, de los derechos humanos. Dos meses después de los atentados del 11 de septiembre corrió la noticia en una feria del libro árabe de que un avión había colisionado contra una casa en Italia. Al principio, muchos pensaron en un atentado parecido al del 11-S. Numerosos editores se felicitaron por la presunta nueva acción terrorista, que finalmente resultó ser falsa.
Algunos de estos editores y los intelectuales mencionados arriba son invitados de prestigio en debates y encuentros entre Europa y los países árabes. Pero me pregunto por la finalidad de estos encuentros si los participantes carecen de credibilidad y los halagos y la cortesía ocupan el lugar central.
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Arabes buenos, árabes malos/Gema Martín Muñoz**
Al hilo del desastre en Irak (para utilizar el sustantivo de Tony Blair) y la guerra civil instalada allí (para unirnos a la terminología que acaban de asumir solemnemente los grandes medios norteamericanos, empezando por The New York Times) una cierta perplejidad se ha establecido en algunos círculos occidentales, que no terminan de entender por qué una sociedad determinada rehúsa supuestamente los beneficios de la democracia liberal que generosamente Occidente quiere donarles y, por el contrario, defiende y reivindica una identidad que, para resumir mucho y mal, llamaremos islámica y/o árabe. Si bien, tras esa retórica islámica/árabe que habitualmente acapara toda la atención, reclaman derechos muy internacionales y universales.
Algunos eruditos y profesores, comentaristas árabes incluidos, dan un paso más y responsabilizan principalmente a “los intelectuales árabes”, a los que describen como portavoces orgánicos de regímenes políticamente reprobables, teóricos de la nueva insurrección civil islamista o, sencillamente, gente incapaz de ejercer la sana autocrítica. Así, sin más, la generalización es no sólo arbitraria e injusta, sino desdeñosa porque, que se sepa, no es de obligado cumplimiento el decálogo liberal, interpretado ya en su día a sangre y fuego por los poderes coloniales, sobre todo si se percibe como importado y de aplicación expresa o tácitamente hostil al islam.
Hay que recordar aquí brevemente que el islam provee una visión global de la existencia a los fieles, que ha inspirado una de las mayores empresas de la humanidad (el profeta Muhammad fue considerado en su día por Time como el hombre más influyente de la historia si se atiende al número de seres humanos que ha adoptado su enseñanza) pero que vive, con muchos matices y fases que no caben aquí, un proceso continuo de cambio y transformación porque tras el dogma están la historia, la sociología, la política y el ser humano.
La fase actual sería, para seguir la división de Abdalah Laroui, la de “la angustiosa autocrítica, el esfuerzo por reevaluar la práctica política de la cultura árabe en el contexto de crisis moral que siguió a la derrota [frente a Israel] de 1967″. El periodo anterior, según ese criterio, había estado dominado por la lucha por la independencia nacional frente a las potencias coloniales europeas que ocuparon vorazmente las áreas perdidas por el Imperio Otomano tras su derrota en 1918. Hay opiniones, como la de Bassam Tibi, que en esto bate un récord, según las cuales todo este periodo es una suerte de queja infundada que remite el fracaso social y económico árabe a una pretendida conspiración foránea.
No está solo en su apreciación y menudean en Occidente, a veces representados por intelectuales árabes de “fuera” que buscan seducir a las opiniones occidentales, los textos agresivos contra los intelectuales árabes “de dentro” como si fueran, para empezar, uno solo, una especie de modelo para armar de resonancias cortazarianas, un paniaguado invariablemente pagado por los ministerios de Información de los gobiernos. Hay mucho de eso, desde luego (también en las democracias liberales, por cierto) pero mucho también de esfuerzo por debatir, crear, mejorar y aconsejar. A muchos les cuesta cárcel, acoso y marginación como a Sonallah Ibrahim, Tamim Barghuti, Nawal Saadawi, Michel Kilo, Aref Dalila, por citar a unos pocos. Asimismo, una potente escuela de intelectuales árabes sigue perfectamente atenta a la conexión de los ya muy antiguos vínculos del pensamiento islámico racionalista con la herencia helenística (Ibn Rusd, Ibn Sina, Al-Farabi…), como Nasr Abu Zayd, Abdallah Na’im, Muhammad Hasan Amin… pero si se obtiene o no un periodo de neo-Ilustración entre los árabes será el resultado de su esfuerzo autónomo, no una receta con éxito entre nosotros y llevada a la región por procedimientos poco adecuados, como, por ejemplo, transportarla en los furgones de un ejército de ocupación.
Sin que se sepa muy bien cómo, considerando el altísimo nivel de información solvente disponible y el apoyo práctico de los académicos asesores, Estados Unidos cayó en su propia trampa, aquella que consiste en exportar la virtud, como si la democracia liberal fuera una mercancía acomodable a todo contexto histórico, cultural o religioso. Al día de hoy sigue siendo inexplicable la aventura en Irak, paradigma de incompetencia profesional y de grave pérdida en términos estratégicos. El sueño de la Ilustración derivada de la gran tríada recientemente resacralizada por el dúo Negri-Hardt, es decir Maquiavelo-Descartes-Spinoza, y oficializada por los philosophes franceses, podrá darse o no en el mundo árabo-islámico, pero no emergerá de un día para otro, por decreto.
Ahora bien, junto a ese trabajo “endógeno”, tan mal o nada conocido en nuestro mundo occidental, el intelectual libre e independiente árabe también tiene derecho y obligación de denunciar a Israel, las injerencias y ocupaciones extranjeras y la pésima influencia de éstas en sus territorios. A ese “humanista árabe perfecto”, a ese “árabe bueno” que se reclama constantemente, no le debería, por coherencia, faltar ese atributo.
En este contexto, apretar las tuercas a los intelectuales árabes que no abrazan fervorosamente los valores y los códigos occidentales con una política de virtual exclusión sería un error. Excluye importantes interlocutores y mediadores sociales. La simplista pero intensa búsqueda del “árabe bueno” (moderno, secularizado y occidentalizado), como único posible embajador de su sociedad y su cultura, no sólo sirve de pantalla para ocultar con frecuencia el conocimiento eficaz de la diversa realidad árabe, sino que además contiene un mensaje subliminal perverso: al menos que pruebe ser de los “buenos”, todo árabe es un presunto “malo”.
Gema Martín Muñoz, es directora de Casa Árabe y del Instituto Internacional de Estudios Árabes y del Mundo Musulmán
Tomado de EL PAÍS, 10/12/2006):