10 dic 2006

Lavado de activos

Enomes ingreso de la la
delincuencia organizada en Colombia
De acuerdo con la fiscalía general de Colombia "los ingresos anuales son unos $7,000 millones del narcotráfico y paramilitares, $1,500 millones de la industria del secuestro, más de $3,000 millones provenientes de robos al Tesoro Público por la corrupción administrativa y unos $700 millones por concepto de tráfico de armas, entre otras fuentes."

Y, gran parte de esas fortunas están representadas en títulos consignados en centrales de depósito de valores que los negocian libremente en bolsa.
Esa información fue revelada al reportero Gonzalo Guillen del periódico norteamericano El Nuevo Herald, por corredores bursátiles, jueces especializados y fuentes de la Fiscalía General de la Nación.

''Durante el curso de algunas investigaciones se ha logrado comprobar que, efectivamente, ese mecanismo es una modalidad a la cual acuden dichas personas para lograr satisfacer sus propósitos ilícitos'', dijo en una carta a El Herald Sara Magnolia Salazar, Jefe de la Unidad Nacional de Extinción del Derecho de Dominio y Contra el Lavado de Activos, de la Fiscalía General de la Nación.

Al ser solicitada una lista detallada de narcotraficantes y corruptos sobre los que la Fiscalía sepa que han ocultado bienes en títulos que se negocian en el mercado bursátil colombiano, la señora Salazar señaló al reportero Gonzalo Guillen: "no es conveniente develar nombres de no ser requerida esa información con fines judiciales''.
Y según el reportaje publicado en El Nuevo Herald fuentes judiciales vinculadas a procesos de extinción del dominio de la propiedad de bienes de corruptos, paramilitares y narcotraficantes, entre otros, explicaron que las facilidades creadas para ocultar capitales a través de títulos valores están favorecidas por la ley 793 de diciembre del 2002.
''La ley traslada a los intermediarios financieros la responsabilidad judicial de detectar la presencia de dineros sucios sin tener en cuenta que los narcotraficantes y otros invierten con dineros supuestamente limpios que nosotros no podemos investigar'', explicó a El Herald un corredor de bolsa en Bogotá. ''No me extrañaría que por mis narices pase plata sucia sin que yo lo note. ¿Si ya está circulando en el torrente financiero, cómo voy a saber cuál es buena y cual es mala?'', exclamó un funcionario bancario, asignado a una mesa de dinero, que pidió el anonimato.
En febrero de este año el fiscal Mario Iguarán, reveló en exclusiva al reportero de El Herald que, en el transcurso del 2005, la delincuencia colombiana, principalmente el narcotráfico, hizo operaciones de lavado de dinero sucio por valor de casi $10,000 millones.
El dinero lavado es superior al volumen total de las exportaciones lícitas.

¿Podra gobernar bien?

¿Qué sigue?/ Luis
Rubio
No habían pasado ni diez minutos de la accidentada pero exitosa toma de protesta del presidente Calderón, cuando se comenzaron a formalizar las disidencias dentro del contingente perredista. Ese botón sirve de muestra de la recomposición política que será característica del país en los años por venir. El capítulo electoral ha quedado atrás: ahora todo depende de la manera en que el presidente decida enfocar las baterías de su gobierno y la habilidad que tenga para que sus acciones y programas sean exitosos.
Las primeras acciones del nuevo gobierno demuestran que el presidente tiene un proyecto claro de lo que quiere alcanzar y, en franco contraste con su predecesor, la disposición para dedicarse personalmente a hacerlo avanzar. Pudiendo haber clamado "ya la hice", el presidente Calderón optó por plantear dilemas y soluciones sin generar expectativas excesivas. Esa es la buena noticia. La mala es que no logró crear las condiciones para que la ceremonia de protesta en el palacio legislativo fuera tersa y civilizada. Es evidente que eso no dependía exclusivamente de él, pero además de mostrar la complejidad del escenario con el que tendrá que lidiar, también permite algún escepticismo sobre el enfoque de sus baterías. El simbolismo del primero de diciembre era fundamental y el resultado es bueno sólo en cuanto a que no hubo una catástrofe.
Con el cierre del aparentemente interminable proceso electoral, viene la hora de la verdad y, a pesar de las apariencias, muy pocos salen bien parados. La efervescencia dentro del PRD es palpable a leguas: aunque ese partido nunca ha sido un cuerpo uniforme e integrado, las fracturas que provocó la contienda y, sobre todo, el conflicto postelectoral se han ensanchado. Lo menos que tendrían que preguntarse sus miembros es qué se ganó, cómo recuperar al partido con capacidad y vocación de gobernar y cómo empezar el laborioso proceso de reconquistar la confianza del electorado, porque no es lo mismo atacar al contrario que ganar confianza para uno mismo. El filo rijoso y autoritario que el PRD dejó ver no hizo sino vindicar el voto de quienes, por temor a sus excesos, decidieron otra opción política.
Pero aunque las divisiones dentro del PRD se agudicen, eso por sí solo no es una buena noticia para el resto del sistema político. Los políticos, como un conjunto, han perdido, como el presidente Calderón reconoció en su discurso inaugural. La incapacidad de nuestros políticos para trabajar en conjunto, negociar, decidir y actuar habla mal de nuestras instituciones políticas porque deja la estabilidad del país y su progreso dependiendo de la buena voluntad y visión de Estado de los individuos y ninguna nación puede prosperar de esa manera. México necesita instituciones fuertes que acoten los excesos de sus participantes y no al revés. En este contexto, son impactantes las pequeñas cosas que hicieron posible que concluyera este proceso de una manera tan feliz como las circunstancias permitieron. Sin duda, el comportamiento del PRI fue fundamental. Aunque el partido tiene más problemas internos y de credibilidad que todos los demás partidos juntos, la vocación de poder y de Estado de sus integrantes legislativos salvó el día. Ese partido tiene mucho que pensar sobre su futuro si quiere seguir estando aquí, pero no hay duda de que el legado institucional del viejo sistema no merece ser despreciado.
Lo menos que se puede decir de este agrio periodo de nuestra incipiente historia democrática es que los problemas políticos del país son enormes y que, por lo tanto, el desafío para Calderón es extraordinario. Desafío que no se limita a la amenaza de aniquilación que el candidato perdedor pretende sostener a lo largo del sexenio, sino que se acrecienta por los ingentes problemas de representatividad de las instituciones políticas, la incapacidad de decisión del sistema político en su conjunto y los vetos que estrecharon el margen de decisión del presidente en la conformación de su gabinete. Con todo, como dice el dicho, con esos bueyes tendrá que arar el nuevo presidente. El detalle, siguiendo la parábola, es que tendrá que hacerlo en el contexto de una agricultura altamente tecnificada donde el presidente tiene pocos instrumentos para actuar. Por si lo anterior no fuera suficiente, el presidente enfrenta un liderazgo hostil en su partido que, aunque no regateó ni un ápice su apoyo el primero de diciembre, está decidido a avanzar mejores causas que las de su gobierno. Sin el control de su partido, difícilmente podrá gobernar.
¿Podrá gobernar? El país se encuentra en un estado catatónico donde todo premia la parálisis en lugar de la acción y la irresponsabilidad en lugar de la sensatez. Pero estas dos características, herencia no intencional de un sistema político construido bajo otras circunstancias, son obstáculos sólo en la medida en que se privilegie la confrontación y la falta de respeto a los interlocutores necesarios, como ocurrió a lo largo de la última década. Felipe Calderón comenzó con el pie derecho en este frente: no sólo se ha dirigido a sus interlocutores en el legislativo y en los partidos, sino que está enfocándose hacia la acción política como medio para destrabar el nudo que recibió como legado. Su actuar en Oaxaca es claro, aunque claramente insuficiente. Los políticos afirman que la política es el arte de la negociación: ahora es el tiempo de demostrarlo y de construir salidas para el entuerto en el que se encuentra el país, pero también ellos y sus partidos.
Ahora viene el tiempo de la acción. Los próximos días y semanas mostrarán dónde están las prioridades. Esas primeras decisiones serán críticas para sentar las bases del futuro. Un error en ese frente, como vimos hace seis años, puede destruir toda posibilidad de salir victorioso. Es obvia la necesidad de afectar múltiples intereses en todos los ámbitos, pero no se puede enfrentar todos a una misma vez. El orden de prioridades y la forma en que se impulsen serán críticos. Los mejores momentos de las últimas décadas, los que generaron entusiasmo entre la población, fueron producto de acciones -no ilusiones- inteligentes y decididas por parte de diversos gobiernos. Esperemos que Calderón no se equivoque en esta materia.
El nuevo presidente no le debe nada a nadie y sabe lo costosa que es la vanidad. Nadie razonable desearía enfrentar la complejidad que él tiene frente a sí, pero su oportunidad es también trascendental. Parafraseando a otro político..., por el bien de todos, más nos vale que le vaya bien.
Página de internet: www.cidac.org
Tomado de Reforma, 10/12/2006);

Cuestionamiento a Lula

La responsabilidad y la
popularidad/Fernando Henrique
Cardoso*
De tiempo en tiempo, los políticos y los medios se ocupan del tema del pacto nacional. El fantasma del pacto de la Moncloa ronda la imaginación, vacía de contenido. En la España posfranquista (en 1977), así como en Brasil después de la impugnación del presidente Collor, había condiciones e incluso la necesidad de un gran diálogo y un acuerdo entre las fuerzas sociales y políticas del país. En la convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente, después de la frustración de la campaña por las elecciones directas, también hubo mucha discusión en torno del apoyo al Gobierno de Sarney, que heredó el cargo en condiciones difíciles. Baste decir que fue ese presidente el que, por primera vez, llamó a las corrientes comunistas, hasta entonces estigmatizadas, al diálogo en los palacios.

No es ése el caso de ahora. No hay crisis social, económica o institucional en el país. Hubo una elección en dos vueltas, y la mayoría absoluta reforzó la legitimidad presidencial; el Gobierno aparentemente dispone de amplia mayoría, por lo menos en la Cámara. La oposición no está pidiendo impugnación, pero tampoco nada la impulsa, en esas condiciones, a un entendimiento sin una pauta definida con el Gobierno. No se trata de idiosincrasias, ni de egos heridos o susceptibilidades personales, sino de integridad política y de convicciones.

Venimos, hace muy poco tiempo, de una campaña electoral en la que hubo intercambio de acusaciones, algunas graves, además de ironías, agudezas, etcétera. Hasta cierto punto, esto es la rutina de las disputas democráticas. Pero no hubo sólo eso. Hubo denuncias (y no acusaciones vagas) de compra de dossiers contra candidatos tucanos - del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB)- por parte de miembros de la campaña presidencial y de la campaña petista (del Partido de los Trabajadores) al Gobierno de São Paulo. Hubo distorsión sistemática y continua de la información, con objeto de perjudicar la imagen del PSDB y de alcanzar personalmente a un ex presidente. En fin, todo tipo de juegos bajos.
Durante la campaña, yo procuré limitar mis intervenciones a lo mínimo posible, a pesar de las continuas e innecesarias estocadas lulistas. Esto, en el plano personal, pasa. Y pasa rápido en virtud de las necesidades mayores del país.
Pero hay cosas que no pueden pasar: las denuncias de corrupción, nunca indagadas hasta el final (y no sólo las relativas al expediente), las distorsiones del inmenso esfuerzo colectivo hecho en los años noventa por el país para alcanzar la estabilidad y para volver a poner el Estado en condiciones de funcionamiento (inclusive con las privatizaciones que, de otro modo y por suerte, fueron mantenidas y nunca fueron reabiertas en el Gobierno de Lula). La campaña petista insistió en poner una cortina de humo en la conciencia del pueblo, lo que dificultó al país tomar rumbos consistentes y de largo plazo. También ocurrió que el PT puso a su disposición la maquinaria pública, siendo la denuncia más reciente el uso de los recursos de Petrobrás para fines partidistas. No obstante, además de las cuestiones morales, hay divergencias en el modo de encarar el país y su futuro. Son estas cuestiones, y no los circunloquios personales, las que impiden la aproximación de la oposición con el Gobierno. Aproximación que, en la forma en que surgió, más parece una propuesta de adhesión mediática que una invitación seria a discutir propuestas concretas para el bien del país. Me pregunto, a propósito, por qué este llamado al entendimiento no surgió en el 2003, después de la transición civilizada del Gobierno del PSDB para el de Lula.

Me causa malestar ver este rechazo a un llamado presidencial, juzgado por la atribución de intenciones menores: FH no acepta el consejo de ex presidentes por no querer sentarse con Collor o no querer conversar con Lula, por sufrir de un tipo agudo de dolor de codo provocado por la victoria del PT. Y por ahí peora. Esas evaluaciones extravían la cuestión principal, que es política: no hay función alguna para esta extraña práctica de un consejo de ex presidentes, surgidos de situaciones políticas divergentes, salvo la de dar la impresión de que todos estamos de acuerdo. Pero, ¿de acuerdo con qué si no se ha propuesto nada?
La responsabilidad del presidente Lula, después de la victoria, es otra, muy distinta de esa retórica de negociaciones sin sustancia. Comienza con la reorganización de su ministerio, para lo cual no necesita ni debe oír a la oposición. Y, en seguida, el trabajo con menos discursos para cumplir lo que prometió. ¿Este le impide al presidente, con una pauta definida, llamar a alguien, ex presidente o no, de oposición o independiente, para discutir con él alguna cuestión y probablemente obtener apoyo para sus puntos de vista?
Claro que no le impide. Suponiendo que efectivamente tenga y presente puntos de vista sobre temas concretos, a los cuales las oposiciones responderían con sus convicciones. A eso me refiero cuando digo que no es necesario ir a tomar un cafecito,pues lo necesario es saber cuáles son los rumbos, cuáles los senderos que seguir y si estamos o no de acuerdo con ellos. Pero hay una condición preliminar. Ya lo he dicho algunas veces y lo repito: el presidente Lula no perdió popularidad, pero sí perdió respeto. Necesita recuperar ese respeto para poder convocar a las oposiciones y entablar una conversación que no sea una ilusión. Eso pasa por el esclarecimiento de los desvíos de conducta ocurridos en su partido y en su Gobierno. A nadie de buena fe convence la actitud asumida hasta ahora, del no sabía nada, los chicos estaban locos, los errores del PT y así sucesivamente. No es verdad. Hubo delitos que deben ser aclarados y no encubiertos por las palabras presidenciales. Es una cuestión de decencia pero, más que eso, de transparencia democrática, que nada tiene que ver con la intransigencia oposicionista, los melindres personales o cosas similares.

El PSDB nunca faltó con el voto en las materias de interés nacional, como la reforma de la asistencia, las asociaciones público-privadas y otras. No faltará en el segundo mandato, ya que están en cuestión asuntos importantes para el pueblo y para el país. Pero no puede hacer de cuenta que todo va bien en la república. No puede fingir que lo que se dijo en la campaña era para engañar al electorado. En ese caso, traicionaría a sus electores y se desmoralizaría. El diálogo con el Gobierno o con el PT requiere que éstos vuelvan a proponer algo positivo para el país y que, al extender las manos, tengan no sólo el corazón, sino también el espíritu, con la disposición efectiva de convergencia, sin hechos tergiversados con fines publicitarios. Que propongan una conversación afilada y no buenas palabras.
*Fernando Henrique Cardoso es sociólogo y escritor; expresidente de Brasil (del 1 de enero de 1999 al 1 de enero de 2003).
Traducción: Jorge L. Gutiérrez
Tomado del periódico LA VANGUARDIA, 09/12/2006

Embajador de buena voluntad

Bill Richardson, gobernador de Nuevo México, fue nombrado Embajador de Buena Voluntad de la Organización de Estados Americanos (OEA) para fortalecer los lazos entre EE UU y América Latina.

Ricardson es el único gobernador hispano en EE UU y enfocará sus energías en esbozar medidas para abordar el tema migratorio.

En un discurso pronunciado la semana pasada en la Universidad de Georgetown, el gobernador dijo que una de las primeras acciones del Congreso demócrata debe ser revertir la ley que autoriza la construcción de una barda doble de 700 millas en la frontera con México, y avanzar una reforma integral con una vía de legalización.

En vez de una barda, se deberían asignar más tropas de la Guardia Nacional a la frontera para protegerla, dijo, "hasta que podamos asegurarla con patrulleros fronterizos".
Propuso que la cifra de patrulleros fronterizos se duplique, de 12 mil actualmente, a 24 mil. "Eso asegurará la frontera y se puede pagar con un adelanto de los fondos para el primer segmento" de la propuesta barda entre EE UU y México.

Richardson propuso que se compense con visas y dinero a los extranjeros que informen a las agencias policiacas sobre los "coyotes" y los falsificadores de documentos de identidad.

Dijo que hay cuatro pasos realistas a tomar: asegurar la frontera, incrementar la inmigración legal, evitar que los patrones contraten indocumentados y proveer una vía para la legalización de millones de indocumentados.

El cambio de mando en el Congreso, ahora demócrata, "quiere decir que el Congreso cuenta con los números para aprobar una ley de reforma migratoria amplia el año entrante que el presidente pueda promulgar". "Tenemos una oportunidad histórica para solucionar el problema que está diviendo a nuestra nación. No debemos desaprovechar esa oportunidad", indicó Richardson.
Richardson es egresado de la Fletcher School of Law and Diplomacy y sus credenciales diplomáticas son ampliamente conocidas. Además de servir por un año como Embajador ante la ONU bajo la presidencia de Bill Clinton, condujo diversas misiones independientes con éxito. Una de las más desctacadas fue para asegurar la liberación de dos estadounidenses que accidentalmente cruzaron la frontera entre Irak y Kuwait. Richardson se reunió con el ya depuesto dictador iraquí, Sadam Husein, y logró la liberación de los dos prisioneros.

El ex congresista de Nuevo México reiteró que no recibirá pago alguno por sus misiones diplomáticas en América Latina y el Caribe.
En enero decide si lanza su candidatura a la presidencia de EE UU.

Intelectuales árabes

Una imagen con dos caras/Khalid Al-Maaly, *es escritor iraquí residente en Alemania. Traducción de Martí Sampons. Publicado en EL PAÍS, 10/12/2006;

En los años ochenta quedé sorprendido con un viejo amigo escritor sirio de izquierdas, de la oposición laica y afincado en París, que estaba fascinado por Hezbolá, en aquel entonces recién creado. Mi amigo fue víctima en su país de las ideas fanáticas religiosas, las mismas que predicaba Hezbolá. Curiosamente, esto le llevó a comprometerse con los derechos de la mujer. El grupo chií, que tenía contactos con Irán y Siria, se hizo tristemente célebre por el bloqueo de los campos de refugiados palestinos. Hezbolá también se dio a conocer con numerosos atentados contra personalidades del mundo intelectual laico de origen chií. Al principio, pensé que la fascinación de mi amigo no era más que un capricho pasajero. Porque Hezbolá ha bombardeado periódicamente con cohetes los territorios del Líbano ocupados por Israel y, a veces, estos cohetes han alcanzado el norte de ese país. Las masas árabes lo consideran un acto heroico, pero hace tiempo que a los ojos de los intelectuales este juego político debía de haberse desenmascarado.

No fue hasta la invasión de Kuwait en 1990 que mi amigo y yo nos peleamos. Él no podía ocultar su alegría por la “anexión” de Kuwait por parte de las tropas de Sadam Husein. Sus opiniones laicas y de izquierdas me parecieron una broma. Tras hacer públicas sus simpatías por el islamismo, ahora mostraba su faceta nacionalista árabe. Su carrera discurría en el terreno de los derechos humanos. Publicaba regularmente con ayuda financiera europea una revista dedicada a los derechos humanos en la que, durante años, no dijo ni una sola palabra de los crímenes de Sadam Husein. Su alegría por los atentados del 11 de septiembre y su admiración por Bin Laden, que “golpeó” el corazón de Estados Unidos, se ajustaban demasiado bien a su evolución política anterior. Siempre buscaba justificar los crímenes de los islamistas.

Este amigo, con el que ya he perdido todo contacto, sale ahora con frecuencia como invitado en el canal por satélite Al Yazira. Ha vuelto a Damasco, donde le ha acogido un colaborador de los servicios secretos. Justifica este paso diciendo que no quisiera volver a su país sobre el lomo de un tanque americano.

Este breve resumen biográfico, o partes de él, encajan desgraciadamente con el de la mayoría de intelectuales árabes. Este amigo intentó ocultar sus sentimientos nacionalistas y religiosos detrás de una cortina de ideas de izquierdas y laicas. Otros destacan por una doble moral hábilmente disimulada. Las propias convicciones son expresadas abiertamente en el país de origen y ante los conciudadanos, la persona lucha por ellas y juega incluso el papel de perro guardián de los valores patrios. Pero, en cambio, cuando el intelectual se expresa en una lengua extranjera y está ante un público extranjero, representa valores totalmente distintos.
El intelectual árabe se comporta como un padre despótico. Ningún asunto interno de la familia puede salir al exterior. La familia tiene que mostrar de cara al exterior una imagen de unidad que se corresponda con el ideal del padre respecto a su propia imagen y a la de su familia. Es la negación absoluta de la realidad. Este comportamiento engañoso se expresa cuando se tratan problemas controvertidos que son objeto de debate, como por ejemplo la cuestión de la normalización de las relaciones con Israel, el escándalo alrededor de la fatua a los “versos satánicos” de Salman Rushdie, los atentados del 11 de septiembre, la caída de Sadam Husein, el asunto de las caricaturas danesas de Mahoma o la última guerra del Líbano.
Me gustaría dar algunos ejemplos. Llama la atención que el novelista egipcio y director de la revista semanal de literatura Akhbar Al-Adab, Gamal Al-Ghitanib, se abstenga de opinar sobre los crímenes contra la humanidad como, por ejemplo, los cometidos en Ruanda o los que se cometen en Darfur o en Irak y que, en cambio, llamara al boicot contra los productos daneses como si fuera el predicador de una mezquita, cuando el asunto de las caricaturas alcanzó su punto culminante.
El famoso poeta Adonis es otro ejemplo. En Occidente es considerado como un exiliado sirio que ha criticado duramente el islamismo y el estado del mundo árabe. Sus opiniones o su silencio en las últimas décadas ofrecen una imagen totalmente distinta de él. En 1970 las masas árabes lloraron la muerte del líder egipcio Gamal Abdel Nasser. Adonis le lloró en un poema. El gran exiliado no ofrece su solidaridad a las víctimas del régimen sirio de los últimos cuarenta años.
Con la caída de Bagdad a manos del ejército americano, a finales de marzo del 2003, Adonis escribió un lamento rimado sobre la capital iraquí. En este contexto, una entrevista que le hizo recientemente la revista egipcia Ahram Al-Arabi no es más que un complemento a sus ideas anteriores. En ella, el poeta se declara musulmán y subraya que reza su profesión de fe varias veces al día.
El último ejemplo es el del poeta y periodista libanés Abbas Beydun, que trabaja en el suplemento cultural del diario libanés As-Safir. Es un comentarista muy solicitado en algunos periódicos alemanes. Es interesante señalar que los contenidos de los artículos publicados en alemán son totalmente distintos de los contenidos de los artículos en árabe. En Tagesspiegel (26-7-06) y en Die Zeit (27-7-2006) critica que Hezbolá haya actuado en solitario contra Israel. Además, subraya el deseo de la mayoría de libaneses de que su país se desarrolle pacíficamente. En cambio, en As-Safir (28-7-2006) habla con un lenguaje lleno de palabras hueras sobre las grandes acciones de Hezbolá, que habrían inspirado el respeto de todos, también de los escépticos y de los críticos con este partido.
Muchos escritores árabes se declararan a sí mismos laicos y críticos y dicen que están a favor de la libertad de expresión y, por supuesto, de los derechos humanos. Dos meses después de los atentados del 11 de septiembre corrió la noticia en una feria del libro árabe de que un avión había colisionado contra una casa en Italia. Al principio, muchos pensaron en un atentado parecido al del 11-S. Numerosos editores se felicitaron por la presunta nueva acción terrorista, que finalmente resultó ser falsa.
Algunos de estos editores y los intelectuales mencionados arriba son invitados de prestigio en debates y encuentros entre Europa y los países árabes. Pero me pregunto por la finalidad de estos encuentros si los participantes carecen de credibilidad y los halagos y la cortesía ocupan el lugar central.
***:
Arabes buenos, árabes malos/Gema Martín Muñoz**
Al hilo del desastre en Irak (para utilizar el sustantivo de Tony Blair) y la guerra civil instalada allí (para unirnos a la terminología que acaban de asumir solemnemente los grandes medios norteamericanos, empezando por The New York Times) una cierta perplejidad se ha establecido en algunos círculos occidentales, que no terminan de entender por qué una sociedad determinada rehúsa supuestamente los beneficios de la democracia liberal que generosamente Occidente quiere donarles y, por el contrario, defiende y reivindica una identidad que, para resumir mucho y mal, llamaremos islámica y/o árabe. Si bien, tras esa retórica islámica/árabe que habitualmente acapara toda la atención, reclaman derechos muy internacionales y universales.
Algunos eruditos y profesores, comentaristas árabes incluidos, dan un paso más y responsabilizan principalmente a “los intelectuales árabes”, a los que describen como portavoces orgánicos de regímenes políticamente reprobables, teóricos de la nueva insurrección civil islamista o, sencillamente, gente incapaz de ejercer la sana autocrítica. Así, sin más, la generalización es no sólo arbitraria e injusta, sino desdeñosa porque, que se sepa, no es de obligado cumplimiento el decálogo liberal, interpretado ya en su día a sangre y fuego por los poderes coloniales, sobre todo si se percibe como importado y de aplicación expresa o tácitamente hostil al islam.
Hay que recordar aquí brevemente que el islam provee una visión global de la existencia a los fieles, que ha inspirado una de las mayores empresas de la humanidad (el profeta Muhammad fue considerado en su día por Time como el hombre más influyente de la historia si se atiende al número de seres humanos que ha adoptado su enseñanza) pero que vive, con muchos matices y fases que no caben aquí, un proceso continuo de cambio y transformación porque tras el dogma están la historia, la sociología, la política y el ser humano.
La fase actual sería, para seguir la división de Abdalah Laroui, la de “la angustiosa autocrítica, el esfuerzo por reevaluar la práctica política de la cultura árabe en el contexto de crisis moral que siguió a la derrota [frente a Israel] de 1967″. El periodo anterior, según ese criterio, había estado dominado por la lucha por la independencia nacional frente a las potencias coloniales europeas que ocuparon vorazmente las áreas perdidas por el Imperio Otomano tras su derrota en 1918. Hay opiniones, como la de Bassam Tibi, que en esto bate un récord, según las cuales todo este periodo es una suerte de queja infundada que remite el fracaso social y económico árabe a una pretendida conspiración foránea.
No está solo en su apreciación y menudean en Occidente, a veces representados por intelectuales árabes de “fuera” que buscan seducir a las opiniones occidentales, los textos agresivos contra los intelectuales árabes “de dentro” como si fueran, para empezar, uno solo, una especie de modelo para armar de resonancias cortazarianas, un paniaguado invariablemente pagado por los ministerios de Información de los gobiernos. Hay mucho de eso, desde luego (también en las democracias liberales, por cierto) pero mucho también de esfuerzo por debatir, crear, mejorar y aconsejar. A muchos les cuesta cárcel, acoso y marginación como a Sonallah Ibrahim, Tamim Barghuti, Nawal Saadawi, Michel Kilo, Aref Dalila, por citar a unos pocos. Asimismo, una potente escuela de intelectuales árabes sigue perfectamente atenta a la conexión de los ya muy antiguos vínculos del pensamiento islámico racionalista con la herencia helenística (Ibn Rusd, Ibn Sina, Al-Farabi…), como Nasr Abu Zayd, Abdallah Na’im, Muhammad Hasan Amin… pero si se obtiene o no un periodo de neo-Ilustración entre los árabes será el resultado de su esfuerzo autónomo, no una receta con éxito entre nosotros y llevada a la región por procedimientos poco adecuados, como, por ejemplo, transportarla en los furgones de un ejército de ocupación.
Sin que se sepa muy bien cómo, considerando el altísimo nivel de información solvente disponible y el apoyo práctico de los académicos asesores, Estados Unidos cayó en su propia trampa, aquella que consiste en exportar la virtud, como si la democracia liberal fuera una mercancía acomodable a todo contexto histórico, cultural o religioso. Al día de hoy sigue siendo inexplicable la aventura en Irak, paradigma de incompetencia profesional y de grave pérdida en términos estratégicos. El sueño de la Ilustración derivada de la gran tríada recientemente resacralizada por el dúo Negri-Hardt, es decir Maquiavelo-Descartes-Spinoza, y oficializada por los philosophes franceses, podrá darse o no en el mundo árabo-islámico, pero no emergerá de un día para otro, por decreto.
Ahora bien, junto a ese trabajo “endógeno”, tan mal o nada conocido en nuestro mundo occidental, el intelectual libre e independiente árabe también tiene derecho y obligación de denunciar a Israel, las injerencias y ocupaciones extranjeras y la pésima influencia de éstas en sus territorios. A ese “humanista árabe perfecto”, a ese “árabe bueno” que se reclama constantemente, no le debería, por coherencia, faltar ese atributo.
En este contexto, apretar las tuercas a los intelectuales árabes que no abrazan fervorosamente los valores y los códigos occidentales con una política de virtual exclusión sería un error. Excluye importantes interlocutores y mediadores sociales. La simplista pero intensa búsqueda del “árabe bueno” (moderno, secularizado y occidentalizado), como único posible embajador de su sociedad y su cultura, no sólo sirve de pantalla para ocultar con frecuencia el conocimiento eficaz de la diversa realidad árabe, sino que además contiene un mensaje subliminal perverso: al menos que pruebe ser de los “buenos”, todo árabe es un presunto “malo”.
Gema Martín Muñoz, es directora de Casa Árabe y del Instituto Internacional de Estudios Árabes y del Mundo Musulmán
Tomado de EL PAÍS, 10/12/2006):