Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
El País, 4 de agosto de 2016.
Existen al menos tres
motivos para dejar en el anonimato a los yihadistas que cometen un atentado.
El primero es que dar
sus nombres, difundir una y otra vez sus rostros, en vida o una vez muertos,
convertirles en protagonistas mundiales de este espectáculo en que se ha
convertido la guerra terrorista, equivale a hacer realidad uno de sus últimos
deseos: al fin y al cabo, los asesinos del Bataclan pidieron a sus rehenes,
unos minutos antes de la matanza, que llamaran sin cesar a las cadenas de
informativos, y el islamista del supermercado exigió a una de esas cadenas que
modificara sus créditos y su cinta continua. Y no es casualidad que el asesino
múltiple de Niza dejara en su camión, como prueba, su carnet de identidad.