Niega Iglesia crisis por abusos sexuales
La Iglesia destacó que esa organización religiosa sigue siendo la propuesta para renovar a la humanidad
Nota de Susana Moraga
Reforma on line
Ciudad de México (11 abril 2010).- La Arquidiócesis Primada de México rechazó que la Iglesia católica viva una crisis por los abusos sexuales cometidos por sacerdotes.
"Ni el evangelio ni Cristo ni su Iglesia están en crisis, al contrario, hoy más que nunca siguen siendo la gran propuesta para la renovación de la humanidad.
"La Iglesia puede ser debilitada por muchos de sus innegables enemigos externos que con razón o sin ella, buscan cualquier motivo para atacarla sin piedad y desplazarla de su presencia pública, tratando de negarle toda autoridad moral", sostuvo el Arzobispado en la edición de este domingo del semanario Desde la Fe.
El Arzobispado que dirige el Cardenal Norberto Rivera Carrera difundió que la Iglesia en su innegable realidad humana actúa conforme a la virtud o a los defectos de quienes la componen, y está sujeta a la mirada crítica en función de sus aciertos o errores.
Mencionó que la institución puede ser desprestigiada por algunos pésimos sacerdotes, quienes con sus malos testimonios y sus muchos pecados afectan a los demás, sin embargo, criticó que los medios de comunicación arrojen "piedras sin conmiseración" y que la linchen sin oportunidad de réplica.
La organización religiosa destacó que el Papa Benedicto XVI ha tenido la audacia de poner en claro los delitos, y pecados de muchos al interior de la Iglesia pero que al mismo tiempo ha señalado con toda energía los errores y pecados de la sociedad de nuestro tiempo
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Homilía pronunciada por Emmo. Sr. Cardenal Norberto Rivera C., Arzobispo Primado de México en la Catedral Metropolitana de México.
11 de abril de 2010, Octava de Pascua
En este segundo domingo de Pascua San Juan el evangelista nos presenta a Jesús en su nueva condición de resucitado, como Aquél al cual se le ha dado “todo poder en el cielo y en la tierra” y que ahora transmite a la Iglesia sus poderes, en primer lugar, el poder de perdonar los pecados. Es la proclamación del Señorío de Cristo.
En el Apocalipsis, el mismo San Juan toca el mismo tema: Jesús es presentado en un marco celestial, proclamando en primera persona: “No temas. Yo soy el primero y el último; Yo soy el que vive. Estuve muerto y ahora, como ves, estoy vivo por los siglos de los siglos. Yo tengo las llaves de la muerte y del más allá”.
Dos escenas, una terrena y una celestial, teniendo como centro la misma imagen del Resucitado que proclama su Señorío universal, sobre el mundo y sobre su historia, y una Iglesia que domingo tras domingo, celebrando la Pascua proclama su fe con el Apóstol Tomás: “Señor mío y Dios mío”. Ese Señorío proclamado por Cristo y reconocido por Santo Tomás tiene significados muy precisos.
Reconocer a Jesús como “Señor mío y Dios mío”, significa que Jesús me salva, que en Él está la salvación, es más, que fuera de Él no hay salvación. Aplicar a Jesús el título de Cristo sirve para expresar esta certeza: que Él es el Mesías esperado, el liberador y el salvador de su Pueblo y que esto lo ha conseguido por su muerte y resurrección.
Sólo con la fuerza del Espíritu Santo podemos comprender la profundidad y la riqueza del Señorío de Cristo. Para los primeros discípulos fue un descubrimiento maravilloso descubrir que Jesús no era un recuerdo sino una presencia viva. Él venció la muerte y ahora vive para siempre, es el Viviente. El Señorío de Cristo sobre la muerte lo experimentaron los discípulos sobre todo en la Eucaristía en donde tenemos un testimonio vivo y palpitante del poder de Cristo que murió y resucitó y que por eso ahora nos puede decir en primera persona “Yo soy el que vive. Estuve muerto y ahora, como ves, estoy vivo por los siglos de los siglos”.
El título de “El Señor” era el título por excelencia de Yavhé en el antiguo testamento para indicar la soberanía de Dios sobre la historia y el mundo. A partir de la resurrección San Pablo confiesa: “para nosotros hay un solo Dios, el Padre, del cual todo proviene y nosotros somos para Él; Hay un solo Señor Jesucristo en virtud del cual existen todas las cosas y nosotros existimos por Él”. Jesús es reconocido por los cristianos como Aquél por el cual todo existe. No es un salvador cualquiera sino el Salvador; no es uno de tantos señores de este mundo sino el único Señor.
El mensaje de Jesús resucitado, en el evangelio de hoy, es muy claro e insistente. A todos los reunidos en Su nombre y que estaban refugiados con las puertas cerradas por miedo, Jesús les dice: “la paz sea con ustedes”. Jesucristo el Señor ha vencido la violencia desde el árbol de la cruz y nos trae novedad de vida a los que estamos divididos por el pecado. A nosotros los que estamos inquietos, belicosos unos contra otros, en una guerra intestina más o menos sorda o ruidosa, a nosotros que hemos perdido la paz interior y quizá también la exterior, Jesucristo nos puede dar la paz, esa paz que sólo puede dar el que ha vencido definitivamente el odio y la violencia desde la cruz.
“Los apóstoles, al verle, se llenaron de alegría”. También nosotros, en medio de los sinsabores y angustias de la actual situación, debemos llenarnos de alegría, porque ese Jesús que “estaba en me-dio de ellos” es el mismo que está en medio de nosotros: “dichosos los que creen sin ver”. La fe en el Resucitado es la que puede vencer la verdadera enfermedad del hombre contemporáneo que es la tristeza. Para el hombre que anda en búsqueda nerviosa de distracciones, en afán desmedido de comodidades, nadando en placeres fugases, hay una buena noticia: el Resucitado, Cristo el Señor, puede dar una verdadera alegría que el mundo no da.
Hay un camino muy concreto para llegar a la fe:
Reunirnos como discípulos para celebrar el día del Señor; reunirnos en la Eucaristía que es memorial, salvación y comunión con el Padre de Jesús y Padre nuestro y también con nuestros hermanos; reunirnos en la Cena del Señor que es epifanía de la caridad que vence al mal. Palpar las obras del amor y caridad las obras que realiza la comunidad cristiana a través de sus expresiones organizativas como Cáritas, así como otras obras de solidaridad que realizan las organizaciones sociales y que más allá de nuestras incertidumbres nos llevan a adherirnos al hombre nuevo, el que venció la muerte y el pecado del desamor. Hoy celebramos en toda nuestra Arquidiócesis junto con otras diócesis hermanas el Día de la Caridad. La práctica de la caridad organizada en la Iglesia a favor de los pobres, es un signo necesario y fundamental de nuestra fe en la Resurrección del Señor. Los invito a participar en sus parroquias para formar verdaderas redes sociales de fraternidad activa y palpable ante tantos signos de deshumanización; ante los riesgos de los desastres naturales; ante el flagelo de la droga y la violencia y para que los ancianos, los niños y los jóvenes encuentren espacios concretos de respeto a sus derechos y de promoción humana integral. Los invito a dar su contribución económica para que todos nos sintamos parte de la caridad organizada en la Iglesia.