El Barbas, de frente y de perfil
Publicado en Rio Doce, Redacción, Lunes 21 de diciembre de 2009;
Empezó a cavar su tumba desde mayo de 2008, en Culiacán
Peleado a muerte con sus antiguos socios y aliados, Joaquín el Chapo Guzmán, e Ismael el Mayo Zambada, a partir de 2008, ya tenía frentes abiertos en varios sectores del Gobierno y con otras bandas del narcotráfico. Marcos Beltrán Leyva, conocido en el mundo criminal como el Barbas, dijo en uno de sus últimos mensajes dejados en Sinaloa a través de mantas colgadas en puentes de Los Mochis que “las armas son para hombres, no para dejarlas tiradas”. Solía decir también que nunca lo agarrarían vivo. Y así fue. La noche del 16 de diciembre murió en Cuernavaca, Morelos, abatido por elementos de la Marina que, apoyados en labores de inteligencia de la DEA, le habían tendido un cerco desde tres meses atrás.
El miércoles por la noche empezó a correr la noticia en Culiacán, primero por los teléfonos celulares: Mataron a “Arturo” Beltrán Leyva. Fue la Marina, en un operativo en Cuernavaca. Minutos más tarde vendría la información oficial. Está confirmado: cayó el Jefe de jefes.
La cacería había durado seis días, desde que al mismo cuerpo de élite de la Armada de México se les escapó de una posada en una finca ubicada en Ahuatepec, Morelos. El Barbas tenía planes de festejar con su gente y ahí estaban el Rey del acordeón, Ramón Ayala y los Cadetes de Linares. Detuvieron a casi 40 hombres y mujeres, músicos, cocineros, meretrices. Pero no al hermano mayor de los Beltrán Leyva.
Pero le siguieron la pista, hasta que lo encontraron en un complejo de departamentos de Cuernavaca, a unas cuadras de la casa de Gobierno. Y ahí lo cazaron, entre ráfagas de fusiles y granadazos. Los cuerpos del Barbas y de seis de sus escoltas quedaron regados en el piso, en el césped y en el pavimento. Uno de los sicarios, al verse perdido y muerto el jefe, se suicidó.
Los hijos de La Palma
En realidad su nombre de pila era Marcos y puede suponerse por qué desde hace muchos años se hacía llamar Arturo. Nació el 5 de febrero de 1958 en La Palma, Badiraguato, según los registros civiles de Sinaloa. Era hijo de Carlos Beltrán y de Ramona Leyva, ya fallecida.
El Barbas era el mayor de los hijos de don Carlos en ese matrimonio. Le siguieron Armida (1959), Mario (1960), Carlos (1962), Amberto (1966), Alfredo (1971) y Gloria (1972), esta última casada con Juan José Esparragoza Monzón, hijo de Juan José Esparragoza Moreno, el Azul. No hay en el Registro Civil de Sinaloa huellas de Héctor Beltrán Leyva, quien aparece como otro de los hermanos involucrados en la organización y de quien se dice puede sustituir a Marcos, Arturo.
La mayoría de ellos, sobre todo los varones, conocieron desde niños la mariguana y la amapola, cultivos “naturales” en esa zona desde que, a mediados de los años cuarenta, estas dos hierbas empezaron a producirse en cantidades industriales con el apoyo del Gobierno.
Pero igual que muchos de sus amigos y parientes, los hermanos Beltrán Leyva bajaron a Culiacán, donde buscarían desarrollar el “negocio” más allá de la siembra. Algunos de los varones se casaron con mujeres de esas comunidades y otros lo hicieron en la ciudad, aunque todos dejaron la sierra para probar suerte sobre el asfalto.
Nacen los Beltrán Leyva
Los apellidos Beltrán Leyva eran prácticamente desconocidos hasta que empezaron a “filtrarse” en algunos expedientes de la PGR. No se recuerda una mención anterior que la que hizo Juan Galván Lara, chofer del general Jesús Gutiérrez Rebollo, al rendir su declaración ministerial luego que el entonces comisionado del Instituto Nacional contra las Drogas fue detenido acusado de proteger al capo ya fallecido, Amado Carrillo Fuentes: “Trabajan para Carrillo Fuentes muy cercanamente 11 gentes que conforman el cártel de Amado Carrillo, de los que recuerdo a: Ismael Zambada García, alias el Mayo Zambada, que controla Sinaloa; Juan José Esparragoza, alias el Azul, controla Cuernavaca; tres hermanos de apellidos Beltrán, al parecer controlan Mazatlán”, dijo, y quedó asentado en el expediente 226/97.
Y hasta expuso un diferendo que por aquellos años tuvo Amado Carrillo con los Beltrán. Dijo que en enero de 1997, el Señor de los cielos se encontraba molesto porque Juan José Quintero Payán, Juanjo; José Esparragoza Moreno, el Azul, y tres hermanos de apellido Beltrán, siendo miembros de su organización, empezaron a introducir cargamentos de droga sin su consentimiento.
“Son chingaderas (...) se va a trabajar cuando yo lo ordene”, habría dicho el capo.
Si vivo Amado los Beltrán ya querían volar, cuando murió empezaron a construir sus propias estructuras. Dos años después de muerto el jefe del cártel de Juárez, la estructura del narcotráfico, dibujada por las policías mexicanas y los propios estadounidenses, era así: Vicente Carrillo Fuentes, el Coronel. Le siguen Ismael Zambada García, Juan José Esparragosa Moreno, el Azul y Marcos (Arturo) Beltrán Leyva.
Después vendrían testigos protegidos por la PGR que afirmarían que desde 1995, “Arturo” Beltrán Leyva enviaba dinero a Joaquín Guzmán Loera, que entonces se encontraba preso en el penal de Puente Grande. Después de que el Chapo se fugó del penal, fueron muchos los testimonios de que se había reunido en varias ocasiones, entre otros, con los hermanos Beltrán Leyva.
Un oficio del área de Inteligencia de la PGR, el C1/C4/ZC/0340/05 del Centro Nacional de Planeación e Información para el Combate a la Delincuencia (Cenapi) reseñaba por lo menos un cónclave realizado el 15 de octubre de 2001, donde participaron unas 25 personas, entre las más destacadas Vicente Carrillo Fuentes, Vicente Zambada Niebla y Marcos Beltrán Leyva, y cuyo tema central fue la reestructuración de la organización en todo el país para el tráfico, traslado y acopio de drogas.
De los Beltrán, Marcos era la cabeza más visible hasta entonces y sin duda el jefe de la familia oriunda de la Palma. A finales de esa década, el Barbas conoció a un personaje que le acompañaría hasta el día de su muerte, aunque extrañamente no estaba con él la noche en que lo mataron en Cuernavaca: Édgar Valdez Villarreal, la Barbie.
Según la averiguación previa PGR/SIEDO/UEIDCS/106/2005 y otras investigaciones sobre el cártel de Sinaloa, Valdez Villarreal, texano de nacimiento, se movía entre Nuevo Laredo y Monterrey, territorios que, a la postre, mantuvo bajo sus dominios. Entre 1998 y el año 2000, la Barbie y el Barbas se encontraron, se conocieron y no pasó mucho tiempo para reconocer que “estaban hechos el uno para el otro” debido a la afinidad que tenían ambos por los métodos violentos. Así, Valdez Villarreal se convertiría en el jefe de sicarios de Arturo Beltrán.
Pensar en grande
A partir de la reunión de Cuernavaca, los hermanos Beltrán Leyva concretaron una alianza con el cártel del Milenio, que encabezaban Luis y Armando Valencia y así empezaron a posicionarse en Michoacán, con lo cual la violencia se desató. Sus fuerzas habían estado operando en Guerrero y tenían mucho tiempo en Jalisco. Con los acuerdos de Cuernavaca se extendieron y entraron en disputa con los Zetas, que ya operaban en la región.
Cayó preso Luis Valencia y luego su sucesor, Armando. A partir de entonces, los hermanos Beltrán lograron incorporar a Michoacán al llamado corredor del Pacífico. Ya tenían la mira puesta en el norte. Junto con el Chapo Guzmán y por encomienda de la reunión de Cuernavaca, los sinaloenses, con la Barbie como punta de lanza, le disputaron a Osiel Cárdenas el corredor del Golfo.
Surgieron dos grupos de sicarios: los Pelones y los Negros, además que llegaron a reforzar la ofensiva sinaloense jóvenes reclutados en Culiacán, Navolato y la misma sierra de Badiraguato. Las acciones se extendieron al sureste mexicano y adquirieron particular encono en Michoacán y Guerrero (sobre todo en Acapulco), donde surgieron manifestaciones de violencia inéditas hasta entonces: los decapitados.
Para entonces los apellidos Beltrán Leyva ya no estaban solo en los expedientes, sino en los diarios, en los medios electrónicos y en la boca de la gente de a pie.
Por eso, cuando reventó el caso de Nahum Acosta Lugo, el ex coordinador de giras de la Presidencia de la República, los nombres de Alfredo, Héctor y Arturo (Marcos), eran ya de dominio pleno de la opinión pública.
En febrero de 2005, la PGR descubrió las conversaciones telefónicas que Nahum Acosta Lugo sostuvo con Marcos (Arturo) y Héctor Beltrán Leyva y decide ponerlo bajo arraigo. Más de 50 días después lo consigna un juez que, al no concederle valor a las “pruebas” presentadas por la PGR, lo deja en libertad.
Nadie creyó que Nahum fuera inocente y más bien se sospechó desde que fue puesto en libertad que el Gobierno optó por el mal menor, ante el riesgo de que toda una red de corrupción que llegaba hasta Los Pinos fuera puesta al descubierto por el propio funcionario.
Con Marcos en el mando, los hermanos Beltrán Leyva crecieron en el segundo trienio del presidente Ernesto Zedillo y durante todo el sexenio de Vicente Fox. Fueron nueve años determinantes para la organización, al grado que podían ponerse al tú por tú con cualquier otro cártel del país.
Cuando en abril de 2008 se produjo el rompimiento con Joaquín Guzmán e Ismael Zambada, la organización liderada por Marcos tenía brazos y pies en el Distrito Federal, el Estado de México, Morelos, Sonora, Sinaloa, Guerrero, Chiapas, Querétaro, Jalisco, Nayarit, Quintana Roo, Tamaulipas, Nuevo León y Michoacán.
Empieza el declive
Al llegar a la Presidencia, “haiga sido como haiga sido”, Felipe Calderón declaró la guerra contra el narcotráfico y empezó a golpear a los cárteles de la droga. Pasó el primer año y todo se fue en decomisos, enfrentamientos, destrucción de droga y detenciones menores.
El primer golpe fuerte para el cártel de Sinaloa fue la detención de Alfredo Beltrán, el Mochomo, la madrugada del 21 de enero de 2008, después de que todo indicaba que el Gobierno federal había llegado a acuerdos con los capos de Sinaloa para dejarlos operar con la condición de que redujeran sus niveles de exposición pública: reducir desmanes, ejecuciones, asesinatos de policías, ataques al Ejército…
Ese fue el precio, se dijo entonces. El caso es que el golpe llegó seco y para la opinión pública, inesperado. El Gobierno lo presentó como resultado de un trabajo de inteligencia pero luego se sabría que fue una entrega pactada en la que el propio Marcos Beltrán estuvo de acuerdo. La madrugada que llegó el Ejército por él, el Mochomo estaba solo en un departamento de la calle Juan de la Barrera, en la colonia Burócrata. Y para completar el cuadro, los soldados tuvieron que detener a otros tres jóvenes que estaban en otra casa, a dos cuadras del lugar, jugando baraja.
Pasaron dos meses y Marcos no asimiló que su hermano estuviera en la cárcel. Les propuso al Chapo y al Mayo que le ayudaran a rescatarlo y estos le pidieron tiempo. Luego se negaron, le dijeron que no había condiciones. Entonces Marcos los amenazó y les dijo que les declararía la guerra, que se aliaría con los Zetas y que los traería a Sinaloa.
Y se las declaró. El conflicto estalló el 30 de abril en la colonia Guadalupe, cuando una casa de seguridad de los Beltrán Leyva, donde presuntamente se encontraba Alfredo Beltrán hijo, fue rodeada por elementos de la Policía Federal apoyados por policías locales. El saldo fue de cinco hombres muertos, entre ellos dos policías ministeriales, 14 detenidos, uno de los cuales nunca apareció, el decomiso de armas y 350 mil dólares. Marcos acusó a los federales de estar aliados con el Chapo Guzmán y de estarle sirviendo de brazo armado. Por eso ordenó matar policías donde los encontraran.
Un día después se soltaron los demonios. En hechos que sucedieron de manera casi simultánea, cuatro agentes de la PFP murieron acribillados cuando patrullaban el centro de la ciudad a bordo de dos unidades. A 15 kilómetros de Culiacán, en la sindicatura de Imala, dos policías municipales corrieron la misma suerte. En diferentes colonias de la ciudad se dieron varias balaceras, con saldo de dos sicarios muertos. Una persona más fue ejecutada a un costado del estadio de los Dorados de Sinaloa.
Pero lo que ocurrió días después, la noche del 8 de mayo, significaría que la guerra entre Marcos (Arturo) Beltrán y el Chapo Guzmán no tendría retorno: Édgar Guzmán López, uno de los hijos de Joaquín, fue asesinado junto con otros dos jóvenes; uno de ellos era Arturo Meza Cázarez, hijo de Margarita Cázarez, quien acababa de ser bautizada por la DEA como la Emperatriz.
A partir de esa noche todo se colapsó pues la guerra había estallado en la propia cuna del narcotráfico, entre grupos que antes habían sido socios, vecinos, aliados y, por si fuera poco, tenían lazos de sangre que en algunos casos son indestructibles.
Las policías hicieron barricadas en sus cuarteles pero no por ello dejaron de sufrir las embestidas mortales de los grupos en pugna. Los mensajeros no descansaban y llegaban a lo más alto de los mandos policiacos: “Con uno o con otro, dice el jefe que se defina”. Los más inteligentes, uno o dos, colgaron las armas y la estrella; pero la mayoría tomó bando y de ellos muchos terminaron acribillados. Más de cien policías fueron asesinados ese año aciago y en 2009 la cifra está en 56 agentes ultimados de todas las corporaciones.
La plaza es de quien la trabaja
Poco a poco, los hermanos Beltrán Leyva se fueron replegando hasta abandonar por completo la capital de Sinaloa, dejando la plaza totalmente en manos del Mayo y del Chapo.
La masacre de elementos policiacos se trasladó al resto del país y luego fueron víctimas de la misma guerra las fuerzas militares, provocando a nivel nacional un baño de sangre sin precedente en la historia criminal de México. La saña y el terror se convirtieron en el sello de cada ataque, muchos de ellos acompañados de mensajes de muerte que colgaban en las plazas o dejaban sobre el dorso sangriento de las víctimas.
Pero “Arturo” Beltrán cumpliría su amenaza. Debido a la guerra declarada del presidente Felipe Calderón, los cárteles de la droga se sintieron amenazados y el Barbas fue el encargado de buscar acercamientos con Jaime González Durán, el Hummer, para plantear una alianza con los Zetas. Ya Osiel Cárdenas había sido extraditado en enero de 2007 y los Zetas se habían quedado sin un mando único. Cuando estalla la guerra en Sinaloa, Marcos se queda con los contactos y las relaciones. Poco a poco fue consolidando su alianza con este grupo y había quienes afirmaban que los fue integrando a su organización al grado de convertirse en su líder.
No sería la única alianza estratégica del Barbas, obsesionado en su guerra personal con el Chapo Guzmán. Sabía del odio entre este y Vicente Carrillo Fuentes, cabeza del cártel de Juárez, y se acercó a él. Y entonces concibió una máquina criminal de proporciones inimaginables, conformada por su organización, los Zetas y el cártel de Juárez.
La alianza Guzmán-Zambada había estado incursionando en Juárez, convirtiendo a esa ciudad en la más violenta del mundo, así que no fue muy difícil que Marcos (Arturo) y Vicente Carrillo se entendieran. A finales de agosto de 2009 y principios de septiembre, esta alianza decidió recuperar espacios en Sinaloa, empezando por Navolato. Vicente envió a su jefe de armas, conocido como Dos letras o JL. Nunca el municipio más joven de la entidad había sido tan azotado por la violencia y nunca la población se sintió tan desamparada.
Junto con ello, aparecieron los Zetas. Lo reconocieron la PGR y el Gobierno de Sinaloa: los Zetas rompieron el cerco y ya están en Culiacán. Arturo Beltrán había estado incursionando en el sur con fuerzas enviadas desde Nayarit, una de sus plazas, y atacaba también en el norte en las ciudades de Los Mochis y Guasave, centros que nunca dejó. Le faltaba la joya de la corona: Culiacán, y estaba dispuesto a bañar en sangre la capital si era necesario.
El Mayo y el Chapo ya habían dado la orden de que nadie, ni familiares ni pistoleros cruzaran más allá de Bachigualato. Nada de paseos por Altata, porque era terreno minado para ellos. Días después, cuando apareció el cuerpo de un hombre muerto colgado de un puente en el sur de la ciudad, tomaron medidas más estrictas y sacaron a todos sus familiares de Culiacán: niños, mujeres, familias completas fueron evacuadas ante la eventualidad de que la violencia tocara las puertas de sus casas.
Las intenciones del Barbas eran muy visibles. Estaba cercando Culiacán. Si antes el Chapo y el Mayo habían estado haciendo la guerra a los Carrillo, a los Zetas y a los Beltrán en sus territorios, ahora ellos les darían la guerra en su propia casa, lo cual nunca había ocurrido.
El Chapo decidió contraatacar y armó un operativo sin precedentes y digno de un guión cinematográfico: la noche del 20 de noviembre, al menos doscientos hombres armados irrumpieron en Navolato a bordo de 30 ó 40 camionetas, levantaron y torturaron a varios hombres —entre ellos al suegro de Rodolfo Carrillo Fuentes— y los asesinaron. Iban en busca del JL, pero no lo encontraron. Las camionetas habían sido marcadas con la letra “X”, para evitar confusiones en caso de enfrentamientos.
Un operativo similar fue realizado 20 días después, ahora en Guasave. Las unidades partieron de Culiacán, llenaron tanques en la gasolinera de La Palma, pasaron por Angostura, donde los hombres armados levantaron a dos policías y un comandante, y al llegar a la gasolinera de El Burrión, Guasave, fueron recibidos a balazos por decenas de sicarios de los Beltrán Leyva atrincherados entre las bombas y detrás de sus camionetas. Los hombres del Chapo tuvieron que retroceder arrastrando a varios heridos. Unos regresaron a Culiacán y otros fueron llevados a Sonora.
El que recio empieza…
Pero el destino de Marcos (Arturo) Beltrán Leyva estaba marcado. El rompimiento con sus aliados históricos había debilitado al llamado cártel de Sinaloa y conformado un nuevo mapa criminal del país, en medio de una guerra que Felipe Calderón no podía ganar, pero que tampoco debía perder.
Ante el debilitamiento de los Zetas por la extradición de Osiel Cárdenas, los golpes recibidos por el cártel de Tijuana y los hermanos Valencia en la cárcel, los capos de Sinaloa podían haberse constituido en la organización más importante en la historia del narco en México. Pero esto no había ocurrido por el rompimiento de Marcos Beltrán. Y se lamentaban. Y les dolía tener que defenderse del Gobierno, al tiempo que lo hacían de un hombre que había compartido la mesa con ellos y ahora estaba convertido en su principal enemigo.
Cuando la alianza Beltrán-Zetas-Carrillo amenazó con tomar Culiacán, el Mayo Zambada le propuso al Chapo Guzmán llegar a un acuerdo con Arturo Beltrán. Pero el Chapo se negó. “Yo no negocio con ese hij…”, habría dicho.
Dos años antes también se había negado a un acuerdo con “Arturo”. Semanas antes de que se hiciera público el rompimiento de Marcos Beltrán Leyva con Joaquín Guzmán Loera en el 2008, Carlos Beltrán Araujo, padre del Barbas, fue a ver al Chapo Guzmán. No quería un baño de sangre, le pidió que se arreglaran. “Usted no se meta”, le habría pedido el Chapo. Y la guerra estalló.
Pero los lazos familiares e históricos eran y son muy fuertes, tanto, que a pesar de que el Chapo y Marcos estaban peleados a muerte, los contactos familiares continuaron. Fuentes de Ríodoce aseguran que los encuentros de Guzmán y el padre de Marcos son frecuentes en la sierra de Badiraguato, donde conviven como viejos amigos que eran y familiares que son ahora. Alfredo Beltrán, el Mochomo, se casó en segundas nupcias con Patricia Guzmán Núñez, hija de don Ernesto Guzmán Hidalgo, medio hermano de don Emilio Guzmán Bustillos, padre del Chapo Guzmán.
De tal modo que la esposa del Mochomo es prima hermana del Chapo.
Por eso y por otras relaciones familiares que existen entre estas familias y la de Esparragoza Moreno, el Azul, se hablaba de una alianza de sangre. Y hasta se llegó a decir que era indestructible. Ya quedó demostrado que, al menos hablando del negocio, esta alianza sí es sacrificable.
Pero la semilla ahí está. Y la gente de a pie en Sinaloa empieza a considerar que, muerto Marcos Beltrán Leyva, podrían generarse condiciones para un reencuentro de dos familias, dos cárteles, dos maquinarias de matar y de hacer dinero, dos historias que ahora, todavía, siguen en guerra.