¡Ese es el quid del asunto!
- Israelíes y Palestinos: una mirada al futuro/Sami Nair, profesor invitado de la Universidad Carlos III.
¿Por qué hay que hacer ese trabajo en estos momentos? Porque -responden los autores- los pueblos israelí y palestino, agotados por guerras constantes, reconocen hoy la necesidad de la paz sobre la base del reconocimiento mutuo. En otras palabras, el reconocimiento de las razones del Otro es la condición principal para la paz porque los protagonistas han comprendido que no pueden destruirse mutuamente.
No obstante, el razonamiento, sutil y más complejo de lo que aquí se ha resumido, suscita graves interrogantes que, a mi juicio, se resumen en dos objeciones principales.
En primer lugar, respecto al agotamiento de las dos opiniones públicas (la israelí y la palestina), es cierto que existe ya una predisposición subjetiva a la solución de paz, pero todavía no se ha explicado por qué, en los dos bandos, los electores escogen de forma sistemática gobiernos cada vez más conservadores. ¿Por qué Sharon debilitó a la OLP y favoreció el ascenso de Hamás como fuerza central en el movimiento nacional palestino? ¿Por qué Hamás puede permitirse hacer una campaña electoral basada en el no reconocimiento del derecho a la existencia de Israel y obtener una victoria tan aplastante? ¿Por qué puede Israel atacar Gaza (las bombas no distinguen entre civiles y terroristas) con el pretexto de castigar a los dirigentes de Hamás o invadir Líbano, sin que la opinión pública israelí se inmute (el debate actual sobre las responsabilidades de los jefes del ejército y el Gobierno es sobre la posibilidad de penalizarlos porque que fracasaron y perdieron su pequeña guerra, no porque la emprendieron)? Hay muchos otros datos que indican que la predisposición subjetiva a la paz en los dos bandos no implica, por desgracia, su posibilidad objetiva. En realidad, da la impresión de que todavía nos encontramos en una situación de si vis pacem, para bellum…
En segundo lugar, ¿qué significa hacer un “Libro Blanco” para “decir la verdad” sobre los sufrimientos de unos y otros? ¿Quién puede pretender elaborar hoy una historia objetiva y audible de este conflicto para los protagonistas? Los israelíes están convencidos, desde hace más de medio siglo, de la legitimidad sagrada y mística de su Estado. Para ellos, la historia concreta sirve de apoyo a esa base mística. Los palestinos han experimentado el sufrimiento de ver sus tierras expropiadas, y también ellos han construido una mística de la nación igualmente sacralizada e intransigente. Frente a la idea israelí del “regreso” que pretende instaurar la identidad política de los judíos, oponen la del regreso de los refugiados palestinos que pretenden fundar la identidad nacional palestina. ¿Es posible una relación dialógica entre estas dos visiones, simétricase idénticas tanto en su presupuesto como en su formulación? Tal vez. Es incluso deseable. Pero es una equivocación pensar que ese diálogo podría servir hoy para algo que no sea alimentar el resentimiento mutuo, sobre todo porque la materialización política del reconocimiento (la existencia de un Estado palestino y el derecho intangible a la seguridad de Israel) no está establecida.
En realidad, el diálogo del reconocimiento es imposible mientras no se encuentre una solución política aceptable para los dos protagonistas. Por eso, a la hora de la verdad, un “Libro Blanco” no puede ser hoy, en el mejor de los casos, más que un compendio de puntos de vista unilaterales de unos y otros, un doble monólogo. Sin contar con que padecería de ilegitimidad desde el principio por varios motivos: por ejemplo, que la impotencia mostrada durante lustros hace que la ONU, que supuestamente debería promoverlo, no tenga ninguna legitimidad ante las opiniones públicas de los dos pueblos, y que las “personalidades irreprochables” no serían tampoco ajenas al reproche de la otra parte. Desde luego, los historiadores, los actores del conflicto y los investigadores deben emprender un trabajo revelador que permita acabar con los mitos y restablecer la verdad sobre la historia del antagonismo entre israelíes y palestinos. Pero esa verdad no debe llevar de ninguna manera el sello de una organización internacional, del mismo modo que la historia no puede someterse a la razón de Estado.
En resumidas cuentas, ¿acaso no será ese diálogo del reconocimiento una “mala buena idea”? Dialogar es una buena idea. Pero creer que es posible extraer del diálogo una serie de “verdades” capaces de impulsar el proceso de paz es una mala buena idea.
Se podría incluso dar la vuelta al argumento: ¿no habría el riesgo de que un debate sobre las responsabilidades de unos y otros avivase las quejas, aumentase las letanías y sumiera el diálogo en un interminable conflicto de interpretaciones? Y, sobre todo, ¿no llevaría a designar culpables y víctimas? Y ése es precisamente el campo de minas que es preciso evitar. Porque todo el mundo sabe lo que allí aguarda…
Lo que necesitan estos dos pueblos, más que un debate sobre el pasado -por definición arbitrario y reconstruido-, es una concepción común del futuro, que debe partir de una aceptación política. La aceptación de la existencia segura y reconocida de dos Estados independientes; la aceptación de un futuro común porque es evidente, para cualquiera capaz de observar esta tragedia con lucidez, que los dos Estados van a necesitarse entre sí para superar sus antagonismos y, sobre todo, dominar su pasado. Será una tarea a largo plazo. Israel debe representar la mejor oportunidad para la democracia palestina, y el Estado palestino debe ser la mejor garantía de la seguridad de Israel. No existe otro remedio.
En cuanto al diálogo cultural sobre las responsabilidades de unos y otros, se producirá, pero será más serio en la medida en que surja de generaciones futuras que vivan en paz. El único diálogo que vale hoy es el relativo al futuro.
Este conflicto trágico no deja de evocar otros. Entre Francia y Alemania, la política y la construcción de un futuro común tienen todo en cuenta. Y sabemos hasta qué punto es difícil todavía hoy, por ejemplo, ponerse de acuerdo sobre las causas de las guerras de 1914 y 1940. Sin embargo, entre los dos países existe un discurso de futuro común, gracias al cual incluso nació la idea de la construcción europea. Ahora bien, el ejemplo más edificante para el conflicto palestino-israelí es el de Suráfrica: cuando De Klerk y Nelson Mandela decidieron hallar una solución política para salir del régimen del apartheid, contemplaron el futuro y tuvieron mucho cuidado de no volver de forma machacona al pasado. Y lo consiguieron, a pesar de los atentados y los odios acumulados.
Los israelíes y los palestinos necesitan un gran plan común. Si la “comunidad internacional” propugna los proyectos comunes de futuro, en contra de los extremismos, les ayudará a descubrirse y solidarizarse ante los sufrimientos del pasado.
Un Libro Blanco para Oriente Próximo/André Azoulay y Hubert Védrine. Han integrado el Grupo de Alto Nivel de la ONU sobre la Alianza de Civilizaciones.
El PAÍS, 17/01/2007);
El mundo está de acuerdo en Estados Unidos en que nada volverá a ser como antes del informe Baker-Hamilton. Aunque sus repercusiones inmediatas no están claras, ese hecho es innegable, y es de destacar que, una vez más, sean los propios recursos de la democracia estadounidense los que han actuado para que la opinión pública captara la inmensidad de la tragedia iraquí, volviera a adquirir conciencia de la urgencia y la importancia del drama palestino y propusiera un cambio de política en toda la región.
Al mismo tiempo, y pese a lo que pueda parecer, en Israel han surgido varios indicios prometedores, que se añaden a la buena disposición comprobada de la opinión pública hacia un Estado palestino. En el plazo de unas semanas, el primer ministro israelí, Ehud Olmert, y el ministro de Defensa, Amir Peretz, se han declarado receptivos respecto a la iniciativa árabe para una paz global en la región, más conocida como Iniciativa Abdalá. Este giro en la buena dirección no ha merecido grandes titulares en la prensa occidental, pero no por ello deja de significar el regreso a la política en un terreno que los militares y los fundamentalistas de ambas partes ocupaban desde hacía demasiado tiempo. También es significativa la decisión de la ministra israelí de Educación, que ha propuesto cambiar los libros de texto para que figuren en ellos las fronteras de la “línea verde”, es decir, las anteriores a la ocupación de 1967.
A una conclusión idéntica ha llegado el Grupo de Alto Nivel creado por Kofi Annan bajo los auspicios de la ONU, a propuesta de José Luis Rodríguez Zapatero y Recep Tayyip Erdogan, con el fin de oponer a la idea del “choque de civilizaciones” el proyecto de una “Alianza de Civilizaciones”: “Un Estado palestino viable, justo, digno y democrático es una necesidad y será el auténtico garante de la permanencia y la seguridad de Israel”. En su informe final, el Grupo se mostró de acuerdo en que sus recomendaciones en materia de educación, religión y medios de comunicación, por muy útiles que fueran, acabarían en el olvido de los archivos de la ONU si, por conveniencia o por un consenso rutinario, sus miembros nos negáramos a pronunciarnos sobre los problemas políticos enraizados en todos los dramas que llevan un nombre: conflicto israelo-palestino, Israel, Irak, Afganistán, Chechenia. Y que, en el caso de Oriente Próximo y el norte de África, reflejan además las consecuencias morales, culturales e ideológicas del periodo colonial.
La paz que es preciso inventar entre Palestina e Israel ocupa el centro del proyecto de la Alianza de Civilizaciones. Obliga a poner en marcha un análisis objetivo de la situación en Oriente Próximo, que debería partir de tres realidades irrefutables:
-La realidad del movimiento nacional palestino, del que todos hemos comprendido que ni el desgaste del tiempo, ni la fuerza, ni el dinero van a acabar con su empeño de construir un Estado libre, respetado y dotado de medios para ejercer su soberanía.
-La realidad del movimiento nacional judío, que alcanzó sus objetivos en Israel, en una parte de Palestina, y del que también sabemos que ni el terrorismo, ni las guerras ni las presiones internacionales podrán acabar con él.
-Y la voluntad de todos, y fundamentalmente de la mayoría de los árabes y los palestinos, el pueblo israelí y los judíos de todo el mundo, de aceptar e impulsar una solución digna, justa y ética, que ofrezca una verdadera oportunidad para la coexistencia de los dos Estados, el palestino y el israelí, con la misma seguridad, y los mismos derechos y deberes.
Este análisis debe desembocar en una situación en la que, con tranquilidad y sin sectarismos, se construya la paz entre dos Estados legítimos. Dos Estados a los que se atribuirán, con ánimo de justicia, las mismas exigencias de viabilidad, permanencia y seguridad. Dos Estados y dos pueblos para los que esos derechos y valores tendrán que conjugarse de la misma forma.
Por último, creemos que es vital que los palestinos y los israelíes oigan pronunciar palabras que aborden de forma objetiva sus respectivas responsabilidades en la tragedia y el fracaso actuales. Es fundamental que los palestinos y el mundo árabe-musulmán entiendan que los términos de la ecuación Palestina-Israel pueden cambiar si Naciones Unidas asume la responsabilidad de explicar a la opinión internacional qué coste y qué importancia han tenido estos 60 años de incomprensión, estigmatización y verdades ocultas.
Es preciso conocer y reconocer ese sufrimiento. La superación de ese umbral psicológico e histórico puede cambiar la situación, ser el primer paso en el camino hacia la reconquista de la dignidad, llevar por fin a una paz que abra la vía a la reconciliación. El análisis frío y objetivo de estos 60 años puede ayudar a exorcizar los miedos en Israel y permitir que el pueblo israelí recupere sus valores fundacionales.
Lo que proponemos es que Naciones Unidas impulse este ejercicio de verdad “pedagógica y política” sobre la historia entrecruzada de los dos pueblos, tal como ellos la han vivido, en forma de un Libro Blanco que es preciso comenzar sin tardanza, y en cuya redacción participen personalidades israelíes y palestinas incontestables. Los únicos a los que este ejercicio pondrá a la defensiva serán los extremistas y los fundamentalistas, porque ya no serán los defensores de una causa de la que se han apoderado a falta de alternativas y de forma indebida.
Hay que confiar en que en Estados Unidos, a pesar de las dificultades, prevalezca este mismo punto de vista realista, basado en el informe Baker-Hamilton. Todos los actores de esta crisis en cualquiera de sus aspectos -las relaciones entre el islam y el mundo occidental, Irak, la paz entre palestinos e israelíes- necesitan asumir lo que han vivido y han sufrido para poder construir su futura relación sobre una base más clara y serena. Ése será el sentido de este Libro Blanco.