Hasta hoy - jueves 20-, y según cifras oficiales hechas públicas por el primer ministro libanés Fuad Siniora, alrededor de 300 personas han muerto en Líbano desde que comenzaron los bombardeos israelíes el pasado 12 de julio.
Sólo ayer miércoles murieron más de 50 libaneses a causa de los ataques de la aviación israelí, que también bombardeó por primera vez el centro de Beirut. Mientras, los primeros choques cuerpo a cuerpo entre el Ejército israelí y Hezbollah han dejado dos soldados hebreos y un miliciano muertos. Un cohete Katiusha de Hezbolá ha matado a dos niños árabe-israelíes en el barrio de Nazareth.
En un discurso ante un grupo de embajadores extranjeros, el primer ministro libanés hizo un llamamiento urgente en favor del fin de las hostilidades por motivos humanitarios. El país ha quedado "roto en pedazos", afirmó. Unas mil personas han resultado heridas y medio millón han huido de sus hogares, según Siniora, quien advirtió de que su Gobierno reclamará compensaciones a Israel por las "pérdidas inconmensurables" ocasionadas a las infraestructuras del país.
Las pérdidas económicas directas en Líbano causadas por los bombardeos israelíes ascienden ya a 500 millones de euros, según afirmó el ministro de Finanzas libanés, Jihad Azoor. Además, según el ministro, miles de libaneses y trabajadores extranjeros están siendo evacuados, lo que se une a los 500,000 desplazados internos.
Y mientras se intensifican las operaciones militares y la diplomacia intenta encontrar soluciones, miles de personas siguen esperando a ser evacuados del país, cuya situación es catastrófica, según la ONU.
La ONU calcula entre 500,000 y 700,.000 el número de desplazados por el conflicto.
Hay dos textos que ayudan a comprender lo que sucede en esa parte del mundo: Entre la guerra y la paz del profesor Walter Laqueur, director del Instituto de Estudios Estratégicos de Washington, y La guerra de Israel en dos frentes de Shlomo Ben-Ami, Ex ministro israelí de Exteriores y autor de Cicatrices de guerra, heridas de paz: la tragedia árabe-israelí. El primero fue publicado en La Vanguardia y el segundo en El País.
Entre la guerra y la paz/Walter Laqueur*
¿Hasta dónde y hasta cuándo proseguirán las operaciones militares en Israel y Líbano? Resulta muy complejo especular sobre estas cuestiones. Es cierto que las guerras llegan a su fin, pero todos sabemos que es mucho más difícil hacer la paz que la guerra.
¿Estamos cerca de un conflicto a gran escala? La respuesta breve es que no debemos exagerar ese tipo de peligro. Cuando Hezbollah atacó a los israelíes, esperaban una reacción masiva, pero no una represalia de tal magnitud. Lo que pasa ahora, según admiten ellos mismos, es más de lo que habían pensado que sucedería. Han resultado dañados y ahora se dan cuenta (como Hamas) de que resulta difícil estar en el Gobierno y continuar con operaciones propias de una organización terrorista. Los israelíes se han visto asimismo sorprendidos no sólo en el plano táctico, sino también en el estratégico. También ellos han resultado dañados, pues no esperaban que los misiles paralizaran casi por completo la vida del norte del país. Han castigado a Líbano, donde apenas quedan blancos que bombardear. Sin embargo, no es seguro que alcancen sus objetivos militares y políticos.
Al final de todo, el Gobierno libanés seguirá sin ser capaz de desarmar a Hezbollah mientras este partido reciba cuanta ayuda desee de Siria e Irán.
Irán, que es seguramente el principal culpable de incitar los ataques de Hezbollah y Hamas, sí que ha alcanzado su objetivo. Se encontraba bajo presión para que pusiera fin a sus proyectos atómicos; y ahora la atención se ha desviado de lo que era el asunto más importante. Hasta aquí todo bien, pero lo cierto es que el país no está todavía preparado para una guerra a gran escala en que puedan utilizarse armas nucleares. Necesita unos años más. Si estallara ahora una guerra a gran escala, el conflicto concluiría en un desastre para Irán.
En resumen, todas las partes están interesadas en poner fin a los combates, al menos temporalmente. El caso es que si Hezbollah detuviera el lanzamiento de cohetes contra Israel y liberara a los soldados secuestrados, se vería desprestigiado. Si Israel cesara las hostilidades antes de la liberación de los soldados y se detuviera el lanzamiento de cohetes contra Haifa y Tiberíades, también perdería prestigio. Tiene un gobierno recién formado; un primer ministro, un ministro de Defensa y un ministro de Asuntos Exteriores que son nuevos en sus cargos, que carecen de experiencia y que tal vez se muestren reacios a adoptar decisiones rápidas. Las Naciones Unidas parecen impotentes a la hora de tomar una decisión, como ha ocurrido ya en otras ocasiones anteriores.
Estados Unidos se enfrenta ya a suficientes problemas y no desea involucrarse en más asuntos complicados. Sabe que no hay posibilidad de ganar laureles intentando alcanzar la paz en Oriente Medio. La Unión Europea no dispone de instrumentos para llevar a cabo una política exterior ni tampoco fuerzas militares. Podría actuar quizá de mediadora (suponiendo que hubiera unanimidad respecto a cuál debería ser su política). En cualquier caso, no está en posición de ejercer presión.
De modo que nos encontramos en una situación paradójica: todo el mundo, o casi todo el mundo, desea poner fin a los combates, pero nadie se muestra deseoso de tomar la iniciativa. Hay también otra consideración, una consideración cínica pero quizá realista: si se les deja luchar unos días más, se mostrarán más dispuestos a llegar a un compromiso.
Es seguro que dentro de unos días, unas semanas como mucho, aumentará la presión sobre los beligerantes y sus apoyos, como Siria e Irán, para que se detenga la lucha. El precio del petróleo ha subido de modo brusco, y constan muchas otras razones para poner fin a las hostilidades. A continuación habrá un ir y venir entre Jerusalén y las capitales árabes para lograr, al menos, una solución provisional. ¿Cuál habría de ser? Mientras Hezbollah exista como Estado dentro del Estado, con un ejército propio, y sin que el Gobierno libanés sea capaz de imponer su autoridad, no se darán las perspectivas adecuadas para la consecución de un acuerdo que dure más de un año o dos.
¿Pueden las Naciones Unidas enviar fuerzas armadas al sur de Líbano? Es posible, pero improbable. ¿Qué lecciones habrá aprendido Hamas (en caso de que haya aprendido alguna)? ¿Que tras ganar las elecciones y formar gobierno tiene que comportarse como un gobierno? Este proceso de aprendizaje será largo. Su jefe en Damasco, Jaled Mishal (como Trotski muchos años antes), desea seguir una política de ni paz ni guerra. Una fórmula inteligente, pero ¿qué significa en la práctica? ¿Un día de lucha y otro de relaciones normales?
Es muy probable que se encuentren algunas soluciones provisionales para mantener el armisticio. Ahora bien, ¿cuánto tiempo será posible mantenerlo?
No hay disputas territoriales entre Líbano e Israel, no hay asentamientos que evacuar ni tampoco ocupación. En teoría, debería ser fácil lograr la paz. Sin embargo, hay movimientos radicales, suníes y chiíes, con ambiciones mucho más amplias; y no habrá paz en Oriente Medio mientras ese fanatismo prolifere. Y luego está Irán, deseoso de aparecer como la principal potencia de la zona.
En resumen, que se dan todas las condiciones para pensar que Oriente Medio seguirá siendo la principal zona de problemas del mundo, al margen de que se llegue a un armisticio en Líbano la semana que viene o el mes que viene.
*director del Instituto de Estudios Estratégicos de Washington. Traducción: Juan Gabriel López Guix. Publicado en La Vanguardia, 19/07/06.
La guerra de Israel en dos frentes/Shlomo Ben-Ami*
El caso de Hezbolá es distinto, y la solución a la crisis en el frente norte tiene que ser diferente. Israel no mantiene ninguna disputa territorial con Líbano, y Hezbolá no es ningún movimiento nacional que esté luchando legítimamente para “acabar con la ocupación”. Es, por el contrario, un instrumento de la estrategia regional de desestabilización que propugnan Irán y Siria. Existen razones para creer que el arsenal de misiles de Hezbolá -algunos seguramente más complejos que los empleados hasta el momento en la presente crisis- forma parte del despliegue militar regional de Irán, y no del sistema de defensa de Líbano. En Líbano, lo que está en juego es la credibilidad de la comunidad internacional, que hizo de intermediaria y dio legitimidad a la retirada israelí del país en mayo de 2001. Hezbolá es un actor importante en la política libanesa; incluso tiene ministros en el Gobierno. Sin embargo, en la crisis actual, está actuando más como una pieza en el puzzle regional de Irán que como defensor de los intereses nacionales de Líbano. Israel ha entrado en guerra con Irán y Siria a través de los grupos que les representan.
Es triste y lamentable que, en ambos lados, la población civil tenga que sufrir las consecuencias de esta tragedia. Pero los motivos de Israel son justos. Ésta no es una guerra de ocupación ni una guerra de asentamientos. Es una guerra por la validez de una frontera internacional trazada, definida y reconocida por Naciones Unidas. Cualquiera, sea en Israel o especialmente en la comunidad internacional, que predique que los israelíes deben retirarse de los territorios palestinos ocupados a las fronteras permanentes reconocidas tiene que estar de acuerdo con Israel en el caso de la guerra actual. Cualquiera que proclame seriamente la necesidad de que los israelíes “pongan fin a la ocupación” debe apoyar ahora a Israel. Lo contrario supondría eliminar con cualquier perspectiva de acabar esa ocupación en donde más importa, en el caso palestino; significaría además desautorizar a las fuerzas políticas que, dentro de Israel, llevan años luchando por un Estado palestino con unas fronteras reconocidas internacionalmente. Esto no quiere decir, en absoluto, que haya que aprobar todas las acciones del ejército israelí, aunque algunos de los que hablan del uso de una “fuerza desproporcionada” por parte de Israel podrían darnos a todos lecciones sobre cómo borrar ciudades enteras del mapa; es el caso de Putin en Grozny. Personalmente, creo que la reacción de Israel podría ser más imaginativa y precisa. La indignación causada por la pérdida de vidas humanas en Beirut está justificada; pero tampoco pueden dejar de mencionarse los ataques indiscriminados contra la población civil israelí.
En cuanto al dilema palestino de Israel, es evidente que el estallido actual plantea la necesidad de revisar el plan de convergencia del Gobierno, como, de hecho, ya han pedido varios ministros. En cualquier caso, la retirada y el desmantelamiento de los asentamientos en Cisjordania, de donde hay que evacuar a 800.000 colonos, constituyen una operación mucho más complicada que la retirada unilateral que llevó a cabo Ariel Sharon en Gaza, de donde sólo se repatrió a 8.000 colonos. Ahora bien, si en Gaza, una franja compacta cuya frontera con Israel nunca ha estado en duda, la retirada engendró tal estado de guerra que Israel se vio obligado a invadir los territorios que había abandonado menos de un año antes, ¿qué posibilidades hay de que una operación similar salga bien en Cisjordania, donde es necesario un reparto de responsabilidades mucho más sutil, fluido y ambiguo, con un lado palestino -el Gobierno de Hamás- que ha quedado descartado como socio desde el principio?
La operación Lluvia de Verano en Gaza ha dejado al descubierto de forma dramática la equivocación de la estrategia israelí de retirada unilateral de los territorios palestinos, y los primeros que se han dado cuenta han sido los propios israelíes. Un sondeo de opinión del Instituto Reut de Tel Aviv, realizado bajo la conmoción del brote actual de violencia, muestra una marcada caída del respaldo de la población al “plan de convergencia”; hoy sólo se opondría enérgicamente a él.
Las tristes lecciones de la retirada de Gaza significan que el espectro del lanzamiento de misiles Kassam desde un nuevo frente en Cisjordania contra los principales centros urbanos de Israel en la zona de Tel Aviv, incluido el aeropuerto internacional Ben-Gurion, ya no es una hipótesis exagerada. Si el primer ministro Olmert desea salvar su “plan de convergencia”, tendría que coordinarlo con un socio palestino, que sólo puede ser el Gobierno de Hamás presidido por Ismail Hanyieh. Eso significa, fundamentalmente, utilizar la guerra actual en Gaza como oportunidad para alcanzar un acuerdo con Hamás que no se reduzca al problema del soldado secuestrado. Un Gobierno israelí dispuesto a abandonar la inercia de las incursiones y los asesinatos selectivos debería ser capaz de aprovechar el sondeo del Instituto Reut que indica que al menos el 45% de los israelíes apoyaría hoy unas negociaciones directas con Hamás.
Después de una victoria electoral no deseada ni prevista, porque le obliga a reducir considerablemente su libertad de acción para poder mitigar las penosas consecuencias que tuvo su triunfo para el pueblo palestino, Hamás es más susceptible que la OLP de Abbas a la posibilidad de alcanzar un acuerdo provisional a largo plazo con Israel. Lo que la OLP, obsesionada con el resultado final, se niega a tener en cuenta -un acuerdo provisional- es algo que Hamás, con toda probabilidad, estaría dispuesto a estudiar.
Sin embargo, para lograr un acuerdo con Hamás que sea más duradero y fiable que un acuerdo con la OLP, Hamás debe volver a ser lo que siempre fue, una organización disciplinada y jerárquica, capaz de respetar un alto el fuego. Tanto el fracaso de la lógica que representó la retirada israelí de Gaza como el que supone el asalto de Hezbolá a los razonamientos que acompañaron a la retirada de Líbano en mayo de 2000 son un triste recordatorio de un fallo fundamental en la estrategia del presidente Bush para Oriente Próximo. La democracia árabe no es necesariamente la clave para la paz y la estabilidad. Es una cuestión de orden y autoridad. Al fin y al cabo, la guerra actual en dos frentes la desencadenaron milicias independientes sobre las que los dos únicos Gobiernos elegidos democráticamente de todo el Oriente Próximo árabe, los de Palestina y Líbano, no tienen absolutamente ninguna autoridad.
Para ser un socio respetable, Hamás debe tener cuidado de no caer en una anarquía institucionalizada tan desastrosa como la de Al Fatah ni convertirse en un Estado dentro del Estado como Hezbolá. Ariel Sharon conocía perfectamente la capacidad de Hamás para cumplir sus compromisos cuando, al retirarse de Gaza, y gracias a la mediación del presidente Abbas, alcanzó un acuerdo tácito con el movimiento que garantizaba la retirada suave y pacífica de la franja.
Pero los motivos para llegar a un acuerdo con Hamás sobre el “plan de convergencia” en Cisjordania son más fundamentales. Curiosamente, Israel y Hamás comparten un profundo escepticismo respecto al “proceso de paz”. Ninguno de los dos cree en que sea factible una paz negociada inmediata, ni se aferra a sueños pasados sobre un “final del conflicto” celestial. Israel no está dispuesto a pagar el precio de un acuerdo definitivo, y Hamás no es capaz todavía de hacer concesiones en su ideología esencial mediante un apoyo inequívoco a la solución de dos Estados y las fronteras de 1967, que supondría prácticamente renunciar al derecho de retorno de los refugiados palestinos.
Un acuerdo sobre el “plan de convergencia” es positivo para el interés de Israel en tener una frontera estable, aunque sea provisional, con Cisjordania, y beneficia perfectamente a Hamás. Supondría el fin del ostracismo internacional al que ha vivido condenado su Gobierno desde que asumió el poder y les permitiría conciliar el rechazo ideológico a Israel con un paso importante hacia el “fin de la ocupación”, al mismo tiempo que les permitiría tener un respiro para poder abordar sus problemas internos, que, al fin y al cabo, fueron el motivo principal por el que la gente les votó.
Es cierto que, como diría con razón Israel, la situación de los palestinos no es más que un pretexto para las provocaciones de Hezbolá. No obstante, la guerra en dos frentes que libra actualmente Israel representa el fracaso de la filosofía de la derecha israelí -así como de los neocons del entorno del presidente Bush- de que alcanzar un acuerdo con el mundo árabe e imponer disciplina a los “Estados canallas” de la región eran dos condiciones previas y necesarias para llegar a una paz entre Israel y Palestina. Lo que vemos hoy es una clara confirmación de que la estrategia política de “primero Palestina” emprendida por dos Gobiernos laboristas, el de Rabin y el de Barak, era la acertada. Lo que llevó a Rabin a Oslo y a Barak a Camp David y Taba fue la convicción de que existía una mínima oportunidad para lograr la paz con los palestinos antes de que Irán se convirtiera en una potencia nuclear y el fundamentalismo islámico en una amenaza mortal para los regímenes árabes moderados.
Ahora debería ser un objetivo fundamental para Israel y para esos regímenes árabes moderados que la guerra en el norte no empeore hasta ser una conflagración regional. Y, a diferencia del caso palestino, en el que hay tantas diferencias que resolver entre las partes antes de poder llegar a un acuerdo, en el caso de Líbano la solución está ya inventada. Israel se retiró hace seis años del país, hasta la frontera internacional, conforme a la resolución 425 del Consejo de Seguridad, y posteriormente se aprobó la resolución 1559, que exigía a Líbano que desmantelara Hezbolá, desplegara su ejército en el sur y acabara con la absurda y peligrosa anomalía consistente en que una milicia al servicio de Irán y Siria controle la frontera con Israel y prácticamente tenga en sus manos la llave de la estabilidad de todo Oriente Próximo.
La vieja costumbre de culpar a Israel por el uso de una “fuerza desproporcionada” no puede sustituir a un esfuerzo multilateral serio para terminar con este espantoso ciclo de violencia. En lo esencial, eso significa un alto el fuego y que el Consejo de Seguridad reitere la validez de la resolución 1559, además de ofrecer al Gobierno libanés toda la ayuda que necesite para su puesta en práctica.
Líbano es una sociedad que ha demostrado recientemente una capacidad admirable de movilización por la causa de la democracia y por su independencia de la tutela de Siria. Puede hacer lo mismo respecto a Hezbolá. Y si, incluso con la atención de la comunidad internacional, Líbano llega a la conclusión de que el desmantelamiento de la estructura militar de Hezbolá -como exige de manera explícita la resolución 1559- está por encima de su capacidad, aun así contribuirían a la paz el despliegue definitivo del ejército libanés junto a la frontera israelí y el establecimiento de mecanismos que impidan que este “Partido de Dios” vuelva al sur. Un Estado soberano es el que se comporta como tal, y el monopolio del Estado sobre el derecho a llevar armas es una barrera crucial contra la desarticulación de la soberanía. La debilidad del Gobierno libanés y la fragilidad de su equilibrio inter-étnico exige que el posible alto el fuego vaya acompañado del despliegue de una sólida fuerza internacional en el sur del país.
Me temo que Israel no estaría dispuesto a aceptar un alto el fuego que no vaya acompañado de nuevas normas de conducta en su frontera norte. Es más, en realidad, no es que sean nuevas normas, porque son las condiciones que estableció la propia comunidad internacional hace seis años para conseguir que Israel se retirara hasta la frontera. En aquel tiempo yo era miembro del gabinete de crisis de Israel, y recuerdo hasta qué punto se pactó con la ONU cada mínimo detalle de nuestra retirada (a la que, por cierto, se opuso el ejército). Por consiguiente, es la comunidad internacional la que debe garantizar que un alto el fuego no degenere en otro estallido de aquí a unos cuantos meses.
*Ex ministro israelí de Exteriores y autor de Cicatrices de guerra, heridas de paz: la tragedia árabe-israelí. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia; publicado en EL PAÍS, 18/07/06.
¿Qué es Hezbollah ( Hizbulá? o Hezbolá): el Partido de Dios
Es una formación libanesa radical chií, que cuenta con un brazo político y otro armado, el conocido como la Resistencia Islámica.
Fue fundado en Líbano en 1982 tras la invasión israelí. Nació con el objetivo de crear una república islámica y su "ideología" se centra en un fuerte sentimiento anti-israelí y anti-occidental.
Aliado de Irán, que le proporciona respaldo económico y político, y con estrechos vínculos con Siria, Hezbollah preconiza la eliminación de cualquier tipo de presencia no musulmana en el Líbano.
Hezbollah, que está liderado por el jeque Hasán Nasralá, es hoy más que una simple guerrilla anti-israelí, puesto que ha llegado a constituirse en un grupo político sólidamente implantado en la sociedad y la vida política libanesa, donde incluso tiene representación parlamentaria. Para los chiíes, que representan el 35% de la población libanesa, Hezbollah es ante todo un baluarte político.
Su centro de operaciones está ubicado en el Líbano y posee una significativa milicia regular en el sur, foco de tensión entre los partidos nacionales libaneses, puesto que algunos consideran que el brazo armado de Hezbollah debería incorporarse al ejército regular libanés aunque otros abogan por mantener su actual estatus.
Hezbollah saltó al primer plano de la actualidad con el atentado que costó la vida a 241 marines estadounidenses y 58 paracaidistas franceses en Beirut, el 23 de octubre de 1983.
En 1996, tras la operación israelí 'Uvas de la ira' contra objetivos de la organización libanesa, Hezbollah e Israel se comprometieron a dejar a los civiles de ambos bandos a salvo de sus hostilidades en la llamada "zona de seguridad".
Tras este compromiso se estableció un Comité de Vigilancia de la Tregua, integrado además por Siria, Estados Unidos y Francia, cuya misión fue supervisar el respeto del alto el fuego en la zona. Sin embargo, ambas partes han violado este alto el fuego en numerosas ocasiones.
El 14 de febrero de 2000, Hezbollah estableció una alianza auspiciada por Irán con las dos organizaciones integristas palestinas, Hamás y Yihad Islámica.
Como partido político, Hezbollah ha mantenido una significativa representación en el parlamento libanés. Obtuvo ocho escaños en las elecciones legislativas de 1992, mientras que en los comicios de 1996, logró siete diputados; en junio de 1998, Líbano celebró los primeras elecciones municipales en 35 años en los que el Partido de Dios consolidó su dominio en el sur y este del país.
En las elecciones legislativas de 2000, afirmó su presencia nacional con la obtención de 12 escaños, y en las últimas elecciones legislativas, de junio de 2005, obtuvo 14 escaños y tras la formación del nuevo gabinete liderado por Fuad Siniora, cuenta con un ministro, Mohamad Fneich, que desempeña la cartera de Recursos Hidroeléctricos.
Además de su labor política y armada, lleva a cabo una importante labor social, que le reporta un gran apoyo popular. Su principal baza se centra en haber creado una red de hospitales, colegios, centros comunitarios, organizaciones benéficas, y puntos de distribución de alimentos, a los que tienen libre acceso todos los libaneses, musulmanes y cristianos.
Fuente:EFE, periódico El Mundo