De su sitio oficial..
En
Roma había conocido al Padre Antuña, estudioso prelado de Argentina, quien me
presentó al Padre Wenceslao van Lun, un holandés con quien nos entendíamos en
un italiano básico pero eficaz, y al mismo tiempo bastante divertido. Van Lun
me llevó a Holanda y desde allí me recomendó a un convento en Würzburg, una
pequeña y hermosa localidad a unos 100 km. de Franckfurt. Todos los
seminaristas hablaban alemán, salvo dos monjitas que estaban a cargo de la
cocina y a quienes el Padre van Lun me presentó para ayudar a comunicarme, pues
suponía que entendían español.
La
realidad era que las hermanas Elizabeth y Regina Brückner habían vivido en
Portugal, y algo de español entendían, lo cual fue para mí una salvación en
todo sentido: por fin podía dialogar y, por añadidura, desde ese día, empecé a
comer con ellas, directamente en la mesa de trabajo de la cocina.
Frecuentemente,
desde la ventana de la cocina, contemplaba el magnífico paisaje semiboscoso,
gloriosamente verde, con una enorme casona que a lo lejos se dibujaba de blanco
con las últimas nieves de la primavera. Tanta belleza me producía sentimientos
exultantes y, desde mis jóvenes años, me parecía estar un paso más arriba de la
tierra.