"Fred Vargas es probablemente la autora más interesante del género policiaco en Europa en el momento presente. Lo es por varias razones. En primer lugar, por la peculiar complejidad de sus tramas. En segundo lugar, por sus referencias cultistas, que expone al lector sin crearle prejuicio alguno y que integra muy bien en el relato. En tercer lugar, sus detectives son verdaderamente singulares. Y en cuarto lugar, por su estilo recargado, dilatorio, de lento avance hasta que, sin perder esas características, empieza a coger velocidad, a atar cabos y juntar los frentes abiertos y sacude al lector de arriba a abajo con nudos tan ficticios que parecerían propios de una mente demasiado calenturienta y liante si no fuera porque su verosimilitud la acepta el lector convertido en cómplice final con un "si no lo veo no lo creo" en los labios"
José María Guelbenzu, Babelia, 2 de febrero de 2008
El enigma Fred Vargas/
OCTAVI MARTÍ
Publicado en El País, 02/02/2008;
"Yo no escribo novela negra sino novela de enigmas!", declara la escritora francesa, que publica La tercera virgen. "El comisario es el héroe; el asesino, el minotauro, y las falsas pistas son el laberinto. Con esos elementos juego cada vez".
La cita es en un café de su barrio, a doscientos metros de su casa. Ha sido difícil obtenerla porque ella anda ocupadísima en la defensa de su amigo Cesare Battisti, antiguo refugiado político en la Francia de Mitterrand y hoy encarcelado en una prisión brasileña en espera de su extradición hacia Italia, donde ya fue condenado -en rebeldía- por un crimen que él asegura no haber cometido. "Todo el juicio descansa en el testimonio de un arrepentido, un personaje que, a base de denunciar a otros, ha obtenido la libertad", explica Vargas, que ha escrito un libro-dossier sobre el caso: La vérité sur Cesare Battisti. El hecho de que ahora se descubra que un antiguo ministro italiano de Justicia aceptaba sobornos de la Mafia la ratifica en su convicción sobre la inocencia de Battisti. La responsable de prensa de la editorial -Éditions Viviane Hamy- me ha prevenido: "No le hable de Battisti o no conseguirá hacerle hablar de ningún otro tema".
Fred Vargas (París, 1957) ha cumplido los 50 pero tiene facciones de bebé. Habla sin levantar la voz, incluso cuando se refiere a temas que le apasionan. En el café no se puede fumar, como en todos los lugares públicos en Francia, y eso la obliga -nos obliga- a interrumpir la entrevista de cuando en cuando y a salir a la calle. Cambiamos de tema. "Todas las estadísticas sobre el tabaquismo pasivo son falsas. La lucha contra el tabaco sirve para focalizar la atención en algo que no tiene importancia. Mientras, el planeta sigue recalentándose y el hielo de los polos fundiéndose. Cuando en París el agua nos llegue a las rodillas aún habrá idiotas que seguirán preocupándose por el tabaco".
Ahora Siruela, en su colección Nuevos Tiempos, publica La tercera virgen, la traducción castellana de Dans les bois éternels, publicada en francés en abril de 2006 y de la que se han vendido más de 400,000 ejemplares en su idioma original. Fred Vargas se ha convertido en un fenómeno pues la publican en 35 países y más de cinco millones de personas han comprado sus libros. "Del primero vendí 1,500 ejemplares. Y los que escribí después, en 1986 y 1987, L'école du crime y Los que van a morir te saludan, no fueron publicados hasta años después. Las editoriales no los querían, me decían que no casaban con su línea, que no encajaban en el molde de lo que se ha dado en llamar novela negra. ¡Y es que yo no escribo novela negra sino novela de enigmas!". Y no tiene el menor reparo en declararse admiradora de Agatha Christie, tan poco estimada por los partidarios de la novela negra pura y dura -"en Agatha Christie no hay música, sólo sonido", dice, para resumir las prodigiosas mecánicas ideadas por la novelista británica-, al tiempo que reconoce que las suyas no son tampoco meras charadas que se proponen al lector: "Mire, el arte es un medicamento. Nos ayuda a vivir. Entre todos los animales, el hombre es el único que se ha inventado la creación artística. La necesitamos para escapar de la realidad y poder volver a ella y mirarla a los ojos".
Lo dice ella, que se oculta tras un seudónimo. En realidad o, mejor dicho, en la vida administrativa, Fred Vargas se llama Frédérique Audoin y durante más de veinte años ha trabajado como investigadora, concretamente como arqueozoóloga. "Me he ocupado de la historia de la transmisión de las epidemias, concretamente de la pulga que transmitía la peste. Y también de la economía en la Edad Media a partir del consumo de carne, un estudio que parte de otro sobre el tamaño de los animales de labor. Los bueyes romanos eran mucho mayores que los que existieron dos siglos después de la caída del imperio. A base de cruzar razas los romanos lograron bestias que daban más carne o más leche. Pero modificar el volumen muscular o de carne no es difícil mientras que lograr esa modificación en la estructura ósea lleva siglos. Por eso, a partir de un cierto momento, hay que ayudar a parir a los animales y muchos de ellos nacen muertos o con deformaciones". La comparación entre la arqueología y la medicina forense es obvia y en las novelas de Vargas el paralelismo es evidente.
La coexistencia entre los dos mundos, el de la investigación y el de la novela policiaca, no siempre ha sido fácil. "Quería escribir una novela, para divertirme, y eso coincidió, en el tiempo, con el momento en que preparaba mi concurso de entrada en el CNRS (Centro Nacional de Investigación Científica). Mi hermana gemela, Jo, que pinta, había adoptado el apellido Vargas en homenaje a María Vargas, el personaje que interpreta Ava Gardner en La condesa descalza, y yo, como no puedo separarme de ella, también pasé a ser Vargas, Fred Vargas. Así nadie supo nada en el CNRS".
Jo, la hermana, es la primera lectora de sus novelas. Y se las comenta de manera muy sucinta, anotando los márgenes con smileys, esos rostros sonrientes, serios, carcajeándose o llorando que ha adoptado la informática. "En La tercera virgen, Jo me decía que había que sacar la historia del gato, que era increíble, que nadie iba a tragarse aquello. Pero esa vez no le hice caso. Me divertía demasiado imaginar una cuadrilla de hombres, unos en helicóptero, los otros en coche, siguiendo a un gato que les ha de conducir hasta donde está oculta una mujer. La idea misma de un monstruo mecánico dependiendo de los caprichos de una gata gordita me parece poética y divertida". Y es cierto que lo es y que da pie a uno de los mejores capítulos del libro. Aunque quizás no sea realista. "Pero es que yo no soy realista. Me preocupo por la realidad, eso sí".
En casi todos sus libros asistimos a una confrontación entre dos mundos, el de París, que es una ciudad contemporánea pero algo imprecisa, y el campo o la alta montaña, Normandía o una región vecina a los Alpes. O los bosques de Quebec. "Nunca incluyo detalles sobre marcas como tampoco doy títulos de canciones ni explico si el coche tiene radio o tocadiscos para evitar que se pueda datar con exactitud lo que cuento. De la misma manera, tampoco hay referencias explícitas a la política. Si los hombres hacemos arte no es para repetir la vida, para hacer un doble de la vida. Y eso ya era así cuando vivíamos en cavernas. Creamos a partir de lo real pero lo desfiguramos, lo exageramos, lo miniaturizamos o le damos un carácter grotesco. Eso nos permite ver la realidad bajo otro prisma y comprender mejor y aceptar. Pero para que la creación artística funcione, para que tenga las virtudes terapéuticas que yo le atribuyo, hace falta que no esté demasiado alejada de lo real. Si es una abstracción, si no hay permeabilidad entre arte y vida, entonces el trasplante no funciona, se produce un rechazo. Fíjese, usted no podrá transcribir esta conversación tal cual, sin ordenarla, sin cortar las repeticiones, las vacilaciones, sin buscar una mayor intensidad. Si se limita a copiar lo que oiga en su magnetófono, entonces eso será ilegible. No parecerá real. Para que las cosas parezcan reales, el arte sabe cómo hay que falsificar".
El tema de la gemelidad aparece varias veces en sus novelas. En la última, el comisario Adamsberg se encuentra con un casi gemelo, Veyrenc. Y en otras novelas, como Huye rápido, vete lejos, el personaje de Damas también tiene una suerte de gemelo. En algunas los protagonistas son tercetos o tríos -de estudiantes, de historiadores, de funcionarios de policía, etcétera-. "Además de mi hermana Jo, tengo un hermano mayor, que nos lleva dos años. Me he inspirado en él, en Jo y en mí misma para la serie de los Evangelistas. No somos reconocibles pero somos nosotros. Y es nuestra manera de funcionar como hermanos".
Lejos de París -pero también en París- coexisten todos los tiempos. Hay aviones pero también hombres-lobo, se mira la televisión pero también encontramos libros en latín y pócimas que garantizan la inmortalidad. El mundo aparece con todos sus estratos superpuestos. Y hay que saber cavar para distinguir entre ellos. "Lo notas con los dedos. La textura de la tierra no es la misma. Son capas superpuestas que, cuando excavas, tienes que evitar mezclar para no estropear lo que quieres desenterrar".
No admite los reproches que se le hacen a la "novela de enigmas", a saber, que es una novela del orden y que su estructura es fruto de una mera combinación mecánica, previsible. "La novela de enigmas es un libro que intenta identificar un peligro. Es una novela de vida o muerte. Cuando no puedes resolver tus angustias, tus temores, los representas en una novela. La ficción te permite reconocerlos. Saber. Avanzar para volver al mismo tiempo pero tranquilizado. Es la función de los cuentos. Te ayudan a dormir. Y de los mitos".
Se ha dicho y escrito que en Edipo está la génesis de la novela policiaca. No es Fred Vargas quien lo desmentirá. "El mal, el demonio, la amenaza no identificada, es el minotauro. Y el héroe, al que nadie ha llamado, que ha llegado ahí por azar, tiene como misión identificar y vencer al minotauro. Para ello tiene que atravesar el laberinto y en ese difícil camino sólo cuenta con la ayuda del hilo de Ariadna". Ese esquema es el que ella usa y repite en sus libros. Es un esquema que permite mil variaciones. "En la Edad Media, con otros dioses, otro sistema económico, otros valores, los hombres se inventan el dragón. O el ogro. U otro tipo de encarnación del mal. Que está en el centro del bosque, en un castillo o cueva. El caballero o héroe tiene que cruzar un bosque muy peligroso, que se cierra tras él. Es la transposición perfecta del laberinto. Pulgarcito tira piedras para no perderse. Es una forma nueva del famoso hilo. Y si el héroe vence al dragón-minotauro, entonces puede salvar a la princesa. O despertarla con un beso. Y encontrar el cofre en el que están las piedras preciosas".
Princesa y joyas. Sexo y dinero, dirán algunos. No Fred Vargas. "No, porque las joyas, las piedras preciosas, en el mundo medieval, son un símbolo del conocimiento, del saber. La mujer mala, al hablar, lanza sapos por su boca mientras que la mujer sabia lanza rubíes o esmeraldas. Y nadie los recoge porque su valor es el de la sabiduría. De la misma manera, la mujer no representa el sexo sino el equilibrio, la armonía, la complementariedad". Y del mito griego o del cuento infantil, a la novela de enigmas. "El comisario es el héroe; el asesino, el minotauro, y las falsas pistas son el laberinto. Con esos elementos juego cada vez".
Durante años, Fred Vargas escribía sus novelas durante tres semanas de vacaciones, a un ritmo de trabajo de quince horas diarias. De una tirada, sin notas previas, sin un esquema al que ceñirse. Sin red. "Lo importante es identificar el mal. Cuando arranco una novela tengo unas pocas ideas, algunas situaciones, pero luego me dejo llevar. Por ejemplo, que la brigada de estupefacientes le quiera quitar el caso a Adamsberg sucede porque al escribir un diálogo entre éste y el jefe de aquélla resultó que dicho jefe me salió antipático". Tras el enorme éxito de sus novelas y, sobre todo, tras haber investigado sobre los dos temas que le apasionaban, Frédérique Audoin se ha tomado un tiempo de "disponibilidad" en el CNRS. Para dedicarse sólo a escribir. Para dejar de redactar sus novelas en tres semanas. "¡Pero la última la he vuelto a escribir en tres semanas! Nada que hacer. Debo ser así. Hubiera podido hacer una página al día o avanzar con un planillo perfecto, pero me ha sido imposible. Sigo descubriendo la novela mientras la escribo. Es el lenguaje el que me proporciona las ideas".
Asegura que sus tres grandes referencias literarias son el filósofo Jean-Jacques Rousseau y los novelistas Ernest Hemingway y Marcel Proust. Del primero ha sacado una idea de la relación entre el hombre y la naturaleza; del segundo, el individualismo moral, y del tercero, el arte de la digresión. Y de la sentencia: "Si quieres comenzar historias, hazte profesor; si quieres acabarlas, sigue de poli", o "las historias se escriben para evitar que ocurran en la vida". Se inventa calles en París o largas citas eruditas en latín, es una persona muy documentada pero evita hacer exhibición de su saber. Y si cree en la eficacia del arte como medicamento también cree que hay formas de relato que están incrustadas en el inconsciente colectivo. "La novela de enigmas juega con lo que los griegos llaman la catarsis. De las buenas novelas negras se dice que no se sale indemne de su lectura. Son obras que comportan un viaje y un desplazamiento. En las mías, el lector tiene que haber aprendido algo, debiera ser algo más sabio sobre sí mismo al terminarlas, pero de ningún modo quedar sumido en una depresión durante dos semanas. Yo le dejo en el punto de partida. Indemne pero, si todo ha ido bien, algo cambiado".
Esa obstinación en la idea de que un mundo mejor es posible es la que la impulsa a dedicar horas, dinero y esfuerzo a la causa de Battisti. "Sarkozy sabía dónde estaba desde siempre, pero nos ha dejado creer que él había conseguido escapar. Le ha detenido cuando lo ha considerado oportuno". O a la lucha por salvar el planeta. De una novela sobre la peste ha pasado a interesarse en profundidad por la gripe aviar, por el peligro de que se convierta en una epidemia mortal. De pronto me pide el bolígrafo y mi libreta y me dibuja la capa y la máscara de plástico, muy sencilla, con la que cree que podrían protegerse las personas. Se la presentó al anterior ministro de Sanidad. "Es segura en un 91% o 92% de los casos. El virus de la gripe aviar puede resistir unas tres horas al aire libre. Es fácil que pueda transmitirse. Y sería a través del hombre. En una situación de ese tipo la civilización dura un máximo de tres días. El barniz que nos protege de atacarnos unos a otros saltaría en esos tres días. Cada vecino sería visto como una amenaza. Una situación así crea unos dramas que tardan muchos años en cicatrizar. Mi capa y mi máscara son eficaces y baratas. Las hay más eficaces pero muchísimo más caras, imposibles de repartir entre la población".
Ese apocalipsis de una peste contemporánea no le parece inverosímil. Además, se ha informado sobre la capacidad de mutación del virus, que siempre le hace llevar ventaja respecto a las vacunas, que se conciben de acuerdo con las características del virus anterior. Su capa y su máscara se las ha hecho probar a su hijo y a su madre. "Un día, al llegar a casa, me encontraron dentro de esa ropa de seguridad de plástico. Primero se pensaron que me había vuelto loca, pero luego, cuando les expliqué, vieron que esa locura puede acabar convirtiéndose en realidad, en el demonio del siglo XXI".
Le interesan las formas concretas de la lucha política. Por ejemplo, sigue publicando en la misma pequeña editorial a pesar de las ofertas millonarias que le han hecho los grandes grupos. "Los autores tenemos que ser responsables. No se puede criticar a Hachette, quejarse de su condición de monopolio, de que edite libros al mismo tiempo que vende cañones, del control de la prensa, la radio y la televisión por los grandes grupos, y al mismo tiempo dar todas las ganancias a esos mismos grandes grupos. Si cuando eres un autor desconocido sólo te publican los pequeños, cuando empiezas a ser conocido debes aportar tu éxito al editor que te ayudó a arrancar. Si queremos editores independientes, los escritores debemos comenzar por querer serlo también nosotros. Además, la gente de Viviane Hamy no habla de poner mi foto en grandes carteles ni de lanzar mi novela siguiente a base de una gira promocional. Saben que no tengo ningún deseo de ser reconocida por la calle, que no voy a programas de televisión ni de radio y que no pienso escribir una columna semanal en los diarios hablando de lo divino y lo humano. Sólo quiero seguir escribiendo y preocupándome de lo que de verdad creo que vale la pena". -
Atracciones perversas/ROSA MONTERO 31/05/2008
La novelista francesa Fred Vargas logra atrapar al lector con historias tan imposibles como fascinantes. Es una hechicera de las letras, original e imprevisible
Esta es la historia de una pasión. Las pasiones son insensatas por definición; como la fe, pertenecen al ámbito poroso de lo irracional. A los que nos gusta de verdad leer y siempre cargamos con libros de acá para allá como celosos marsupiales acarreando su prole, la lectura suele suministrarnos de cuando en cuando alguna pasión irrefrenable. De pronto te atrapa un tema o un autor y te empeñas en leerlo todo con arrebato furioso. Pero estos súbitos enamoramientos, como los de carne y hueso, no son siempre recomendables ni gloriosos. ¿Quién no se ha obsesionado alguna vez por un (o una) imbécil? De la misma manera, no todas las pasiones literarias son elevadas; o sea, no siempre nos prendamos de Faulkner o Bernhard. A veces sucede que nos gusta un autor o una autora de escaso prestigio, lo cual ciertamente importa poco, porque el prestigio literario hoy en día se parece demasiado a la mera fama, es decir, no es más que una calderilla de la gloria, pura chundarata irrelevante. Pero en ocasiones, y esto es lo más inquietante, nos atrapa un escritor que, aunque nos subyuga, también tiene cosas que no nos gustan nada. Es una de esas atracciones un poco perversas que a veces se experimentan en la vida real. Es como perder la cabeza por alguien malvado.
De modo que ésta es la historia de una pasión. La amada, porque es una mujer, tiene muchísimo éxito y prestigio en su país, Francia. En España lleva años publicada, pero es ahora cuando su fama empieza a despegar. Hablo de Fred Vargas, de nombre verdadero Frédérique Audoin, cincuentona (1957), arqueozoóloga de profesión, autora de novelas policiacas. Hace apenas tres meses leí mi primer libro de ella, La tercera virgen, recién publicado por Siruela, y desde entonces para acá he devorado otros seis libros más. Ninguno me ha gustado tanto como el primero; y todos ellos, e incluso aquél, me irritaron en numerosas ocasiones. Y, sin embargo, aquí estoy, hocicando irremediablemente entre sus páginas, rendida y atrapada por su fastidioso pero espléndido encanto. Es una maldita hechicera.
Y lo es, me parece, porque no intenta serlo en absoluto. No intenta agradar, no escribe para vender (aunque sin duda le guste, como a todos). Ella, Fred, debe de ser así, como sus libros; así de rara, así de maniática, a ratos pedante, en buena medida incoherente e infantil en sus planteamientos, disparatada, definitivamente extravagante. Pero poderosa y, sobre todo, distinta. Hay algo en ella tan original que roza lo alienígena.
Para mí sus mejores novelas son, sin duda, las protagonizadas por el comisario Adamsberg: la ya citada y además El hombre de los círculos azules, Bajo los vientos de Neptuno y Huye rápido, vete lejos, las tres en Siruela y también en bolsillo en Punto de Lectura. Adamsberg es un tipo a la vez guapo y feo, apasionado y frío, bueno y un poco malo, atractivo y desesperante. El súmmum de lo incierto y lo borroso. Y luego está la riquísima constelación de personajes secundarios, a cual más extraordinario, o quizá debí decir más estrafalario. Pero inolvidables y maravillosos. Un inspector que, en vez de hablar como todo el mundo, recita a Racine sin parar. Una teniente gorda cual ballenato que es como la Madre Tierra, de la que toda la comisaría está prendada. Sexagenarias y septuagenarios que son alabados por su belleza física y resultan tremenda e insólitamente seductores para todo el mundo. Asesinos retorcidísimos y absolutamente improbables. Digresiones inacabables. Pestes medievales y leyendas góticas. Historias abigarradas e imposibles de creer que, pese a todo, te terminas creyendo, maldita sea. Y es que leer a Vargas es como ir a ver la actuación de un mago: todos sabemos que, cuando el tipo mete a su ayudante dentro de una caja y la sierra en tres trozos, en realidad no está descuartizando a la mujer; pero todos nos esforzamos en creerlo durante unos instantes, porque queremos que nos engañen para crear belleza. Sí, ser novelista es igual que ser mago. Lo explica muy bien el premio Nobel Naipaul: "Escribir es como practicar la prestidigitación. Si te limitas a mencionar una silla, evocas un concepto vago. Si dices que está manchada de azafrán, de pronto la silla aparece, se vuelve visible". Y luego está la famosa frase de Coleridge: "La literatura exige la voluntaria suspensión de la incredulidad".
La notabilísima prestidigitadora Fred Vargas debe de ser un personaje tan peculiar, en la vida real, como cualquiera de sus disparatadas y vigorosas criaturas. En primer lugar, tiene una hermana gemela, cosa que a menudo produce vertiginosas espirales en la propia identidad. Además se ha pasado más de veinte años trabajando como científica y estudiando las pulgas que causaron la Peste Negra del siglo XIV, por ejemplo, entre otras investigaciones indescriptibles. También ha inventado una capa y una máscara de plástico contra el contagio de la gripe aviar, capa y máscara que un día enseñó a un atónito ministro de Sanidad. Éstas sólo son unas pequeñas pinceladas de la peculiaridad de Vargas. De su rareza. Quizá por eso, porque está acostumbrada a ser distinta, posee una libertad creativa extraordinaria. Sus juguetones libros muestran una total ausencia del miedo al ridículo. Por ejemplo, en La tercera virgen, Retancourt, la teniente cachalote, es secuestrada; y para encontrarla, sueltan en la calle a una gata perezosa y dormilona que ama (ella también) a la teniente, y un centenar de policías con coches y helicópteros se ponen a seguir a la gata, que avanza a un ritmo de dos o tres kilómetros por hora y se echa sus cabezaditas de cuando en cuando. Sinceramente, se necesita un coraje tal para escribir una escena tan delirante que, de sólo pensarlo, se me hiela la sangre dentro de las venas. ¡Y la escena funciona! No importa que en otros momentos sus novelas naufraguen y chirríen; basta una digresión atinada o un párrafo feliz de Fred Vargas para que sientas que estás rozando algo que pocas veces se toca. El misterio, la magia. En sus libros hay campos enteros de azafrán.
- Fred Vargas. La tercera virgen. Traducción de Anne-Hélène Suárez Girard. Siruela. Madrid, 2007. 394 Páginas. 19,90 euros. - El hombre de los círculos azules. Punto de Lectura. 256 páginas. 7 euros. - Bajo los vientos de Neptuno. Siruela. 416 páginas. 19,90 euros / Punto de Lectura. 496 páginas. 9,60 euros. - Huye rápido, vete lejos. Siruela. 336 páginas. 18,50 euros / Punto de Lectura. 416 páginas. 9,60 euros.