La tercera vía: la sensata/Jorge G. Castañeda
Publicado en Reforma, 20/02/2008;
No sabremos hasta dentro de algún tiempo si la salida de Fidel Castro de las múltiples presidencias que ha ocupado durante casi medio siglo reviste una importancia sustantiva o sólo simbólica. Puede ser el presagio de su desaparición física o puede ser más de lo mismo que ha vivido Cuba desde julio de 2006, es decir, una ausencia/presencia del comandante que ya no gobierna pero sigue mandando; o puede ser un retiro verdadero y duradero, según el estado de su salud y de la medicina moderna. Esta última opción parece la menos probable; y la primera la más probable: seguirá mandando aunque no gobierne.
Pero en cualquier caso es evidente que empieza a encaminarse la transición cubana que tendrá lugar con Raúl Castro, con los otros dirigentes actualmente en puestos clave o con los que vendrán. Se perfilan dos vías posibles para la transición, y una tercera, más improbable pero más deseable.
La primera, que evidentemente es la que prefiere el PCC junto con sus aliados regionales (Chávez, Morales, Ortega, Correa), con los antiintervencionistas latinoamericanos (Lula, Calderón, Kirchner) y con los pragmáticos norteamericanos y europeos, es la famosa salida china o vietnamita. Se trataría de una clara separación entre el ámbito económico y el político, lo que en el caso de México, hace ya casi 20 años, algunos llamaron la perestroika sin glasnost, y que consiste básicamente en la realización de importantes reformas económicas orientadas al mercado, la propiedad privada, la inversión extranjera, la liberalización laboral, la circulación del dinero y el restablecimiento pleno de relaciones comerciales, financieras y diplomáticas con Estados Unidos.
La clave de esta vía reside en la permanencia de las estructuras políticas autoritarias, es decir, el imperio del PCC con ausencia de elecciones, sindicatos, sociedad civil, libertades fundamentales, Estado de derecho y de todo lo que de alguna manera se subsume bajo el término de democracia representativa. Esta opción tendería a satisfacer a muchos: a los que en Washington temen un éxodo -en ambas direcciones- por los estrechos de la Florida, así como a los liderazgos latinoamericanos temerosos de las travesuras de sus respectivas quintas columnas.
La segunda opción es la de los duros de Miami, de los ideólogos de Washington, y de sectores más ideologizados en Europa y en América Latina. Su esencia yace en el carácter no negociable del advenimiento de esa democracia representativa, como condición sine qua non para el retorno de Cuba al concierto latinoamericano y a la normalización de relaciones con Estados Unidos, con independencia de la aplicación de reformas económicas y de su posible éxito o fracaso. Para estos sectores rige la consigna del presidente Mao: la política al puesto de mando.
Por muchas razones esta segunda opción es inviable sin violencia o un colapso del régimen postfidelista que, hoy, nada permite entrever. Demasiados poderes fácticos en Cuba siguen en pie y la dirección cubana difícilmente se resignará a una defenestración que probablemente la conduciría al destino de Milosevic, Honecker y otros. Sin la anuencia de la dirección cubana, parece inconcebible un fin de régimen pacífico.
Pero, si la salida ideológica -democracia representativa- es inverosímil, la pragmática -la vietnamita- además de enfrentar serios obstáculos legales, por lo menos en Estados Unidos, es indeseable para América Latina, aunque los eternos aduladores de la mal llamada libre determinación la anhelen de todo corazón.
Es indeseable por una razón muy sencilla: porque justamente lo que suceda en Cuba en materia de democracia y de derechos humanos no es un asunto sólo de los cubanos, o en todo caso eso es lo que la comunidad latinoamericana ha ido pensando y diciendo a propósito de la región entera desde hace algunos años. Quizás el avance regional más preñado de potencialidades para el porvenir latinoamericano reside justamente en el régimen jurídico regional (y en menor medida internacional) que los países latinoamericanos han ido construyendo en estos últimos tiempos. El número creciente de naciones signatarias -y sujetas al carácter vinculante- de instrumentos regionales de respeto de derechos humanos, laborales, ambientales, de género, de derechos indígenas y de democracia representativa es impresionante.
El respeto o la violación a los derechos humanos, la vigencia de la democracia representativa, la protección de distintas minorías no son ya para muchos latinoamericanos asuntos internos. Sería una verdadera tragedia que en aras del pragmatismo, América Latina decidiera que lo que vale para México, para Chile, para Venezuela, para Brasil o Guatemala, no vale para Cuba porque habría demasiados balseros o porque los Castro se cuecen aparte.
¿Existe una tercera vía?
Es posible y su perfil no es difícil de discernir. No puede limitarse la mutación del régimen cubano sólo al ámbito económico, ni tampoco puede anteponerse la democratización plena de dicho régimen a cualquier otro factor. Tiene que tener cuatro movimientos concomitantes y enlazados entre sí: a) las reformas económicas para mejorar el lamentable nivel de vida del pueblo cubano; b) la normalización con Estados Unidos (requisito indispensable para el anterior); c) la democratización al final del camino, pero de un camino pactado con un final acordado y bien definido; d) el reingreso al concierto latinoamericano.
Los cuatro procesos convergentes lograrían una solución a la vez realista, pero que no pone en entredicho los grandes adelantos latinoamericanos de los últimos años en materia de democracia y derechos humanos, ¿podrán -querrán- los actores de esta historia entrarle al quite?
Totalmente de acuerdo contigo, Jorge/Ciro Gómez Leyva
Milenio 20/02/2008;
Espléndida oportunidad.
En la línea (teléfonica), Jorge Castañeda, el ex secretario de Relaciones Exteriores que diseñó y aplicó la diplomacia dura contra el gobierno de Cuba, y el crítico más exigente y recurrente de la nueva diplomacia suave mexicana con el régimen de La Habana. Jorge Castañeda en el día que Fidel Castro anunció su retiro de la política activa.
—A la luz de lo que ocurrió hoy, ¿no hizo bien el gobierno de Felipe Calderón en no tensar más la relación con Fidel y los suyos?
—Sí y no —responde—. Sí, en cuanto a que el presidente Calderón no quiere pleitos con nadie y, en parte, le resulta productiva esa actitud. Pero si lo que se quiere es realmente construir una defensa duradera, interna y externa, de los derechos humanos en América Latina; si lo que se quiere es construir una defensa de la democracia, no se puede seguir aceptando que Cuba sea la excepción.
—Pero para como se están dando las cosas, ¿no es mejor estar tranquilos con los cubanos en espera de lo que pueda venir?
—¡Bueno! El seguir aceptando la excepción cubana, que México había dejado de aceptar con Zedillo y con Fox, y que ahora ha vuelto a aceptar con Calderón, me parece un pésimo mensaje. Deja tú que sea un pésimo mensaje para los cubanos: lo es para los guatemaltecos, los chilenos, los peruanos, los argentinos, los mexicanos. Esa es mi duda. La diplomacia no sólo es un asunto de pragmatismos, de si vamos a salvar inversiones mexicanas en Cuba, cosa que desde luego hay que hacer, sino es ir mucho más allá. Y con Cuba, ese más allá pasa por el tema de los derechos humanos.
Dejo el papel de entrevistador. Retomo el de articulista: estoy totalmente de acuerdo contigo, Jorge. Un cubano tiranizado bien valía y vale una crisis diplomática.
El ilustre Estado vs. el ciudadano idiota…
Juan Pablo Becerra-Acosta
Milenio Diario, Lunes 18 de Febrero 2008;
Constitución de los Estados Unidos Mexicanos. Artículo 35. “Son prerrogativas del ciudadano: (…). II. Poder ser votado para todos los cargos de elección popular (…)”.Los ciudadanos de este país supuestamente tienen el derecho de participar en las elecciones y, en caso de ganar el proceso electoral en el que compitan, pueden ser electos como alcaldes, legisladores, gobernadores, y hasta presidentes de la República.Bueno, pues resulta que no: ningún ciudadano puede participar en un proceso electoral… a menos que sea postulado por un partido. Es decir, que si usted quiere servir al país en un puesto de elección popular pero sus convicciones e ideales son distintos a los que enarbolan PRI, PAN, PRD y los demás partidos, usted —como le decía la semana pasada— ya se jodió.¿Por qué? Porque, cimentada en las leyes secundarias, nuestra aristocracia política nacional ha construido una partidocracia que discrimina a los ciudadanos independientes. No es una apreciación, es un hecho. Vea usted: “Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales. Artículo 218. 1. Corresponde exclusivamente a los partidos políticos nacionales el derecho de solicitar el registro de candidatos a cargos de elección popular”. A pesar de esta bárbara restricción, algunos estados ya estaban permitiendo las candidaturas sin partido, pero ¿qué cree? Que los partidócratas temieron un contagio nacional y… ¡reformaron la Constitución! Publicada el pasado 13 de noviembre, la reforma establece: “Artículo 116. Las Constituciones y leyes de los Estados en materia electoral garantizarán que: (…); e) Los partidos políticos (…) tengan reconocido el derecho exclusivo para solicitar el registro de candidatos a cargos de elección popular (…)”. Contrapusieron el espíritu libertario del artículo 35 con el restrictivo del 116. Por eso insisto: ojalá que la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que atiende el caso de Jorge Castañeda vs. el “Ilustre Estado” mexicano (el ex canciller demandó porque se le impidió registrase como candidato presidencial sin partido en 2006), dé un fallo (el cual tendría que acatar el Estado, ya que México es signatario de la Convención Americana de Derechos Humanos) a fin de que se permitan las candidaturas ciudadanas. ¿Qué se piensa la partidocracia? ¿Que tiene que tutelar a los ciudadanos porque son unos idiotas que carecen de capacidad política? Pues a lo mejor se van a joder…
A Mexican view of U.S. immigration debate
Former Mexican Foreign Minister Jorge Castañeda shares his perspectives on U.S. immigration policy -- what works, what doesn't and what people ignore.
Miami Herald, Posted on Sun, Feb. 17, 2008
BY CASEY WOODS
cwoods@MiamiHerald.com
Q. Why did you write `Ex-Mex'?
A. I thought it was important that there be a Mexican viewpoint in the U.S. immigration debate. Right now, the Mexican viewpoint is not present. There is a liberal viewpoint, a conservative viewpoint, a Latino or Hispanic viewpoint -- but strictly speaking, there is not a Mexican viewpoint. I don't pretend to be the Mexican viewpoint, but a Mexican viewpoint.
Q.In your book, you talk about the flow of labor exchange between the United States and Mexico going back to the 1890s. What are some of the surprising elements of that history that most Americans don't know?
A. First of all, that it exists and that this has been going on for a long time. In other words, many Americans seem to think that wide-scale Mexican immigration to the United States is something new. It's not.
The second point is that there are not more people coming from Mexico than before; rather, it is that more people are staying in the United States, which gives the impression there are more, which is, I think, rather new.
The third point is that Mexicans used to be concentrated in a few areas of the United States, but they are going more places. They have been boxed in, not walled out, because that's what walls do -- they keep people in. People from Mexico have had to move all over the United States, rather than just staying in the traditional gateway states such as California and Texas. Why? Because they are not allowed to come and go anymore, because if you build fences to keep them out, it just keeps them in.
Q.Are you frustrated with the U.S. government's immigration crackdown?
A. I wouldn't limit the frustration to the crackdown, because that is just the most recent part of the frustration in Mexico, Central America and the Caribbean. President Bush committed himself to reaching an immigration agreement with Mexico, then he committed to comprehensive immigration reform, then he committed to a temporary worker program, and then he didn't deliver on any of them. And once he wasn't able to deliver on anything, he pursued the hard-line crackdown part. It's really the worst of both worlds. The crackdown is almost the least of it within the entire eight years of the administration. It's the nastiest part, but it's not necessarily the most negative over the long term.
Q. You are critical about the way the U.S. government enforces immigration, yet Mexico detains and deports thousands of undocumented immigrants each year. What do you think of Mexico's enforcement?
A. I think we are somewhat hypocritical in that we mistreat many Central American immigrants here. The difference is that most of the people who come to Mexico from Central and South America are on their way to the United States. They aren't here to find jobs. To a large extent, we are doing a little bit of the United States' dirty work for it. I don't agree with it, because I don't believe we should violate human rights in order to stop what the United States calls ''OTM,'' or ''other than Mexican,'' immigration. But unless it's part of an overall deal, as in comprehensive immigration reform, there's really no incentive to change. If there is an immigration agreement with Mexico, then there is incentive for Mexico to seal off its southern border in an honest, secure, humane way.
Q. Isn't there a Mexican interest in closing its southern border in a humane way?
A. What do we have to gain? They're not coming to Mexico, they're going to the United States.
Q. But doesn't Mexico have to deal with the consequences of the immigration, in terms of the criminal activity such as smuggling, and then the cost of deporting those they catch?
A. They're largely just passing through. It's not really a major problem for Mexico. We do it, but we do it because the United States pressures us to. By the way, the United States doesn't pressure us to do it with the Cubans, it pressures us to do it with Central Americans.
Q. What role do you think Mexico should play in patrolling the U.S. border and preventing illegal immigration?
A. If there is an immigration agreement, if there is comprehensive immigration reform, then Mexico should step up and share responsibility with the United States in regulating that flow.
Before that happens, there is no incentive for Mexico to stop people from leaving. Why should we? This has been going on for well over 100 years, and if the United States doesn't want to change its attitude, why should we change our attitude?
Q. What role do you believe immigration will play, or is playing, in the U.S. presidential race?
A. It's playing a paradoxical role. Thankfully, the two crazies, [U.S. Rep. Tom] Tancredo and [U.S. Rep. Duncan] Hunter, went nowhere. On the Republican side, Sen. [John] McCain, who has had a progressive attitude on immigration, seems to be doing quite well. On the Democratic side, all of the candidates seem to agree that comprehensive immigration reform is indispensable.
Obviously, there are extreme groups who want to make immigration a litmus test like abortion or stem-cell research, but it doesn't seem to be working, which is wonderful.
Q. What do you think might break the current stalemate on immigration-policy reform in the United States?
A. There are two sorts of issues on this. One is that people who are in favor of immigration reform like Sens. John McCain and [Edward] Kennedy have to realize -- they have already begun to realize -- that if you stand up for it, the American people will go along. You have to face up to the strident extremists.
Everyone has to understand on both sides that no one will get all of what they want and only what they want. The liberals have to understand that they will not get legalization without a temporary worker program, and the conservatives have to understand that they will not get a temporary worker program without legalization. Everyone has to understand that if you want to build a fence, you have to build doors and gates in the fence so people can come in and out. I think it might take some time for people to realize this, but little by little we are getting there.
Castañeda splits his time between Mexico City and New York, where he is a professor of politics and Latin American studies at New York University.