En
este 2014 se cumplen 100 años de los natalicios de Efraín Huerta, Octavio Paz,
José Revueltas Armando Duvalier, los
hombres de la alta palabra, los de la preclara estirpe.
Al conmemorarlos
durante toda una semana tomamos adelanto necesario a las conmemoraciones que
oficialmente habrán de hacer las institucionales culturales del país. Era
necesario porque se trataba de marcar un paso adelante en asuntos de vida,
recordando a genios que no fueron de piedra, esculpidos a propósito para la
colocación de la corona laudatoria, sino gente palpitante que había tenido
contacto con los demás, que ayudaron en alguna forma a construir, demostrando
que somos un mismo río de luces y sombras más allá del discurso de aniversario.
Nos adelantamos en la primera semana de enero porque era preciso, porque antes
de los homenajes obligados para el funcionario, quisimos decir nosotros que se
trataba de poetas, que eran pueblo y que son por ello más de nuestra carne, más
de nuestra imaginación que de los intereses burocráticos, que del lejano
discurso que ya vendrá, obligado, en cada fecha en particular. Habrá bombos y
platillos, pero ninguna celebración latirá tan hondamente humana como latió
ésta.