Era un maestro, no como esa cosa llamada Elba Esther Gordillo, recuerda un colega
Othón Salazar, una vida de congruencia en el normalismo y en la lucha social
■ Ni Torres Bodet ni la cárcel pudieron con él, señala el profesor jubilado Lorenzo Ávila
Arturo Cano /i
Publicado en La Jornada en dos partes, 5 y 6 de diciembre de 2008;
Othón Salazar, una vida de congruencia en el normalismo y en la lucha social
■ Ni Torres Bodet ni la cárcel pudieron con él, señala el profesor jubilado Lorenzo Ávila
Arturo Cano /i
Publicado en La Jornada en dos partes, 5 y 6 de diciembre de 2008;
Los ponentes hablaron sentados. Cuando llegó su turno, Othón Salazar Ramírez le hizo justicia a su fama. Se puso de pie, tomó el micrófono y lanzó un discurso con ese tono suyo entre épico y mitinero, ceremonioso siempre: “Quiero decirles a mis compañeros veteranos del Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM) que no tengamos miedo a la muerte. Como decía uno de mis maestros: ‘Para qué tenerle miedo, si cuando ella llega nosotros ya nos fuimos’”.
Eso fue hace 15 años, en 1993, en un homenaje organizado por la revista Hoja, editada por miembros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación. Había en el auditorio muchos profesores jóvenes, pero también varios de la vieja guardia del MRM.
Carlos Monsiváis –admirador de la tenacidad de Salazar desde que lo conoció, en los patios de la Secretaría de Educación Pública en abril de 1958– hacía las veces de entrevistador. Y Othón Salazar hablaba de la muerte, conminaba a sus compañeros de antaño: “No tengamos miedo a la muerte… Que las nuevas generaciones de maestros nos recuerden con todos nuestros defectos, pero también recuerden que hicimos que nuestras vidas estuvieran inscritas a ideales nobles, inspirados en el bien de nuestros semejantes”.
A los 84 años de edad, en la cama de su casa en una humilde colonia de Tlapa, Guerrero, murió el normalista Othón Salazar, dirigente estudiantil, líder sindical, primer alcalde comunista de México. Murió pobre y terco. Y es también muy probable que haya muerto como vivió: sin miedo.
“Se paraba en el Zócalo, muy duro, muy valiente. Varios compañeros lo teníamos que sostener en hombros para que se dirigiera a la multitud, pues ni siquiera nos dejaban meter un vehículo”, recuerda el profesor jubilado Lorenzo Ávila.
Cesado por othonista
Después de la represión, Salazar y otros maestros fueron cesados. El guerrerense nunca recuperó sus plazas de profesor de primaria y de civismo en secundaria.
“A mí me cesaron en 1960 por othonista, pero como ya tenía dos hijos que mantener encontré un puesto en la Universidad Nacional Autónoma de México y desde entonces estoy allí”, dice Guillermo Ramírez, hoy dueño de una vasta trayectoria en el servicio público y de una sólida carrera universitaria. Fue, por ejemplo, codirector del Fondo de Cultura Económica y director de la Facultad de Economía. “Puede preguntar, a todo mundo le digo que soy normalista de tres años, porque es el título que más me enorgullece.”
Ramírez pide, exige, que esa calidad, la de normalista, sea la que se recuerde de Othón Salazar: “Algunos dirán que fue comunista, otros que líder gremial. Y sí, no se le puede regatear su indudable mérito sindical, pero tampoco hay que hacer que pague los pecados del Partido Comunista en el magisterio. Él, por la congruencia en su vida, se cuece aparte. Othón era antes que nada normalista, un heredero de los maestros que, desorejados por los cristeros, seguían resistiendo, trabajando y sacrificándose por los que menos tienen”.
Ramírez, profesor emérito de la UNAM, ingresó a la Escuela Nacional de Maestros en 1950, cuando ya Othón Salazar había egresado. Lo encontró ya como líder y lo escuchó horas y horas, todos los sábados, en las asambleas del sindicato de El Ánfora.
No quita el dedo del renglón Ramírez: “Antes que otra cosa Othón era un normalista, y eso hay que subrayarlo, porque ahora se ignora qué es el normalismo: el deseo de un individuo de transmitir conocimiento sin preguntarse cuánto va a ganar. Othón era un normalista, no como esa cosa llamada Elba Esther Gordillo, a quien yo no llamo maestra”.
Una decena de diputados del Partido Revolucionario Institucional se burlaba de la oratoria solemne del diputado hecho en la oratoria de los 50. “Ora pro nobis”, “amén”, lo choteaban, a gritos. Hoy es difícil recordar el nombre de alguno de esos diputados del bronx tricolor. En cambio, el diputado de la burla, Othón Salazar Ramírez, es llorado por miles de profesores y luchadores sociales de todo el país.
“Aquí estoy, soltando unas lágrimas, levantado desde las cinco, pues ni pude dormir bien”, dice el maestro jubilado Lorenzo Ávila, compañero de banca y de lucha del guerrerense.
El movimiento magisterial de 1956-1960 tenía demandas más bien sencillas: revertir el deterioro salarial que en 1958 alcanzaba 35 por ciento, jubilación a los 30 años de servicio, servicio médico.
Ávila repasa algunos de los momentos extraordinarios y terribles de aquellos años. El Congreso de Masas, el campamento en la Nacional de Maestros, el linchamiento de la prensa, los granaderos apaleando a las maestras en 1958, y la represión con Policía Montada el 4 de agosto de 1960.
Othón Salazar, quien ganó las elecciones de la sección 9 estando en la cárcel, rememoraba en 1993: “El México de la barbarie que nos tocó, nos castigó cuanto pudo, nos cesó, se rieron de nosotros. Ése fue el trato que dieron a una lucha que aplaudía el pueblo por su justeza, su alegría cívica y su arrojo”.
El “México de la barbarie”. Aun el “humanista” Jaime Torres Bodet se refería así a los maestros del MRM: “Nunca me habían rodeado tantas chamarras sucias, tantas camisas huérfanas de corbata, tantas uñas luctuosas y tantas melenas que parecían, por despeinadas, simbolizar las ideas de quienes las agitaban garbosamente…” (La tierra prometida, cuarto tomo de sus memorias).
Ni Torres Bodet ni la cárcel pudieron con Othón: “Otros se vendieron o se fueron; él nunca se dobló, siempre se mantuvo firme”.
Ávila recuerda que Salazar le llamaba por teléfono con regularidad. Así lo hacía con todos quienes consideraba cuadros del MRM. “Hermanito, hermanita”, comenzaba siempre. Generalmente llamaba para invitar a reuniones: “tenemos este proyecto, la lucha sigue, vamos otra vez por la Montaña roja”, decía.
“Me daba pena que una persona de su talento, de su valía, se acordara de mí”, expresa Lorenzo Ávila, todavía con lágrimas en los ojos.
Cada mes o mes y medio pasaba por las oficinas del Seguro del Maestro, el único espacio que el oficialismo sindical le dejó al MRM. Los comisionados organizaban una colecta, y cada vez se llevaba mil 200 o mil 500 pesos. Con algunos otros no tenía esa suerte. “Le hemos ayudado mucho, es un vividor”, decían otros viejos cuadros del MRM.
El rojo y el rosa
Regresó a su pueblo Alcozauca, para ganar la alcaldía en 1979. El primer municipio comunista, se presumía. La Montaña roja. Salazar siguió la ruta del Partido Comunista y llegó hasta el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Lo dejó en 1998: “Como el PRD no es un partido de izquierda”, dijo en su renuncia, “prefiero quedarme silbando en la loma a dejar de luchar por mis ideales”.
Apegado a sus antiguos camaradas comunistas, se embarcó en el proyecto del Partido Democracia Social (PDS).
En el acto fundacional del PDS, y en muchos otros, Salazar dijo una de sus frases más celebradas, que en estas páginas ha recordado Adolfo Sánchez Rebolledo: “Tengo los ojos ciegos de ver tanta injusticia y tanta miseria en la Montaña”.
Eloy Garza González cuenta que después de Salazar habló el también recientemente fallecido Gilberto Rincón Gallardo, con un discurso que hablaba de democracia y diálogo. En cuanto Rincón acabó, Salazar le dijo a Garza: “Ya vio usted: primero habló el rojo y luego el rosa. ¡Vaya evolución de país!”
Años más tarde, Salazar rompió con Rincón: “Se sintió defraudado cuando Rincón agarró el cargo en un gobierno panista. Me decía: ‘Ya está en otra órbita, lástima de amigo’”, cuenta Abel Barrera, director del Centro de Derechos Humanos de La Montaña, muy cercano a Othón en sus últimos años.
Barrera narra también que hace dos años él y otros colegas se dieron a la tarea de conseguir los correos electrónicos de personas con dos características: que fueran amigos de Othón y que ocuparan algún cargo público. La idea era abrir una cuenta bancaria para que Salazar dejara de padecer penurias. “Conseguimos 60 correos y mandamos mensajes dos veces. Sólo Rolando Cordera y Carlos Toledo nos contestaron”.
Eso fue hace 15 años, en 1993, en un homenaje organizado por la revista Hoja, editada por miembros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación. Había en el auditorio muchos profesores jóvenes, pero también varios de la vieja guardia del MRM.
Carlos Monsiváis –admirador de la tenacidad de Salazar desde que lo conoció, en los patios de la Secretaría de Educación Pública en abril de 1958– hacía las veces de entrevistador. Y Othón Salazar hablaba de la muerte, conminaba a sus compañeros de antaño: “No tengamos miedo a la muerte… Que las nuevas generaciones de maestros nos recuerden con todos nuestros defectos, pero también recuerden que hicimos que nuestras vidas estuvieran inscritas a ideales nobles, inspirados en el bien de nuestros semejantes”.
A los 84 años de edad, en la cama de su casa en una humilde colonia de Tlapa, Guerrero, murió el normalista Othón Salazar, dirigente estudiantil, líder sindical, primer alcalde comunista de México. Murió pobre y terco. Y es también muy probable que haya muerto como vivió: sin miedo.
“Se paraba en el Zócalo, muy duro, muy valiente. Varios compañeros lo teníamos que sostener en hombros para que se dirigiera a la multitud, pues ni siquiera nos dejaban meter un vehículo”, recuerda el profesor jubilado Lorenzo Ávila.
Cesado por othonista
Después de la represión, Salazar y otros maestros fueron cesados. El guerrerense nunca recuperó sus plazas de profesor de primaria y de civismo en secundaria.
“A mí me cesaron en 1960 por othonista, pero como ya tenía dos hijos que mantener encontré un puesto en la Universidad Nacional Autónoma de México y desde entonces estoy allí”, dice Guillermo Ramírez, hoy dueño de una vasta trayectoria en el servicio público y de una sólida carrera universitaria. Fue, por ejemplo, codirector del Fondo de Cultura Económica y director de la Facultad de Economía. “Puede preguntar, a todo mundo le digo que soy normalista de tres años, porque es el título que más me enorgullece.”
Ramírez pide, exige, que esa calidad, la de normalista, sea la que se recuerde de Othón Salazar: “Algunos dirán que fue comunista, otros que líder gremial. Y sí, no se le puede regatear su indudable mérito sindical, pero tampoco hay que hacer que pague los pecados del Partido Comunista en el magisterio. Él, por la congruencia en su vida, se cuece aparte. Othón era antes que nada normalista, un heredero de los maestros que, desorejados por los cristeros, seguían resistiendo, trabajando y sacrificándose por los que menos tienen”.
Ramírez, profesor emérito de la UNAM, ingresó a la Escuela Nacional de Maestros en 1950, cuando ya Othón Salazar había egresado. Lo encontró ya como líder y lo escuchó horas y horas, todos los sábados, en las asambleas del sindicato de El Ánfora.
No quita el dedo del renglón Ramírez: “Antes que otra cosa Othón era un normalista, y eso hay que subrayarlo, porque ahora se ignora qué es el normalismo: el deseo de un individuo de transmitir conocimiento sin preguntarse cuánto va a ganar. Othón era un normalista, no como esa cosa llamada Elba Esther Gordillo, a quien yo no llamo maestra”.
Una decena de diputados del Partido Revolucionario Institucional se burlaba de la oratoria solemne del diputado hecho en la oratoria de los 50. “Ora pro nobis”, “amén”, lo choteaban, a gritos. Hoy es difícil recordar el nombre de alguno de esos diputados del bronx tricolor. En cambio, el diputado de la burla, Othón Salazar Ramírez, es llorado por miles de profesores y luchadores sociales de todo el país.
“Aquí estoy, soltando unas lágrimas, levantado desde las cinco, pues ni pude dormir bien”, dice el maestro jubilado Lorenzo Ávila, compañero de banca y de lucha del guerrerense.
El movimiento magisterial de 1956-1960 tenía demandas más bien sencillas: revertir el deterioro salarial que en 1958 alcanzaba 35 por ciento, jubilación a los 30 años de servicio, servicio médico.
Ávila repasa algunos de los momentos extraordinarios y terribles de aquellos años. El Congreso de Masas, el campamento en la Nacional de Maestros, el linchamiento de la prensa, los granaderos apaleando a las maestras en 1958, y la represión con Policía Montada el 4 de agosto de 1960.
Othón Salazar, quien ganó las elecciones de la sección 9 estando en la cárcel, rememoraba en 1993: “El México de la barbarie que nos tocó, nos castigó cuanto pudo, nos cesó, se rieron de nosotros. Ése fue el trato que dieron a una lucha que aplaudía el pueblo por su justeza, su alegría cívica y su arrojo”.
El “México de la barbarie”. Aun el “humanista” Jaime Torres Bodet se refería así a los maestros del MRM: “Nunca me habían rodeado tantas chamarras sucias, tantas camisas huérfanas de corbata, tantas uñas luctuosas y tantas melenas que parecían, por despeinadas, simbolizar las ideas de quienes las agitaban garbosamente…” (La tierra prometida, cuarto tomo de sus memorias).
Ni Torres Bodet ni la cárcel pudieron con Othón: “Otros se vendieron o se fueron; él nunca se dobló, siempre se mantuvo firme”.
Ávila recuerda que Salazar le llamaba por teléfono con regularidad. Así lo hacía con todos quienes consideraba cuadros del MRM. “Hermanito, hermanita”, comenzaba siempre. Generalmente llamaba para invitar a reuniones: “tenemos este proyecto, la lucha sigue, vamos otra vez por la Montaña roja”, decía.
“Me daba pena que una persona de su talento, de su valía, se acordara de mí”, expresa Lorenzo Ávila, todavía con lágrimas en los ojos.
Cada mes o mes y medio pasaba por las oficinas del Seguro del Maestro, el único espacio que el oficialismo sindical le dejó al MRM. Los comisionados organizaban una colecta, y cada vez se llevaba mil 200 o mil 500 pesos. Con algunos otros no tenía esa suerte. “Le hemos ayudado mucho, es un vividor”, decían otros viejos cuadros del MRM.
El rojo y el rosa
Regresó a su pueblo Alcozauca, para ganar la alcaldía en 1979. El primer municipio comunista, se presumía. La Montaña roja. Salazar siguió la ruta del Partido Comunista y llegó hasta el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Lo dejó en 1998: “Como el PRD no es un partido de izquierda”, dijo en su renuncia, “prefiero quedarme silbando en la loma a dejar de luchar por mis ideales”.
Apegado a sus antiguos camaradas comunistas, se embarcó en el proyecto del Partido Democracia Social (PDS).
En el acto fundacional del PDS, y en muchos otros, Salazar dijo una de sus frases más celebradas, que en estas páginas ha recordado Adolfo Sánchez Rebolledo: “Tengo los ojos ciegos de ver tanta injusticia y tanta miseria en la Montaña”.
Eloy Garza González cuenta que después de Salazar habló el también recientemente fallecido Gilberto Rincón Gallardo, con un discurso que hablaba de democracia y diálogo. En cuanto Rincón acabó, Salazar le dijo a Garza: “Ya vio usted: primero habló el rojo y luego el rosa. ¡Vaya evolución de país!”
Años más tarde, Salazar rompió con Rincón: “Se sintió defraudado cuando Rincón agarró el cargo en un gobierno panista. Me decía: ‘Ya está en otra órbita, lástima de amigo’”, cuenta Abel Barrera, director del Centro de Derechos Humanos de La Montaña, muy cercano a Othón en sus últimos años.
Barrera narra también que hace dos años él y otros colegas se dieron a la tarea de conseguir los correos electrónicos de personas con dos características: que fueran amigos de Othón y que ocuparan algún cargo público. La idea era abrir una cuenta bancaria para que Salazar dejara de padecer penurias. “Conseguimos 60 correos y mandamos mensajes dos veces. Sólo Rolando Cordera y Carlos Toledo nos contestaron”.
***
Nunca lo vi flaquear, aunque lo vi ya muy fregado: Monsiváis
Othón Salazar, de los que luchan toda su vida por lo que creen
■ Que Vázquez Mota guarde sus elogios para Gordillo, dice líder de la CNTE
Arturo Cano/ II y última
Othón Salazar se define: “Maestro que no sea sensible a las dolencias de nuestra patria debería buscarse otra forma de ganarse la vida… Junto a esa idea está el amor a mi raza. Soy mixteco. Mi maestro, nahuátl, nos hablaba continuamente de que había que ver el mundo con la cara descubierta, no importa que seamos indios. Comunista convicto y confeso, ayer y ahora y mientras viva”.
Carlos Monsiváis recuerda esas frases de 1993 y también que, en privado, Salazar sí se “tiraba unos rollos” comunistas, pero no era lo suyo en público. Y también que “nunca lo vi flaquear, aunque lo vi ya muy fregado, eso sí”.
Los últimos contactos del escritor con Salazar fueron por teléfono: “Hay tantas cosas que hacer, manito, pero ya no tengo la energía”.
Eso fue al final, porque la historia comenzó 50 años atrás: “Me lo presentó Iván García Solís en 1958, después de un mitin en la SEP, y no pude decir nada porque estaba muy emocionado de verlo. La voz no era agradable, pero lo que decía te conmovía”.
Su oratoria le venía de su formación en las escuelas normales: “Era un cardenista, en ese sentido tiene razón Guillermo (Ramírez). Fue un normalista de la época de Lázaro Cárdenas, aunque era un poco posterior. La mayor reverencia en su vida fue para Cárdenas, que fue el único que se dirigió a ellos (los maestros) como un sector que no sólo le parecía importante, sino que le parecía que construía el país. Después hay que ver cómo los trata Manuel Ávila Camacho; les impone el sindicato y los nulifica”.
Se pide a Monsiváis contrastar la personalidad de Salazar con uno de sus contemporáneos: Demetrio Vallejo: “Demetrio era una piedra inmisericorde. Tenía una gran capacidad de sacrificio y de entrega, pero era muy distante, muy difícil”.
–¿Y Othón sí era cercano a los maestros?
–Era uno de ellos. Era mucho más cálido. Vallejo, al igual que Othón, era hombre de una pieza.
Monsiváis recuerda que el presidente Adolfo López Mateos acepta darle una audiencia y Demetrio acepta, pero condiciona: “Con grabadora, porque no puedo hacer nada a espaldas de mi base”.
“López Mateos cancela la audiencia y ahí es donde decide la represión. Era estúpido, suicida si tú quieres, pero era una manera de vivir”.
Era la misma coherencia de O- thón, quien sí pidió ser reinstalado en sus plazas de maestro, dice Monsiváis. “Pero le exigieron cosas a cambio y los mandó al diablo. El sí lo pidió, pero porque era su derecho, pero después de un pleito sólo le dieron 50 mil pesos”.
Enfermedades
En 1993, el SNTE cumple 50 años. Un grupo de profesores decide conmemorar con un homenaje a Salazar. Por esos días, Elba Esther Gordillo convalece de una intervención quirúrgica. En cama, sus asesores, Cuauhtémoc Ibarra y Luis Castro Obregón, le informan del acto que preparaban los profesores disidentes. Le dicen que les parece bien, que Salazar es un personaje emblemático, etcétera. No los deja terminar: “Hijos de la guayaba, cómo va a estar bien, ¡esa conmemoración es nuestra!”, grita, y se levanta de la cama como de rayo.
Dicen que hasta se le abrieron los puntos, por el esfuerzo que hizo cuando ordenó: “¡que no salga ni una nota de eso!” Y, efectivamente, apenas salen dos pequeñas notas de prensa.
La anécdota la recuerda Jesús Martín del Campo, quien trata a Othón Salazar a partir de 1968, cuando los comités de lucha trataban de ponerse de acuerdo con el Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM) othonista para hacer paros en solidaridad con el movimiento estudiantil.
“Compañeritos, ¿recuerdan la enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo?”, repetía hasta el cansancio a los jóvenes radicales, siempre con la paciencia de un maestro de primeras letras.
“Este muerto es nuestro muerto”
José González Figueroa se mira indignado. “Nos enojan las expresiones hipócritas de la secretaria de Educación, Josefina Vázquez Mota”. El líder de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) se refiere a los elogios de la funcionaria a la congruencia de Othón Salazar.
“Este muerto es nuestro muerto. Le recomiendo que guarde sus expresiones para cuando se muera Elba Esther Gordillo”, dice González Figueroa.
Sentado a la misma mesa, Amador Velasco Tobón recuerda que él llevaba apenas dos años como maestro cuando lo alcanzó el paro de 1960. “El de 1958 había sido un paro por demandas económicas y sindicales; el de 1960 sólo era para lograr el reconocimiento del comité de la sección IX”. Un grupo de jóvenes maestros acudió a ver a Othón. Estaban preocupados porque veían poco probable que sus compañeros se fueran al paro por una demanda puramente sindical, y así se lo hicieron saber. “Othón nos dijo que como en 1958, los maestros se irían sumando poco a poco. Pero la verdad fue que no ocurrió así: ese paro lo tuvimos que levantar ya en desbandada, puestos a disposición de personal, cesados”.
Velasco Tobón reconoce la “honestidad a toda prueba” de Othón Salazar, pero pone el toque crítico: “Siempre fue un dirigente de movimientos; sus iniciativas de organización partidaria siempre se quedaron en el camino, fueron pasajeras”.
Sin embargo, Salazar nunca dejó de estar al tanto de lo que sucedía: “Desde muy temprano ubicó a Elba Esther Gordillo como alguien a quien sólo le importaba hacer dinero; y sus últimas declaraciones fueron en defensa del normalismo”, dice Tobón.
El adiós al Tata
En sus últimos meses de vida, O- thón Salazar fue atendido en el Instituto Nacional de Cardiología, gracias a gestiones del gobierno del DF. También recibía ayudas de la Secretaría de Educación capitalina, al igual que las que le dio Enrique Semo durante el gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas.
El viernes 31 de noviembre fue trasladado a Guerrero, donde uno de sus hijos, residente en Zihuatanejo, se haría cargo de atenderlo. No llegó siquiera a Acapulco. Lo llevaron al Hospital General de Chilpancingo. Pero ahí no contaban con equipo de hemodiálisis. La familia se halló entre la espada y la pared, sin ayuda de nadie, dice Abel Barrera, director del Centro de Derechos Humanos de La Montaña. Tuvieron que conseguir una ambulancia de la Cruz Roja para llevarlo a Tlapa.
Para Barrera, “lo más triste de todo” fue que en sus últimos años vivió no sólo abandonado, sino incluso rechazado por sus antiguos compañeros. Cuenta Barrera que era más fácil que lo recibieran y atendieran gobernadores o funcionarios del PRI que sus viejos amigos. “Incluso, decían que se había vendido, que se había cambiado al PRI. En el mejor de los casos decían que estaba desfasado. Y quizá por eso el gobernador Zeferino Torreblanca nunca lo recibó”.
Los guerrerense no fueron los únicos priístas que lo procuraron. A principios de este año, enviados del gobernador de Coahuila, Humberto Moreira, acudieron a visitarlo y le ofrecieron “una asesoría”. Nunca lo volvieron a ver ni le cumplieron.
“Hermanito”, “hermanita”, decía siempre Othón, quien en su primera juventud quiso ser cura (un sacerdote le enseñó los rudimentos de la oratoria). Llamaba a sus antiguos camaradas, o incluso a los hijos de éstos, para informales que la situación en La Montaña andaba muy mal, pero que caminaban los trabajos para crear el Partido Comunista Bolchevique. “Era su sueño”, dice Barrera.
“A mí siempre me dijo que quería ser sepultado cubierto con la bandera de la hoz y el martillo”, recuerda Jesús Martín del Campo.
Los problemas de salud de Salazar eran viejos, pues padecía diabetes. “Nunca tuvo la atención adecuada. Todos sus amigos intentaban que los demás se hicieran cargo, pero nadie tomaba la iniciativa”, sostiene Barrera.
Cerrada esa triste etapa final, quizá Barrera y muchos en la “querida Montaña” de Othón Salazar prefieran quedarse con el recuerdo del viejo normalista llegando al café del centro de Tlapa: “Saludaba amable y ceremonioso, como siempre; era querido”. Le llamaban Maestro, y otros le decían simplemente Tata Othón.
“La especie continúa”, cierra Monsiváis. A su alderredor le miran con incredulidad. Si la memoria no traiciona, Monsiváis completa con su definición de esa “especie” a la que perteneció Othón Salazar: “La especie que cree en una causa y está dispuesta a luchar por ella toda la vida”.
Othón Salazar, de los que luchan toda su vida por lo que creen
■ Que Vázquez Mota guarde sus elogios para Gordillo, dice líder de la CNTE
Arturo Cano/ II y última
Othón Salazar se define: “Maestro que no sea sensible a las dolencias de nuestra patria debería buscarse otra forma de ganarse la vida… Junto a esa idea está el amor a mi raza. Soy mixteco. Mi maestro, nahuátl, nos hablaba continuamente de que había que ver el mundo con la cara descubierta, no importa que seamos indios. Comunista convicto y confeso, ayer y ahora y mientras viva”.
Carlos Monsiváis recuerda esas frases de 1993 y también que, en privado, Salazar sí se “tiraba unos rollos” comunistas, pero no era lo suyo en público. Y también que “nunca lo vi flaquear, aunque lo vi ya muy fregado, eso sí”.
Los últimos contactos del escritor con Salazar fueron por teléfono: “Hay tantas cosas que hacer, manito, pero ya no tengo la energía”.
Eso fue al final, porque la historia comenzó 50 años atrás: “Me lo presentó Iván García Solís en 1958, después de un mitin en la SEP, y no pude decir nada porque estaba muy emocionado de verlo. La voz no era agradable, pero lo que decía te conmovía”.
Su oratoria le venía de su formación en las escuelas normales: “Era un cardenista, en ese sentido tiene razón Guillermo (Ramírez). Fue un normalista de la época de Lázaro Cárdenas, aunque era un poco posterior. La mayor reverencia en su vida fue para Cárdenas, que fue el único que se dirigió a ellos (los maestros) como un sector que no sólo le parecía importante, sino que le parecía que construía el país. Después hay que ver cómo los trata Manuel Ávila Camacho; les impone el sindicato y los nulifica”.
Se pide a Monsiváis contrastar la personalidad de Salazar con uno de sus contemporáneos: Demetrio Vallejo: “Demetrio era una piedra inmisericorde. Tenía una gran capacidad de sacrificio y de entrega, pero era muy distante, muy difícil”.
–¿Y Othón sí era cercano a los maestros?
–Era uno de ellos. Era mucho más cálido. Vallejo, al igual que Othón, era hombre de una pieza.
Monsiváis recuerda que el presidente Adolfo López Mateos acepta darle una audiencia y Demetrio acepta, pero condiciona: “Con grabadora, porque no puedo hacer nada a espaldas de mi base”.
“López Mateos cancela la audiencia y ahí es donde decide la represión. Era estúpido, suicida si tú quieres, pero era una manera de vivir”.
Era la misma coherencia de O- thón, quien sí pidió ser reinstalado en sus plazas de maestro, dice Monsiváis. “Pero le exigieron cosas a cambio y los mandó al diablo. El sí lo pidió, pero porque era su derecho, pero después de un pleito sólo le dieron 50 mil pesos”.
Enfermedades
En 1993, el SNTE cumple 50 años. Un grupo de profesores decide conmemorar con un homenaje a Salazar. Por esos días, Elba Esther Gordillo convalece de una intervención quirúrgica. En cama, sus asesores, Cuauhtémoc Ibarra y Luis Castro Obregón, le informan del acto que preparaban los profesores disidentes. Le dicen que les parece bien, que Salazar es un personaje emblemático, etcétera. No los deja terminar: “Hijos de la guayaba, cómo va a estar bien, ¡esa conmemoración es nuestra!”, grita, y se levanta de la cama como de rayo.
Dicen que hasta se le abrieron los puntos, por el esfuerzo que hizo cuando ordenó: “¡que no salga ni una nota de eso!” Y, efectivamente, apenas salen dos pequeñas notas de prensa.
La anécdota la recuerda Jesús Martín del Campo, quien trata a Othón Salazar a partir de 1968, cuando los comités de lucha trataban de ponerse de acuerdo con el Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM) othonista para hacer paros en solidaridad con el movimiento estudiantil.
“Compañeritos, ¿recuerdan la enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo?”, repetía hasta el cansancio a los jóvenes radicales, siempre con la paciencia de un maestro de primeras letras.
“Este muerto es nuestro muerto”
José González Figueroa se mira indignado. “Nos enojan las expresiones hipócritas de la secretaria de Educación, Josefina Vázquez Mota”. El líder de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) se refiere a los elogios de la funcionaria a la congruencia de Othón Salazar.
“Este muerto es nuestro muerto. Le recomiendo que guarde sus expresiones para cuando se muera Elba Esther Gordillo”, dice González Figueroa.
Sentado a la misma mesa, Amador Velasco Tobón recuerda que él llevaba apenas dos años como maestro cuando lo alcanzó el paro de 1960. “El de 1958 había sido un paro por demandas económicas y sindicales; el de 1960 sólo era para lograr el reconocimiento del comité de la sección IX”. Un grupo de jóvenes maestros acudió a ver a Othón. Estaban preocupados porque veían poco probable que sus compañeros se fueran al paro por una demanda puramente sindical, y así se lo hicieron saber. “Othón nos dijo que como en 1958, los maestros se irían sumando poco a poco. Pero la verdad fue que no ocurrió así: ese paro lo tuvimos que levantar ya en desbandada, puestos a disposición de personal, cesados”.
Velasco Tobón reconoce la “honestidad a toda prueba” de Othón Salazar, pero pone el toque crítico: “Siempre fue un dirigente de movimientos; sus iniciativas de organización partidaria siempre se quedaron en el camino, fueron pasajeras”.
Sin embargo, Salazar nunca dejó de estar al tanto de lo que sucedía: “Desde muy temprano ubicó a Elba Esther Gordillo como alguien a quien sólo le importaba hacer dinero; y sus últimas declaraciones fueron en defensa del normalismo”, dice Tobón.
El adiós al Tata
En sus últimos meses de vida, O- thón Salazar fue atendido en el Instituto Nacional de Cardiología, gracias a gestiones del gobierno del DF. También recibía ayudas de la Secretaría de Educación capitalina, al igual que las que le dio Enrique Semo durante el gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas.
El viernes 31 de noviembre fue trasladado a Guerrero, donde uno de sus hijos, residente en Zihuatanejo, se haría cargo de atenderlo. No llegó siquiera a Acapulco. Lo llevaron al Hospital General de Chilpancingo. Pero ahí no contaban con equipo de hemodiálisis. La familia se halló entre la espada y la pared, sin ayuda de nadie, dice Abel Barrera, director del Centro de Derechos Humanos de La Montaña. Tuvieron que conseguir una ambulancia de la Cruz Roja para llevarlo a Tlapa.
Para Barrera, “lo más triste de todo” fue que en sus últimos años vivió no sólo abandonado, sino incluso rechazado por sus antiguos compañeros. Cuenta Barrera que era más fácil que lo recibieran y atendieran gobernadores o funcionarios del PRI que sus viejos amigos. “Incluso, decían que se había vendido, que se había cambiado al PRI. En el mejor de los casos decían que estaba desfasado. Y quizá por eso el gobernador Zeferino Torreblanca nunca lo recibó”.
Los guerrerense no fueron los únicos priístas que lo procuraron. A principios de este año, enviados del gobernador de Coahuila, Humberto Moreira, acudieron a visitarlo y le ofrecieron “una asesoría”. Nunca lo volvieron a ver ni le cumplieron.
“Hermanito”, “hermanita”, decía siempre Othón, quien en su primera juventud quiso ser cura (un sacerdote le enseñó los rudimentos de la oratoria). Llamaba a sus antiguos camaradas, o incluso a los hijos de éstos, para informales que la situación en La Montaña andaba muy mal, pero que caminaban los trabajos para crear el Partido Comunista Bolchevique. “Era su sueño”, dice Barrera.
“A mí siempre me dijo que quería ser sepultado cubierto con la bandera de la hoz y el martillo”, recuerda Jesús Martín del Campo.
Los problemas de salud de Salazar eran viejos, pues padecía diabetes. “Nunca tuvo la atención adecuada. Todos sus amigos intentaban que los demás se hicieran cargo, pero nadie tomaba la iniciativa”, sostiene Barrera.
Cerrada esa triste etapa final, quizá Barrera y muchos en la “querida Montaña” de Othón Salazar prefieran quedarse con el recuerdo del viejo normalista llegando al café del centro de Tlapa: “Saludaba amable y ceremonioso, como siempre; era querido”. Le llamaban Maestro, y otros le decían simplemente Tata Othón.
“La especie continúa”, cierra Monsiváis. A su alderredor le miran con incredulidad. Si la memoria no traiciona, Monsiváis completa con su definición de esa “especie” a la que perteneció Othón Salazar: “La especie que cree en una causa y está dispuesta a luchar por ella toda la vida”.