7 dic 2008

El profesor Othon Salazar

Era un maestro, no como esa cosa llamada Elba Esther Gordillo, recuerda un colega
Othón Salazar, una vida de congruencia en el normalismo y en la lucha social
■ Ni Torres Bodet ni la cárcel pudieron con él, señala el profesor jubilado Lorenzo Ávila
Arturo Cano /i
Publicado en La Jornada en dos partes, 5 y 6 de diciembre de 2008;
Los ponentes hablaron sentados. Cuando llegó su turno, Othón Salazar Ramírez le hizo justicia a su fama. Se puso de pie, tomó el micrófono y lanzó un discurso con ese tono suyo entre épico y mitinero, ceremonioso siempre: “Quiero decirles a mis compañeros veteranos del Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM) que no tengamos miedo a la muerte. Como decía uno de mis maestros: ‘Para qué tenerle miedo, si cuando ella llega nosotros ya nos fuimos’”.
Eso fue hace 15 años, en 1993, en un homenaje organizado por la revista Hoja, editada por miembros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación. Había en el auditorio muchos profesores jóvenes, pero también varios de la vieja guardia del MRM.
Carlos Monsiváis –admirador de la tenacidad de Salazar desde que lo conoció, en los patios de la Secretaría de Educación Pública en abril de 1958– hacía las veces de entrevistador. Y Othón Salazar hablaba de la muerte, conminaba a sus compañeros de antaño: “No tengamos miedo a la muerte… Que las nuevas generaciones de maestros nos recuerden con todos nuestros defectos, pero también recuerden que hicimos que nuestras vidas estuvieran inscritas a ideales nobles, inspirados en el bien de nuestros semejantes”.
A los 84 años de edad, en la cama de su casa en una humilde colonia de Tlapa, Guerrero, murió el normalista Othón Salazar, dirigente estudiantil, líder sindical, primer alcalde comunista de México. Murió pobre y terco. Y es también muy probable que haya muerto como vivió: sin miedo.
“Se paraba en el Zócalo, muy duro, muy valiente. Varios compañeros lo teníamos que sostener en hombros para que se dirigiera a la multitud, pues ni siquiera nos dejaban meter un vehículo”, recuerda el profesor jubilado Lorenzo Ávila.
Cesado por othonista
Después de la represión, Salazar y otros maestros fueron cesados. El guerrerense nunca recuperó sus plazas de profesor de primaria y de civismo en secundaria.
“A mí me cesaron en 1960 por othonista, pero como ya tenía dos hijos que mantener encontré un puesto en la Universidad Nacional Autónoma de México y desde entonces estoy allí”, dice Guillermo Ramírez, hoy dueño de una vasta trayectoria en el servicio público y de una sólida carrera universitaria. Fue, por ejemplo, codirector del Fondo de Cultura Económica y director de la Facultad de Economía. “Puede preguntar, a todo mundo le digo que soy normalista de tres años, porque es el título que más me enorgullece.”
Ramírez pide, exige, que esa calidad, la de normalista, sea la que se recuerde de Othón Salazar: “Algunos dirán que fue comunista, otros que líder gremial. Y sí, no se le puede regatear su indudable mérito sindical, pero tampoco hay que hacer que pague los pecados del Partido Comunista en el magisterio. Él, por la congruencia en su vida, se cuece aparte. Othón era antes que nada normalista, un heredero de los maestros que, desorejados por los cristeros, seguían resistiendo, trabajando y sacrificándose por los que menos tienen”.
Ramírez, profesor emérito de la UNAM, ingresó a la Escuela Nacional de Maestros en 1950, cuando ya Othón Salazar había egresado. Lo encontró ya como líder y lo escuchó horas y horas, todos los sábados, en las asambleas del sindicato de El Ánfora.
No quita el dedo del renglón Ramírez: “Antes que otra cosa Othón era un normalista, y eso hay que subrayarlo, porque ahora se ignora qué es el normalismo: el deseo de un individuo de transmitir conocimiento sin preguntarse cuánto va a ganar. Othón era un normalista, no como esa cosa llamada Elba Esther Gordillo, a quien yo no llamo maestra”.
Una decena de diputados del Partido Revolucionario Institucional se burlaba de la oratoria solemne del diputado hecho en la oratoria de los 50. “Ora pro nobis”, “amén”, lo choteaban, a gritos. Hoy es difícil recordar el nombre de alguno de esos diputados del bronx tricolor. En cambio, el diputado de la burla, Othón Salazar Ramírez, es llorado por miles de profesores y luchadores sociales de todo el país.
“Aquí estoy, soltando unas lágrimas, levantado desde las cinco, pues ni pude dormir bien”, dice el maestro jubilado Lorenzo Ávila, compañero de banca y de lucha del guerrerense.
El movimiento magisterial de 1956-1960 tenía demandas más bien sencillas: revertir el deterioro salarial que en 1958 alcanzaba 35 por ciento, jubilación a los 30 años de servicio, servicio médico.
Ávila repasa algunos de los momentos extraordinarios y terribles de aquellos años. El Congreso de Masas, el campamento en la Nacional de Maestros, el linchamiento de la prensa, los granaderos apaleando a las maestras en 1958, y la represión con Policía Montada el 4 de agosto de 1960.
Othón Salazar, quien ganó las elecciones de la sección 9 estando en la cárcel, rememoraba en 1993: “El México de la barbarie que nos tocó, nos castigó cuanto pudo, nos cesó, se rieron de nosotros. Ése fue el trato que dieron a una lucha que aplaudía el pueblo por su justeza, su alegría cívica y su arrojo”.
El “México de la barbarie”. Aun el “humanista” Jaime Torres Bodet se refería así a los maestros del MRM: “Nunca me habían rodeado tantas chamarras sucias, tantas camisas huérfanas de corbata, tantas uñas luctuosas y tantas melenas que parecían, por despeinadas, simbolizar las ideas de quienes las agitaban garbosamente…” (La tierra prometida, cuarto tomo de sus memorias).
Ni Torres Bodet ni la cárcel pudieron con Othón: “Otros se vendieron o se fueron; él nunca se dobló, siempre se mantuvo firme”.
Ávila recuerda que Salazar le llamaba por teléfono con regularidad. Así lo hacía con todos quienes consideraba cuadros del MRM. “Hermanito, hermanita”, comenzaba siempre. Generalmente llamaba para invitar a reuniones: “tenemos este proyecto, la lucha sigue, vamos otra vez por la Montaña roja”, decía.
“Me daba pena que una persona de su talento, de su valía, se acordara de mí”, expresa Lorenzo Ávila, todavía con lágrimas en los ojos.
Cada mes o mes y medio pasaba por las oficinas del Seguro del Maestro, el único espacio que el oficialismo sindical le dejó al MRM. Los comisionados organizaban una colecta, y cada vez se llevaba mil 200 o mil 500 pesos. Con algunos otros no tenía esa suerte. “Le hemos ayudado mucho, es un vividor”, decían otros viejos cuadros del MRM.
El rojo y el rosa
Regresó a su pueblo Alcozauca, para ganar la alcaldía en 1979. El primer municipio comunista, se presumía. La Montaña roja. Salazar siguió la ruta del Partido Comunista y llegó hasta el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Lo dejó en 1998: “Como el PRD no es un partido de izquierda”, dijo en su renuncia, “prefiero quedarme silbando en la loma a dejar de luchar por mis ideales”.
Apegado a sus antiguos camaradas comunistas, se embarcó en el proyecto del Partido Democracia Social (PDS).
En el acto fundacional del PDS, y en muchos otros, Salazar dijo una de sus frases más celebradas, que en estas páginas ha recordado Adolfo Sánchez Rebolledo: “Tengo los ojos ciegos de ver tanta injusticia y tanta miseria en la Montaña”.
Eloy Garza González cuenta que después de Salazar habló el también recientemente fallecido Gilberto Rincón Gallardo, con un discurso que hablaba de democracia y diálogo. En cuanto Rincón acabó, Salazar le dijo a Garza: “Ya vio usted: primero habló el rojo y luego el rosa. ¡Vaya evolución de país!”
Años más tarde, Salazar rompió con Rincón: “Se sintió defraudado cuando Rincón agarró el cargo en un gobierno panista. Me decía: ‘Ya está en otra órbita, lástima de amigo’”, cuenta Abel Barrera, director del Centro de Derechos Humanos de La Montaña, muy cercano a Othón en sus últimos años.
Barrera narra también que hace dos años él y otros colegas se dieron a la tarea de conseguir los correos electrónicos de personas con dos características: que fueran amigos de Othón y que ocuparan algún cargo público. La idea era abrir una cuenta bancaria para que Salazar dejara de padecer penurias. “Conseguimos 60 correos y mandamos mensajes dos veces. Sólo Rolando Cordera y Carlos Toledo nos contestaron”.
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Nunca lo vi flaquear, aunque lo vi ya muy fregado: Monsiváis
Othón Salazar, de los que luchan toda su vida por lo que creen
■ Que Vázquez Mota guarde sus elogios para Gordillo, dice líder de la CNTE
Arturo Cano/ II y última
Othón Salazar se define: “Maestro que no sea sensible a las dolencias de nuestra patria debería buscarse otra forma de ganarse la vida… Junto a esa idea está el amor a mi raza. Soy mixteco. Mi maestro, nahuátl, nos hablaba continuamente de que había que ver el mundo con la cara descubierta, no importa que seamos indios. Comunista convicto y confeso, ayer y ahora y mientras viva”.
Carlos Monsiváis recuerda esas frases de 1993 y también que, en privado, Salazar sí se “tiraba unos rollos” comunistas, pero no era lo suyo en público. Y también que “nunca lo vi flaquear, aunque lo vi ya muy fregado, eso sí”.
Los últimos contactos del escritor con Salazar fueron por teléfono: “Hay tantas cosas que hacer, manito, pero ya no tengo la energía”.
Eso fue al final, porque la historia comenzó 50 años atrás: “Me lo presentó Iván García Solís en 1958, después de un mitin en la SEP, y no pude decir nada porque estaba muy emocionado de verlo. La voz no era agradable, pero lo que decía te conmovía”.
Su oratoria le venía de su formación en las escuelas normales: “Era un cardenista, en ese sentido tiene razón Guillermo (Ramírez). Fue un normalista de la época de Lázaro Cárdenas, aunque era un poco posterior. La mayor reverencia en su vida fue para Cárdenas, que fue el único que se dirigió a ellos (los maestros) como un sector que no sólo le parecía importante, sino que le parecía que construía el país. Después hay que ver cómo los trata Manuel Ávila Camacho; les impone el sindicato y los nulifica”.
Se pide a Monsiváis contrastar la personalidad de Salazar con uno de sus contemporáneos: Demetrio Vallejo: “Demetrio era una piedra inmisericorde. Tenía una gran capacidad de sacrificio y de entrega, pero era muy distante, muy difícil”.
–¿Y Othón sí era cercano a los maestros?
–Era uno de ellos. Era mucho más cálido. Vallejo, al igual que Othón, era hombre de una pieza.
Monsiváis recuerda que el presidente Adolfo López Mateos acepta darle una audiencia y Demetrio acepta, pero condiciona: “Con grabadora, porque no puedo hacer nada a espaldas de mi base”.
“López Mateos cancela la audiencia y ahí es donde decide la represión. Era estúpido, suicida si tú quieres, pero era una manera de vivir”.
Era la misma coherencia de O- thón, quien sí pidió ser reinstalado en sus plazas de maestro, dice Monsiváis. “Pero le exigieron cosas a cambio y los mandó al diablo. El sí lo pidió, pero porque era su derecho, pero después de un pleito sólo le dieron 50 mil pesos”.
Enfermedades
En 1993, el SNTE cumple 50 años. Un grupo de profesores decide conmemorar con un homenaje a Salazar. Por esos días, Elba Esther Gordillo convalece de una intervención quirúrgica. En cama, sus asesores, Cuauhtémoc Ibarra y Luis Castro Obregón, le informan del acto que preparaban los profesores disidentes. Le dicen que les parece bien, que Salazar es un personaje emblemático, etcétera. No los deja terminar: “Hijos de la guayaba, cómo va a estar bien, ¡esa conmemoración es nuestra!”, grita, y se levanta de la cama como de rayo.
Dicen que hasta se le abrieron los puntos, por el esfuerzo que hizo cuando ordenó: “¡que no salga ni una nota de eso!” Y, efectivamente, apenas salen dos pequeñas notas de prensa.
La anécdota la recuerda Jesús Martín del Campo, quien trata a Othón Salazar a partir de 1968, cuando los comités de lucha trataban de ponerse de acuerdo con el Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM) othonista para hacer paros en solidaridad con el movimiento estudiantil.
“Compañeritos, ¿recuerdan la enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo?”, repetía hasta el cansancio a los jóvenes radicales, siempre con la paciencia de un maestro de primeras letras.
“Este muerto es nuestro muerto”
José González Figueroa se mira indignado. “Nos enojan las expresiones hipócritas de la secretaria de Educación, Josefina Vázquez Mota”. El líder de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) se refiere a los elogios de la funcionaria a la congruencia de Othón Salazar.
“Este muerto es nuestro muerto. Le recomiendo que guarde sus expresiones para cuando se muera Elba Esther Gordillo”, dice González Figueroa.
Sentado a la misma mesa, Amador Velasco Tobón recuerda que él llevaba apenas dos años como maestro cuando lo alcanzó el paro de 1960. “El de 1958 había sido un paro por demandas económicas y sindicales; el de 1960 sólo era para lograr el reconocimiento del comité de la sección IX”. Un grupo de jóvenes maestros acudió a ver a Othón. Estaban preocupados porque veían poco probable que sus compañeros se fueran al paro por una demanda puramente sindical, y así se lo hicieron saber. “Othón nos dijo que como en 1958, los maestros se irían sumando poco a poco. Pero la verdad fue que no ocurrió así: ese paro lo tuvimos que levantar ya en desbandada, puestos a disposición de personal, cesados”.
Velasco Tobón reconoce la “honestidad a toda prueba” de Othón Salazar, pero pone el toque crítico: “Siempre fue un dirigente de movimientos; sus iniciativas de organización partidaria siempre se quedaron en el camino, fueron pasajeras”.
Sin embargo, Salazar nunca dejó de estar al tanto de lo que sucedía: “Desde muy temprano ubicó a Elba Esther Gordillo como alguien a quien sólo le importaba hacer dinero; y sus últimas declaraciones fueron en defensa del normalismo”, dice Tobón.
El adiós al Tata
En sus últimos meses de vida, O- thón Salazar fue atendido en el Instituto Nacional de Cardiología, gracias a gestiones del gobierno del DF. También recibía ayudas de la Secretaría de Educación capitalina, al igual que las que le dio Enrique Semo durante el gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas.
El viernes 31 de noviembre fue trasladado a Guerrero, donde uno de sus hijos, residente en Zihuatanejo, se haría cargo de atenderlo. No llegó siquiera a Acapulco. Lo llevaron al Hospital General de Chilpancingo. Pero ahí no contaban con equipo de hemodiálisis. La familia se halló entre la espada y la pared, sin ayuda de nadie, dice Abel Barrera, director del Centro de Derechos Humanos de La Montaña. Tuvieron que conseguir una ambulancia de la Cruz Roja para llevarlo a Tlapa.
Para Barrera, “lo más triste de todo” fue que en sus últimos años vivió no sólo abandonado, sino incluso rechazado por sus antiguos compañeros. Cuenta Barrera que era más fácil que lo recibieran y atendieran gobernadores o funcionarios del PRI que sus viejos amigos. “Incluso, decían que se había vendido, que se había cambiado al PRI. En el mejor de los casos decían que estaba desfasado. Y quizá por eso el gobernador Zeferino Torreblanca nunca lo recibó”.
Los guerrerense no fueron los únicos priístas que lo procuraron. A principios de este año, enviados del gobernador de Coahuila, Humberto Moreira, acudieron a visitarlo y le ofrecieron “una asesoría”. Nunca lo volvieron a ver ni le cumplieron.
“Hermanito”, “hermanita”, decía siempre Othón, quien en su primera juventud quiso ser cura (un sacerdote le enseñó los rudimentos de la oratoria). Llamaba a sus antiguos camaradas, o incluso a los hijos de éstos, para informales que la situación en La Montaña andaba muy mal, pero que caminaban los trabajos para crear el Partido Comunista Bolchevique. “Era su sueño”, dice Barrera.
“A mí siempre me dijo que quería ser sepultado cubierto con la bandera de la hoz y el martillo”, recuerda Jesús Martín del Campo.
Los problemas de salud de Salazar eran viejos, pues padecía diabetes. “Nunca tuvo la atención adecuada. Todos sus amigos intentaban que los demás se hicieran cargo, pero nadie tomaba la iniciativa”, sostiene Barrera.
Cerrada esa triste etapa final, quizá Barrera y muchos en la “querida Montaña” de Othón Salazar prefieran quedarse con el recuerdo del viejo normalista llegando al café del centro de Tlapa: “Saludaba amable y ceremonioso, como siempre; era querido”. Le llamaban Maestro, y otros le decían simplemente Tata Othón.
“La especie continúa”, cierra Monsiváis. A su alderredor le miran con incredulidad. Si la memoria no traiciona, Monsiváis completa con su definición de esa “especie” a la que perteneció Othón Salazar: “La especie que cree en una causa y está dispuesta a luchar por ella toda la vida”.

Preso de guerra

Preso de guerra o del terrorismo/Abraham B. Yehoshua, escritor israelí, inspirador del movimiento Paz Ahora.
Traducción: Sonia de Pedro
Publicado en LA VANGUARDIA, 06/12/200;
Hace semanas, diecisiete escritores mandamos al primer ministro saliente, Ehud Olmert, una carta con motivo del asunto del soldado Guilad Shalit, que lleva más de dos años prisionero de Hamas en la franja de Gaza, y de las frustradas negociaciones para liberarlo. No negábamos los esfuerzos del Gobierno para lograr su liberación, pero nos preocupaba que la negociación estuviera estancada debido a que Hamas pide a cambio que se liberen 1.500 presos e Israel sólo está dispuesto a liberar a 450. No obstante, el debate acerca del precio que se debe pagar por un soldado secuestrado no es sólo una cuestión de cantidad sino también de principios, y a esos principios me quiero referir en este artículo.
Desde que los judíos volvieron a asentarse en la tierra de Israel tuvieron claro que siempre serían una minoría en la región frente a sus vecinos y enemigos árabes, y eso aunque se produjera una emigración masiva al nuevo Estado judío.
Por tanto, con cada secuestro de un ciudadano israelí, vendría a cambio del otro lado una exigencia de liberación de un gran número de presos, y como el principio de rescatar a los cautivos fue un principio sagrado para los judíos en la época de la diáspora y lo sigue siendo en el Estado de Israel, era algo asumido que los árabes se aprovecharían de ello para pedir una liberación masiva de sus presos.
Lo cierto es que en todas las guerras entre Israel y sus vecinos - en 1948, 1956, 1967 y 1973-,cuando cayeron soldados israelíes en manos de Jordania, Siria y Egipto, Israel no dudó, una vez conseguido el alto el fuego, en canjear un gran número de árabes a cambio de un puñado de israelíes.
En cambio, este principio tan claro cambió en el momento en que se trató de organizaciones palestinas, pues para Israel no era un asunto de presos de guerra sino de terroristas. Por consiguiente, el Estado israelí ha intentado en la medida de lo posible evitar acuerdos de canje de presos palestinos, movido por el miedo a que, si los terroristas palestinos eran liberados con facilidad, eso animaría a otros palestinos a recurrir al terrorismo, ya que entenderían que si los detenían y encarcelaban tras un atentado serían canjeados rápidamente por algún israelí secuestrado.
Pruebas de la rotundidad de Israel en estos casos son el secuestro de los deportistas israelíes en los Juegos Olímpicos de Munich de 1972, donde Alemania por orden de Israel intentó liberarlos y acabó todo en una matanza; y la operación Entebbe de 1976, cuando un comando israelí viajó a Uganda para liberar a los pasajeros de un avión de Air France secuestrado por terroristas.
Sin embargo, desde entonces a Israel no le ha quedado más remedio que acordar de vez en cuando canjes entre prisioneros palestinos y soldados israelíes secuestrados. Así conviene recordar el importante acuerdo al que se llegó tras la guerra de Líbano en 1982 con una organización palestina radical y por el que se canjearon cientos de palestinos a cambio de un puñado de soldados israelíes.
En estos acuerdos Israel ha intentado distinguir entre presos con “sangre en las manos”, es decir, que han asesinado, y aquellos que sólo han colaborado. Y eso ha supuesto largas y difíciles negociaciones, tal como está ocurriendo ahora en el caso del soldado israelí secuestrado por Hamas. De ahí, que un grupo de escritores escribiera al primer ministro dimisionario para proponerle que cambiara de estrategia y no considerara a Hamas una organización terrorista, sino que viera en Gaza un Estado enemigo, del mismo modo que lo fueron en su momento Egipto y Jordania o lo es ahora Siria. La franja de Gaza es un territorio donde hay un gobierno con un ejército propio, y hace falta combatirlo igual que cuando un Estado árabe nos ha declarado la guerra.
A veces se tiene la sensación de que cuando a algo o a alguien se le aplica el adjetivo de terrorista se lo considera mucho más peligroso, pero no es así. La Alemania nazi no era un Estado terrorista. Sus combatientes eran soldados uniformados y cometieron actos atroces bajo el mando de un gobierno elegido en las urnas. Sin duda no era un Estado terrorista, pero sí un Estado enemigo muy peligroso con el que había que acabar. Irán también es un Estado enemigo, no terrorista, pero no por ello hay que defenderse menos de sus amenazas contra Israel.
Por tanto, si un soldado israelí es secuestrado por Hamas en Gaza ha de ser considerado un prisionero de guerra y se han de aplicar las mismas reglas que se aplicaron en su momento en las contiendas con otros estados árabes. No hay necesidad de distinguir entre presos con o sin delitos de sangre. Un miembro de Hamas que dispara cohetes contra la ciudad israelí de Sderot tiene tanta sangre en las manos como un terrorista que pone una bomba en un café de Jerusalén.
En la carta que le mandamos al primer ministro saliente tratábamos de hacerle más fácil la toma de decisiones a la hora de negociar la liberación de un joven soldado que se está pudriendo en una cárcel de Gaza, en unas durísimas condiciones. Y si finalmente no lo soporta, quizás acabemos canjeando a 400 presos palestinos no a cambio de un soldado vivo, sino muerto, tal como ha ocurrido ya con israelíes secuestrados por Hizbulah en Líbano.

El 747 de Avianca

Aquel maldito 747 de Avianca /Gregorio Morán
Publicado en LA VANGUARDIA, 06 y 13 de didiembre de 2008;
Pasaban apenas cuatro minutos de la una de la mañana y era ya domingo. El informe meteorológico que recibió el Boeing 747, procedente de Frankfurt con escala en París, era de lo más normal. “Viento en calma. Visibilidad horizontal, ocho kilómetros. Nubes bajas a partir de los 300 metros, sin estar el cielo cubierto. Temperatura 11 º C”. Le faltaba bastante menos de un minuto para tomar tierra en Barajas. Sorprendentemente empezó a perder altura, de tal modo que a toda prisa las azafatas se sentaron en sus asientos, pero sin ningún aspaviento; convencidas, como todos, de que estaban ya entrando en pista. Primero fue un golpe, como si tocara tierra sin llegar a rodar por ella; luego otro, mucho más fuerte, y por fin una explosión.
Habían caído, despanzurrados primero y volcados después, en el Balcón de Mejorada.
Los primeros en ver la llamarada y oír el estruendo fueron los chavales de Mejorada del Campo - a tres kilómetros de la catástrofe-que volvían de la fiesta del sábado noche. Entonces lo normal en los chicos de los pueblos era no pasarse de la una de la madrugada, ¡qué tiempos! Porque estamos hablando de hace 25 años, exactamente del 27 de noviembre de 1983, cuando un avión de la compañía colombiana Avianca se estrelló en los últimos segundos antes de aterrizar. Sólo quedaron once supervivientes para contarlo, aunque sería mejor decir para recordarlo, porque de ellos cuatro eran niños, y uno aún no había cumplido los dos años.
Murieron 183 personas. El aparato iba a la mitad de su carga, en la idea de llenarlo en Madrid, dirección Bogotá con escala en Caracas. En cierta medida el avión desempeñaba una especie de pequeña Arca de Noé de la humanidad. 40 colombianos, incluido el personal de vuelo. 23 italianos y otros tantos suecos. ¿Y qué hacían tantos suecos en un vuelo a Colombia? Media docena de familias nórdicas se dirigían, entusiasmadas y ansiosas, a recoger a sus hijos adoptados. También iban 12 alemanes, 8 franceses, media docena de británicos, cuatro españoles, tres israelíes. Y venezolanos, chilenos, noruegos, uruguayos. En fin, un peruano y un mexicano. De seguro que me olvido alguno que ya nadie va a reclamar.
Entonces estábamos a finales de 1983, con Felipe González presidiendo desde hacía un año, y con cierta perplejidad en el ambiente; como si todo fuera nuevo o estuviera por estrenar. La prensa se esforzaba por contar el máximo posible, y la mejor televisión de España era TVE, porque no había otra. Tampoco las informaciones aparecían enmascaradas bajo siglas, ni los abogados mafiosos se dedicaban a sacar dinero a los medios de comunicación, ni los medios de comunicación les hacían mucho caso a los mafiosos. O para ser más precisos; entonces había mafiosos y medios de comunicación, pero llevaban vidas paralelas; aún no se habían encontrado. Posiblemente gracias a eso sabemos cosas sorprendentes hoy, por ejemplo, que la venezolana Carmen Navas, de 31 años, salió por su propio pie del aparato en llamas y caminó hasta una carretera repitiendo, como una salmodia, tres palabras “siete-cuatro-siete”, “sietecuatro-siete”, “siete-cuatro-siete”, hasta que la encontraron unos vecinos de Mejorada y la llevaron a los servicios de socorro. Que tardaron, como casi siempre.
Los primeros en llegar fueron los del pueblo y contemplaron un lugar tan peculiar como el Balcón de Mejorada convertido en eso que suele denominarse panorama dantesco (nunca he entendido por qué se achacan al pobre Dante los restos de todas las catástrofes). Pero lo peor vino luego, y es que durante toda la mañana del domingo los vecinos de Mejorada pasearon por la zona como si se tratara de una romería, creando enormes dificultades a los equipos de salvamento.
Además de una babel de lenguas, aquel avión iba cargado de vida, como pasa siempre, y de talento, como ocurre en ciertas ocasiones. De los españoles fallecieron dos oftalmólogos de nota, Francisco Moreno Casanova y López Bartola. El primero jefe en el Clínico de Madrid. Venían de un congreso en Teherán y les pilló el accidente en la cima de su carrera. Del prestigio de Moreno Casanova baste decir que a su entierro en Aranjuez asistieron cuatro mil personas.
Cuando se celebró el funeral institucional, con presencia de buena parte del Gobierno socialista, hubo una dama conservadora que tuvo el arrojo, no sólo de abordar al ministro de Asuntos Exteriores, Fernando Morán, sino también de dar su nombre - Candelas del Valle, amiga personal del difunto oftalmólogo Moreno Casanova-que le increpó, recriminándole que tratándose de un ateo asistiera a aquella ceremonia religiosa. A lo que aquel ministro, al que asaetearon con chistes sobre su torpeza, pero al que nadie que le conociera podía decir que fuera tonto sino sobrado de soberbia y un ápice de vanidad, le respondió con tino: “Tenemos perfecto derecho a mostrar nuestra solidaridad humana”.
En ese accidente falleció Rosa Sabater, pianista al parecer excepcional, a la que lamentablemente no conocí. Había tenido su año de gloria; le habían concedido la Creu de Sant Jordi, había formado un trío en Barcelona y se había despedido de esta ciudad el 7 de octubre interpretando nada menos que el Tercer concierto de Beethoven. Pertenecía a una familia vinculada a la música, su padre, Josep Sabater, un conocido director de orquesta, y su madre, Margarita Parera, profesora de canto. Sin embargo no logró una estabilidad profesional hasta que se instaló en la ciudad alemana de Friburgo. Cuando vuelvo a leer las notas necrológicas me provoca irritación, o quizá rubor, recordar la del director entonces del conservatorio de Barcelona, Marçal Gols, que confesaba que “Rosa Sabater no pudo realizarse como artista entre nosotros y tuvo que emigrar a Friburgo”. Y ni una palabra más. No hubiera venido mal como homenaje a la concertista explicar el porqué. (El mismo día de la pasada semana que Alfred Brendel se despidió de nosotros en el Palau, los amigos de Rosa Sabater le rindieron un homenaje del que ningún medio de comunicación dio cuenta, que yo sepa, y que encabezaban sus dos huérfanos del trío, Marçal Cervera y Gonçal Comellas.)
La memoria cultural es quizá lo único que nos convierte en herederos de algo que merece la pena y que nos distancia de la tribu. El resto es subvención y escenografía. Por eso necesitaba este larguísimo exordio introductorio para llegar a donde quería. En el vuelo de Avianca murieron también dos pintores colombianos, Jairo Téllez y Tiberio Vanegas, y probablemente más gente de mérito que lamentablemente desconozco. Pero ahí viajaban cuatro intelectuales latinoamericanos que merecen por sí solos no un artículo, ni una serie, sino un catálogo mayor del recuerdo. Porque eran grandes y estaban en el momento crítico de su vida, cuando se echa el resto o se amilanan.
Rosa Sabater murió con 54 años. También cincuentones eran los que viajaban en los asientos 39, 40 y 41. Manuel Scorza, 55 años, peruano, un escritor que tras la aparición de su Redoble por Rancas (1970) nos convirtió en apasionados de su modo de contar historias. ÁngelRama, 53 años, uruguayo, el crítico que nos ayudó a interpretar de otra manera la literatura latinoamericana. A su lado, su segunda esposa, Marta Traba, 53 años, argentinocolombiana, la más brillante de las tratadistas del arte en América Latina, poeta incipiente y novelista de mérito.
Desconozco en qué asiento viajaba Jorge Ibargüengoitia, 55 años, mexicano, un escritor completo, para el teatro, el cine, la novela y el periodismo. La editorial Seix Barral se propuso lanzarle al estrellato peninsular, porque era muy bueno y tenía como agente a Carmen Balcells. Le programaron una colección dedicada a su obra. Publicaron su genial novela Las ruinas que ves,en el 2005, y ni llegaron a vender cien ejemplares, ni aparecieron reseñas en los diarios; abandonaron la colección. Son los muertos literarios de Mejorada del Campo.
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El último de 4 grandes/Gregorio Morán
LA VANGUARDIA, 13/12/08;
Entre los 183 muertos del 747 de Avianca que se estrelló intentando torpemente aterrizar en Madrid estaban cuatro grandes escritores latinoamericanos. Ocurrió hace ahora 25 años y bien merecen un pequeño recordatorio, aunque sólo sea por evitar esa imagen terrible, que asimila los literatos muertos a las gallinas de los cocidos de antaño, que servían para dar grasa al condumio de la familia, de los deudos y de los agentes literarios, quedándose las correosas carnes para exhibición del modesto plato editorial.
Los cuatro intelectuales muertos en Mejorada del Campo, en la vecindad de Barajas, estaban en sazón; en ese momento y esa edad en la que uno se consuma como grande o sigue en la noria del escritor establecido. Manuel Scorza y Jorge Ibargüengoitia habían cumplido 55 años; Marta Traba, la más joven, 53, y su marido, ÁngelRama, el mayor, 57. La primera cuestión que exige explicaciones es por qué los cuatro montaron en París. Lo de menos es que se conocieran. De seguro que sí; habían tenido motivos no sólo en sus periplos por Latinoamérica. También los cuatro habían pasado por el peaje de toda su generación, esa revolución cubana que se fueron encontrando a lo largo de su vida.
Jorge Ibargüengoitia me parece uno de los escritores más versátiles de la literatura mexicana del siglo XX; autor teatral, guionista de cine, articulista brillante, novelista de éxito. Todo lo que tocaba lo convertía en sarcasmo; la historia de México en primer lugar.
No sé si será una herencia india, aunque yo me inclino más por la mezcla criolla y la huella de la grandilocuencia española, pero buena parte de la historia oficial de los países de Hispanoamérica que se enseña a los niños en las escuelas es mentira; tan mentira como la nuestra, e incluso más. Fue necesario que en España las comunidades autónomas se hicieran cargo de la enseñanza para que entonces todos nos volviéramos un poco mexicanos y un mucho discípulos del PRI; cínicos, pero muy nacionalistas. Pues bien, Jorge Ibargüengoitia nació en Guanajuato y baste decir que tras escribir su primer libro, que enmarcó en su ciudad, ya se le puso muy difícil volver por allá. El humor corrosivo es muy fácil de distinguir del jijijíjajajá; basta contemplar sus efectos.
A Jorge Ibargüengoitia lo conocimos en España, que yo recuerde, por una novela prodigiosa que apareció a finales del 82 en una editorial hoy creo que desaparecida (Argos Vergara). Se titulaba Los conspiradores,y contaba magistralmente la aventura de un grupo de independentistas, hacia 1810, en su lucha por liberar México de la corona española; no creo que quien la empiece deje de leerla hasta el final. Pero la notoriedad de Ibargüengoitia fue su obra de teatro El atentado,en la que evocaba el asesinato, en 1928, del presidente ÁlvaroObregón, y la conspiración de su sucesor Plutarco Elías Calles. No tuvo ninguna posibilidad de representarla en México hasta quince años después de escribirla, pero la mandó al premio Casa de las Américas, en La Habana, y ganó. Aquí ya tenemos una relación de Ibargüengoitia con la revolución cubana, a la altura de 1963, cuando todos los sueños parecían posibles. Al año siguiente obtendría de nuevo el premio en La Habana, con una novela, Los relámpagos de agosto;también una reconstrucción delirante de los usufructuarios de la revolución mexicana.
Viajero por toda América, desde Estados Unidos hasta el Cono Sur, no serán los efectos de la revolución cubana los que le acaben alejando de su país y buscándose la vida en París. En 1976 se va a producir en México un fenómeno que afectará de lleno a la cultivada intelectualidad crítica. El presidente Luis Echevarría, el asesino del 68 en la plaza de Tlatelolco, descabeza el único periódico crítico de México, el Excelsior. De ahí nació el semanario Proceso y la vida siguió. Pero Ibargüengoitia, tras un montón de vicisitudes, encontró a una mujer que se llamaba Joy Laville, inglesa y pintora, echaron cuentas y se marcharon a París.
Aunque les uniera además de la pluma, el orgullo y la mala leche, el peruano Manuel Scorza debía de ser muy diferente de Ibargüengoitia. Jamás se le hubiera ocurrido a Scorza un libro como el que hizo el mexicano, felizmente titulado Instrucciones para vivir en México Scorza empezó como poeta, y siguió luego-,que nos introduce a partir de Redoble por Rancas en lo que luego sería un siniestro frente dominado por Sendero Luminoso. En uno de sus exilios, y en México, conoció a Ernesto Guevara, a punto de convertirse en el Che, y fue testigo galante de su boda con Hilda Gadea.
La obra de Scorza constituye una especie de gran oratorio andino, lo que, vanidades aparte, le consiente decir de sí mismo: “Yo he dotado de una memoria a los oprimidos del Perú, a los indios que eran hombres invisibles de la historia”. Menos influido por su paisano Arguedas que por Carpentier. Su otra vinculación con Cuba y su revolución fue Alejo Carpentier; un descomunal escritor y un tortuoso y equívoco personaje. Pero la vida es así y la literatura mucho más. Scorza acabó en París, en su último destierro, traducido a 24 lenguas, pero por esas cosas del mercado encontrar sus libros hoy en España es tarea de anticuario.
ÁngelRama, uruguayo descendiente de emigrantes gallegos - a ellos dedicó lo más parecido a una novela que escribió nunca, Tierra sin mapa-forma parte de una peculiaridad, yo diría que muy oriental de La Plata, la del ensayista literario en profundidad; los hay a puñados desde Rodó y Zum Felde. Su consagración fue el semanario Marcha,una leyenda en América del Sur. Sustituyó en la responsabilidad literaria y ensayística de la revista a Emir Rodríguez Monegal, su histórico adversario. Ambos, símbolos de la izquierda y la derecha latinoamericana durante muchos años. Activo jurado de los premios Casa de las Américas, rompería con la MESEGUER Cuba de Fidel en 1971, tras el asunto Heberto Padilla, por más que empezara a distanciarse, como tantos, a partir del 69, lo que en su caso coincidiría con el comienzo de su relación con Marta Traba.
La figura de Marta Traba, argentina porteña - signo de identidad que no perderá nunca; ese tejido complejo, de suficiencia e inseguridad-,tiene un interés especial por tratarse de otra creadora multifacética, que empezó en la poesía, siguió en la novela y se consagró como tratadista de arte, formada en Roma con Carlo Giulio Argan y en París con Francastel. Nacionalizada colombiana por su matrimonio con el periodista Alberto Zalamea, y posteriormente venezolana, casi a la fuerza. El golpe de Estado en Uruguay de 1973, ya viviendo en Montevideo con ÁngelRama, los pilló dando un curso en la Universidad de Caracas. A partir de entonces periplos inseguros por México, Estados Unidos - donde no les consintió residir el gobierno Reagan-,pasando por Barcelona - una compleja experiencia-hasta recalar en París. ¿La obra? ÁngelRama publicó innumerables ensayos, especialmente sobre la más enrevesada incógnita de la literatura, el llamado modernismo, pero también sobre autores contemporáneos a los que sometió a su agudeza analítica - no confundir con su hermano mayor, Carlos, historiador de las ideas, que viviría en Barcelona sus últimos años-.
Fallecieron los cuatro en un avión cuyo destino era una reunión con la intelectualidad hispanohablante, convocada por el presidente de Colombia, Belisario Betancur, en la que se iban a reencontrar exiliados de todos los países. ¿Acaso hay ambición más hermosa y destino más trágico?

Simplemente no les creemos

¿Por qué no les creemos?/ Sara SefchovichPublicado en El Universal, 7 de diciembre de 2008
Muy sencillo: porque todo lo que nos dicen ya lo hemos oído, una y otra vez, en este gobierno y en los anteriores, en el federal y en los estatales, respecto al tema de la seguridad y sobre los demás temas. En nuestro país, según el discurso gubernamental, todo marcha bien, desde la economía hasta el campo, desde el respeto a los derechos humanos y al medio ambiente hasta la educación. Ya nos lo han dicho y nos lo siguen diciendo.