Peña engañó a Obama (II)/ Raymundo Riva Palacio
Columna Estrictamente Personal
El Financiero, 6nde septiembre de 2016.
Obama y EPN
A finales de junio se dio la cumbre anual de líderes de América del
Norte, en Ottawa. Durante ese encuentro, funcionarios de la Casa Blanca y la
cancillería mexicana hablaron sobre un último encuentro bilateral del
presidente Barack Obama con el presidente Enrique Peña Nieto en Washington,
antes del relevo de mando en Estados Unidos en enero. Octubre no, dijo la Casa
Blanca, porque Obama estaría volcado en la campaña de Hillary Clinton. Quizás
noviembre, fue el mes tentativo. Días después, Mark Feirestein, director para
América Latina del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, informó a
la cancillería que Obama invitaba a Peña Nieto el 22 de julio. ¿Un día después
de que Donald Trump aceptara la candidatura a la presidencia? Exacto. Obama
quería enviar un mensaje directo a los electores.
La reunión en la Oficina Oval, de acuerdo con diplomáticos de los dos
países, fue excepcionalmente cálida entre los dos líderes. Públicamente Obama
lo llamó repetidamente “Enrique”, y expresó su confianza de que seguirían
fortaleciendo la relación bilateral. En ese momento los dos estaban en el mismo
barco de Hillary Clinton, y Peña Nieto había decidido, después de haber visto
las encuestas y los rendimientos decrecientes a su analogía de Trump con Adolfo
Hitler y Benito Mussolini, que esa beligerancia se había agotado, y debía
cuidar la forma como lidiar con el republicano. Pero el presidente se corrió al
otro extremo.
El secretario de Hacienda, Luis Videgaray, argumentó la necesidad
estratégica de que Peña Nieto hablara con Trump antes de la elección el 8 de
noviembre, y le explicara la importancia de la relación, particularmente la
comercial, para que matizara sus críticas al Tratado de Libre Comercio de
América del Norte. “Con Clinton no había necesidad de ello”, dijo un
funcionario. “Como secretaria de Estado, sabía lo relevante que era”.
Videgaray, como se describió en este espacio, estableció el contacto con Trump
a través de Francisco Guzmán, jefe de la Oficina de la Presidencia, y
prepararon en secreto la visita a México el miércoles pasado. Días antes, tanto
a él como a Clinton, les habían enviado invitaciones para reunirse con el
presidente.
En vísperas de que se enviaran las invitaciones el viernes 26 de agosto,
la canciller Claudia Ruiz Massieu expresó su oposición a que se le abriera la
puerta a Trump, por el daño a la imagen que causaría a Peña Nieto salir
retratado junto a la figura más impopular en el mundo. Funcionarios revelaron
que el choque entre ellos fue muy fuerte, donde Videgaray se mostró inamovible.
“El presidente ya tomó la decisión”, le dijo. Ante el hecho consumado de enviar
las invitaciones, la cancillería lo comunicó informalmente a la campaña de
Clinton. “Buena suerte”, le respondieron lacónicamente. El entrelineado era el
planteado por Ruiz Massieu. En Trump no se podía confiar, porque era incapaz de
mantener un compromiso. Las invitaciones salieron, sin saber nadie, fuera de un
muy cerrado círculo de colaboradores de Peña Nieto, que la visita estaba por
concretarse.
La embajadora de Estados Unidos en México, Roberta Jacobson, tuvo la
primera señal de la visita el sábado 27, cuando el Servicio Secreto le preguntó
sobre la logística para la seguridad de una persona de “alto perfil”. Jacobson
inquirió en la cancillería ese mismo día si se estaba preparando una visita de
Trump. Ahí no sabían nada. Cuando en la mañana del martes 30 empezó el rumor en
Washington de que Trump estaba considerando el viaje, Jacobson volvió a
comunicarse a la cancillería. Según una fuente diplomática, sólo como
prevención, porque aún no tenía confirmación del viaje, dijo que en todo caso
cuidaran los detalles. Esa frase retumbaría después de la visita de Trump,
cuando quisieron explicar a los estadounidenses que la visita los había
rebasado.