2 nov 2017

El viaje del último ‘taxi driver’

 El viaje del último ‘taxi driver’/Javier Lesaca, investigador visitante de George Washington University y autor del libro ‘Armas de seducción masiva’.
El País, 2 de noviembre de 2017

Fotografía policial de Saifullah Saipov, autor del atentado en Nueva York. AFP vía St. Charles County Police
Sayfullo Saipov es el último personaje de una tragedia contemporánea global que sobrepasa todos los límites de la racionalidad. Este anodino uzbeko de 29 años pasaba sus días sin pena ni gloria entre atascos y bocinazos a bordo de su vehículo de Uber por las calles de Manhattan. En 2010 ganó su visa de trabajo en Estados Unidos gracias a un sorteo de lotería organizado por el Departamento de Estado. Primero se instaló en la tranquila ciudad de Tampa, en Florida, luego se mudó a Ohio y más tarde probó fortuna en la ciudad-símbolo del sueño americano, Nueva York. Pero la fortuna ganada en la lotería y el sueño perseguido en Manhattan acabó en tragedia y terror con ocho cadáveres amontonados en un carril bici con vistas a la Freedom Tower.
El reino de leche y miel al que aspiraba Sayfullo Saipov se limitaba a participar en las jolgoriosas conversaciones de los turistas que transportaba a Central Park y Times Square o a escuchar las trascendentales llamadas telefónicas que mantenía algún hombre de negocios en el trayecto hacia el aeropuerto de La Guardia o Kennedy.
Las expectativas personales quebradas dieron paso a la frustración. La frustración se transformó en odio. Y el odio condujo a la ira y la violencia. Los 1.400 viajes en Uber que realizó Sayfullo Saipov por Manhattan en los últimos seis meses transcurrieron en paralelo a un viaje interior hacia el abismo similar al de Travis Bickle, el taxista neoyorquino interpretado por Robert De Niro en la película Taxi driver en 1976. No cuesta mucho esfuerzo imaginarse al joven uzbeko mirándose frente al espejo de un destartalado apartamento en New Jersey preguntándose a sí mismo: “Are you talking to me?” mientras desenfunda un arma.
Las mayores tragedias contemporáneas han comenzado con historias protagonizadas por personajes anodinos frustrados al encontrarse con una modernidad y un progreso que perciben que los deja al margen. El filósofo alemán Johann Gottfried Herder tenía 25 años cuando en 1796 viajó a París a impregnarse del cosmopolitismo y el refinamiento francés. Sin embargo, su fascinación inicial por Francia mutó a decepción y frustración y despertó una reacción romántica hacia su patria alemana, dando lugar al nacionalismo cultural alemán que a comienzos del siglo XX desembocó en el régimen nazi.
El intelectual egipcio Sayyid Qutb viajó a Estados Unidos en 1948 para formarse en un colegio de Colorado. Tras una experiencia de dos años, regresó a Egipto escandalizado por lo que él consideraba el individualismo, el materialismo y la falta de moral de Estados Unidos. A su vuelta en Egipto se puso al frente del ala más dura y violenta de los Hermanos Musulmanes. Fue ahorcado en 1966 acusado de haber liderado un intento de asesinato contra el presidente egipcio, el secular Gamal Abdel Nasser. Qutb sigue siendo un referente para los movimientos violentos yihadistas contemporáneos. El propio ISIS se ha encargado de mantener viva esa narrativa de frustración hacia Estados Unidos con vídeos en inglés como el que emitió el 24 de noviembre de 2015 donde se refería a este país como una nación de “corruptos, mentirosos y fornicadores”.
La globalización ha traído una nueva y enorme ola de frustración, como bien explica Pankah Mishra en su libro La edad de la ira. Mishra busca con acierto las causas de este odio no en choques de civilizaciones, sino en sentimientos y percepciones que hunden sus raíces en la reacción que la modernidad ha originado casi desde su nacimiento en aquellos que llegaban rezagados o quedaban al margen. Mishra cita con acierto el Hombre del Subsuelo de Nietzsche, “soñando sin cesar en vengarse de sus superiores sociales, esta criatura subterránea se deleita en su sentimiento de impotencia y proyecta hacia el exterior la culpa de su mala situación”.
Movimientos políticos nacionalistas, populistas o extremistas religiosos, como el ISIS, están surfeando esta ola de frustración por los cinco continentes y canalizando la ira hacia sus propios intereses. Su propuesta no consiste en humanizar el progreso, equilibrar los excesos de la modernidad o luchar porque nadie quede en los márgenes o el subsuelo de la sociedad. Su propuesta es nihilista y destructora. Aniquilar la modernidad por completo. La revolución tecnológica de comienzos del siglo XXI ha sido el mejor aliado de estos nuevos movimientos antimodernos.
Hace prácticamente un año, el 26 de noviembre de 2016, un ciudadano franco-marroquí de 29 años, llamado Abdelilah Himich, apareció en un vídeo-tutorial distribuido en las redes sociales llamando a cometer atentados exactamente iguales al cometido el martes en Manhattan por el conductor de Uber uzbeko. Himich se alistó a la legión francesa para ir a combatir la Yihad a Afganistán, pero su desencanto con la milicia francesa le movió finalmente a convertirse en youtuber e influencer digital del ISIS.
Mientras Sayfullo Saipov estrellaba su furgoneta contra ocho turistas que paseaban en bicicleta por las orillas del río Hudson, un joven sirio que se hacía llamar Abu Omar Al Shami arengaba desde una azotea de Damasco a los seguidores de ISIS en un vídeo distribuido por las redes sociales. Abu Omar Al Shami interpretaba una película de francotiradores, inspirada en la película American Sniper, donde volaba la cabeza de decenas de soldados sirios. Seis horas después de comenzar la campaña de distribución de este vídeo, más de 30 enlaces en las plataformas digitales más populares mantenía activo el mensaje que lanzaba Abu Omar Al Shari para inspirar y canalizar la frustración y la ira del próximo taxi driver.
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