Publicado en EL PAÍS, 11/03/10;
No es casual que la ponderada sentencia sobre los atentados de Madrid aludiese a quienes fueron procesados y condenados por tales hechos, si exceptuamos a los criminales españoles de los cuales obtuvieron los explosivos, como “miembros de células y grupos de tipo yihadista”. Al contrario de lo que con frecuencia se da por descontado, dentro y fuera de nuestro país -supongo que en buena medida debido a lo excéntrico que entre los propios españoles ha sido el debate sobre los autores implicados en la matanza de los trenes de la muerte-, en tan importante documento judicial no existe mención alguna a “célula local”, “célula independiente”, “célula local independiente” o concepto de equivalencia similar. Y es que lo sucedido en España en aquella infame fecha de marzo de 2004, exactamente 911 días después de los atentados del 9/11 -11 de septiembre según la manera anglosajona de datar- en Estados Unidos, no fue el producto de una célula local independiente inspirada por Al Qaeda pero carente de conexiones con dicha estructura terrorista o alguna de sus entidades afiliadas. Tanto la composición misma de la red que preparó y perpetró los atentados de Madrid, como su recientemente acreditada conexión con el núcleo central de Al Qaeda, al igual que la estrategia subyacente a tales hechos, evidencian que el verdadero significado del 11-M fue otro.
En primer lugar, la red que estuvo detrás de los atentados del 11 de marzo, constituida entre septiembre de 2002 y noviembre de 2003, aglutinó en lo fundamental a cuatro colectivos preexistentes y relativamente reducidos de individuos. Dos de esos colectivos se encontraban especialmente interconectados, pues derivaban de la célula establecida por Al Qaeda en España a mediados de los noventa del pasado siglo. Esta célula fue sustancial pero no completamente desmantelada en los meses que siguieron a los atentados del 11-S, cuando su líder era Imad Eddin Barakat Yarkas, más conocido como Abu Dahdah. Un tercer colectivo de individuos que se incorporó a la red del 11-M estaba ligado a la fracción que el Grupo Islámico Combatiente Marroquí tenía en Europa occidental, sobre todo en Bélgica y Francia. El cuarto y último colectivo en integrarse estaba compuesto por algunos narcotraficantes convertidos en islamistas violentos. Se trataba, en conjunto, de varones, casi todos inmigrantes de origen norteafricano -sobre todo marroquíes-, nacidos entre 1960 y 1983, en su mayoría con entre 23 y 33 años cuando perpetraron los atentados. Al igual que otras de sus características sociales denotan una notable diversidad, tampoco todos interiorizaron una ideología yihadista y fueron reclutados en el mismo lugar, al mismo tiempo o mediante el mismo proceso.
En segundo lugar, tal y como desvelé en parte hace apenas unos meses, existía una conexión entre la red terrorista del 11-M y el mando de operaciones externas de Al Qaeda en Waziristán del Norte (EL PAÍS, 17 de diciembre). Este hallazgo, del que tuve indicios fundados a finales de 2008 en Reino Unido, se basa en la figura de Amer Azizi, quien fuera destacado miembro de la mencionada célula de Al Qaeda en España y lograse huir tras su desarticulación.
Azizi reclutó al iniciador en 2002 de la trama responsable de los atentados de Madrid. Estaba estrechamente ligado al menos a otros tres importantes miembros de esa trama, y se mantenía en contacto con el cabecilla operativo de la red local, es decir, Serhane ben Abdelmajid Fakhet, El Tunecino. Tampoco era ajeno al Grupo Islámico Combatiente Marroquí ni al Grupo Islámico Combatiente Libio, con cuyo entonces dirigente llegó a comunicarse este último en 2003. Cuando ocurrió el 11-M, Amer Azizi era el hombre de confianza del número tres en la jerarquía de Al Qaeda, el egipcio Hamza Rabia, junto a quien murió en diciembre de 2005 como consecuencia de uno de los ataques selectivos de la inteligencia estadounidense, mediante aeronaves no tripuladas, contra miembros prominentes de dicha estructura terrorista en los territorios fronterizos entre Afganistán y Pakistán.
En tercer lugar, la estrategia de los atentados de Madrid no procedía de la red que los preparó y ejecutó. Para entenderla, cabe recordar el conocido vídeo difundido por Al Jazeera el 18 de octubre de 2003, en el que Osama Bin Laden amenazó a España, y un mensaje de correo electrónico al semanario Al Majallah ocho días después. Hay quienes consideran que lo ocurrido se inspiró en dos documentos -”Yihad en Irak” y “Mensaje al Pueblo Español”-, publicados en diciembre de 2003 en Global Islamic Media Centre, pero para entonces la red del 11-M ya estaba formada y no hay trazas de que sus miembros los conocieran. Sin embargo, conocieron y siguieron las orientaciones remitidas por las Brigadas Abu Hafs al Masri/Al Qaeda desde Irán y quizá Yemen. Sin el segundo de los comunicados firmados con esa denominación, alusiva a quien fuera jefe del comité militar de Al Qaeda, que la célula operativa del 11-M recogió de Internet horas después de haber sido colocado, mal se comprende su posterior actuación. No pocos han dudado de la fiabilidad de esos textos, pero baste mencionar que el primero de ellos hablaba de la advertencia hecha con el atentado de 2003 en Nasiriya contra fuerzas italianas. Ahora sabemos que uno de los suicidas que lo cometió fue reclutado en España y trasladado por el mismo conducto por el que huyeron hacia Irak algunos de los implicados en el 11-M.
Así, lo ocurrido en Madrid hace seis años denotaba la continuada actividad de Al Qaeda tras el 11-S, instigando, aprobando y probablemente también facilitando la comisión de atentados espectaculares y muy letales en las sociedades occidentales. Esta actividad persiste, aunque se hayan detectado alteraciones notables en el alcance y los límites de las capacidades de Al Qaeda. Aquel 11-M resultó además indicativo de la reorientación que a partir de 2002 se observaba entre las organizaciones yihadistas norteafricanas afines a Al Qaeda y que culminó en la formación de su actual extensión regional magrebí. Asimismo, los atentados de Madrid fueron reveladores acerca de la movilización terrorista de inmigrantes de primera generación procedentes de países musulmanes. Lo que se añadía a la radicalización y el reclutamiento, constatado en otras naciones europeas, de jóvenes correspondientes a las llamadas segundas y terceras generaciones.
Además, los atentados en los trenes de cercanías revelaban mucho sobre el terrorismo global como un fenómeno polimorfo de componentes heterogéneos que interactúan entre sí, cuyos dirigentes reconocen una jerarquía de mando y control, pero que es flexible y se adapta a las circunstancias propias de una determinada situación, produciendo en ocasiones, como el 11-M, combinaciones excepcionales.
Con todo, los atentados del 11-M no sólo hablaban por sí mismos acerca de un terrorismo yihadista en transición, tras haber perdido Al Qaeda y sus entidades afiliadas el santuario afgano del que se beneficiaron hasta el otoño de 2001. También resultaron indicativos de la cambiante naturaleza de la amenaza del yihadismo global. No fueron unos atentados planificados, preparados y ejecutados sólo por Al Qaeda, como había sido habitual hasta 2002. Pero tampoco fueron producto exclusivo de una célula independiente. Más bien reflejaron la realidad de una amenaza compleja y compuesta, en la que confluyen diferentes grupos y organizaciones.
Por lo demás, el 11-M dejó una vez más clara la predilección del terrorismo yihadista por los sistemas de transporte público como blanco, una preferencia por el uso de artefactos explosivos y la determinación suicida de sus ejecutores. Alguno de los implicados en esos atentados había escrito su testamento.
Finalmente, lo sucedido hace seis años en Madrid puso de manifiesto que las directrices de Al Qaeda, las decisiones de sus organizaciones asociadas y las aspiraciones de las redes locales pueden converger, aprovechándose de oportunidades especialmente favorables para la ejecución en sociedades occidentales de actos de terrorismo global.