Pensar el nuevo régimen/Isabel Turrent
Para dividir y reinar es muy útil inventar un enemigo y culparlo de todos los males del país
El presidente López Obrador es el eje y el motor del nuevo régimen que él llama la Cuarta Transformación. El mejor camino para entenderla es entender a su líder. Si la historia no lo hubiera alcanzado en los últimos años de su larga lucha por la Presidencia y lo hubiera colocado con toda justicia entre los políticos populistas que pueblan el escenario político del mundo hoy, nadie hubiera podido explicar mejor a López Obrador que Max Weber. Es el arquetipo de los líderes carismáticos weberianos: héroes, magos o demagogos, decía Weber, que dominan en virtud de su carisma personal; reformadores extremos que desechan la política establecida y exigen de sus adeptos un grado de compromiso que no tiene paralelo en otros tipos de dominación. Un asunto de fe.El carisma y la fe de los acólitos se alimenta en buena parte de crisis: reales (como la que llevó a Putin al poder en Rusia y la inseguridad, corrupción y violencia en México que le dieron el triunfo a LO), o inventadas (como la supuesta amenaza que representan los inmigrantes para países como Estados Unidos o Hungría). Todos estos líderes, sin excepción, prometen resolver de un plumazo los problemas de una sociedad. Aseguran que la solución es mucho más directa de lo que las élites políticas nos han hecho creer "y que la masa de la gente común sabe instintivamente lo que se debe hacer".* La política, pregonan, es un asunto muy fácil.
El callejón sin salida de los líderes carismáticos, ahora y siempre, ha sido que el carisma es inestable y efímero. En el pasado, estos regímenes derivaron siempre en monarquías o dictaduras patrimoniales para mantenerse en el poder. La novedad de hoy es que los populistas que iniciaron su dominio con base en el carisma llegaron -y se mantienen- en el poder a través del uso de las instituciones y vías democráticas como el voto.
Muchos han comprobado que la política en ese escenario es, en efecto, fácil. Sobre todo frente a una oposición débil y en democracias frágiles y nuevas, como la nuestra. Líderes como el húngaro Orbán, Maduro o López Obrador, han encontrado la manera de concentrar todo el poder en sus manos. Allá se apoderan de los medios de comunicación, atacan sistemáticamente a la prensa y reprimen a la sociedad civil: la intolerancia es su bandera. Aquí, hemos emprendido el mismo camino con la centralización a ultranza, consultas que pasan por encima de la institución democrática encargada de hacerlas y verificarlas y la reconstrucción del México corporativista. López Obrador no tiene que preocuparse por los medios de comunicación masivos: sus dueños están en su "consejo de asesores".
El populismo se alimenta de la polarización y el enfrentamiento entre sus feligreses y la sociedad civil a la que ni oyen ni ven. Su sueño dorado es establecer la tiranía de la mayoría. Para dividir y reinar es muy útil inventar un enemigo y culparlo de todos los males del país. En Estados Unidos y en países europeos como Polonia y Hungría el enemigo son los inmigrantes de otro color. Para LO, que vive de espaldas al mundo, sus adversarios han sido siempre nativos, mafias del poder, élites (para dividir y reinar hay que nutrir el resentimiento de clase) y, desde su elección, el fantoche del neoliberalismo que ni él ni nadie ha podido definir. Ha sazonado este régimen híbrido que intenta construir con una buena dosis de castrismo setentero y otra de sincretismo religioso, que debilita al Estado secular, y que emana de fuentes no identificadas.
El talón de Aquiles de los políticos carismáticos y populistas es la economía. Todos han intentado poner los recursos económicos al servicio de su programa de dominación política. Y todos han fracasado. Si López Obrador insiste en aplicar un modelo económico estatista que vulnere el libre mercado, con subsidios y controles de precios y decisiones fundadas en "sus convicciones" más que en cálculos de costos y ganancias -como la suspensión del aeropuerto de Texcoco-, la Cuarta Transformación podría convertirse en poco tiempo en el reino de la carestía. Ahí, donde el carisma se esfuma y el autoritarismo represivo lo sustituye.
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