Columna Estrictamente Personal/Raymundo Riva Palacio
La guerra ya se perdió
Ejecentral.com 14 de octubre de 2009;
La guerra ya se perdió
Ejecentral.com 14 de octubre de 2009;
Las guerras políticas se ganan en la opinión pública. El Sindicato Mexicano de Electricistas la perdió con el gobierno federal aún antes de entrar el campo de batalla. No tuvo una estrategia, no tuvo capacidad de respuesta, no tuvo en su líder Martín Esparza un gladiador mediático que pudiera enfrentar a los leones con el que lo dejaron solo en el coliseo de la esfera pública. Esparza es culpable por ceguera. El gobierno federal le jugó con libreto una guerra de propaganda, que fue quirúrgica, rápida y altamente eficaz. En siete días lo aniquilaron, y la sociedad encuestada sobre la toma de la Compañía de Luz y Fuerza y su ocupación policial, se congratuló con las cruces sembradas en el camino.
Sistemáticamente, Esparza equivocó su estrategia. Jugó a la política en un tablero que huele a naftalina. Sus categorías de análisis son obsoletas, por lo que no entendió el primer disparo que le hizo el gobierno, que mostró que los términos de la guerra que estaba por enfrentar, se habían corrido de escenario. Fue políticamente torpe al ser arrastrado por el camino a la trampa a través de filtraciones cargadas de veneno que en una semana le puso a la opinión pública en contra y quedó etiquetado como un líder corrupto, indigno de cualquier arreglo futuro. Si eso es verdad o es mentira qué más da. Es absolutamente irrelevante para quien entiende que en política, la percepción es más poderosa que la realidad.
La guerra de propaganda comenzó el lunes. Ese día por la tarde se iba a anunciar que la Secretaría de Trabajo daría su veredicto sobre la toma de nota de Esparza como secretario general del SME. A las 17 horas en punto, tiempo suficiente para que circulara masivamente la filtración a la prensa esa mañana de la documentación de las elecciones en el sindicato donde Esparza ganó por 352 votos, pero 40% de ellos irregulares. La información plantada fue un manjar para los medios electrónicos. Esparza reaccionó con desatino, afirmando una y otra vez que no había habido fraude en la elección, que se había votado conforme al padrón y que tenía las actas firmadas por los escrutadores. Entre sus dichos y los documentos, cuando le negaron la toma de nota al acabar el día, el mensaje estaba bien transmitido: ganó, pero con trampas.
Cuando el secretario de Trabajo, Javier Lozano, declaró que la negativa tenía que ver con las irregularidades en la presentación de la documentación, pocos lo dudaron y Esparza volvió a morder el anzuelo. No se dio cuenta que lo desviaron del argumento central y lo masacraron. Cuando Esparza reaccionó, empujado por los expertos que señalaron la probabilidad de que Lozano hubiera incurrido en una violación a la ley al haberse adjudicado las tareas y obligaciones de la Junta de Conciliación, ya era demasiado tarde. Esparza siguió cometiendo errores.
El gobierno estaba reclutando soldados para su ejército propagandístico, y el dirigente sindical, en la frivolidad que sólo puede incurrir quien no se da cuenta del terreno en el que está plantado, inauguró un gimnasio para los sindicalistas con acabados, decía la prensa, de lujo. ¿Quién notificó a los medios de ese acto? No está claro, pero el miércoles aparecieron las fotografías de él en el gimnasio en las primeras planas de todos los periódicos, desatando, en la dialéctica prensa-radio-televisión-prensa de la opinión pública mexicana, nuevos motivos de flagelación. Dentro de esa secuela apareció una filtración adicional, el rancho de Esparza en Hidalgo, con sus fotos vestido de charro, motivo de sorna y doble juego de palabras de líder sindical charro.
Era el momento de denunciar la campaña mediática del gobierno y la propaganda que estaba siendo diseminada en los medios en paquetes informativos, ejemplificar las prácticas propagandísticas presidenciales con aquellas fotografías de supuestos perredistas armados con cuernos de chivo en Tejupilco, con lo que se empezó a construir la imagen de violento a ese partido, o como cuando se inventó a el chupacabras para generar una angustia y una curiosidad a los mexicanos, anímicamente apagados por la crisis económica de 1995. Esparza volvió a recurrir al inventario antiguo de reacción. La propaganda es un arma de todo poder, y en una sociedad mediática, más efectiva aún. Pero Esparza abrevó una vez más del pasado.
Organizó una marcha hacia Los Pinos, interrumpiendo por varias horas el tráfico por el Paseo de la Reforma, pese a que había declarado reiteradamente que si le negaban la toma de nota, ejercitaría su derecho constitucional a manifestarse sin afectar a terceros. Se lo recordaron. Entregó una carta al Presidente y escaló el discurso con un ultimátum al gobierno: si no cumplía con el desembolso de recursos que necesitaban para operar Luz y Fuerza, se las verían con el SME en cuatro días. Bravuconadas que antes asustaban, ahora quedaron como reflejo patético de un líder que no supo descifrar los nuevos códigos de la guerra política.
Esta semana reincidió. Calificó al presidente Felipe Calderón de autoritario y fascista, en la liquidación de Luz y Fuerza. Mal. La aprobación ciudadana a la acción del gobierno superó el 70%. Calderón tenía el consenso; Esparza lo había perdido. El gobierno, sin entrar al debate, bombardeó a la población con la manipulación de símbolos (el paternalismo y los discursos) y con la sicología individual (el bono extraordinario por encima de la liquidación y la esperanza de recontratación). A través de esta línea de propaganda estableció una comunicación política que Esparza no supo enfrentar. Perdió la guerra que se pelea hoy en la esfera pública, con difusión masiva de mensajes que despertaron la imaginación y convirtieron en realidad lo que el gobierno quería que la sociedad asumiera como cierto, fueran verdades, medias verdades o mentiras. El trabajo, con la ayuda de Esparza, fue impecable.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
www.twitter.com/rivapa
Sistemáticamente, Esparza equivocó su estrategia. Jugó a la política en un tablero que huele a naftalina. Sus categorías de análisis son obsoletas, por lo que no entendió el primer disparo que le hizo el gobierno, que mostró que los términos de la guerra que estaba por enfrentar, se habían corrido de escenario. Fue políticamente torpe al ser arrastrado por el camino a la trampa a través de filtraciones cargadas de veneno que en una semana le puso a la opinión pública en contra y quedó etiquetado como un líder corrupto, indigno de cualquier arreglo futuro. Si eso es verdad o es mentira qué más da. Es absolutamente irrelevante para quien entiende que en política, la percepción es más poderosa que la realidad.
La guerra de propaganda comenzó el lunes. Ese día por la tarde se iba a anunciar que la Secretaría de Trabajo daría su veredicto sobre la toma de nota de Esparza como secretario general del SME. A las 17 horas en punto, tiempo suficiente para que circulara masivamente la filtración a la prensa esa mañana de la documentación de las elecciones en el sindicato donde Esparza ganó por 352 votos, pero 40% de ellos irregulares. La información plantada fue un manjar para los medios electrónicos. Esparza reaccionó con desatino, afirmando una y otra vez que no había habido fraude en la elección, que se había votado conforme al padrón y que tenía las actas firmadas por los escrutadores. Entre sus dichos y los documentos, cuando le negaron la toma de nota al acabar el día, el mensaje estaba bien transmitido: ganó, pero con trampas.
Cuando el secretario de Trabajo, Javier Lozano, declaró que la negativa tenía que ver con las irregularidades en la presentación de la documentación, pocos lo dudaron y Esparza volvió a morder el anzuelo. No se dio cuenta que lo desviaron del argumento central y lo masacraron. Cuando Esparza reaccionó, empujado por los expertos que señalaron la probabilidad de que Lozano hubiera incurrido en una violación a la ley al haberse adjudicado las tareas y obligaciones de la Junta de Conciliación, ya era demasiado tarde. Esparza siguió cometiendo errores.
El gobierno estaba reclutando soldados para su ejército propagandístico, y el dirigente sindical, en la frivolidad que sólo puede incurrir quien no se da cuenta del terreno en el que está plantado, inauguró un gimnasio para los sindicalistas con acabados, decía la prensa, de lujo. ¿Quién notificó a los medios de ese acto? No está claro, pero el miércoles aparecieron las fotografías de él en el gimnasio en las primeras planas de todos los periódicos, desatando, en la dialéctica prensa-radio-televisión-prensa de la opinión pública mexicana, nuevos motivos de flagelación. Dentro de esa secuela apareció una filtración adicional, el rancho de Esparza en Hidalgo, con sus fotos vestido de charro, motivo de sorna y doble juego de palabras de líder sindical charro.
Era el momento de denunciar la campaña mediática del gobierno y la propaganda que estaba siendo diseminada en los medios en paquetes informativos, ejemplificar las prácticas propagandísticas presidenciales con aquellas fotografías de supuestos perredistas armados con cuernos de chivo en Tejupilco, con lo que se empezó a construir la imagen de violento a ese partido, o como cuando se inventó a el chupacabras para generar una angustia y una curiosidad a los mexicanos, anímicamente apagados por la crisis económica de 1995. Esparza volvió a recurrir al inventario antiguo de reacción. La propaganda es un arma de todo poder, y en una sociedad mediática, más efectiva aún. Pero Esparza abrevó una vez más del pasado.
Organizó una marcha hacia Los Pinos, interrumpiendo por varias horas el tráfico por el Paseo de la Reforma, pese a que había declarado reiteradamente que si le negaban la toma de nota, ejercitaría su derecho constitucional a manifestarse sin afectar a terceros. Se lo recordaron. Entregó una carta al Presidente y escaló el discurso con un ultimátum al gobierno: si no cumplía con el desembolso de recursos que necesitaban para operar Luz y Fuerza, se las verían con el SME en cuatro días. Bravuconadas que antes asustaban, ahora quedaron como reflejo patético de un líder que no supo descifrar los nuevos códigos de la guerra política.
Esta semana reincidió. Calificó al presidente Felipe Calderón de autoritario y fascista, en la liquidación de Luz y Fuerza. Mal. La aprobación ciudadana a la acción del gobierno superó el 70%. Calderón tenía el consenso; Esparza lo había perdido. El gobierno, sin entrar al debate, bombardeó a la población con la manipulación de símbolos (el paternalismo y los discursos) y con la sicología individual (el bono extraordinario por encima de la liquidación y la esperanza de recontratación). A través de esta línea de propaganda estableció una comunicación política que Esparza no supo enfrentar. Perdió la guerra que se pelea hoy en la esfera pública, con difusión masiva de mensajes que despertaron la imaginación y convirtieron en realidad lo que el gobierno quería que la sociedad asumiera como cierto, fueran verdades, medias verdades o mentiras. El trabajo, con la ayuda de Esparza, fue impecable.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
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