En
Perú, una campaña presidencial y un juicio por asesinato van de la mano/
Sonia Goldenberg, exdirectora ejecutiva del Comité para la Protección de los Periodistas, es periodista y documentalista.
The
New York Times | 2/ 02/16.'
En los 80, Hugo Bustíos trabajaba como fotoperiodista en Ayacucho, una provincia peruana que entonces se regía por ley marcial. En esa época el ejército libraba una campaña brutal de contrainsurgencia para abatir a Sendero Luminoso. El trabajo de Bustíos como reportero lo convirtió en un testigo incómodo de las atrocidades cometidas por ambos bandos, y recibió numerosas amenazas de muerte.
En los 80, Hugo Bustíos trabajaba como fotoperiodista en Ayacucho, una provincia peruana que entonces se regía por ley marcial. En esa época el ejército libraba una campaña brutal de contrainsurgencia para abatir a Sendero Luminoso. El trabajo de Bustíos como reportero lo convirtió en un testigo incómodo de las atrocidades cometidas por ambos bandos, y recibió numerosas amenazas de muerte.
En
1988 Bustíos fue emboscado a plena luz del día por una patrulla militar. Lo
mataron a tiros y su cuerpo fue destruido con una granada para intimidar a los
demás.
Más
de 50 periodistas han sido asesinados en Perú desde que el país recuperó la
democracia en 1980; muy pocos casos han sido llevados ante la justicia. Sin
embargo, el asesinato de Hugo Bustíos no fue olvidado. EL caso fue tomado
primero por el Comité para la Protección de los Periodistas de Nueva York y
posteriormente por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Los
avances en la investigación estaban paralizados pero, finalmente, más de un
cuarto de siglo después de su muerte, se está llevando a cabo un juicio. Y eso
no es lo más extraordinario: el acusado en el juicio podría ser el próximo
presidente de Perú.
Ayacucho
en 2012. La provincia se regía por ley marcial en los 80, cuando el ejército
peruano libraba una campaña brutal contra Sendero Luminoso. Tomas Munita para
The New York Times
Ayacucho
en 2012. La provincia se regía por ley marcial en los 80, cuando el ejército
peruano libraba una campaña brutal contra Sendero Luminoso. Tomas Munita para
The New York Times
El
General Daniel Urresti, conocido en la época del asesinato de Bustíos con el
pseudónimo de Capitán Arturo, fue jefe de inteligencia en la base del ejército
en Huanta, Ayacucho. Urresti fue acusado el año pasado de haber ordenado el
asesinato del periodista. De ser declarado culpable, enfrenta una sentencia de
25 años en prisión.
Al
mismo tiempo, el General Urresti ha sido elegido para ser el candidato
presidencial del partido gobernante del país, el Partido Nacionalista del Perú,
en las elecciones generales programadas para el 10 de abril.
Por
si eso no fuera lo suficientemente bizarro, la compañera de fórmula del General
Urresti es Susana Villarán, una reconocida activista de derechos humanos. Entre
2002 y 2005, fue integrante de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos,
la misma organización que ayudó a llevar el caso de Urresti ante la justicia.
Estos
compañeros tan dispares son menos extraordinarios de lo que se podría pensar:
los partidos son débiles en Perú y los políticos no reparan en cambiar de
bando. Pero incluso para estándares peruanos, la candidatura de Villarán es
descaradamente oportunista. La viuda de Bustíos, Margarita Patiño, ha acusado a
Villarán de una traición que “insulta, veja e indigna a los familiares de
víctimas de graves violaciones contra los derechos humanos”.
Conocí
bien a Hugo Bustíos. Trabajamos juntos a mediados de los 80 en Huanta.
Poco
después de que mi colega fuera asesinado, me nombraron directora ejecutiva del
Comité para la Protección de los Periodistas en Nueva York, y en 1990, junto
con Human Rights Watch y el Center for Justice and International Law, hicimos
que el caso de Bustíos fuera remitido a la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos. En 1997 la comisión exigió al gobierno peruano dar inicio a una
investigación imparcial para que los responsables fueran sometidos a juicio.
El
caso siguió estancado porque el gobierno del Presidente Alberto Fujimori había
promulgado una ley de amnistía que le otorgaba inmunidad al personal militar
implicado en abusos de derechos humanos durante el estado de emergencia. No fue
sino hasta 2001, cuando se nombró una comisión de la verdad, que el gobierno
peruano por fin aceptó investigar 165 casos, incluyendo el asesinato de
Bustíos. En 2007 un tribunal sentenció a dos funcionarios por el delito, pero
en 2009 uno de los dos sentenciados implicó al General Urresti en el asesinato.
El
General Urresti niega la acusación e insiste que el caso tiene motivos
políticos, ya que intenta bloquear sus ambiciones presidenciales. Por su parte,
Villarán declaró que, a pesar de haber tenido dudas en el pasado, está
convencida de la inocencia de su compañero de fórmula.
La
primera vez que vi al general en persona fue en diciembre pasado, cuando
testifiqué en su juicio, pero ha sido una figura controvertida en Perú desde
hace algún tiempo. En 2014 fue nombrado ministro del interior por el Presidente
Ollanta Humala —quien fue oficial del ejército durante la “guerra sucia”— a
pesar de que Urresti ya tenía una investigación abierta por el asesinato de
Bustíos. Solo duró ocho meses en ese puesto, ya que tras recibir críticas por
brutalidad policial durante las protestas del año pasado fue obligado a
renunciar. Sin embargo, el estilo combativo del General Urresti en sus
apariciones televisivas lo han convertido en una figura popular.
Por
una coincidencia perversa, se espera que el tribunal dicte sentencia en el caso
Urresti al mismo tiempo que los peruanos voten en la primera vuelta en abril. Y
es así como los electores tienen no solo un candidato presidencial que alterna
apariciones en televisión con comparecencias ante los tribunales, sino además
están expuestos a la posibilidad de que un presidente electo gobierne desde
prisión.
No
tiene muchas probabilidades de ganar, pero ese podría no ser el principal
objetivo de su candidatura. Al ungir al General Urresti como su sucesor
político, Humala pareció exculpar a un presunto responsable sujeto a una grave
acusación. Los jueces de Perú no son conocidos por su independencia ni
integridad; el respaldo presidencial puede sin duda ser visto como un intento
de interferir en el curso de la justicia, y en efecto podría comprometer la
imparcialidad del juicio.
El
esfuerzo por instalar a un aliado tan polémico en la presidencia puede ser un
quid pro quo del presidente saliente. La primera dama, Nadine Heredia, está
sometida a una investigación por presunto lavado de fondos de campaña y
transferir millones de dólares a cuentas bancarias secretas en el extranjero
(EL presidente tiene inmunidad que solo puede ser levantada por voto
mayoritario en el Congreso una vez que deje el cargo). Humala dejará la
presidencia con índices de aprobación terriblemente bajos; su patrocinio a la
candidatura de Urresti podría ser visto como un último intento desesperado por
apuntalar su situación política.
No
hace falta decir que aquellos que aspiran a un cargo público deberían estar
libres de toda sospecha de conductas delictivas. Evidentemente este no es el
caso de Urresti. Su candidatura socava la ya frágil democracia peruana.
Y
lo que resulta peor, la candidatura del General Urresti interfiere groseramente
con la administración de justicia. Esto subvierte la larga batalla del Perú por
confrontar su oscuro pasado de crímenes contra la humanidad.
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