Duelo
en Iowa/Rafael Navarro-Valls es catedrático, académico y analista de la Presidencia americana.
El
Mundo | 3 de febrero de 2016..
Hace
unos días recibí un ‘e-mail’ de James Carville, asesor político de los Clinton
y autor de la frase icónica: «Es la economía, estúpido». Decía: las encuestas
en Iowa y New Hampshire apuntan a un resultado «más apretado que una serpiente
de cascabel atrapada en un tubo de drenaje». Tenía razón. Bernie Sanders -un
senador de 74 años- ha estado a punto de repetir el resultado del por entonces
desconocido Obama, que venció a Hillary en Iowa en 2008. El casi empate técnico
con la ex secretaria de Estado (49,9% para Hillary, 49,6 % para Sanders), es un
triunfo en toda regla para el «socialista democrático». Por otra parte, aún me
sonrío con la esquela mandada publicar por Jeffrey Cohen, fallecido a los 70
años. En ella suplicó «a sus queridos amigos y familiares» que «en lugar de
llevarme flores, ruego que no votéis a Trump». De algún modo, le han hecho caso
al bueno de Cohen, pues el favorito millonario neoyorquino (24,3% de los votos)
queda literalmente ‘emparedado’ entre dos hispanos: Ted Cruz, el vencedor
(27,7%), y Marco Rubio (23,1%), el tercero.
¿Por
qué son importantes los resultados de ayer en este pequeño Estado, cuya riqueza
principal es el etanol y el maíz? En primer lugar, porque aunque el resultado
no decide el vencedor, ayuda a identificar a los perdedores. Pasa como en los
‘reality show’: varios caerán eliminados, aunque en este caso por propia
voluntad. Así ha ocurrido, por ahora, con el demócrata Martin O’Malley o el
republicano Mike Huckabee, que han decidido tirar la toalla por los pobres
resultados. Por otra parte, el efecto político y mediático es importante. Los
focos que han estado algo erráticos los días precedentes fijan su luz sobre los
vencedores en Iowa, de modo que ocho de los diez últimos vencedores del
‘caucus’ de ese estado obtuvieron luego la candidatura de su partido.
duelo-en-iowaSin
embargo, todavía hay vida después de Iowa. Por ejemplo, Mitt Romney, el
candidato republicano en 2012, obtuvo el segundo lugar en Iowa, John McCain
(candidato en 2008) solamente logró en Iowa el cuarto puesto y Ronald Reagan
(1980) quedó por detrás de George H. W. Bush. Entre los demócratas, Michael
Dukakis (1988) y Bill Clinton (1992) obtuvieron la nominación sin vencer en
Iowa. De ahí que los supervivientes del ‘caucus’ estén ya mirando hacia New
Hampshire -un estado de no más de millón y medio de habitantes y un diminuto
senado de 24 legisladores- en el que volverá a reproducirse ese fenómeno de
«contaminación mediática», que convierte a los corresponsales de televisión y
de los influyentes periódicos de la costa Este en los «grandes nominadores»
para la presidencia. Y no en el último partido de la liga, sino en los
primeros.
Pero
dejemos por ahora el futuro, para analizar el presente. Lo más destacado de la
elección de Iowa es la derrota de ese personaje llamado Donald Trump y un
cierto quebranto para las aspiraciones de la ambiciosa Hillary. Veamos las
causas. Para los «grandes nominadores» mediáticos, Donald Trump es algo así
como el Anticristo: una mezcla de Hitler y Gengis Kan. Hace una semana, los
cielos de California se llenaron de avionetas escribiendo: «América es maravillosa,
Trump es repugnante». Ha insultado a la capital de la UE llamando a Bruselas
una «cueva infernal», aparte de meterse con todo bicho viviente, incluido el
‘establishment’ republicano. Si se teclea en Google: «Trump, insultos», sólo en
español hay casi medio millón de entradas. No digo nada si la consulta se hace
en inglés: unos tres millones.
Y
no obstante, la explosión del rubio millonario había llevado a tal aceleración
de su candidatura que, de agujero negro, pasó a estrella supernova. Aunque
muchos hablan de su futura implosión que lo arrojará a la cuneta (su derrota
frente a Ted Cruz y con Rubio pegado a su rueda, puede ser el principio), la
verdad es que de pronto se había colado entre los hombres más admirados de
Estados Unidos: al nivel de Obama o el papa Francisco. Iowa le ha puesto los
pies en la tierra, pero sus posibilidades aún perviven.
El
ascenso de Trump se había producido por dos razones: tiene una salud de hierro
y una gran voluntad de autoafirmación. En segundo lugar, dice a sus oyentes lo
que quieren escuchar y fustiga sin compasión todo lo que huele a ‘políticamente
correcto’. Pero, en un estado fuertemente religioso como Iowa, sus varios
matrimonios, su perfil de filibustero y probablemente el desplante que supuso
su ausencia en el último debate entre los «siete magníficos» (los
supervivientes republicanos), le ha hecho tambalearse en el ring de Iowa, ante
el ‘crochet’ del senador ‘canadiense’ (Cruz nació allí, lo que hizo dudar a
Trump de la validez de su candidatura) y el ‘uppercut’ del joven
cubano-americano Marco Rubio.
Volvamos
de nuevo al presente y fijemos nuestra atención en los triunfadores: Cruz y
Clinton, vencedora por los pelos. Si Trump es discutido, Hillary lo es también.
Por decirlo con palabras de Joanne Bamberger (autora de ‘Love Her, Love Her
Not’): «Estados Unidos tiene una relación muy complicada con Hillary». Para más
de un 60% de estadounidenses, la ex secretaria de Estado tiene cualidades de
líder. Pero un 60% la creen también «mentirosa y poco digna de confianza»,
vendida a los ‘lobbies’ y a Wall Street. El problema se agudiza con el
‘affaire’ de los ‘e-mails’ oficiales, lanzados por internet a través de su
ordenador privado, o algunas abultadas cantidades de dinero ingresadas en la
Fundación Clinton por ciertos gobiernos, dependientes de sus decisiones como
Secretaria de Estado. Pero nadie puede discutirle su gran notoriedad, su sólido
respaldo financiero (unos 3.000 millones de dólares en la Fundación Clinton) y
una amplísima experiencia política curtida en mil batallas. Si a ello se suma
el decidido apoyo del ‘establishment’ demócrata, y el de los media (NYT la ha
postulado como su favorita para la presidencia), es muy probable que la
candidatura demócrata sea para ella, no obstante los buenos resultados de Sanders.
Este
último es la gran revelación. Empatar en Iowa con 74 años y llamándose
«socialista» es toda una hazaña. Sobre todo si se piensa que es un político
revolucionario, que achaca a la financiación privada de los partidos la
perpetuación de los grandes grupos de presión, que hacen muy difícil las
reformas. Pablo Pardo lo ha descrito ingeniosamente como alguien que mezcla «el
discurso de Pablo Iglesias con la retórica de Julio Anguita y el físico de
Santiago Carrillo». Las mayores ovaciones que recibe en sus intervenciones
públicas es cuando repite: «No es el Congreso quien regula Wall Street, es Wall
Street quien regula al Congreso». Por eso el ‘establishment’ demócrata lo tiene
en su lista de «leprosos políticos». En una época en que, según una muy reciente
encuesta de NBC, un 49% de los estadounidenses están ‘indignados’ por los
acontecimientos en 2015 (54% de blancos y 61% de republicanos), es natural que
el enfado repercuta en los candidatos ‘institucionales’ y favorezca a los
‘rebeldes’ como Bernie Sanders y Ted Cruz.
Aunque
Cruz no es estrictamente una revelación -en las encuestas siempre estuvo a tiro
de piedra de Trump-, es otro ‘indignado’ que triunfa en la noche nevada de
Iowa. También triunfa -aunque sin ser ‘rebelde’- el favorito del ‘establishment’
republicano Marco Rubio. Ambos son muy distintos. Suárez y Ramírez, que los han
estudiado a fondo, marcan las diferencias: «Cruz no sabe hablar español, no es
hijo de una familia puramente cubana (nació en Canadá) y su familia tiene
muchos más medios económicos que la de Marco Rubio». Cruz le dice al
electorado: «Si ven un candidato que le cae bien a Washington, salgan
corriendo». Su punto de vista es contundente: «Cuando los republicanos
abandonamos nuestros principios y seguimos a los que sostienen que hay que
pensar como los demócratas, siempre perdemos». Tal vez por eso, los evangélicos
de Iowa han votado en masa por él. Dios y la religión están en el centro de su
pensamiento y de su oratoria.
A
Marco Rubio, aunque es también profundamente religioso, se le llama el «Obama
latino» por su juventud, su elocuencia y su imagen de conservador ‘racional’,
que se concentra en programas realizables, rechazando la retórica inflamable de
Trump o el monolitismo de Cruz. Es el preferido de los altos gurús republicanos
y está recibiendo el apoyo económico de potentados del Grand Old Party.
Lo
que Iowa ha sugerido es que el choque final para la presidencia, bien pudiera
producirse entre una mujer y un hispano. Es decir, dos extraños, por ahora, en
el sagrado Despacho Oval. Pero no adelantemos acontecimientos, pues todavía
queda un largo camino, un largo ejercicio de degeneración progresiva. Los
candidatos, conforme pasa el tiempo, suelen hacerse vulnerables a la presión.
Pasan del optimismo al catastrofismo. ¿Quién llegará vivo al ‘supermartes’ del
1 de marzo? ¿Resistirá Trump los hachazos que se le avecinan de las minorías
afroamericanas o latina? ¿La salud de una mujer de 68 años y un hombre de 74 se
resquebrajará? ¿La inexperiencia de Rubio y Cruz se cobrará su peaje? De
momento todos, en especial el desvalido Jeb Bush (3% en Iowa), están
concentrando su potencia de fuego sobre New Hampshire. El 9 de febrero veremos.
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