Lo
cierto es que no lo vimos venir. Me refiero al hecho de que los sondeos de
opinión, en general, y en todo caso los de Metroscopia (que son por los que me
corresponde responder), no lograran estimar con mayor tino el resultado final
de estas elecciones. Pocas veces tantos datos han sido escrutados tan detallada
y minuciosamente como en estas semanas pasadas y hasta la antevíspera misma
electoral. La estimación de una baja participación (entre el 69% y el 70%)
resultó correcta: ha votado el 69,8%. La existencia de un creciente cansancio y
malestar ciudadano ante el prolongado bloqueo de la vida política nacional
había quedado acreditado de forma indudable. Todo invitaba a pensar en un
estancamiento del PP, en un fulgurante ascenso de Podemos de la mano de IU y a
costa, fundamentalmente, del PSOE, y en una básica estabilidad de Ciudadanos:
en conjunto, una situación no muy distinta de la existente. Pero no ha ocurrido
así. ¿Por qué?
El
Brexit, que al principio pareció un factor de escasa relevancia electoral,
puede haber acabado resultando decisivo. En la tarde noche del viernes, y según
un sondeo de Metroscopia concluido entonces, apenas el 1% de los votantes
potenciales (el 1,4% exactamente: unas 350.000 personas) señalaba que el Brexit
le haría, con total seguridad, cambiar el sentido de su voto. Un 3% adicional
(es decir, unas 750.000) consideraba poco probable que eso ocurriera, pero
tampoco lo descartaba. Pero algo pasó, sin duda, en un sábado de reflexión,
pero que, informativamente, supuso un aluvión sobre las múltiples y graves
posibles consecuencias que el Brexit podría suponer para Reino Unido, para la
UE… y para España. La atención pública se abrió abruptamente a un nuevo
contexto referencial, en el que el atractivo de apoyar lo nuevo y de infligir
un castigo a lo viejo cedió el paso a la prudencia que parecía imponer la,
hasta ese momento inadvertida, gravedad de los hechos al otro lado del Canal de
la Mancha.
Si
las aguas resultan de pronto dispuestas a bajar más turbias, mejor dejar los
cambios y las apuestas de futuro para otra ocasión. Y así, quizá, pudo
consolidarse en pocas horas el porcentaje dispuesto a cambiar su comportamiento
electoral: una parte del voto más inquieto y rupturista se desmovilizó y optó
por la abstención; una parte del voto regenerador ideológicamente más moderado
creyó más oportuno buscar refugio en aquella de las dos opciones clásicas de
probada consistencia que, pese a sus achaques, le resultaba más cercana y
tranquilizadora ante inesperadas turbulencias. En números redondos, los votos
perdidos por PSOE y Ciudadanos presentan una magnitud equivalente a los votos
adicionales que ha conseguido el PP, así como los perdidos por Podemos (ahora
UP) equivalen a lo que ha crecido la abstención (entiéndase que pretendo solo
comparar magnitudes, sin prejuzgar el destino y origen final real de los
trasvases y pérdidas de votos). Y cabe pensar, además, que este cambio de
última hora no puede haber afectado, lógicamente, a quienes votaron por correo
antes del Brexit: en caso contrario, lo que ha acabado ocurriendo habría sido
más sonado.
En
todo caso, el inesperado resultado es que los dos partidos más asentados, y que
parecían abocados a una seria crisis, han recuperado de golpe mucho del papel
protagonista en la escena política nacional que parecían haber perdido. Tanto
el PP como el PSOE cometerían un grave error si concluyesen ahora que lo peor
ha pasado y que los problemas que angustiaban a los españoles han quedado
orillados. No hay duda de que se ha producido un brusco frenazo en la
consolidación del ascenso de los dos nuevos partidos, pero está por ver que no
estemos solamente ante un transitorio compás de espera.
Y
ahora, y una vez más, no faltarán quienes, ya rutinaria y cansinamente,
volverán a poner los sondeos en la picota, olvidadizos de que ninguno tiene la
capacidad de predecir el futuro. Solo pueden aspirar a captar los estados de
ánimo predominantes en un momento concreto. Y si el clima de opinión
experimenta un cambio súbito, como parece claro que puede haber ocurrido ahora
por la inesperada conjunción del Brexit con un día de vacío informativo
nacional, la anterior toma del pulso social habrá quedado, obvia e
irremisiblemente, obsoleta: no porque estuviera mal hecha, sino porque la
realidad que reflejaba ha cambiado. No pidamos a los sondeos lo que estos no
nos pueden dar: predicciones infalibles y sin margen de error; y no los
descartemos por ello, sin más. Porque la alternativa a su existencia es,
sencillamente, caminar totalmente a ciegas.
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