El papa Francisco alza la voz desde la ventana del Palacio Apostólico, en donde recitó el Ángelus con 20 mil fieles reunidos en la Plaza San Pedro. «¡Las victorias obtenidas con la violencia son falsas victorias; mientras trabajar por la paz le hace bien a todos!». Y, viendo con preocupación el perdurar de «situaciones de conflicto en diferentes partes del mundo», anunció una Jornada de oración y de ayuno por la paz, que será el próximo 23 de febrero, el viernes de la Primera Semana de Cuaresma, ofrecida particularmente a las poblaciones de la República Democrática del Congo y de Sudán del Sur.
Una iniciativa que se parece mucho a la histórica vigilia por la paz en Siria, convocada por el Pontífice argentino para el 7 de septiembre de 2013, cuando acababa de comenzar su Pontificado. Como en aquella ocasión, Bergoglio invitó «también a los hermanos y a las hermanas no católicos y no cristianos a asociarse a esta iniciativa en las modalidades que consideren más oportunas».
Antes de rezar la oración mariana del Ángelus el Papa Francisco explicó que el Evangelio de este V domingo del tiempo ordinario prosigue con la descripción de una jornada del Señor en Cafarnaúm, que corresponde a un sábado, fiesta semanal para los hebreos....
Palabras del Papa antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo continúa la descripción de una jornada de Jesús en Cafarnaúm, un sábado, fiesta semanal para los judíos (cf. Mc 1,21-39). Esta vez el evangelista Marcos pone de relieve la relación entre la actividad taumatúrgica de Jesús y el despertar de la fe en las personas que encuentra. En efecto, con los signos de curación que cumple en los enfermos de todo tipo, el Señor quiere suscitar como respuesta la fe.
La jornada de Jesús en Cafarnaúm comienza por la curación de la suegra de Pedro y termina con la escena de toda la ciudad que se agolpa delante de la casa donde él se alojaba, para llevarle a todos los enfermos (cf. V. 33). La gente, marcada por sufrimientos físicos y miserias espirituales, constituye, por así decir, “el ambiente vital” en el que se cumple la misión de Jesús, hechos de palabras y de gestos que sanan y consuelan. Jesús no ha venido a traer la salvación en un laboratorio; no predica en un laboratorio, separado de la gente: ¡está en medio de la multitud en medio del pueblo! Pensad que la mayor parte de la vida pública de Jesús la ha pasado en el camino, para estar con la gente, para predicar el Evangelio, para curar las heridas físicas y espirituales. Es una humanidad marcada por los sufrimientos, que Jesús quiere acercar a esa pobre humanidad la acción poderosa, liberadora, y renovadora de Jesús está dirigida hacia esta pobre humanidad. Así, en medio de la gente hasta el anochecer, se concluye ese sábado. ¿Y qué hace Jesús después?.
Antes del alba del día siguiente, sale de incógnito por la puerta de la ciudad y se retira a un lugar apartado para orar. Jesús ora. De esta manera, aleja su persona y su misión a una visión triunfalista, que malinterpreta el sentido de los milagros y de su poder carismático. Los milagros, en efecto, son “signos” que invitan a la respuesta de la fe; signos que están siempre acompañados por la palabra, que les ilumina; y juntos, signos y palabras, provocan la fe y la conversión por la fuerza divina de la gracia de Dios.
La conclusión del pasaje evangélico de hoy (vv.35-39) indica que el anuncio del Reino de Dios por parte de Jesús encuentra su lugar propio en el camino. A los discípulos que le buscan para llevarle a la ciudad – los discípulos han ido a buscarle al lugar donde oraba, querían llevarle a la ciudad – ¿qué responde Jesús? “Vamos a otra parte a las aldeas cercanas para que también allí yo proclame el Evangelio” (v. 38). Este ha sido el camino del Hijo de Dios y este será el camino de sus discípulos. Y este deberá ser el camino de todo cristiano. El camino, como lugar del anuncio gozoso del Evangelio, coloca la misión de la Iglesia bajo el signo del “ír”, la Iglesia en camino, bajo el signo de “movimiento” y nunca de la inmovilidad.
Que la Virgen María nos ayude a estar abiertos a la voz del Espíritu Santo, que impulsa a la Iglesia a dirigir siempre más su tienda en medio de la gente, para llevar a todos la palabra de curación de Jesús, médico de las almas y de los cuerpos.
© Traducción para ZENIT, Raquel Anillo
Antes de rezar la oración mariana del Ángelus el Papa Francisco explicó que el Evangelio de este V domingo del tiempo ordinario prosigue con la descripción de una jornada del Señor en Cafarnaúm, que corresponde a un sábado, fiesta semanal para los hebreos....
Palabras del Papa antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo continúa la descripción de una jornada de Jesús en Cafarnaúm, un sábado, fiesta semanal para los judíos (cf. Mc 1,21-39). Esta vez el evangelista Marcos pone de relieve la relación entre la actividad taumatúrgica de Jesús y el despertar de la fe en las personas que encuentra. En efecto, con los signos de curación que cumple en los enfermos de todo tipo, el Señor quiere suscitar como respuesta la fe.
La jornada de Jesús en Cafarnaúm comienza por la curación de la suegra de Pedro y termina con la escena de toda la ciudad que se agolpa delante de la casa donde él se alojaba, para llevarle a todos los enfermos (cf. V. 33). La gente, marcada por sufrimientos físicos y miserias espirituales, constituye, por así decir, “el ambiente vital” en el que se cumple la misión de Jesús, hechos de palabras y de gestos que sanan y consuelan. Jesús no ha venido a traer la salvación en un laboratorio; no predica en un laboratorio, separado de la gente: ¡está en medio de la multitud en medio del pueblo! Pensad que la mayor parte de la vida pública de Jesús la ha pasado en el camino, para estar con la gente, para predicar el Evangelio, para curar las heridas físicas y espirituales. Es una humanidad marcada por los sufrimientos, que Jesús quiere acercar a esa pobre humanidad la acción poderosa, liberadora, y renovadora de Jesús está dirigida hacia esta pobre humanidad. Así, en medio de la gente hasta el anochecer, se concluye ese sábado. ¿Y qué hace Jesús después?.
Antes del alba del día siguiente, sale de incógnito por la puerta de la ciudad y se retira a un lugar apartado para orar. Jesús ora. De esta manera, aleja su persona y su misión a una visión triunfalista, que malinterpreta el sentido de los milagros y de su poder carismático. Los milagros, en efecto, son “signos” que invitan a la respuesta de la fe; signos que están siempre acompañados por la palabra, que les ilumina; y juntos, signos y palabras, provocan la fe y la conversión por la fuerza divina de la gracia de Dios.
La conclusión del pasaje evangélico de hoy (vv.35-39) indica que el anuncio del Reino de Dios por parte de Jesús encuentra su lugar propio en el camino. A los discípulos que le buscan para llevarle a la ciudad – los discípulos han ido a buscarle al lugar donde oraba, querían llevarle a la ciudad – ¿qué responde Jesús? “Vamos a otra parte a las aldeas cercanas para que también allí yo proclame el Evangelio” (v. 38). Este ha sido el camino del Hijo de Dios y este será el camino de sus discípulos. Y este deberá ser el camino de todo cristiano. El camino, como lugar del anuncio gozoso del Evangelio, coloca la misión de la Iglesia bajo el signo del “ír”, la Iglesia en camino, bajo el signo de “movimiento” y nunca de la inmovilidad.
Que la Virgen María nos ayude a estar abiertos a la voz del Espíritu Santo, que impulsa a la Iglesia a dirigir siempre más su tienda en medio de la gente, para llevar a todos la palabra de curación de Jesús, médico de las almas y de los cuerpos.
© Traducción para ZENIT, Raquel Anillo
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