El
orden mundial post-ruso/Giles Merritt is Editor of Europe’s World and heads the Brussels-based think tanks Friends of Europe and Security & Defense Agenda.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.
Project
Syndicate | 19 de marzo de 2014
La
crisis de Crimea desatada por la intervención de Rusia en Ucrania se ve
desacertadamente como el comienzo de una segunda Guerra Fría. Sin embargo, si
bien las consecuencias del desafío de Vladimir Putin a las leyes y la opinión
pública internacionales serán muy distintas de la larga campaña de la Unión
Soviética por derrotar al capitalismo, no hay lugar a dudas de que los efectos
colaterales geopolíticos tendrán un alcance similar o mayor.
Rusia
va en camino de aislarse de la economía global, y al hacerlo abrirá una nueva
etapa en las relaciones internacionales. Las sanciones internacionales solo
serán la primera consecuencia. Los mercados y los bancos tienden a rehuir la
incertidumbre, razón por la cual la economía rusa irá quedando cada vez más al
margen del comercio y las inversiones internacionales, condenada a un futuro de
lento o nulo crecimiento.
Por
supuesto, es Rusia la que se entierra a sí misma. La consecuencia de más amplio
alcance será un reordenamiento de la política internacional y de los intentos
de los gobiernos de dar respuesta a sus problemas en común, como la gobernanza
global y el cambio climático. Puede que incluso lo que ocurre en Ucrania tenga
un lado positivo y allane inesperadamente el camino a una realineación significativa
de varios países emergentes cuyos papeles serán decisivos en el siglo
veintiuno.
El
primer resultado del alejamiento entre Occidente y Rusia es el probable fin del
BRICS. Por algo más de una década, un elemento importante de la política internacional
ha sido el agrupamiento de Brasil, Rusia, India, China y últimamente Sudáfrica,
como un reto al poder y la influencia de las industrializadas Europa y
Norteamérica. Pero ahora que Rusia parece en vías de convertirse en paria por
su expulsión o retiro de los mercados globales y foros internacionales, no hay
muchas perspectivas para las cumbres e instituciones relacionadas con el BRICS,
como su naciente banco del desarrollo.
Puede
que el BRICS no se disuelva formalmente, pero es difícil imaginar que los otros
cuatro miembros estén dispuestos a poner en riesgo sus propias posiciones en
una economía globalizada en caso de verse arrastrados al conflicto de Rusia con
el mundo. Poco a poco irá silenciándose la idea de que el grupo representa una
voz coherente en los asuntos internacionales.
La
idea de una Rusia que va por libre con políticas exteriores nacionalistas y la
intención de crear una “Unión Eurasiática” comercial plantea peligros
evidentes. Sin embargo, la consecuencia más importante será el modo en que sus
antiguos socios del BRICS se realineen con otras economías emergentes
importantes del G-20.
Estemos
atentos a la aparición del MIKTA, un nuevo grupo formado por México, Indonesia,
Corea del Sur, Turquía y Australia. Los ministros exteriores de estos países
tienen planeas de reunirse pronto en México para tratar una agenda conjunta de
temas de gobernanza global. Cuando se reunieron por primera vez como MIKTA en
el contexto de la Asamblea General de las Naciones Unidas de septiembre pasado,
la iniciativa parecía poco más que un club de países que por una razón u otra
no cabían en el BRICS, pero se acercaban al estatus de potencia importante.
Los
problemas que Rusia se ha creado a sí misma cambiarán todo eso. Ahora que la
alianza BRICS parece destinada a cambiar de naturaleza casi de la noche a la
mañana, está despejado el camino a una agrupación mucho mayor de países con
preocupaciones en común.
Los
países del MIKTA tienen en común un rápido crecimiento económico y un nivel de
influencia cada vez mayor más allá de sus propias fronteras. Tienen problemas
de desarrollo, pero también son modelos de innovación y dinamismo económico con
mucho que decir en los modos en que se deberían reformular las instituciones y
reglas globales posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Muchos de sus retos y
ambiciones engarzan con los países BICS (es decir, los BRICS menos Rusia).
En
la sopa de letras de la política internacional, puede que un trabalenguas como
BICSMIKTA acabe siendo demasiado impronunciable como para funcionar. Sin
embargo, lo esencial es que la próxima ausencia de Rusia del ámbito
multilateral actuará de catalizador de nuevas formas de encarar los retos
globales. Una pregunta clave es si esto resucitará el G-20 o lo destruirá.
Parece
claro que pronto se revocará a Rusia su calidad de miembro del G-8 y que el
grupo volverá a su formato original como G-7 (Estados Unidos, Canadá, Japón,
Alemania, Francia, el Reino Unido e Italia, además de la Unión Europea), pero
es mucho menos obvio en qué condiciones quedará el G-20 (incluida la
continuidad de la participación de Rusia). Ha sido un mecanismo más bien
desilusionante para enfrentar los problemas globales, y la idea de convocar a
los gigantes económicos emergentes al mismo foro que las principales potencias
industrializadas todavía tiene que producir resultados medibles.
No
hay dudas de que en el mundo de hoy, cada vez más interdependiente, el
distanciamiento de Rusia de gran parte de la comunidad internacional le
resultará contraproducente. Transcurrida una generación después del colapso del
comunismo, la economía y los estándares de vida del pueblo ruso han comenzado a
recuperarse, pero se trata de una recuperación muy frágil si se considera la
caída demográfica de su población y su dependencia de las exportaciones
energéticas y de productos básicos. Pronto el Kremlin caerá en cuenta de que es
mucho más vulnerable a los acontecimientos externos de lo que ha reconocido
hasta ahora.
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