La
crisis de los Sudetes de Crimea/Bobo Lo, especialista en política exterior rusa, Chatham House, Londres.
La
Vanguardia | 22 de marzo de 2014;
Una
vez que Crimea ha votado en favor de la secesión, la agitación en Ucrania aviva
un ambiente cargado entre Rusia y el tándem EE.UU.-UE.
¿Representan los líderes
estadounidenses y europeos una nueva versión de la crisis de los Sudetes de
1938?
Inmediatamente
después de la anexión de Austria por la Alemania nazi, Hitler dirigió su
atención a la etnia alemana residente en los Sudetes de Checoslovaquia. Primero
exigió la cesión de los Sudetes a Alemania, obteniendo un relativamente fácil
acuerdo del primer ministro británico Neville Chamberlain y su homólogo francés
Édouard Daladier. Hitler, acto seguido, elevó sus exigencias para incluir la
ocupación militar alemana de la zona. Al calificar tanto Chamberlain como
Daladier la cuestión de “conflicto en un país lejano entre personas de las que
no sabemos nada” y, por tanto, no merecía la pena desafiar a Hitler por ello,
reconocieron la ocupación firmando los acuerdos de Munich. Al hacerlo,
reforzaron considerablemente a Alemania y envalentonaron a Hitler.
Ciertamente,
Vladímir Putin no es Hitler, Rusia no es la Alemania nazi (o la Unión
Soviética, para el caso) y el mundo no hace frente al mismo panorama
apocalíptico que se desplegó en 1939. Sin embargo, hay algunas analogías de
importancia entre los Sudetes y la crisis de Crimea.
La
más clara es la presencia de una mayoría de expatriados en la zona ocupada. Los
rusos son casi el 60 % de los dos millones de habitantes de Crimea y muchos
están más estrechamente vinculados a su tierra “materna” que a Ucrania. Los
tres millones de alemanes de los Sudetes sentían mucha más lealtad hacia
Alemania que hacia Checoslovaquia y una abrumadora mayoría abrazó el Tercer
Reich.
De
hecho, el pretexto de Putin para la ocupación y la anexión –proteger a la
población local– es el mismo que el de Hitler. Hasta fecha reciente, Putin
mostró escaso interés en los asuntos de Crimea más allá de la renovación del
contrato de arrendamiento de la base de la flota del mar Negro. Pero desde la
revolución ucraniana, la supuesta vulnerabilidad de la población rusa local
ante los “fascistas” se ha convertido en una cuestión emblemática y en una
excusa para la intervención militar rusa. Hitler utilizó un pretexto similar al
exigir la transferencia del territorio de los Sudetes de Checoslovaquia.
Putin
tiene algo más en común con Hitler: el punto de vista de que el país que ocupa
es, de alguna manera, una realidad “artificiosa”. Aunque Putin no ha impugnado
formalmente la independencia de Ucrania, nunca ha ocultado su opinión de que no
es un “verdadero país” y se ha referido a él como parte del “mundo ruso”. Del
mismo modo, para Hitler, Checoslovaquia era un conglomerado artificial de
naciones y regiones dispares.
Hitler
trató de destruir Checoslovaquia. Seis meses después de separar los Sudetes,
abrogó los Acuerdos de Munich al ocupar la totalidad de Bohemia y Moravia y
convertir las tierras checas en un protectorado alemán, al tiempo que colocaba
un régimen títere en Eslovaquia. Si Putin tiene planes similares, empezaría con
la anexión de Crimea –ahora, según parece, un trato hecho– seguido de una
presencia militar directa en el este de Ucrania y, posiblemente, algún género
de partición a largo plazo. Por supuesto, como Hitler, Putin no se halla
interesado sólo –o sobre todo– en la zona ocupada. Trata de proyectar su poder
más allá.
También
existen sorprendentes similitudes entre las respuestas de los líderes
occidentales a las dos crisis; es decir, su renuencia a actuar de manera
resuelta. De hecho, parecen escasamente dispuestos a respaldar sus advertencias
de “costes” y “consecuencias” con medidas importantes como congelar activos, sanciones
comerciales y restricciones de desplazamientos, reforzando así la creencia de
Putin de que seguirán optando por sus relaciones con Rusia sobre la protección
de la integridad territorial de Ucrania. Esta timidez recuerda la política
británica y francesa en 1938. ¿Qué lecciones cabe extraer de la comparación
entre las crisis de Crimea y de los Sudetes? Cualquier tipo de diálogo con
Putin será infructuoso, a menos que los líderes occidentales adopten un enfoque
resuelto, articulado de acuerdo con objetivos concretos y no según falsas
“asociaciones estratégicas”. A la inversa, el menosprecio –como la acusación de
Obama, en el sentido de que Rusia está “en el lado equivocado de la historia”–
no tiene sentido.
Occidente
debería dejar de reaccionar frente a Putin con “conmoción y temor reverencial”,
conmoción ante el hecho de que puede actuar con tanta aparente impunidad y
temor reverencial ante su brillantez táctica constatada. Europa y EE.UU. tienen
mucha más influencia que Rusia, con su atrofiado sistema político y su modelo
económico agotado. Lo que les falta es la voluntad de aceptar los costes
económicos y políticos de la defensa de los valores que dicen defender.
Los
líderes occidentales deben reconocer que el apaciguamiento no puede garantizar
la paz y la estabilidad en Europa. Cuando se trata de un líder cuyo credo se
define por la noción de que “los débiles reciben una paliza”, los gobiernos
occidentales deben mostrar su determinación, sin sacrificar la flexibilidad.
Sólo sobre esta base puede abordarse la crisis en Ucrania sin comprometer de
modo esencial la seguridad transatlántica.
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