27 ago 2006

Otros Ahmadineyad en Varsovia

Por Fred Halliday, profesor visitante del Cidob (Barcelona) y de la London School of Economics.
Diecisiete años después de los acontecimientos de junio de 1989, cuando un partido comunista europeo cedió por primera vez a la presión y dio vía libre a unas elecciones - y dos años después de su ingreso en la UE-, la capital de Polonia trasmite a primera vista una sensación de prosperidad y optimismo.
El año pasado, la economía creció más de un 5%, y las empresas extranjeras se muestran crecientemente interesadas en invertir en el país. Pero no todo es color de rosa en esta atormentada tierra. Polonia: un país exterminado a lo largo de más de un siglo con ocasión de la partición zarista y prusiana en el decenio de 1790, un país escenario de batallas en la I Guerra Mundial y durante el intento bolchevique de promover una revolución en el verano de 1920 y, sobre todo, un país víctima del mayor padecimiento imaginable en el caso de los judíos polacos y europeos y de las poblaciones gitanas durante los conocidos acontecimientos de la II Guerra Mundial.
Los polacos poseen la reputación de ser gente suspicaz, quisquillosos e irritables aunque tienen buenas razones atribuibles a la historia del último siglo para serlo. Hasta un tercio de su población fue exterminada en la II Guerra Mundial.
La sensibilidad actual hacia los avatares del pueblo polaco gira en torno a cuatro cuestiones principales: la persistencia del nivel de paro, que con un 17% es el más alto de la UE, con el éxodo consiguiente de hasta dos millones de polacos a Europa occidental desde el ingreso del país en la UE; la rabia constante y sentimiento pendiente de restitución no cumplida contra los dos vecinos principales de Polonia, Rusia y Alemania, por lo sucedido en la II Guerra Mundial y sus consecuencias; la extendida desconfianza ante las instituciones públicas (hacia el Parlamento y también las de la UE), y la inesperada llegada al poder - tras una confusa campaña electoral el año pasado- de un grupo de políticos conservadores de corte populista liderados por los hermanos Kaczynski, Lech y Jaroslav, que dirigen el PiS (Partido Ley y Justicia) y se dedican en cuerpo y alma y con el respaldo de la emisora católica de tendencia derechista Radio María a denigrar enemigos reales e imaginarios. Enemigos que incluyen no sólo a la UE e intereses económicos extranjeros, sino también a feministas, judíos, homosexuales, disidentes internos y voces satíricas.

En la fiesta de celebración de los acontecimientos de 1989 y de la fundación del periódico cuyo nombre se hace eco de aquel momento, Gazeta Wyborsza (el periódico de las elecciones), amplias mesas exhiben un impresionante despliegue de pescado, carne, repostería y vino polacos y, por supuesto, vodka. Ahora es el periódico principal de Polonia. Los miembros de la pequeña y valiente contraelite nacida del movimiento Solidaridad para lanzar el periódico en 1989 son ahora ricos accionistas implicados en este proyecto.
En una demostración de hasta qué punto el periódico representa ahora el centro y el consenso nacional en la Polonia poscomunista, la fiesta se vio precedida de la concesión de una medalla a Zbigniew Brezinski, polaco de origen, experto estadounidense en política exterior y antiguo máximo responsable de seguridad nacional durante el mandato del presidente Carter.
El discurso de Brezinski se perfila sobre un horizonte de empeoramiento de las relaciones con Moscú y Berlín. Los rusos ya estaban irritados con el patente apoyo polaco a la revolución naranja en Ucrania antes de que empezaran a oírse peticiones a favor de un monumento en memoria de las víctimas de la matanza de Katyn delante mismo de la embajada rusa en Varsovia: después de muchos años de que los rusos acusaran de la matanza de 4.000 oficiales polacos - a sangre fría- a manos de los nazis, Gorbachev reconoció finalmente la responsabilidad rusa en los hechos.
No obstante, nunca se produjo una disculpa formal soviética, para no hablar de ofrecimiento de una indemnización. Por su parte, Alemania se ha ido distanciando ante exigencias de reparación de parte de Polonia así como por la hostilidad polaca hacia la compra alemana de tierras y empresas en antiguos territorios alemanes ganados por Polonia al término de la II Guerra Mundial. Brezinski ha sido recibido en la sede del periódico por Stefan Meller, el último ministro de Asuntos Exteriores en dimitir del Gobierno del PiS. La de Brezinski ha sido la lección que pocas semanas después han pretendido repetir los ocho ministros de Asuntos Exteriores de la Polonia poscomunistas… para comprobar acto seguido cómo su iniciativa ha sido desechada como no patriótica y creadora de división.
Michnik y sus colaboradores fueron encarcelados en los ochenta bajo la ley marcial pero, tras las negociaciones y acuerdos de 1989, tuvo ocasión de conocer a su antiguo perseguidor. Michnik está convencido de que Jaruzelski actuó movido por un sentimiento de patriotismo y deber hacia Polonia y considera altamente plausible que, en caso de que no hubiera aplicado la ley marcial para liquidar Solidaridad, los rusos habrían invadido el país con grandes pérdidas de vidas humanas. La colaboradora de Michnik y codirectora del periódico, Helena Luczywo, describe gráficamente las tensiones de aquellos días así como la determinación de los miembros de Solidaridad a luchar contra el Ejército Rojo en caso de que éste hubiera intervenido en Polonia. Existía incluso el riesgo de una resistencia armada a la imposición de la ley marcial, a lo que se oponían mentes más cuerdas y sensatas en el seno del movimiento.
En una observación que muestra amplia relevancia si se piensa en muchos otros conflictos del mundo de hoy, y que suele pasarse demasiado por alto en nombre de la ortodoxia nacionalista radical y revolucionaria, mi comunicante señala: “La violencia es fácil y se halla al alcance de la mano. Lo difícil es la no violencia”.
Los rivales a que se enfrenta Gazeta Wyborsza son de muy distinta tendencia y se les han echado encima por sorpresa. En las elecciones del 2005, los anteriores gobernantes socialdemócratas, el SLD, vieron su voto caer de un 41% a un 11%. La mayoría del voto fue a parar a dos partidos que se creía que formarían una nueva coalición de centroderecha, la Plataforma Cívica de talante avanzado que obtuvo el 24% de los votos y la derechista y populista formación PiS, que obtuvo el 27%. Ello habría garantizado un elemento de continuidad no sólo con relación al carácter político de Polonia, sino a la política económica interna y a las relaciones con Bruselas y países extranjeros. Sin embargo, por razones que nunca estuvieron claras se rompieron las negociaciones entre los dos principales partidos para dar paso a un escenario en el que el PiS, al mando de los hasta entonces escasamente conocidos hermanos Kaczinski, formó coalición con dos pequeños partidos, el populista Autodefensa de la República Polaca (SO) y la Liga Católica de Familias Polacas (LPR) de extrema derecha, descendiente de un partido abiertamente antisemita. Desde su llegada al poder, esta coalición ha alterado el tono de la política polaca. Se han incrementado las críticas a la UE, y Polonia, dentro de las instituciones de la Unión, ha adquirido ya una reputación de obstruccionista. Esta coalición ha llegado a insinuar el restablecimiento de la pena de muerte (prohibido según las normas de la UE) y ha hecho ostentación de posturas antifeministas, oponiéndose al aborto y eliminando el Ministerio de la Mujer, como así también tolerando cuando no promoviendo los prejuicios contra los judíos, los homosexuales y los extranjeros. De hecho, en el seno de las instituciones de la UE Polonia se ha granjeado la posición en su día ejercida por Grecia de ser el miembro de actitud más obstructiva.

Todo ello remite ineludiblemente al atractivo de una orientación populista y en ocasiones xenófoba de una Polonia de aguas agitadas por el ingreso en la UE y bajo el lastre de una población agraria extensa, ineficiente y vulnerable. La nueva elite política del PiS no se caracteriza tanto por echar la carne en el asador con sus campañas nacionalistas y conservadoras cuanto por su despreocupación o, en realidad, llana ignorancia en lo referente al mundo exterior y los valores de las instituciones a las que pertenece, entre otras la UE. Muy pocos nuevos ministros, ASTROMUJOFF salvo el flamante ministro de Defensa anticomunista, Radek Sikorski, hablan inglés. Como sus homólogos populistas en otras partes, incluido el nuevo presidente iraní con el que guardan extraño parecido, los hermanos Kaczynski son introvertidos, religiosos y desvergonzados a la hora de explotar los miedos y temores populares: peligrosos, en suma, dado donde se encuentran.
El triunfo del populismo campesino y rural apunta asimismo en dirección al daño largamente infligido a Polonia por la persona a quien Polonia ve como su salvador, el último Papa Juan Pablo II: su trayectoria y figura reavivó notablemente la autoridad del catolicismo en Polonia dándole el carácter rígido, estrecho y autoritario que hoy posee. Su influencia explica asimismo las políticas vaticanas motivo de consternación en el ámbito de la propagación del sida y otras cuestiones de salud donde una sencilla aplicación de métodos contraceptivos podría salvar tantas vidas.
Sobre este telón de fondo, tras pasar unas horas en Polonia y con el mejor espíritu de diálogo cosmopolita llegué a proponer a consideración de los asistentes a un seminario sobre el islam en Europa la idea de que el mayor opresor de las mujeres y de hecho uno de los mayores criminales de nuestra época no era otro que su amado Papa. La audiencia se sintió conmocionada en consecuencia y uno de los asistentes apuntó que debería ser encarcelado por afirmar estas cosas. Sin embargo, y mientras sorbíamos nuestro primer vino de la jornada y probábamos los deliciosos canapés polacos en las pausas del curso, una de las traductoras - mujer de media edad- se me acercó para decirme que en el momento de expresar estos puntos de vista sobre el Papa Juan Pablo II, todos los polacos de la cámara de los traductores habían aplaudido. En las conocidas palabras de Heinrich Heine, escritas en un poema en apoyo de la revuelta nacionalista polaca de 1830, Polen ist noch nicht verloren!,Polonia no está aún perdida o así podría ser si se quiere en un soleado día en Varsovia.
Tomado del periódico La Vanguardia, 26 de agosto de 2006
Traducción: José María Puig de la Bellacasa

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