14 oct 2011

La tercera mano/Juan Villoro

La tercera mano/Juan Villoro
Reforma, 14 Oct. 11
 Un nuevo proceso judicial empaña la literatura: El hacedor (de Borges), Remake, de Agustín Fernández Mallo, podría ser retirado de las librerías por una disputa de derechos de autor. El tema se presta para revisar el proceso de construcción de la obra borgiana.
¿Por qué creemos una historia? ¿Qué determina la autoridad de la voz? Borges practicó un hábil truco para ser creído. Algunas de sus historias comienzan como algo que ya fue contado, discutido y en cierta forma olvidado. Un antecedente guía la trama; una versión previa acredita que eso fue cierto. Algunos flecos de la historia se han perdido, otros se han distorsionado, otros más se desconocen. Lo decisivo es que eso fue comentado y por lo tanto pertenece al orden de lo real.
Alan Pauls dedicó un libro imprescindible a explorar la forma en que se configura la originalidad borgiana: El factor Borges. En un capítulo se ocupa de la concepción de la escritura como una "segunda mano" que modifica un texto anterior. Eso ya se dijo antes, pero algo quedó pendiente, y es necesario contarlo. Para Borges, imaginar es una manera de corregir. El hacedor enmienda.
El lance maestro de esta técnica consiste en inventar con eficacia el antecedente que debe ser alterado. Algo difuso o equívoco imanta a la distancia. Una leyenda, un malentendido o una calumnia reclaman otro acomodo.

Para ser más convincente, Borges citó textos clásicos que presuntamente aludían a esa historia y los confundió con otros de su invención. Maestro de las falsas atribuciones, engañó incluso a su mejor amigo, Adolfo Bioy Casares, quien pidió en una librería de Buenos Aires un libro citado por Borges, que sólo existía en su mente.
El uso de apócrifos desconcertó a críticos incapaces de comprender que la bibliografía puede ser una forma de la fabulación. En sus ficciones librescas, Borges comentaba obras clásicas como si no hubieran sido leídas y daba por supuesto que se conocían obras imaginarias. Uno de sus adversarios fue Ramón Doll, al que recordamos por la magnitud de su error. Para el crítico, Borges era un ensayista parasitario que repetía a los clásicos como si fueran inéditos. A ese paso, acabaría por considerar que nadie había leído el Quijote.
Sin darse cuenta, Doll aceleró el proceso creativo de Borges. Su crítica se convirtió en el disparador de "Pierre Menard, autor del Quijote".

No hay tema más borgiano que el de la apropiación creativa de un texto ajeno. En rigurosa observancia de esta lógica, Agustín Fernández Mallo escribió El hacedor (de Borges), Remake. No se trata de una copia ni de un plagio, sino de un desprendimiento. Los relatos y las reflexiones de Borges son la matriz de textos que en nada se le parecen. Los pasajes originales que se insertan en el remake derivan en algo enteramente distinto, en modo alguno atribuible a la fuente primaria. "Originalidad: cuestión de estómago", escribió Valéry. Todo autor se alimenta de otros; lo importante es la forma en que los asimila.

Fernández Mallo hace explícito su juego. El sistema operativo de su libro, su código genético, comienza con otro libro: El Hacedor. Desde su primera novela, Nocilla dream, recurrió a textos ajenos para urdir un tejido propio. Una descripción científica, un mapa, un ensayo sobre las ciudades le servían para construir un discurso que cobraba otra entidad.

En su remake borgiano, el reciclaje no conduce a la parodia. Ni siquiera hay un tono "borgiano". A partir de historias previas, ya legendarias, Fernández Mallo arma dispositivos para contar. Borges no es su único estímulo. En uno de sus mejores pasajes, recorre los escenarios de La aventura, de Antonioni, filmándolos con una cámara digital. Poco a poco este ejercicio de exterioridad -un espejo para reproducir a través del tiempo- se transforma en un intenso tránsito interior.

La prosa de Fernández Mallo, seca y cortante, es lo contrario al énfasis y la virtuosa adjetivación de Borges. La realidad también se entiende en una clave muy distinta: lo que en el texto fuente es metafísica aquí asume un sentido hiperreal.

En un episodio, el autor, desvelado por el insomnio, dibuja una rebanada de pan y le traza ahí un círculo al modo de una ventana. Esa rebanada -desnudo trozo de materia- es una metáfora del libro: una superficie común, simplificada al máximo y horadada para ver cosas distantes. La más lejana -el universo- se llama Borges.

Curiosamente, esta vindicación de los vasos comunicantes se encuentra en entredicho por una presunta violación de derechos autor. María Kodama, viuda de Borges, comentó que no ha leído el libro y que sus abogados actuaron en forma automática, guiados por la ley. Un tema borgiano con solución kafkiana.

El escritor que se concibió como segunda mano podría ser usado para impedir la existencia de una tercera mano.
Borges no cambió la literatura: cambió el mundo. Los espejos, los laberintos y los tigres tendrían que pagarle copyright. Si los abogados y la heredera se desisten de su querella, no sólo permitirán que circule un libro: rendirán homenaje al inimitable Hacedor.


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