El último de los intelectuales públicos: Vasconcelos/
JUDITH AMADOR TELLO Y ARMANDO PONCE
En su casa de San Ángel, rodeado por los objetos que hicieron su vida –vetustos libros, fotografías de sus seres queridos, de él mismo, obras de arte y muebles antiguos de finas maderas– el filósofo, poeta y ensayista de origen catalán Ramón Xirau Subías, fallecido la noche del 26 de julio, fue despedido un día después por familiares y amigos cercanos.
Para acompañar a su esposa Ana María Icaza acudieron la directora general del Instituto Nacional de Bellas Artes, Lidia Camacho; el poeta Jaime Labastida, presidente de la Academia Mexicana de la Lengua; el editor Joaquín Diez-Canedo; los embajadores Carlos de Icaza, José Luis Martínez y Héctor Vasconcelos; y la poeta Verónica Volkow, su discípula (ver recuadro).
Xirau falleció a los 93 años. Credit Cortesía de El Colegio Nacional de México
En una breve conversación con este semanario, Vasconcelos, hijo del pensador José Vasconcelos, fundador de la Secretaría de Educación Pública, relató que su relación con la familia de Xirau se remonta a tres generaciones, pues sus padres fueron amigos del escritor Xavier Icaza y Ana Guido de Icaza, padres de Ana María.
“Eran muy amigos de mi madre y de mi padre. Probablemente el mejor amigo de mi padre era Xavier Icaza. Cuando yo nací ya nuestros padres eran muy amigos. Lugo mi gran amigo fue Joaquín Xirau, hijo de Ramón y Ana María, quien murió trágicamente en Harvard a donde fue en buena medida por influencia mía, porque yo venía de allá y a él le llamaba mucho la atención y yo lo impulsaba mucho a ir.”
Evoca que luego se reunían con el poeta Octavio Paz, y tras reflexionar unos segundos afirma:
“Eso es muy interesante porque con la muerte de Ramón desaparece ya todo el círculo de amigos íntimos de Paz. Porque hace un año murió Teodoro González de León y ya no queda nadie.”
Efectivamente, Xirau estuvo ligado al grupo de Paz, primero en la revista Plural del diario Excélsior, y más tarde en su sucesora, Vuelta. Profesor durante décadas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (el arreglo floral enviado por la institución fue colocado en la mesa del recibidor de la casa), Xirau es considerado por Vasconcelos como “el maestro de todo México”.
–¿Qué destacaría de él?
–No puedo juzgar su poesía porque no soy crítico literario y además él escribía en catalán, como ustedes saben los poemas que conocemos en español son traducidos. Ahora, como exégeta, como estudioso de la filosofía, era extraordinario, el gran texto sobre Introducción a la historia de la filosofía, que se ha usado en la UNAM desde hace más de cincuenta años, es una obra maestra, con una gran capacidad de síntesis, extraordinaria.
–Y con una riqueza del lenguaje, es el texto de un escritor.
–Es que era un poeta, tenía la sensibilidad del lenguaje ¡claro!, no es un texto académico, seco, árido.
Destaca igualmente su labor de “gran ensayista”, generalmente en temas literarios, y como fundador y director de la revista Diálogos de El Colegio de México (antologada por dicha institución en 2008). Y sus cualidades humanas:
“Pocas veces he visto a alguien con una capacidad tan inmensa para tratar a gente tan disímbola. Lo mismo era amigo de Carlos Monsiváis o de quienes militaban en la izquierda en los años cincuenta y sesenta –digamos un Víctor Flores Olea, un Enrique González Pedrero– que de la más alta sociedad, de la aristocracia mexicana, que conocía muy bien por su esposa, porque Ana María nació y vivió en medio de la más alta sociedad mexicana.
“Tenía una gran capacidad de diálogo y era porque él respetaba al ser humano como tal, independientemente de sus posturas filosóficas y políticas. Tenía un gran respeto y decía: ‘bueno si tú piensas de esa manera, a lo mejor no comparto tus ideas pero te respeto absolutamente’. No tenía prejuicios, ni intelectuales, ni los que llaman morales, ni religiosos, aunque él se consideró siempre un hombre católico”.
Recuerda que justamente el tema de la religión fue motivo de largos debates entre ambos –cristiano uno, ateo el otro–, comentaban de algún libro sobre la figura histórica de Cristo o sobre las religiones, pero siempre con tolerancia y una gran cordialidad. Lo caracterizaba su modo de hablar arrastrando la “ese” pues –explica– el castellano fue un idioma aprendido por él, su lengua original fue el catalán y por eso escribía sus poemas en este idioma.
Vasconcelos comenta que Xirau falleció porque terminó su ciclo vital, no padecía de alguna enfermedad en particular, y aunque tenía momentos muy lúcidos, por instantes parecía ausente de las conversaciones. En torno a su mesa se reunía gente como Volkow, bisnieta de León Trotsky, o Marita Martínez del Río de Redo, artistas, intelectuales, políticos.
En alguna ocasión reciente en la cual parecía ausentarse le preguntó quién era el mejor poeta francés del siglo XX y le contestó de inmediato: Paul Valéry.
–¿Fue tan determinante Valéry para él?
–Sí, en la poesía francesa, no estábamos hablando de la poesía en castellano, ni en inglés, ni en alemán. Pero para él, la lengua francesa fue la más importante después del catalán y el castellano, mucho más importante que el inglés. Como buen europeo, porque se formó en Europa en su niñez y su adolescencia, y tenía una fuerte influencia de la cultura francesa… Le interesaba también Mallarmé.
Concluye que con la muerte de Xirau termina un ciclo, el del tipo de intelectuales públicos en el sentido de la tradición francesa.
Al día siguiente, viernes a las 12 horas, la comunidad cultural acudiría a darle la despedida en El Colegio Nacional (ver proceso.com.mx); de ahí, la familia se trasladaría al Panteón Español.
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