Eugenia Jiménez Cáliz, reportera.
Pocos religiosos concentraron tanto poder como Prigione, quien por casi dos décadas fue nuncio papal en México: político maquiavélico, duro negociador, amigo de Maciel, los Arellano Félix y de tres presidentes de la República.
Milenio semanal, 8 de abril de 2012
Girolamo Prigione Pozzi permaneció 19 años en México como representante del Estado Vaticano: llegó el siete de febrero de 1978 y se fue el dos de abril de 1997. Acumuló enorme poder político y eclesiástico, el que hizo valer en múltiples ocasiones, tanto para impulsar el establecimiento de relaciones oficiales entre ambos Estados y convencer a Juan Pablo II de visitar México, con lo que reafirmó el poder que ya tenía como su representante, y que utilizó tanto para encabezar la limpieza étnica contra los ministros de culto de la teología de la liberación, como para reunirse en la Nunciatura Apostólica con los líderes del cártel de Tijuana —los hermanos Ramón y Benjamín Arellano Félix—, mencionados como posibles culpables del asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo en mayo de 1993.
El ex nuncio apostólico, un día antes de regresar a Italia al pueblo Catallezzo Bornida —en donde nació en 1921—, recibió del entonces canciller José Angel Gurría la máxima condecoración que otorga el gobierno mexicano: el Águila Azteca. Pero al final de su mandato en México encubrió las denuncias contra Marcial Maciel, quien le organizó un convivio de despedida. Además, cerca de la mitad de los obispos le deben a él su nombramiento.
El operador del Vaticano, quien se ordenó sacerdote a los 23 años bajo la ocupación alemana de Italia en 1944, fue también un personaje perverso, manipulador y encantador, que supo utilizar las vendettas contra quienes no se doblegaban a sus dictados, pero quien al fin y al cabo sucumbió ante lo mundano: se enamoró de la “hermana Alma”, quien lo atendía en la nunciatura, lo que la obligó a colgar los hábitos.
Combatió a la Iglesia progresista mexicana y fue un tenaz opositor de la teología de la liberación. A sus representantes los marginó y logró establecer un grupo de obispos fieles a su modo de actuar; a algunos los integró en el llamado Club de Roma, conocido por su alianza con los poderes económicos de Roma y México, y su endurecimiento precisamente contra los pastores a favor de los pobres. A ese grupo pertenecían los cardenales Norberto Rivera, Juan Sandoval, el arzobispo Emilio Berlié, el obispo Onésimo Cepeda y el fundador de la Legión de Cristo, Marcial Maciel.
A Prigione se le señala como culpable de sacar al obispo Raúl Vera de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, como una vendetta porque no acabó con la “teología india” en Chiapas; promovió la remoción del obispo Samuel Ruiz, y en 1990 ordenó a Rivera Carrera a cerrar el Seminario Regional del Sureste, abierto desde 1969 y considerado el semillero de los teólogos de la liberación.
Este atentado contra la autoridad de los obispos y las cortantes acciones para violentar a las iglesias locales, provocó un serio conflicto entre Prigione y el cardenal Ernesto Corripio Ahumada; pero ante todos, el primero hacía saber que tenía el apoyo de la Curia Romana.
EL NEGOCIADOR
En 1951 Prigione Pozzi se graduó en la Escuela de Diplomacia del Vaticano, pero en México pronto se convirtió en un hábil político. Prueba de ello es que en 1986, como reacción a las elecciones para la gubernatura de Chihuahua, cuando el candidato priista se declaró ganador en medio de las denuncias de fraude electoral, los obispos de la entidad anunciaron que cerrarían los templos para sumarse a la protesta. La acción finalmente no se realizó porque Prigione, a petición del gobierno, ejerció su autoridad sobre los obispos.
Le tocó relacionarse con cuatro presidentes: José López Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo; con ocho secretarios de Gobernación (Manuel Bartlett y él se reunían cada semana y jugaban tenis), y prestar sus servicios a tres papas: Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II.
Su máximo logró fue convertirse en el principal negociador de Roma para las reformas constitucionales de 1992, por las que las Iglesias obtuvieron reconocimiento jurídico y se dio un giro histórico a la política exterior de México al restablecer las relaciones diplomáticas con el Vaticano. Atrás quedaron las Leyes de Reforma promulgadas por Benito Juárez y aplicadas en 1864 por Maximiliano.
Entre 1978 y 1992 fue delegado apostólico del Vaticano en el país, pero del 12 de octubre de 1992 hasta el día en que se fue, ejerció como nuncio apostólico. Él y el entonces arzobispo de México, Ernesto Corripio, entre otros, estuvieron presentes en la ceremonia de cambio de poderes cuando Salinas de Gortari llegó a la Presidencia de la República en diciembre de 1988, lo que provocó gran revuelo político.
Salinas prometió modernizar las relaciones entre el Estado y las Iglesias, y Prigione cabildeó intensamente con los líderes del Congreso para modificar la Constitución. Diego Fernández de Cevallos era el líder de la bancada panista en la Cámara de Diputados, y Fernando Ortiz Arana de los priistas. En diciembre de 1991 se aprobaron las modificaciones a los artículos constitucionales 3°, 5°, 24, 27 y 130, que le dieron reconocimiento jurídico a las Iglesias.
Pocos días antes de que Prigione saliera del país, el periodista René Delgado le hizo ver que el gobierno del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari necesitaba ser legitimado por la Iglesia, a lo que respondió: “No lo niego. Usted sabe, es una experiencia de la real politik mundial, que cuando un gobierno da un paso hacia la Iglesia, no lo hace por la linda cara de los obispos, lo hace porque le conviene. No niego que en este caso hubiera convenido. Esto pasa en todos los gobiernos, pero les conviene a ellos y nos conviene a nosotros”.
EL ESCÁNDALO
Uno de los escándalos de mayor repercusión de Prigione, ya como nuncio apostólico, fue el originado por sus reuniones secretas con dos capos del cártel de Tijuana, los hermanos Ramón y Benjamín Arellano Félix, quienes revelaron que tuvieron varios encuentros para que intercediera por ellos. Con Ramón se reunió el 13 de diciembre de 1993, y con Benjamín el 16 de enero de 1994.
El 21 de abril de 1997 el periódico La Jornada publicó que Prigione dijo: “Después de que recibí a Ramón Arellano llamé al presidente Carlos Salinas de Gortari para notificarle quién se encontraba conmigo. Era el 13 de diciembre de 1993, y me pidió trasladarme a Los Pinos. Fui allí y conté todo. Le dije a Carlos Salinas: ‘Ese señor está calmado; dígame lo que yo puedo hacer, si yo puedo ayudar en algo’. Sin embargo, continuó Prigione, el mandatario me contestó que pensaba salir del país, pues era la víspera de su gira a China y Japón —del 17 al 22 de diciembre— y que no podía decidir nada si no lo escuchaba su abogado.
“Ante esto, señaló el religioso, (Jorge) Carpizo llegó casi en pijama a Los Pinos alrededor de las 11 de la noche. Ramón continuaba en la Nunciatura y el ex procurador recomendó a Salinas lo mencionado. Nada hicieron por detener al narcotraficante, dijo, y fue entonces que un mes después Benjamín Arellano Félix también llegó a la residencia ubicada en la colonia Guadalupe Inn. Aquí el nuncio no mencionó haber notificado del encuentro.
“Prigione fue entrevistado por el periodista Joaquín López Dóriga durante una hora. Le refirió a éste su reunión con los Arellano Félix y también sobre la última vez que vio al cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, lo que ocurrió en el anfiteatro de la Cruz Roja de Guadalajara, cuando el jerarca religioso yacía desnudo en una plancha, después de que lo acribillaron el 24 de mayo de 1993 en el aeropuerto de esa ciudad”.
The New York Times publicó en 1994 lo siguiente: “En una declaración escrita, Prigione dijo que recibió a los traficantes en su casa en la Ciudad de México en dos ocasiones distintas. Afirmó que eran reuniones privadas, no el sacramento de la confesión, pero que seguía estando prohibido por la ley de la Iglesia revelar lo que se había dicho”.
Ambos capos fueron identificados por las autoridades mexicanas como los presuntos asesinos del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, en mayo de 1993 en el aeropuerto de Guadalajara, donde éste recibiría y entregaría documentos sobre la relación del cártel de Tijuana con el gobierno precisamente a Prigione.
El diputado Rafael Candelas, secretario de la Comisión Especial de Seguimiento a las Investigaciones del Crimen del cardenal, dijo que el testimonio de Prigione Pozzi es “indispensable” porque conoció de primera mano los testimonios de algunos involucrados.
Prigione declaró ante el Ministerio Público, pero, extrañamente, se extravió el expediente de casi mil fojas. Públicamente no se conocieron muchos detalles de lo que declaró. De igual modo, sobre por qué encubrió los delitos de Marcial Maciel hasta ahora no se sabe nada.
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