Idioma español
versus lengua castellana/Antonio Lamela, arquitecto y miembro de la Real
Aacademia de Doctores y Premio Jaime I.
Publicado
en ABC, 13 de junio de 2013:
Cuando
se llama castellano al idioma español se tiende una trampa que confunde a
quienes carecen de conocimiento del tema o se dejan engañar. Que nuestro idioma
sea despojado de su condición mundialista, cosmopolita, y geoísta,
empequeñeciéndolo, es una argucia política y educativa inaceptable que es
necesario desenmascarar. Ya lo están empezando a pagar muy caro las poblaciones
regionales sumergidas en la inmersión lingüística. En una visión mezquina de la
Historia, de la cultura y del idioma de España, algunos políticos han tendido
esa trampa en la que, sorprendentemente, han caído –inconscientes unos,
conscientemente los más– intelectuales, profesionales y la propia Sociedad;
hecho cuya importancia va más allá de un lapsus de vocabulario o de la
equiparación de dos vocablos. Existe un calculado e inconfesable interés. De
forma muy forzada, a la vez que irresponsable, y como concesión a los
nacionalismos emergentes, lograron hasta introducirlo en la Constitución de
1978, allanando el camino a cuanto hoy padecemos.
El
idioma español es uno de los grandes tesoros de España. No es un valor que
cuente en la balanza de pagos, pero sin él gran parte del mundo sería hoy
diferente. Su prolongación a América es una suerte de «milagro» obrado por
quienes lo heredaron, cuidaron y difundieron a lo largo de siglos, lo que ha
contribuido a hacer de él el segundo idioma más importante del mundo.
Su
difusión, desde el inicio, discurre paralela al complejo proceso histórico de
España. Un salto cualitativo por la política unificadora de los Reyes Católicos
y las particulares condiciones de ventaja del castellano sobre las demás
lenguas habladas en la Península, debido a su más asentada estructura
lingüística y literaria. Cuando el castellano, enriquecido, pasó a ser lengua
común de los españoles, transformándose en español, se produjo un fenómeno
«globalizador» cuya trascendencia no se puede olvidar.
No
resulta convincente la ambigüedad de la Real Academia Española al intentar
situarse al margen de la polémica en su Diccionario de la lengua española y en
el Diccionario panhispánico de dudas, declarando la consideración de ambos
vocablos, castellano y español, como equiparables, si bien ha expresado su
predilección por el segundo. Es preciso no solo velar por el auténtico nombre
de nuestro idioma, el español, sino también por su buen uso; batalla pendiente
por su frecuente y desesperante mala «utilización». La falta de cuidado –por
emplear una expresión benévola– con que se habla y escribe en los medios de
comunicación, no es el mejor ejemplo para los español- hablantes. La
hipertrofia de esos medios en internet hace aún más incontrolable la extensión
de tal mala utilización.
Sorprende
que en su defensa no se alcen reiteradamente foros de gran difusión y más voces
autorizadas, aparte de los «entes obligados» a ello, que por su inacción
parecen haber ofrecido una rendición incondicional, cuando no complacencia. Es
la época del «todovalismo».
El
futuro de la continuidad del idioma español está garantizado por el número
creciente de hablantes. Es fundamental hablarlo y escribirlo bien, evitando una
degradación progresiva. Debemos exigirnos rigor, interés y perseverancia,
difíciles de conseguir si no se cuenta con un adecuado sistema de educación y
formación no solo lingüísticas, seguido de la imprescindible y continua buena
práctica. El sistema educativo dispar que han puesto en funcionamiento las
Autonomías, debido a sus improcedentes competencias en educación, contribuye a
la equiparación del idioma español con otras lenguas nacionales, cuando no es
relegado a un segundo plano. Así, el español se pretende «confundir» con el
castellano, al servicio de la «política», no del rigor científico. El
castellano no se habla ni en Castilla, a nivel popular, desde el siglo XVI. En
definitiva, español y castellano son dos entidades bien distintas, no una misma
cosa vista a través de diferentes prismas, según se quiere presentar. El rigor
histórico y lingüístico deben ser reivindicados siempre y en todo. Tenemos que
poner fin a tantas falacias, falsedades y perversidades.
Sabemos
que El Cantar de Mío Cid fue la primera gran obra de la literatura escrita en
lengua castellana. Como ejemplo ilustrativo transcribo unos versos y su
traducción al español, bien diferente, que pone las cosas en claro: Sospiro mio
Çid ca mucho avie grandes cuidados. Ffablo mio Çid bien e tan mesurado: «¡Grado
a ti, señor, padre que estas en alto! ¡Esto me an buelto mios enemigos malos!».
Alli pienssan de aguijar, allí sueltan las riendas. Suspiró mío Cid triste y
apesadumbrado. Habló mío Cid y dijo resignado: «¡Loor a ti, señor Padre, que
estás en lo alto! Esto me han urdido mis enemigos malos». Ya cabalgan aprisa,
ya aflojan las riendas.
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