Gianni Valente entrevista con el obispo belga, Johan Bonny.
Circulan del obispo Bonny (que guía la diócesis de Amberes) retratos caricaturescos, escritos con plumas llenas de veneno. Sin embargo, su balance del Sínodo no parece estar caracterizado por el relativismo teológico, sino por la voz de una persona que toma en cuenta, simplemente, la manera en la que la Iglesia camina en la historia. Desde el Concilio de Nicea hasta el Sínodo de 2015.
¿Qué sucedió en el Sínodo?
¿Cuál es el valor de esos capítulos?
Los capítulos sobre el discernimiento no mencionaron las diferentes categorías, porque este discernimiento no se aplica solo a los divorciados que se han vuelto a casar. Se ocupan también de otras situaciones, como las connivencias entre los jóvenes que no se han casado todavía, o que se han casado por lo civil pero no sacramentalmente. Nadie nunca pidió que se diera a todos los divorciados que se han vuelto a casar, sin discernimiento, la comunión. Si se considera verdaderamente lo que dijo el cardenal Kasper durante el Consistorio hace más de dos años, o incluso la propuesta de los obispos alemanes de hace 15 años, se ve que el documento retomó los mismos criterios propuestos por ellos. Nos lo exige la situación histórica en la que vivimos. Me contaba un sacerdote del este europeo que hace algunos años estaba desempeñando su trabajo pastoral en Suiza: celebró la misa el domingo, y la mayoría de los que le pedían la comunión eran protestantes o divorciados que se habían vuelto a casar. Los católicos «normales», me dijo, raramente iban a misa. En cambio, los que buscaban la eucaristía, los que sienten una necesidad vital de ella, como alimento de curación o de vida espiritual, pertenecen a esa categoría que canónicamente no puede recibir el sacramento, a excepción de las situaciones graves o excepcionales. Hasta ahora, nos encontramos en una situación de «todo o nada», que no se ocupa de las situaciones concretas, y en las que los principios a veces son aplicados sin la prudencia pastoral necesaria, en una manera en la que, por ejemplo, no se distingue entre los que han sido abandonados y los que han abandonado, entre los que cohabitan desde hace solo dos meses y los que se vuelven abuelos o abuelas en una segunda unión, con nietos que crecen en la Iglesia católica.
A nivel práctico, ¿quien debe aplicar en concreto estos criterios?
En ese párrafo 85 se indica la persona del obispo. No se trata de elaborar nuevas teologías. Como han repetido todos, no cambia la doctrina. Pero hay una apertura nueva para anunciar el Evangelio en situaciones existenciales, sin tener que dejar fuera de esos caminos pastorales la posibilidad de acercarse a los sacramentos. Habiendo escuchado el discurso final del Papa, está claro que ya con el año de la Misericordia él continuará por este camino. Papa Francisco tiene la puerta abierta para seguir adelante. Y se saltó el esquema de los que querían contraponer la doctrina y la pastoral. No existe una doctrina separada de la pastoral, o una pastoral que se afirma a expensas de la doctrina.
¿Qué fue lo que más le sorprendió del discurso final de Papa Francisco?
El reconocimiento de los diferentes contextos en los que opera la iglesia, cuando dijo que hay cosas impensables en ciertos contextos y que en otros son absolutamente obvias, que son la normalidad. Y debemos vivir en la realidad en la que estamos, sin decir que unos están en el pecado y otros viven sin pecado. Y cuando dijo que defiende la doctrina no es quien defiende la letra, sino el espíritu.
¿Fue, como algunos insinuaban, un Sínodo preconfeccionado?
Yo he participado en otros Sínodos, como asistente de los delegados fraternos, y este ha sido el primer Sínodo en el que escuché que los cardenales decían cosas abiertamente en contraste con lo que decía el Papa. Por lo demás, el Papa invitó a todos a la absoluta franqueza. Y los que aprovecharon fueron justamente los que difundían insinuaciones sobre el «Sínodo manipulado». Afortunadamente el método de trabajo fue claro y abierto.
Pero, ¿de verdad la partida fue entre «defensores» y «liquidadores» de la doctrina?
Ya en el Concilio de Jerusalén, y después también en los demás, el problema nunca fue el conflicto entre lo verdadero y lo falso. Si las cosas fueran así, todo sería fácil: es necesario elegir lo verdadero y rechazar lo falso. Lo complicado siempre ha sido cómo combinar elementos de verdad que defendían unos con otros elementos de verdad que defendían los otros.
Ponga un ejemplo…
En el Concilio de Nicea, por ejemplo, unos decían: seamos monoteístas. ¡Dios es uno!. Y los otros respondían: pero hay que distinguir bien y respetar la diferencia y la relación entre estas tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Uno y tres, no verdadero o falso. Y hasta cuando se consideraban cada uno como partidarios de lo verdadero, y consideraban a los otros como partidarios de lo falso, el clero en Oriente se mataba en sentido no figurado. EL Concilio tuvo que poner juntos los elementos de verdad de los unos con los elementos de verdad de los otros.
¿Y en el Concilio de Calcedonia?
Más o menos lo mismo. Unos decían: Jesús es Hijo de Dios. Si no es Dios, no es el Mesías Salvador, porque uno que es menos que Dios no puede ser el salvador de todos los hombres. Los otros respondían: sí, pero Jesús es un hombre. Si Dios no se volvió hombre como nosotros y no vivió nuestra misma humanidad, excepto el pecado, no hubo verdaderamente encarnación, ni pasión ni muerte. Lucharon durante un siglo, oponiendo lo verdadero y lo falso, hasta que, en Calcedonia, decidieron conjugar la verdad de uno con la verdad del otro, encontrando una fórmula que tal vez sea más compleja, pero que sacó adelante a la Iglesia…
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