ABC, sábado 18 de noviembre de 2017..
Sería fácil escribir una necrológica de Salvatore Riina, alias La bestia, que fuese un retrato de la brutalidad. Se cree que asesinó a más de 40 personas él mismo, y ordenó la muerte de varios centenares más. Disolvió a gente en ácido y dio de comer sus cuerpos a los cerdos. Su nombre pervivirá para siempre en la infamia porque mandó a sus secuaces que acabasen con la vida de dos héroes nacionales: Giovanni Falcone y Paolo Borsellino.
A comienzos de la década de 1980, Riina se situó al frente de una alianza de mafiosos de toda Sicilia (conocida como I Corleonesi por Corleone, pueblo natal de su jefe) en lo que, en esencia, fue un golpe militar dentro de la Cosa Nostra. El propósito del capo era hacerse con el control del extremo siciliano del comercio de heroína a gran escala con el este de Estados Unidos que la mafia de la isla había empezado a controlar a mediados de la década anterior, lo que le permitió enriquecerse más que nunca. A corto plazo, el hombre conocido como u Curtu (el Corto) tuvo un éxito brutal. Matando a cientos de personas por el camino, se hizo con un control de la mafia nunca visto. A la larga, sin embargo, su estrategia fue catastrófica para la hermandad criminal que capitaneaba.
El incremento del nivel de violencia en Sicilia desde finales de la década de 1970 hizo que se endureciese la aplicación de la ley. Riina respondía con fiereza a cualquiera que se interpusiese en su camino. Jueces, policías, periodistas y honrados ciudadanos fueron exterminados, así como sus enemigos de la mafia. El resultado fue que importantes mafiosos testificaron en contra y las autoridades intensificaron su acción, lo cual desembocó en el histórico macroproceso de Palermo, celebrado en 1986-1987 y pilotado por los legendarios jueces instructores Giovanni Falcone y Paolo Borsellino. Cientos de mafiosos fueron condenados y se autorizó al Estado a confiscar sus bienes. No menos importante fue el hecho de que el juicio sentó un precedente legal: quedó demostrado que la Cosa Nostra existía realmente; que era una organización, y no solo unos cuantos malhechores sueltos. La violencia de Riina centralizó la mafia, pero también la hizo visible, y con ello, vulnerable.
En enero de 1992, el Tribunal Supremo de Italia ratificó el veredicto del macroproceso. Fue una derrota histórica para la Cosa Nostra que puso en riesgo la vida y el liderazgo de Riina. El capo había prometido a sus hombres que se impondría a Falcone y Borsellino por medios políticos, pero los jueces habían ganado. Así que Riina respondió de la única y desesperada manera que pudo: mató a ambos magistrados con espectaculares explosiones y llevó a cabo atentados terroristas con bomba en la península italiana para conseguir que las autoridades se echasen atrás y demostrar su supremacía dentro de la mafia. No le salió bien. Fue detenido en 1993, al igual que muchos de sus aliados veteranos. Desde entonces, las autoridades, que asimilaron la lección de los métodos de Falcone y Borsellino, han logrado paulatinos avances significativos contra la Cosa Nostra, que nunca ha sido tan débil. Este es el principal legado de Riína.
Así pues, ¿qué supone la muerte del capo para la mafia? ¿Es el preludio de una reorganización? ¿Tal vez la caída en la guerra civil? Lo mejor es empezar por un rompecabezas. Desde 1993, Riina permaneció en un estricto régimen carcelario por el cual le era extremadamente difícil comunicarse con los mafiosos de fuera. A pesar de ello, siguió formalmente al mando de la Cosa Nostra en calidad de capo di tutti i capi hasta que murió. ¿Cómo fue posible?
La respuesta se encuentra en parte en el poder personal de Riina, en el recuerdo del terror que inspiró. Pero más importante es la división y la debilidad de la mafia, herencia del ascenso al poder de u Curtu en la década de 1980, cuando diezmó a los mafiosos sicilianos con los mejores contactos políticos y las mejores conexiones con Estados Unidos y su mercado de heroína. De paso, se creó enemigos y empujó a exiliarse a ese país a muchos de los que no había asesinado. Desde su detención, los exiliados han estado intrigando para volver, buscando aliados en la vieja Italia. Por su parte, la mafia siempre ha necesitado a sus primos estadounidenses. Ahora que es más débil, los necesita más que nunca. Sin embargo, a los aliados de Riina les aterroriza que los expatriados vuelvan y se venguen, ojo por ojo, por la masacre de la década de 1980. En consecuencia, la Cosa Nostra está dividida políticamente.
El sucesor de Riina, Bernardo Provenzano, apodado El tractor, no ha tenido autoridad para enfrentarse al problema político, de modo que la mafia sigue siendo prácticamente imposible de gobernar.
Mientras tanto, la Policía y los investigadores han ido apretando las tuercas. Cuando fue capturado en 1993, Riina se dirigía a una reunión de la comisión rectora de la Cosa Nostra. Desde entonces, la comisión no ha podido celebrar ningún encuentro. En dos ocasiones, los mafiosos veteranos intentaron reunirla, lo cual podría haber abierto la vía para que surgiese un nuevo líder, pero en las dos la Policía estaba en guardia y los detuvo a todos.
Es decir, Riina siguió siendo el jefe de la mafia porque la organización estaba demasiado dividida y era demasiado vulnerable como para gobernarla, y había quedado privada de su protección política. La muerte del capo no cambia nada. En cuanto a mi hipótesis sobre qué va a pasar ahora, es muy posible que se trate de organizar una reunión de capos veteranos para intentar resolver los problemas. Sin embargo, incluso si se reúnen, descubrirán que los problemas son irresolubles. Con o sin Riina, la deriva organizativa y el declive de la Cosa Nostra continuarán.
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