Vatican Insider, Pubblicato il 21/12/2017:
ANDREA TORNIELLI
CIUDAD DEL VATICANO
«Hacer las reformas en Roma es como limpiar la Esfinge de Egipto con un cepillo de dientes», decía monseñor De Mérode, y Francisco, que llega a su quinto año de trabajo en las reformas y a su quinto discurso de felicitaciones navideñas a sus colaboradores romanos, explicó que «una Curia encerrada en sí misma estaría condenada a la auto-destrucción». Pidió que se superen las lógicas de los complots y de los pequeños círculos auto-referenciales, y no dejó de criticar a los «traidores de la confianza», es decir las personas seleccionadas para dar mayor vigor al cuerpo y a la reforma, pero que «se dejan corromper por la ambición o la vanagloria».
El Papa recordó que la Curia está, «estructuralmente y desde siempre, vinculada con la función primacial del Obispo de Roma en la Iglesia». Si permaneciera cerrada en sí misma, traicionaría, pues, el objetivo de su existencia y caería en la auto-referencialidad. La Curia fue proyectada desde su origen “ad extra”, expresión de un «primado diaconal», el del siervo de los siervos de Dios.
Precisamente esta naturaleza que impulsa a salir de sí es «muy importante para superar la desequilibrada y degenerada lógica de los complots y de los pequeños grupos que en realidad representan (a pesar de todas sus justificaciones y buenas intenciones) un cáncer que lleva a la auto-referencialidad, que se infiltra incluso en los organismos eclesiales en cuanto tales y, particularmente, en las personas que trabajan en la Curia romana». Después el Papa recordó con duras palabras la actitud, es más el «peligro» que representan los «traidores de la confianza» o «aprovechados de la maternidad de la Iglesia». ¿Quiénes son? Bergoglio parece tener algunos casos muy claros: dijo que son «personas que son seleccionadas cuidadosamente para dar mayor vigor al cuerpo y a la reforma, pero (sin comprender la altura de su responsabilidad), se dejan corromper por la ambición o por la vanagloria, y cuando son alejadas delicadamente se auto-declaran equivocadamente mártires del sistema, del “Papa poco informado”, de la “vieja guardia”… en lugar de recitar el “mea culpa”».
«Al lado de estas personas –afirmó Francisco– hay también otras que todavía trabajan en ella, a las que se da todo el tiempo para retomar la justa vía, con al esperanza de que encuentren en la paciencia de la Iglesia una oportunidad para convertirse y no para aprovecharse. Ello, claramente, sin olvidar a la mayor parte de las personas fieles que trabajan en ella con alabable empeño, fidelidad, competencia, dedicación y también tanta santidad».
El Papa explicó que la Curia debe funcionar como una antena y debe captar las instancias, las preguntas, las peticiones, los gritos, las alegrías y las lágrimas de las Iglesias del mundo para transmitirlas al Obispo de Roma. E indicó algunos ámbitos de trabajo, empezando por la relación con las naciones. La Santa Sede es una constructora de puentes y, estando su diplomacia a su servicio, «se compromete en escuchar, comprender, ayudar, levantar e intervenir con prontitud y respeto en cualquier situación para acercar las distancias y para que se intensifique la confianza. El único interés de la diplomacia vaticana es el de ser libre de cualquier interés mundano o material».
Después de haberse referido a la recién nacida Tercera Sección de la Secretaría de Estado, Francisco recordó la relación que existe entre la Curia romana y las diócesis, basada en la «colaboración, en la confianza y nunca en la superioridad o la adversidad». El Papa también habló sobre el próximo Sínodo sobre los jóvenes y después se detuvo a reflexionar sobre las relaciones con las Iglesias Orientales, pidiendo «revisar la delicada cuestión de la elección de los nuevos obispos», e insistiendo en que el diálogo ecuménico es «un camino irreversible y no en reversa». Un camino que debe comenzar desde abajo, para caminar juntos sirviendo a los últimos. «La Curia opera en este campo para favorecer el encuentro con el hermano, para deshacer los nudos de las incomprensiones y de las hostilidades, y para contrarrestar los prejuicios y el miedo del otro».
Para concluir, Bergoglio habló sobre la relación de la Curia con el hebraísmo, el islam y las demás confesiones, basado en un diálogo construido sobre tres directrices: «el deber de la identidad, la valentía de la alteridad y la sinceridad de las intenciones». Quien es «diferente de mí, cultural o religiosamente, no debe ser visto ni tratado como un enemigo, sino acogido como un compañero de camino». El Papa concluyó recordando que «una fe que no nos pone en crisis es una fe en crisis; una fe que no nos hace crecer es una fe que debe crecer; una fe que no nos interroga es una fe sobre la que debemos interrogarnos; una fe que no nos anima es una fe que debe ser animada; una fe que no se sacude es una fe que debe ser sacudida».
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