Olviden la felicidad y serán felices/ Miquel Porta Perales es escritor y articulista.
ABC, 9/Ago/2022
Nadie sabe qué es la felicidad. Un deseo, aseguran algunos. También, un valor. Para otros, una idea inaprehensible. No faltan quienes sostienen que es una fantasía. O un negocio. Así las cosas, ¿qué es la felicidad? Recurramos a los clásicos. Aristóteles e Immanuel Kant, por ejemplo.
En la 'Ética Nicomáquea', Aristóteles afirma que la eudaimonía (felicidad o prosperidad) es el bien supremo del hombre. ¿La felicidad? Indica el filósofo que «unos creen que es alguna de las cosas visibles y manifiestas, como el placer o la riqueza o los honores; otros, otras cosas; muchas veces incluso una misma persona opina cosas distintas: si está enferma, piensa que la felicidad es la salud; si es pobre, la riqueza; los que tienen conciencia de su ignorancia admiran a los que dicen algo grande y que está por encima de ellos. Pero algunos creen que aparte de esa multitud de bienes, existe otro bien en sí y que es la causa de que todos aquellos sean bienes».
El filósofo, para alcanzar «más claridad» prosigue: «Como en el caso de un flautista, de un escultor y de todo artesano y, en general, de los que realizan alguna función o actividad, parece que lo bueno y el bien están en la función, así también ocurre, sin duda, en el caso del hombre si hay alguna función que le sea propia». ¿Qué es lo «propio» del hombre? ¿Dónde está lo bueno y la felicidad? Aristóteles responde: la felicidad se concreta en la «práctica de un ser que tiene logos»; un ser que «por una parte, obedece a ese logos y por otra parte lo posee y piensa». La felicidad estaría en el logos; esto es, en la razón, en la reflexión, en el discurso que da razón de las cosas. La precisión: Aristóteles habla de la existencia de un «bien aparente» que indica que el bien –lo bueno, la felicidad– está encadenado a una apariencia que, a su vez, está condicionada por la sabiduría y otras virtudes como la fortaleza, la templanza, el coraje o la generosidad. En definitiva, el hombre es quien proyecta la felicidad de acuerdo con sus deseos.
Por su parte, Kant, a la manera de Aristóteles, argumenta que la felicidad es una aspiración del hombre: «Ser feliz, es necesariamente la exigencia de todo ente racional finito y, en consecuencia, inevitable motivo determinante de su facultad apetitiva [lean deseo y voluntad]» ('Crítica de la razón práctica'). La felicidad como un anhelo del hombre que necesita la voluntad y acción del sujeto. Anhelo que el filósofo no contempla como fin supremo del hombre. Anhelo que carece de contenido explícito y moral. Anhelo indeterminado, porque el hombre –vuelve Aristóteles– es incapaz de definirlo. Concluye: «Determinar con seguridad y universalidad qué acción fomente la felicidad de un ser racional, es totalmente insoluble». Sensu contrario, la felicidad tendría que ver con el instinto, la huida del dolor y la búsqueda del placer.
De ahí, que la felicidad no sea considerada como un valor moral –la moral implica la victoria de la razón sobre la inclinación– al tratarse de un asunto particular. La felicidad nos puede hacer felices, pero no buenos. En muchas ocasiones, la felicidad cae del cielo –entre otras– por razón de nacimiento. Una forma de egoísmo, arguye el propio Immanuel Kant.
Todos buscamos la felicidad. Todos queremos ser felices. Pero, no sabemos qué es la felicidad, qué es ser feliz y cómo ser feliz. ¿Dónde está escrito que el hombre tenga derecho a ser feliz? ¿Y si la felicidad fuera una anomalía o salvedad en la historia del hombre? Probablemente, lo que sí existe es el derecho –la idea es de Fernando Savater, 'El contenido de la felicidad', 1993– a la «administración de mi infelicidad». Para ello, es imprescindible huir de cualquier vendedor de felicidad y vivir como buenamente sepamos, podamos o nos dejen. La felicidad es un constructo. Un deseo que nos permite pensar la idea con la vana intención de que tome cuerpo y forma. Que la felicidad no existe se percibe cuando se 'alcanza'. Heinrich Böll: «Por felicidad no alcanzo a entender nada que dure más de un segundo, puede que dos o tres como máximo». Louis Aragon: «Quien habla de felicidad suele tener los ojos tristes».
De la felicidad solo puede hablar el 'yo'. Si alguna vez hemos saboreado la 'felicidad' –probablemente sin saberlo o ser conscientes de ello–, ha sido en el pasado: «¿te acuerdas cuando…?». La felicidad es una cosa del pasado y no del futuro. Conviene asumirlo para no caer en las redes de los negociantes de la felicidad que pretenden colonizar nuestra consciencia. Un mercado de la felicidad que se ha desarrollado durante las últimas décadas. Un mercado que no fabrica bienes ni servicios. Un mercado que diseña y distribuye emociones, sensaciones, sentimientos, ilusiones, juicios y prejuicios. Y felicidad. Mucha felicidad de todo a cien. Un estilo de vida que un número indeterminado de individuos asume como propio. Aristófanes: «Oh Demos, qué bello es tu imperio… Es fácil manipularte: te encanta que te halaguen y te engañen siempre escuchando a los charlatanes, con la boca abierta».
Veinticinco siglos después de que el comediógrafo griego escribiera la sátira 'Los caballeros' –crítica de la ingenuidad de un pueblo fácil de embaucar–, seguimos igual. Los «charlatanes» y el «Demos con la boca abierta» siguen ahí: que si el «ejercicio voluntario y consciente de dar un significado positivo y constructivo de lo vivido», que si la «autenticidad y la belleza natural», que si la «inteligencia al servicio del amor», que si la «congruencia interna, el amor armónico y la realización personal», que si la «terapia vital que se puede definir como la sensación íntima de bienestar generada por la utilización productiva de las capacidades del individuo», que si «escuchar la llamada interior y los reforzadores de felicidad». Pamplinas.
Al socaire de la autoayuda se está consolidando la escatología de la felicidad prometida cuyo camino –parafraseando la epopeya de Moisés– supone la travesía del desierto, peligros, renuncias, sacrificios e ilusiones. ¿Y si la felicidad prometida no existiera? ¿Y si los esfuerzos exigidos en el camino de su consecución fueran vanos por el simple hecho de que el supermundo futuro no es otra cosa que un deseo o una entelequia? ¿Y si la felicidad prometida obedeciera a determinados intereses de índole diversa? ¿Y si la felicidad prometida fuera un negocio? Zygmunt Bauman: «En el mundo actual todas las ideas de felicidad acaban en una tienda».
La felicidad prometida como placebo. La felicidad prometida o la fascinación por el espejismo de un futuro feliz inexistente. La felicidad prometida como recompensa inexistente de un sacrificio absurdo. La felicidad prometida como fraude. La felicidad prometida como decepción. La felicidad prometida como frustración. La felicidad prometida como la vía más larga que conduce del presente al presente. Nadie llega a la felicidad prometida, porque no existe.
Olvídense de la felicidad. Vivirán mejor y serán más 'felices'.
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