Toros: censura, minoría y libertad/François Zumbiehl, es escritor y doctor en Antropología Cultural por la Universidad de Burdeos.
ABC, Sábado, 04/May/2024 ;
Asombra a uno, que ha sido estudiante en el París del 68, sobre el lema prohibido prohibir, esta situación inaudita: un ministro de Cultura decide 'motu proprio' censurar una cultura como la de los toros, vigente en tres países europeos y cinco hispanoamericanos, declarada por ley patrimonio de los españoles. A lo mejor opina que es una decisión «progresista», pero ahí la terminología se presta a un malentendido. No confundamos abolición con prohibición. La abolición implica siempre un progreso en los derechos humanos –esclavitud, pena de muerte…–. Lo otro, cuando se pretende valorar o prohibir, desde el exterior, una práctica cultural, es llanamente inquisición o censura. Recordemos que la Unesco, siguiendo los últimos avances de la antropología, define la cultura como la relación existencial entre un patrimonio y una comunidad humana –en ese caso la de los aficionados– que se identifica con éste e invierte en él sus valores, su historia y su sensibilidad. Ningún gobierno ni ninguna institución están autorizados a rechazar un patrimonio, salvo, por supuesto, en el caso de que éste dañe los principios de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Por otra parte, la preocupación legítima por el bienestar animal no puede aniquilar las tradiciones religiosas o regionales. Esta excepción cultural está garantizada por los tratados europeos.
Otro malentendido es el de creer que la permanencia de una cultura que despierta una controversia dentro de la sociedad –lo que es el caso de la tauromaquia– se puede anular por una consulta popular, incluso por una decisión ministerial. Eso equivaldría, otra vez, a la imposición de una censura, utilizando como instrumento un aparente proceso democrático. Sería una clara contradicción con lo establecido por la convención de la Unesco de 2005 para la protección de la diversidad de las expresiones culturales. Ésta y la de 2003 consagran el respeto y el derecho de las minorías, que deben ser protegidas, precisamente porque son minorías, contra cualquier centralismo colonizador de la opinión. La afición a los toros, en Francia, se ha definido siempre como una minoría, concentrada en las regiones del sur. Por eso mismo se ha movilizado desde hace varios siglos para hacer reconocer su libertad frente a la mayoría del país y al poder del Estado, y éste le ha concedido hasta ahora la protección de la ley. Tal vez habrá escuchado el mensaje de Albert Camus, uno de los grandes apóstoles del humanismo en el siglo XX, fascinado, como tantos intelectuales y artistas galos, por la tauromaquia: «La mejor de las democracias no es sólo la que aplica la ley de las mayorías, sino la que asume la protección de las minorías».
Ahora bien, queda el debate de fondo. ¿Por qué la Fiesta de los toros es un patrimonio y una cultura viva? Pues resulta que, cuando uno lee el texto de la Convención de la Unesco de 2003 para la salvaguarda del «patrimonio cultural inmaterial», uno queda impresionado. Los cinco criterios enunciados en su artículo 2 para definir ese patrimonio se aplican a la Fiesta de los toros. Esto es una evidencia científica, que no puede ser rebatida como tal, cuales sean por otra parte los trámites políticos que implica una candidatura de la tauromaquia ante la Unesco, o ante cualquier gobierno, para su reconocimiento formal. Obviamente ésta forma parte de las artes del espectáculo. También entra dentro de los usos sociales, rituales y actos festivos. ¿Quién no percibe que el toreo encierra una liturgia abundante de gestos inspirados por la coreografía o las exigencias de un ritual? Por el lado de la estética, el arte taurino es obviamente una recomposición de la realidad. Por eso es un arte. Éste hace que la violencia inicial de la lidia con el animal temible se convierta en harmonía y en eternidad efímera por la virtud del temple.
Fuera del ruedo el mundo de los toros alimenta un abanico muy amplio de técnicas artesanales tradicionales: la confección de los trajes, de los capotes de paseo y de todas las herramientas del toreo, el manejo de los caballos y de los bueyes en las dehesas, la técnica de los tentaderos. Asimismo, el toreo alimenta un sinfín de tradiciones y expresiones orales, con su cortejo de términos técnicos, de dichos, de anécdotas que forman parte de la memoria colectiva de los aficionados e, incluso, se trasladan al lenguaje de la calle.
Pero el quinto y último criterio, puesto en práctica por el mundo de los toros, es tal vez el más importante, pues responde a esta gran preocupación actual por la preservación del medio ambiente y del desarrollo sostenible. Se trata, como dice el texto de la convención, de conocimientos y usos relacionados con la naturaleza y el universo. La Fiesta está basada en el respeto al toro, cuyo conocimiento es indispensable para la lidia. Entenderse con él para dibujar una obra con su complicidad es la médula del toreo. Por otra parte, el espectáculo taurino es la mejor oportunidad para la preservación de la cabaña brava, condenada inmediatamente al matadero el día en que se acaben las corridas. Sin olvidar que cada ganadería de bravo es un ecosistema excepcional en nuestra época, en donde conviven, en la maravilla de estos espacios extensivos, innumerables especies de flora y fauna salvajes.
Está claro que en la historia moderna España es la cuna de la tauromaquia. Ésta se ha trasladado al Nuevo Mundo. En Portugal se ha desarrollado una variante genuina, y en Francia el toreo convive con otras tradiciones taurinas. En todos estos países cada comunidad aficionada se ha apropiado de la fiesta de los toros según su idiosincrasia y su sensibilidad particular. Esto ha dado lugar a múltiples mestizajes y sincretismos culturales, especialmente llamativos en el abanico amplísimo de los innumerables festejos populares relacionados con el toro, que se celebran en España y en América. Sólo falta observar, por ejemplo, cómo los pueblos del Perú andino o del Yucatán han enriquecido esa tradición con los rastros de su cultura autóctona.
Pero, de manera más fundamental, la tauromaquia recoge y hace revivir, adaptándolo a otros entornos y a nuevas sensibilidades, el antiguo fondo de la cultura mediterránea. Como la tragedia griega, la ópera italiana y las semanas santas, es una sublimación de la muerte por el arte, una exaltación de la vida y del espíritu que han sabido triunfar, aunque sea durante tal celebración, de todo lo que los amenaza. Reinterpreta a su manera el eterno combate de Teseo con el Minotauro, la victoria de la humanidad sobre la muerte, con la cual el torero no para de enfrentarse en el ruedo, ante nosotros que componemos el coro de esta tragedia festiva.
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