Malos tiempos para Borges/José Manuel Fajardo
Publicado en Babelia de El País, 7/02/2009;
Nadie duda de que Jorge Luis Borges es uno de los grandes referentes de la literatura contemporánea. Su obra goza de un extraordinario prestigio mundial, particularmente en Francia donde suele ser motivo de encuentros y exposiciones. Este año, en que se conmemora el bicentenario del maestro del cuento de misterio Edgar Allan Poe, se cumplirán también los sesenta de la publicación de uno de los libros mayores de Borges, El Aleph, y no deja de ser paradójico que el reconocimiento universal de su literatura coincida con una época de menosprecio del género en el que desplegó su talento: el libro de relatos.
Desde que Guy de Maupassant consagrara el cuento como género literario de la modernidad, los relatos han jugado un papel fundamental en la literatura de los dos últimos siglos. Libros como Las armas secretas, de Julio Cortázar; El llano en llamas, de Juan Rulfo, o La guerra del tiempo, de Alejo Carpentier, son referencias fundamentales de la literatura latinoamericana. Un papel similar han jugado en las literaturas de Estados Unidos, Rusia o Italia autores de relatos como Carver, Chéjov o Italo Calvino.
En la España predemocrática, destacaron autores como Cunqueiro o García Hortelano pero, a partir de los setenta y no sólo en España, el género entró en un declive al que ha contribuido la reconversión del sector editorial a una lógica casi exclusivamente mercantilista. La estrella del mundo editorial hoy es la novela, que se promociona y elogia en términos cada vez más comerciales y menos literarios, como puede constatarse al comparar el espacio que se da a ciertos libros, en las páginas culturales de la prensa, con sus cifras de ventas. Las grandes víctimas de esa situación han sido los libros de relatos, que en España aún se publican, aunque sólo muy recientemente hayan empezado a recuperar cierto protagonismo literario, pero que en otros países, como Francia, pueden considerarse una especie en vías de extinción.
Quizá el fenómeno sea sobre todo europeo, pues el relato sigue disfrutando de buena salud en Estados Unidos y en América Latina. Basta leer 'Hoy temprano', del argentino Pedro Mairal, uno de los relatos recogidos en la Antología de Cuento Latinoamericano (Ediciones B, 2007), para comprobar que el género continúa produciendo obras maestras. Quizá a los factores económicos haya que añadir la escasez europea (en número y repercusión) de revistas que, como sucede en tierras americanas, sirvan de plataforma al género. Pero lo que no faltan son autores. En España, Quim Monzó, Manuel Rivas, Bernardo Atxaga o Cristina Fernández Cubas han escrito extraordinarios libros de relatos en las últimas décadas.
El año pasado abría sus puertas, en Madrid, la librería Tres Rosas Amarillas, dedicada al libro de relatos, heroica reivindicación de un género al que se acusa de falta de lectores (léase, compradores), pecado mayor en nuestro mundo. Pero, en plena sociedad de la información, ya debería estar claro que la demanda se crea y que la mejor manera de que el libro de relatos carezca de lectores es precisamente no publicarlo ni publicitarlo. Si Borges tuviera hoy treinta años y paseara los manuscritos de sus cuentos por las principales editoriales de España o de Francia, lo más probable es que le dijeran que no estaban mal, pero que no eran rentables. Más le valdría ponerse a escribir una novela.
Desde que Guy de Maupassant consagrara el cuento como género literario de la modernidad, los relatos han jugado un papel fundamental en la literatura de los dos últimos siglos. Libros como Las armas secretas, de Julio Cortázar; El llano en llamas, de Juan Rulfo, o La guerra del tiempo, de Alejo Carpentier, son referencias fundamentales de la literatura latinoamericana. Un papel similar han jugado en las literaturas de Estados Unidos, Rusia o Italia autores de relatos como Carver, Chéjov o Italo Calvino.
En la España predemocrática, destacaron autores como Cunqueiro o García Hortelano pero, a partir de los setenta y no sólo en España, el género entró en un declive al que ha contribuido la reconversión del sector editorial a una lógica casi exclusivamente mercantilista. La estrella del mundo editorial hoy es la novela, que se promociona y elogia en términos cada vez más comerciales y menos literarios, como puede constatarse al comparar el espacio que se da a ciertos libros, en las páginas culturales de la prensa, con sus cifras de ventas. Las grandes víctimas de esa situación han sido los libros de relatos, que en España aún se publican, aunque sólo muy recientemente hayan empezado a recuperar cierto protagonismo literario, pero que en otros países, como Francia, pueden considerarse una especie en vías de extinción.
Quizá el fenómeno sea sobre todo europeo, pues el relato sigue disfrutando de buena salud en Estados Unidos y en América Latina. Basta leer 'Hoy temprano', del argentino Pedro Mairal, uno de los relatos recogidos en la Antología de Cuento Latinoamericano (Ediciones B, 2007), para comprobar que el género continúa produciendo obras maestras. Quizá a los factores económicos haya que añadir la escasez europea (en número y repercusión) de revistas que, como sucede en tierras americanas, sirvan de plataforma al género. Pero lo que no faltan son autores. En España, Quim Monzó, Manuel Rivas, Bernardo Atxaga o Cristina Fernández Cubas han escrito extraordinarios libros de relatos en las últimas décadas.
El año pasado abría sus puertas, en Madrid, la librería Tres Rosas Amarillas, dedicada al libro de relatos, heroica reivindicación de un género al que se acusa de falta de lectores (léase, compradores), pecado mayor en nuestro mundo. Pero, en plena sociedad de la información, ya debería estar claro que la demanda se crea y que la mejor manera de que el libro de relatos carezca de lectores es precisamente no publicarlo ni publicitarlo. Si Borges tuviera hoy treinta años y paseara los manuscritos de sus cuentos por las principales editoriales de España o de Francia, lo más probable es que le dijeran que no estaban mal, pero que no eran rentables. Más le valdría ponerse a escribir una novela.
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