Los poetas a través de sus cartas
RAFAEL VARGAS
Revista Proceso # 1724, 15 de noviembre de 2009
Con unos cuantos días de diferencia, han aparecido recientemente dos epistolarios cuyos autores son figuras tutelares de la poesía del siglo XX: André Breton y T. S. Eliot.
El pasado 15 de octubre, la prensa francesa anunció la aparición del primer epistolario de André Breton que nos será dado conocer: Lettres à Aube, o Cartas a Aube, la hija que Breton tuvo con su primera mujer, la pintora Jacqueline Lamba, con quien vivió ocho años, de 1934 a 1942.
El libro, editado por Gallimard, preparado y anotado por Jean-Michel Goutier, con un postfacio de Jean-Marie Le Clézio, será el primero y único por un buen rato, ya que Breton prohibió la publicación de su correspondencia mientras no se cumplieran 50 años de su muerte, ocurrida el 28 de septiembre de 1966. Según la voluntad del poeta, sólo Jacqueline (1910-1913) y Aube podrían publicar las cartas que él les había enviado, si así lo deseaban.
Aube Solange Breton, nacida el 5 de diciembre de 1935, lo pensó durante mucho tiempo, y sólo se decidió ahora, que se ha convertido en la única sobreviviente directa del poeta –Elisa, la segunda esposa de Breton, murió en 2000– y se ha hecho cargo de la herencia de su padre. (El lector seguramente recordará que en 2003 el Estado francés se negó a comprar el invaluable acervo de documentos y piezas artísticas que Breton acumuló en su pequeño departamento del número 42 de la calle Fontaine, en París, que se ha ido vendiendo entre particulares.)
Breton le escribió a Aube (Alba, en español) a lo largo de 28 años, entre 1938 y 1966; es decir, cuando ella tenía entre dos y 31 años de edad. La primera carta que le envió está fechada en Cuba, cuando André y Jacqueline iban camino a México, para encontrarse con Trotsky. Su último mensaje es una tarjeta postal, escrita cinco meses antes de morir.
Buena parte de las 61 cartas, 33 tarjetas postales y dos telegramas que conforman el libro fueron enviados desde Francia a Nueva York. Tras exiliarse en esa ciudad en 1941, Breton y Lamba se separaron y ella se quedó con la niña, que sólo volvería a París en 1949, a petición de André, preocupado cuando percibe la mala ortografía francesa que su hija muestra en sus cartas.
La joven de 13 años de edad vivió con André y Elisa durante casi un año. Él le preparó una habitación llena de cuadros y objetos más propios de un museo que del cuarto de una adolescente (sobre la cabecera de su cama colgaba una cabeza reducida por jíbaros); quería que ella apreciara las mismas cosas que a él le maravillaban. Pasaría una década antes de que eso sucediera. Cuando Aube tenía 19 años, Breton veía con preocupación el bajo rendimiento escolar de su hija y se preguntaba cuál sería su suerte en la vida. No alcanzó a conocer los collages que Aube empezaría a realizar a partir de 1970, y que le han dado cierto renombre en el mundo de las artes visuales.
En todas las cartas y postales que Aube recibió de su padre priman el amor y la ternura. La niña es, cuando pequeña, “Aube, mi querida hadita”; “Mi querida Aube en flor”; “Mi anémona”. A partir de la adolescencia, su padre se dirigirá a ella como “Mi bella Aube”.
Impresiona el despliegue amoroso de Breton porque todavía en 1934 consideraba con disgusto la idea de tener un hijo y pensaba que ser padre en el ruinoso mundo en que se veía vivir acusaba una falta de conciencia (“La triste broma que comenzó con mi nacimiento debe concluir con mi muerte”). Además, nunca dejó de sentir repugnancia por la familia, parte de la “trinidad abyecta” sobre la que se funda el orden establecido: “la familia, la patria y la religión”.
Pero, como el propio Breton le explica a su hija en la primerísima carta que le dirigió, carta no incluida en este volumen, puesto que nunca fue enviada, sino en la última parte de El amor loco (1936), el libro en el que Breton plasma su pasión amorosa por Jacqueline, Aube es la encarnación del amor, de la potencia eterna de la mujer, “única ante la cual me he inclinado”.
Es una carta que –Breton imagina al escribirla– Aube leería al cumplir 16 años. Es la carta que concluye con la mejor frase que un padre puede pronunciar para su hija: “Deseo que seas locamente amada”.
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El otro epistolario que motiva esa nota comenzó a circular en Inglaterra el 5 de este mes, y de inmediato concitó la atención de las páginas culturales de ese país. Es el segundo volumen de cartas de T. S. Eliot, cuya publicación se esperaba desde 1988, año en que Valerie Eliot, la viuda del poeta, dio a conocer el primero y anunció la aparición del siguiente en 1989.
Es obvio que editar la correspondencia de Eliot como es debido ha resultado una tarea mucho más ardua de lo que la señora Eliot parece haber imaginado. Ella sola realizó la edición del primer volumen, que reúne las cartas redactadas por Eliot entre 1898 y 1922 (una breve muestra de ellas apareció en el número 97 de la revista Casa del Tiempo, correspondiente a septiembre-octubre de 1990). Pero para la elaboración del segundo, buscó el apoyo de Hugh Haughton, profesor de la Universidad de York, considerado como uno de los más brillantes estudiosos contemporáneos de poesía británica.
Gracias a Haughton, el segundo volumen de cartas de Eliot, que comprende aquellas escritas entre 1923 y 1925, no sólo cuenta con un espléndido aparato de notas, sino con un criterio editorial mucho más amplio e incluyente que el empleado antes por la viuda del poeta.
Así, mientras que el primer tomo contaba con 639 páginas, el nuevo tiene 912, a pesar de que el lapso que cubre es considerablemente más breve.
La diferencia se explica porque Valerie Eliot incluyó en ese primer tomo sólo las cartas que consideró de mayor relieve, mientras que Haughton abogó porque se brindara al lector la mayor cantidad posible de elementos para tener una idea más completa de la vida y obra de Eliot. Y su criterio es atendible, ya que la publicación de las cartas de Eliot compensa en gran medida la carencia de una biografía plenamente confiable
sobre él.
Esa carencia ha permitido que sobre el sepulcro de Eliot crezcan leyendas como la de su supuesto antisemitismo, o la de ser un marido cruel e insensible (alimentada hace 15 años por el teatro y el cine) que abandonó a su primera mujer, Vivienne Haight-Wood cuando se agravaron sus enfermedades físicas y mentales.
Habrá que leer el nuevo volumen con toda atención para decidir si tales cargos tienen o no sustento. Por lo que dicen algunas de las reseñas parece que, en cuanto al antisemitismo, las cartas reunidas en este nuevo tomo probarían lo contrario: Eliot tenía amigos judíos y ayudó a varios de ellos, europeos, a escapar de los nazis y llegar a Estados Unidos. Y en lo que respecta a su actitud hacia Vivienne, las cartas indican que durante más de una década hizo enormes sacrificios con tal de ganar dinero suficiente para brindar a su esposa una buena atención médica. (Habrá que ver si en el futuro los nuevos conjuntos de cartas permiten esclarecer la conducta de Eliot durante los últimos 10 años de vida de Vivienne.)
Eliot no quería que su correspondencia se publicara, y ,de hecho, destruyó buena parte de ella: a la muerte de sus padres quemó todas las cartas que les había enviado y las que había recibido de ellos. Y también destruyó las cartas que había recibido de Emily Hale –la amada patente en muchos poemas de Eliot, como lo señaló José Emilio Pacheco hace más de una década1– cuando ésta decidió donar a Princeton las mil cartas que Eliot le mandó (empezarán a conocerse en 2019).
El primer tomo de cartas abarca la formación del joven poeta, hasta la fundación de la revista The Criterion y la aparición de La tierra baldía. El nuevo cubre su difícil y brillante labor al frente de esa publicación trimestral, y su paso de empleado del Lloyd’s Bank a director editorial en Faber and Gwyner en 1925 (Faber and Faber a partir de 1929). La crítica se pregunta cuántos tomos más serán necesarios para presentar la correspondencia que Eliot sostuvo durante los 40 años restantes de su vida. Por lo pronto, se sabe que en lo sucesivo el editor de la correspondencia será John Haffenden, biógrafo y editor del gran poeta estadunidense John Berryman.
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Es difícil encontrar a dos poetas más distintos que Eliot y Breton.
Coincidieron en un mismo lugar sólo una vez, en 1936, cuando Breton viajó a Inglaterra para pronunciar una conferencia en el marco de la exposición internacional surrealista que se presentó en las galerías New Burlington, en Londres.
El 11 de junio, Eliot acudió a la inauguración de la muestra y con muchos otros oyentes escuchó a Breton hablar sobre el objeto surrealista.
Dejémoslos en esta página intercambiando un escueto saludo de cortesía. l
1JEP, La traición de T. S. Eliot, Letras Libres, enero de 1999.
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